XLIV

VIAJE A ASUNCIÓN

Camino de Asunción. Mes de abril del Año del Señor de 1588

Alonso de Lanzós se levantó a la del alba para revisar los preparativos del viaje que se disponían a emprender ese mismo día a la ciudad de Asunción, situada a unas dieciocho leguas de distancia de la misión franciscana de San Lorenzo de la Cordillera de los Altos de Ybytyrapé o del Sendero del Viento.

Manuela iría en silla de manos, llevada por dos indios que había contratado para ese propósito, y los demás, en mula, guiados por un arriero indio que conocía bien el camino. No había reparado en gastos para que su hija y las otras dos mujeres fueran lo más cómodas posible. Porque Irupé había insistido en acompañarlos. Decía que conocía un atajo que acortaba el viaje en varias horas y ahorraría muchas fatigas a Manuela. Cuando Alonso le dijo que bastaba con que se lo indicara al arriero, ella contestó que le apetecía volver a Asunción, después de varios años de ausencia, y pasar allí una temporada visitando a sus viejos amigos. Alonso estaba seguro de que la verdadera razón por la que Irupé insistía en acompañarlos era la preocupación que sentía por la quebrantada salud de Manuela y por la inquietante desaparición de Mario.

«Nos sentimos responsables de la aflicción que sufren. Yo, por haber enviado a los matones tras mi hija sin haber pensado en las consecuencias, e Irupé, por haber roto su promesa de no revelar el origen de Mario. De no haber estado seguros de que eran hermanos, Mario no hubiera huido de la forma en que lo hizo y Manuela no habría salido tras él y no habría sufrido la caída que acabó con su hijo y casi la mata… Y ese chico… Con lo desesperado que estaba, es capaz de haber cometido una locura. Irupé querría que Mario y Manuela aceptaran los designios del destino cuanto antes, renunciaran el uno al otro y volvieran a ser felices… cada uno a su manera. Eso calmaría el desasosiego que la atormenta a ella…, y a Yeruti, y a mí… Todos desearíamos que dos jóvenes dejen de sufrir de inmediato, y eso es imposible. Las heridas tardan en cicatrizar. Algunas no lo hacen nunca».

Así eran los negros pensamientos que afligían a Alonso mientras atravesaba el patio de la misión para avisar a las mujeres de que todo estaba listo para partir.

Sin embargo, se equivocaba en cuanto a las razones de Irupé para acompañarlos.

El segundo día de viaje, Manuela estaba más animada y con las mejillas encendidas por el vívido aire de la sierra tras haber pasado tantos días postrada. Y después de almorzar, antes de que recogieran el mantel, Irupé se acercó a ella:

—La llegada de Mario interrumpió mi relato, y luego el accidente que sufriste me impidió continuar… Es preciso que oigas lo que me queda por contar… Hubo algo más…