Ocurrió en un domingo de verano. Un día reluciente, límpido, con un calor seco y hasta agradable en algunos momentos. El río bajaba con poco caudal y durante aquella semana las máquinas de vapor de las diversas factorías dispuestas a lo largo del Llobregat trabajaban al máximo de su capacidad para suplir la carencia de agua. Así lo testimoniaban las columnas de humo negro que exhalaban las altas chimeneas. Ese domingo de estío, sin embargo, el aire era puro y el sol lo atravesaba sin esfuerzo para solaz de quienes precisaran su energía.
Después del episodio de huelga de 1868, habían pasado casi dos años. Las vidas de los miembros de la familia Roca habían transcurrido con sosiego. La relación que Rosendo Xic y Violeta Masdurán iniciaron aquella noche en el Liceo había avanzado al ritmo constante de las estaciones y, a pesar de que en varias ocasiones ella había visitado la casa de los Roca, para Anita siempre era motivo de excitación contar con la compañía de aquel encanto de mujer.
—Es un placer teneros a los dos en casa —dijo Anita en la sala de las butacas, entusiasmada—. Violeta, nos gustaría poder verte más a menudo. ¡No sabes lo seria que es esta casa con tan pocas mujeres!
—A mí también me lo parece. Tendremos que buscar una solución —respondió ella con simpatía mostrando unos dientes blancos acordes con sus labios rosados.
La cabellera castaña clara que enmarcaba su rostro y el parasol blanco a sus pies completaban la figura. Era una joven que cumplía con los cánones de la elegancia burguesa propia de la capital catalana. Pese a que no eran muchas las veces que Anita acompañaba a Álvaro a Barcelona, la hija Roca se dio perfecta cuenta de que el vestido fresco y vaporoso de Violeta no podía haber sido adquirido en una tienda cualquiera.
Rosendo Xic apareció en ese momento por la puerta. Sonreía. Su padre entró tras él, sorprendiendo a los presentes puesto que a esa hora de la mañana solía estar paseando o en la biblioteca. Llevaba un libro en la mano.
Anita enseguida intuyó lo que iba a pasar a continuación. Un sentimiento emotivo la invadió y no pudo por menos que levantarse agitada de su silla y aferrarse con cariño al brazo de su padre. Éste saludó a los recién llegados mediante un respetuoso gesto de cabeza y se sentó en una de las butacas sin hacer apenas ruido. Cuando Anita volvió a su sitio, Rosendo Xic, que se mantuvo de pie, se dirigió a ellos:
—Querida familia, quisiera anunciaros algo. —Hizo una pausa. Pretendía mostrar un gesto serio y formal, pero nada más imposible en ese instante; un atisbo de sonrisa lo delataba—. Después de cuatro años de relación, he pedido a la señorita Violeta Masdurán que se case conmigo.
La mayor de los hermanos Roca sonreía excitada mientras aceptaba con fuerza la mano de Álvaro.
—Y, bien… ella ha aceptado —añadió.
Anita no aguantó más y abandonó de nuevo su asiento para abrazar a su hermano y formularle todo tipo de parabienes.
—Así que nos casaremos el próximo mes de abril —consiguió acabar Rosendo Xic con Anita colgada de su cuello.
—¿Se lo has dicho a Roberto? —preguntó jubilosa.
—Sí, bueno… de hecho ha sido él quien me ha animado a hacerlo. ¿Te lo puedes creer?
—¿Roberto? —respondió su hermana riendo—. Le contestarías que a ver cuándo nos sorprende también él, ¿no?
—Creo que tu hermano pequeño no está muy por la labor de casarse —intervino Álvaro, que se levantó también de su asiento y se acercó a su cuñado para felicitarlo.
Rosendo fue el último en felicitar a su hijo. A pesar de que seguía sin prodigar su palabra, cuando lo abrazó le susurró un «enhorabuena» que provocó en Rosendo Xic un escalofrío de satisfacción. Ninguna bendición podía llegarle más adentro. Después, Anita se acercó a Violeta y tras fundirse también en un abrazo con ella, le cogió la mano y se sentó a su lado. Habría considerado imperdonable no mostrarle su predisposición a ayudarla en los planes para la boda o en cualquier cosa que necesitara.
Entonces Rosendo Xic les preguntó solícito:
—Señoras, ¿me permiten que les robe unos minutos a Álvaro y a padre? Tenemos que hablar de negocios.
—¡Por supuesto! —respondió Anita riendo. La timidez de Violeta contrastaba con la impulsividad de la joven Roca—. La ilusión no se puede ni se debe mezclar con los aburridos asuntos económicos.
Las alegres voces de ambas mujeres se difuminaron cuando los hombres subieron al piso superior. Entraron un par de butacas adicionales al mirador, se quitaron las chaquetas y abrieron los ventanales para que circulara el aire y rebajara un poco la temperatura. Rosendo Xic, Álvaro y Rosendo se sentaron mientras el primero servía una copa de jerez seco a cada uno como aperitivo.
—Álvaro, he estado hablando con Roberto y hemos tomado una decisión que quisiera consultarte. La empresa no puede permanecer quieta: si no se hace crecer, cae. —Miraba a su cuñado a los ojos; tenía toda su atención—. Nuestro desarrollo pasa por la promoción en el extranjero. Cierto es que ya exportamos, pero de ahora en adelante nuestra prioridad será superar las fronteras. Ampliar la cartera de clientes y llegar hasta dónde hoy no llegamos es el desafío de los próximos años.
A Álvaro comenzaron a brillarle los ojos. Suponía que no estaba en esa conversación por casualidad. El heredero Roca continuó:
—Quedan poco más de trece meses para la Exposición General Catalana. Se ha fijado la fecha de la inauguración el veinticuatro de septiembre con motivo de las fiestas de la nueva patraña de Barcelona. Para entonces tendríamos que exhibir nuestras mejores telas a fin de encandilar a los visitantes extranjeros. Roberto tiene en mente un método para conseguir unas filigranas nunca antes hechas a máquina. He visto unas muestras y son impresionantes. Quiero que eso esté listo para la exposición.
—Me parece una excelente idea —dijo Álvaro.
Rosendo Xic se llevó su copa a los labios para permitir que la conversación se asentara. Acto seguido rubricó:
—Necesitamos tu colaboración. Tu formación administrativa es la idónea. Es así de sencillo: eres de la familia y precisamos de tus habilidades; queremos que te unas a nosotros.
El rostro blanquecino de Álvaro se iluminó con el ofrecimiento. De manera inesperada, Rosendo Xic, con el acuerdo de su hermano y el beneplácito del patriarca allí presente, le estaba proponiendo que trabajara junto a los Roca. Sintió una agitación interior que le tonificó todo el ser. Lo necesitaba más que lo agradecía.
—Rosendo, este gesto significa mucho para mí. Por supuesto que podéis contar conmigo. Trabajaré a vuestro lado no sólo con empeño sino también con una gran ilusión. Sabéis que admiro profundamente lo que habéis conseguido y mi reto personal será no desmerecer vuestra confianza.
Rosendo escuchaba a los jóvenes y asentía mientras daba silenciosos sorbos a su copa. Sus hijos estaban haciendo lo correcto, valiéndose por sí mismos y tomando decisiones importantes.
—Pues no se hable más. Manos a la obra cuanto antes.
Álvaro ratificó convencido:
—Estoy ya impaciente. Éste es además un buen momento, aprovechemos que parece haber vuelto la calma al país. —Todos tenían todavía presentes las revueltas populares acaecidas meses atrás por las levas forzosas con destino a Cuba.
—Esperemos que no haya problema en combinar tu colaboración con tu tía y estas nuevas responsabilidades —añadió Rosendo Xic.
—No te preocupes, hoy mismo se lo comunicaré. Cuenta con ello —dijo con voz segura mientras estrechaba fuertemente la mano de Rosendo Xic.
—Empezamos mañana.
Domingo, 7 de agosto de 1870
Amada Ana:
Ha venido a mi memoria la imagen del narval.
Te preguntarás por qué he escrito eso. Hablaré contigo un rato y lo entenderás. Por aquellos azares del destino, obra en mis manos la primera edición de un libro que me tiene subyugado. Jules Verne fue una de las recomendaciones de Henry, ¿recuerdas? Es una maravilla. Jamás he ido tan lejos como lo estoy haciendo esta vez navegando por los océanos a bordo del Nautilus. ¡Qué bello mundo me explica Verne que existe ahí fuera! Y no puedes imaginar cuántos parecidos con nuestra realidad.
Veinte mil leguas de viaje submarino es el título de la historia. He calculado que hay veinte mil golpes de mi pico en cada legua de este relato. Sólo que nuestro mar es otro.
Pienso en Verne. Pienso en qué debe sentirse al escribir una obra como las que he leído de este enigmático francés. ¡Describe aquello que podría existir, pero que jamás ha visto! Dicen los Aldecoa que eso es novedoso y que destila ingenio, que sin duda va a crear un precedente. A mí me gusta porque me vivifica y estoy esperando la siguiente página cuando aún no he finalizado la que estoy leyendo. Cierto es que también disfruto de otro tipo de lecturas que Henry me dijo que tú apreciabas y cuyos retratos permiten conocer mejor a las personas, pero cuando se trata de volar con la imaginación (¡volar o navegar o estar debajo del agua o dentro de la tierra, Ana!) debo confesar mi predilección por el género estimulante de Verne. La imaginación por la imaginación. ¿Soy yo digno de sentirme cerca de ese pensamiento? Quizás es simplemente que la vida propia, tal cual se desarrolla delante de uno mismo, no es suficiente para ciertas personas.
Me acuerdo del libro que me regaló madre. ¡Qué diferente lectura la de aquel héroe perfecto respecto a los múltiples héroes de Verne! En estos últimos años me he dado cuenta de que héroe es para mí todo aquel que vive dignamente. Héroe es el personaje que asumiendo su papel en la historia se entrega honesta y humildemente a ella hasta el final de sus páginas.
Yo veo a conocidos nuestros en esos personajes de los que te hablo. Me veo incluso a mí mismo. Al principio me identifiqué con el comandante Farragut y la tripulación del Abraham Lincoln porque tras meses de perseverante búsqueda pensaron que el monstruo que perseguían no era más que una ilusión. Después me sentí el profesor Aronnax cuando, caído al agua en mitad de la noche, creyó ahogarse hasta morir. ¿Fue el carbón mi mar? ¿Fue Henry mi Consejo, el fiel sirviente del profesor que lo sostuvo durante toda la noche o fue Ned Land el superlativo canadiense, rey de los arponeros, el hombre en quien se puede confiar? «¡Ah, mi buen Ned! Sólo pido vivir aún cien años más para poder recordarte más tiempo», le dice el profesor a Ned en sus pensamientos. ¿No es ésa una frase perfecta, cariño? Creo que la he leído más de cien veces pensando en ti.
Y el capitán Nemo, Ana, qué sutil parecido el de su historia con la soledad que me asola al faltarme tú. Me gustaría pensar que también tengo algo del temperamento y de la determinación capaz de construir algo bueno destinado a una vida distinta, mejor, más organizada, con menos imprevistos… Con el capitán puedo viajar lejos del Cerro Pelado, de Ruñera y de todo lo que conocemos. Embarcarme en el puerto de Barcelona hacia cualquier destino, perderme en la inmensidad azul del mar y los océanos del mundo.
El narval, un animal parecido al que llaman ballena (que apenas he visto en una ilustración) pero dotado de un gran colmillo, es para el profesor Aronnax la encarnación del monstruo perverso. Pero él monstruo no resulta ser tal, al contrario, el engendro de acero es la gran obra del capitán y constituye en sí mismo una puerta a lo no explorado. Álvaro es el narval. Hoy he sido testigo de lo infundado de mis reticencias por su apellido Casamunt; hoy he visto compañerismo real entre él, Rosendo Xic y Roberto. ¡Cuántos años he tardado en descubrir lo mismo que Anita y tú intuisteis enseguida!
No soy más que un viejo minero, Ana, un antiguo campesino con poca formación y con más tesón que inteligencia. Espero que sepáis disculparme. Entretanto, vivo de las lecturas y de los sueños que despiertan. Para mí él silencio, y para él capitán Nemo él cementerio de coral «fuera del alcance de los tiburones y de los hombres».