… todo lo que tiene vida da muestras de satisfacción y parece que las reses que yacen en el suelo tengan elevados y serenos pensamientos. Hay más probabilidades de encontrar semejante paraíso en ese clima puro de octubre al que hemos dado en llamar veranillo de San Martín. El día, inconmensurablemente largo, se duerme en las extensas colinas y los vastos campos cálidos. Haber vivido todas sus soleadas horas es ya ser longevo. Los lugares solitarios no lo parecen tanto. En la linde del bosque, el sorprendido hombre del mundo se ve forzado a abandonar sus baremos urbanos: grande y pequeño, juicioso e insensato. El saco de la costumbre cae de su espalda en cuanto se adentra en este entorno. Hay aquí una santidad que avergüenza a nuestras religiones, una realidad que pone en tela de juicio a nuestros héroes. Descubrimos aquí que la naturaleza es la circunstancia que empequeñece cualquier otra circunstancia y que juzga, como un dios, a cuantos hombres acuden a ella.
RALPH WALDO EMERSON, Naturaleza
¡Sí!, y los poetas mandan al espíritu enfermo a visitar verdes pastos, de la misma manera que a un caballo que cojea se lo saca a la pista sin herrar para que renueve sus cascos. Curanderos a su modo, los poetas sostienen que tanto para corazones apenados como para pulmones doloridos, la naturaleza es el gran remedio. Pero entonces ¿quién dejó que mi cochero muriese congelado allá en la pradera? ¿Y quién tuvo la culpa de que Peter el Salvaje se volviera idiota?
HERMAN MELVILLE, El estafador y sus disfraces