Capítulo 12

Londres, junio de 2003

Quedaba poco para las siete de la tarde y Sean Clifton estaba pensando en la reunión que había mantenido un rato antes con el agente inmobiliario, durante la cual había cerrado las negociaciones sobre la casa de ocho dormitorios que había elegido cerca de Sevenoaks. Al salir de la estación de metro de Highgate, reflexionó con deleite acerca del hecho de que ya no tendría que hacer ese trayecto muchas más veces. Pronto estaría diciendo adiós a su destartalado pisito alquilado, a la vuelta de la esquina de High Street.

La hora punta había pasado, volvía la calma y la mayoría de los establecimientos echaban el cierre. Las farolas se habían encendido y había empezado a llover, los limpiaparabrisas se movían al ritmo de la urbe; pero Sean Clifton apenas era consciente de nada de lo que pasaba a su alrededor. En su imaginación era ya el señor de la mansión, dando sorbos a su gin-tonic en su elegante salón con vistas a los jardines de césped perfectamente cuidado.

Dobló la esquina de High Street y entró en una calle más tranquila mientras la lluvia arreciaba. Apretó el paso y cruzó con la cabeza gacha y el cuello del abrigo subido. Al final de la calle dobló a la derecha. Estaba desierta, salvo por una pareja de jóvenes que iba andando por la otra acera en el mismo sentido que él. Sin detenerse a mirar, bajó de la acera y caminó por la calzada.

Un Lexus plateado arrancó desde el bordillo.

Clifton alcanzó la línea intermedia de la calle y se volvió justo a tiempo de ver fugazmente a los dos hombres del automóvil, las manos enormes del conductor y un sello de caballero en el dedo corazón de su mano derecha.

El coche se abalanzó sobre él y lo lanzó volando por los aires. Clifton aterrizó en el capó y resbaló para caer entre las ruedas. El coche arrancó, aplastándolo. De su boca escapó un leve silbido y murió sobre el asfalto frío y mojado.