REDUCCIÓN FRANCISCANA DE SAN LORENZO DE LA CORDILLERA DE LOS ALTOS DE YBYTYRAPÉ
Dieciséis leguas al este de Asunción. Mes de marzo del Año del Señor de 1588
Irupé interrumpió el relato, y clavó en Alonso sus escrutadores ojos oscuros. Sintió lástima de él. Tenía la mandíbula caída, los párpados semicerrados y las mejillas descolgadas. Como si el dolor lo hubiera ido desfigurando a medida que ella desgranaba los acontecimientos ocurridos treinta y un años atrás. No era para menos. Ana, su adorada mujer, a la que él veneraba hasta la locura, lo había engañado. Y Manuela, su hija, estaba preñada de un hombre de quien sospechaba que era su hermano.
Irupé suspiró con fuerza. Hubiera deseado con toda su alma poder aliviar el dolor de Alonso, pero mucho se temía que lo incrementaría con lo que aún le quedaba por contar.
Alonso salió en ese instante de su ensimismamiento y preguntó:
—Si Antón y Altamirano os pusieron en libertad, ¿por qué no regresasteis inmediatamente a Asunción?
—Mi madre y Ana estaban impacientes por hacerlo, pues llevábamos más de un mes fuera de casa y una ausencia tan prolongada podría dar lugar a murmuraciones. Pero no pudimos. El sueño tan intenso que nos entró después de comer se debía a un narcótico, que nos habían puesto en la bebida. Horas después despertamos las tres en una celda fría como un témpano.
—¿Y Salazar?
—Entonces no lo sabíamos, pero lo habían devuelto al pozo con fray Juan. Andaban escasos de manos y no era cosa de desaprovechar la fuerza del capitán… mientras durase. Porque eran conscientes de que tanto él como el fraile perecerían en unas cuantas semanas, como mucho, de agotamiento, de enfermedad o despeñados.
—¿Por qué a vosotras no os llevaron a la mina?
—Pensaron que éramos mariones, ya que no habíamos sabido encubrir suficientemente nuestras maneras femeninas. Y decidieron utilizarnos para sus ambiciones políticas.
—No comprendo…
—Hacía un par de meses, había llegado a Potosí fray Gerundio de Sotomayor en representación del obispo de Sucre, el gran Domingo de Santo Tomás, que a la sazón se encontraba de viaje en España. Fray Gerundio era un fanático, que se hacía llamar obispo aunque solo era suplente. Su mayor aspiración era convertirse en el gran inquisidor del Nuevo Mundo y organizar un auto de fe. Estaba relacionado con las gentes más poderosas del Perú, por lo que Antón y Altamirano decidieron que su amistad les convenía para sus negocios. Así que le ofrecieron a tres mariones (a mi madre, a Ana y a mí) para darle ocasión de acusarnos de sodomía y organizar un ejemplar auto de fe. Es por eso por lo que nos despertamos en el sótano del convento donde fray Gerundio había establecido un improvisado tribunal.