Cuatro


Azotado por la tormenta hasta hacer que los hombres tuviesen que bombear sin descanso, el Corcel Gris navegó con dificultad hacia el este siguiendo la costa sur de una tierra extraña. El viento estableció la dirección, ya que el huukin se iba arrastrando tras el barco, tan agotado y hambriento que era mejor que reservase las fuerzas que le quedaban para ocasiones en las que se hiciera más necesario. La orilla tenía un color verde, como de piedras preciosas, salvo en las zonas en las que los árboles la cubrían de motas oscuras, hasta una hilera de suaves colinas. Estaba llena de vida, repleta de manadas pastando y de multitudes aladas en el cielo; sin embargo, ningún viajero había pisado aquellas tierras. Kalava no estaba seguro de que el violento oleaje permitiese el paso de un bote; durante la travesía habían hecho acopio de una pequeña cantidad de agua de lluvia, y la poca que les quedaba en los toneles estaba contaminada.

Se quedó en la proa del barco, mirando hacia delante, con Ilyandi a su lado. El viento, más frío de lo que les tenía acostumbrados, emitía un sonido estridente y ensordecedor, y lanzaba restos de algas bajo un cielo cada vez más encapotado. Las grandes olas tenían un tono verde grisáceo, cubierto por una espuma blanca que se desprendía con las rachas del viento. El barco cabeceaba de un lado a otro mientras crujía.

Con todo, habían tenido cielos despejados con inusitada frecuencia. Ilyandi creía que las nubes (sin duda, vapores que la tierra desprendía por efecto del calor y que volvían a convertirse en agua al ascender, como el vaho de una tetera) tenían más dificultades para formarse en aquel clima. Aunque había estado tan ávidamente concentrada en sus instrumentos y sus cálculos que apenas había dicho una palabra, ahora, por fin, había decidido informar al capitán.

—¿Entonces crees que sabes dónde estamos? —le preguntó con voz ronca.

El rostro delgado, envuelto en la capucha de un manto marcado por el mar, lucía una sonrisa casi imperceptible.

—No, este país me es tan desconocido como a ti. Pero sí, creo que estamos a no más de cincuenta días de marcha de Ulonai; incluso podrían ser solo cuarenta.

Kalava golpeó la borda con el puño.

—¡Por el hacha de Ruvio! ¡Lo estaba deseando! —No podía detener el raudal de palabras que se agolpaban en su boca—. Eso significa que el tiempo nos ha estado sacudiendo arriba y abajo entre las dos líneas de costa. No nos hemos alejado irremediablemente. A partir de ahora, todos los barcos tendrán un paso más fácil. Mira, al principio se puede salir hacia las islas de los Confines y esperar tranquilamente a que el viento sea favorable. El patrón sabrá que tiene que recalar. Lo tendremos dominado después de unos cuantos viajes. Quien lleve un imán consigo acabará llegando a algún lugar cerca de aquí.

—Pero ¿y el anclaje? —preguntó.

Se echó a reír, cosa que no había hecho desde hacía muchos días y noches.

—Respecto a eso…

Un grito del vigía desde el tope interrumpió la conversación. Por debajo de él, los hombres alzaron sus ojos y cundió el pánico.

Cuando todo pasó, había tantas versiones de la historia como personas la presenciaron. Uno decía que un rayo ardiente había atravesado las nubes más altas dejando un rastro atronador. Otro hablaba de una espada tan larga como el casco, que dejaba restos de sangre en la estela que se formaba tras de sí. Un tercero creyó ver una bestia con las fauces abiertas de par en par y que tenía tres colas envueltas en llamas…

Kalava recordaba una lanza rodeada por un torbellino de colores. Ilyandi le dijo, cuando encontraron un breve momento a solas, que a ella le había parecido un proyectil, que se veía a intervalos, tejiendo una red sobre la que había palabras que no pudo distinguir. Todos los testigos estuvieron de acuerdo en que venía de más allá del océano y que se precipitaba a toda velocidad por el cielo tierra adentro, para desvanecerse por detrás de las montañas.

Los hombres se volvieron locos. Algunos corrían gritando sin dirección; otros se lamentaban a los dioses; muchos cayeron al suelo temblando de miedo o se hicieron un ovillo mientras apretaban los ojos con fuerza. No había nadie al timón ni en las bombas, las velas daban bandazos, el barco se bamboleaba a merced de las olas en dirección a los rompientes, mientras el agua entraba a través de vías recientes salpicando cada vez más en el pantoque.

—¡Deteneos! —bramó Kalava. Saltó por la escalera de proa y se situó entre los miembros de su tripulación—. ¿Es que no sois hombres? ¡Poneos en pie o morid!

A golpe de patada y repartiendo bofetadas, devolvió a los hombres a sus puestos. Uno de ellos se abalanzó sobre él con un grito y blandiendo un cuchillo. Kalava se lo quitó de encima con un puñetazo que lo dejó sin sentido. El Corcel Gris volvió a estar bajo control justo a tiempo, ya que estaba demasiado cerca de la costa como para ponerle el arnés al huukin. Kalava se hizo cargo del timón y sacó el barco de allí hasta que estuvo en mar abierto.

Cuando los marinos se recobraron un poco, el silencio se adueñó de la nave. Kalava finalmente cedió su puesto a uno de los timoneles medianamente competentes y, entonces, buscó a Ilyandi para hablar con ella un instante en su camarote. Cuando volvieron a la cubierta de proa reclamó la atención de todos ellos. De pie, uno junto al otro, miraron a los ojos asustados, o aterrorizados, o taciturnos, de los hombres que no estaban ocupados en aquel momento.

—Escuchad lo que os voy a decir —dijo Kalava logrando hacerse oír entre el ruido del viento—, y comunicádselo a los demás. Sé que, si de vosotros dependiera, daríamos media vuelta para volver al sur, pero no podemos. En nuestras condiciones actuales nunca culminaríamos la travesía. ¿Qué preferís, tener la oportunidad de haceros ricos y famosos o morir ahogados con toda seguridad? Tenemos que hacer reparaciones y conseguir provisiones, solo entonces podremos volver a casa como portadores de noticias extraordinarias. ¿Cuándo podremos tenerlo todo listo? Pronto, os lo aseguro, pronto. He estado observando el agua. Mirad vosotros mismos. Está adquiriendo un tono terroso por momentos y hay trozos de plantas flotando en las olas. Eso significa que hay un río, un río grande que desemboca en algún sitio cerca de aquí; y para nosotros eso se traduce en un puerto. Respecto a lo que hemos visto, aquí está la vilku, nuestra señora Ilyandi, que nos puede hablar de ello.

La pensadora de los cielos dio un paso al frente. Se había puesto una túnica blanca limpia con los emblemas de su vocación y en la mano llevaba un cetro rematado con un tótem. Pese a que su voz era débil, se oía sin dificultad.

—Sí, ha sido una visión espantosa y confirma todas esas viejas historias acerca de las apariciones que presenciaron los marineros que se aventuraron, o que se marcharon sin pensarlo, hacia el norte. Pero pensadlo: esos hombres lograron volver a casa. Aquéllos que no lo hicieron debieron de perecer por causas naturales. ¿Por qué iban los dioses o los demonios a destruir a unos y dejar a otros con vida?

»Lo que nosotros hemos visto ha sido un simple fogonazo lejano. ¿Nos estaban ahuyentando? No, porque si supieran tanto sobre nosotros, se habrían dado cuenta de que no podemos volver inmediatamente. ¿Nos han prestado alguna atención? Lo más probable es que no. Ha sido muy extraño, sí, pero eso no significa que suponga una amenaza. El mundo está lleno de rarezas, yo podría contaros cientos de cosas que se han visto en las noches claras durante siglos, rayos abrasadores que caían del cielo o astros con estelas resplandecientes. Nosotros, los vilkui, no entendemos esos fenómenos, pero tampoco los tememos. Les otorgamos el respeto y el honor que merecen como señales de los dioses.

Hizo una pausa antes de finalizar:

—Es más, en los anales secretos de nuestra orden existen narraciones sobre apariciones y fenómenos aún más extraños que éstos. Ahora todo el mundo sabe que, de vez en cuando, los dioses transmiten su palabra a ciertos hombres o mujeres sagrados para que guíen al pueblo. No os contaré cómo se manifiestan, pero sí puedo deciros que lo que ha sucedido hoy no es del todo distinto.

»Por eso, debemos creer que lo que se nos ha concedido es una buena señal.

Continuó con un cántico protector y una invocación de los Poderes. Aquello tranquilizó a la mayoría de los presentes que, después de todo, sentían un considerable temor reverencial hacia ella. Por otro lado, la mayor parte de ellos ya habían navegado con Kalava en otras ocasiones y todo había salido bien, así que convencieron al resto de que debían obedecer.

—Romped filas —dijo el capitán—; venid esta noche, habrá una ración de licor para todos.

Le respondieron con un débil clamor y el barco siguió su rumbo.

A la mañana siguiente, efectivamente, encontraron una bahía amplia y resguardada, de un color pardo debido a los sedimentos. Con el huukin amarrado al navío, entraron con cautela hasta que divisaron el río que Kalava había anunciado. Él mismo se subió a un bote acompañado de unos cuantos hombres audaces para desembarcar en la orilla. En todos los pantanos, praderas y bosques había rastros de abundante fauna. Había algunas plantas irreconocibles, pero otras les eran familiares, entre ellas, algunos frutos comestibles y bulbos.

—Está bien —dijo—. Esta tierra está preparada para que tomemos posesión de ella.

Ningún rayo lo fulminó.

Una vez localizado el emplazamiento más adecuado, remó de nuevo hasta el barco, lo atrajo hasta la orilla con la pleamar y lo hizo encallar en la playa. Se dio cuenta de que a menudo el agua volvía a subir aún más arriba de donde se encontraba, por lo que no habría problema a la hora de volver a botarlo cuando estuviese listo. Iba a ser un proceso largo, pero no tenía ninguna prisa; pensó que lo mejor sería esperar a que su gente montase un buen campamento, que descansase y que se alimentase bien antes de ponerse a trabajar. Los ganchos, las redes y las cañas proporcionarían una buena pesca y algunos de los miembros de la tripulación, al igual que él mismo, también tenían experiencia como cazadores.

Recorrió con la mirada el cauce río arriba, hacia las montañas. Sí, no tardaría mucho en reunir un destacamento para descubrir lo que había más allá.