Nueve


Sol siguió girando en su órbita; rodeó una vez el centro galáctico a lo largo de casi doscientos millones de años, y siguió avanzando.

En su camino acecharon peligros que no amenazaban al astro, sino a la vida en su Tierra. Los asteroides y los cometas fueron cualquier cosa menos fortuitos y lograron desviar a tiempo su trayectoria, antes de impactar. Los guardianes contra las nubes cósmicas volvían cuando se les necesitaba. A veces se producía la explosión de una supernova o una ráfaga de rayos gamma, la colisión de dos estrellas de neutrones, y ocurrían lo suficientemente cerca como para inundar el sistema solar de radiaciones letales. Las unidades de inteligencia los previeron con antelación; la que gobernaba la Tierra dirigió sus máquinas en la construcción de un disco, fabricado a base de material interplanetario, aún mayor que el globo y tan grueso que podía actuar como escudo; lo situó de tal modo que lo protegía del ataque durante el tiempo que fuera necesario. Solo en una ocasión, Sol pasó demasiado cerca de otra estrella. Tardaron un millón de años o más en prepararse para aquello; enfrentarse a sus consecuencias les llevó tres millones.

Hubo otras amenazas que los humanos nunca habían imaginado, pero para entonces las unidades de inteligencia habían alcanzado tal nivel de desarrollo que ya sabían lo que les esperaba y qué era lo que tenían que hacer. Desde luego, no se ocupaban únicamente de la Tierra, que era solo un planeta entre tantos ni, por supuesto, se dedicaban fundamentalmente a ese tipo de planetas. No obstante, el recorrido de Sol por su órbita fue esencialmente pacífico. La galaxia es tan vasta y los miembros que la componen están tan dispersos… La propia Tierra fue la que creó los problemas más habituales: terremotos, erupciones, bruscos cambios climáticos, como las placas de la corteza chocando unas contra otras. Durante un lapso de tiempo la unidad de inteligencia se las arregló para mitigar estos fenómenos, y entonces decidió dejarlos seguir su curso y observar cómo la vida se adaptaba a ellos.

La conciencia se extendió aún más entre las estrellas; al evolucionar, alcanzó una cima aún mayor.

Las estrellas también estaban evolucionando.