La aldea de El-Mania se encontraba a los pies de una imponente alcazaba y tras murallas provistas de almenas. Orgulloso por la visita del médico venido de tierras lejanas, el caíd los invitó a su castillo y les hizo servir frutas del oasis, cuscús con azafrán y cordero recién carneado. Los ojos del jefe de la aldea brillaban de alegría ante el inesperado cambio; debido a ello y porque confiaba en que los huéspedes le narraran nuevas historias, les adjudicó sus más bonitas habitaciones con terraza y se encargó de que se encontraran a gusto proporcionándoles personalmente varios cojines.
La vida de Mirijam como Azîz, el hijo del hakim, no había variado, debía cumplir con los mismos deberes y tareas que Azîza, la muchacha. Pero estaba encantada con sus cabellos cortos y las prendas prácticas.
Tras descansar durante un par de días, el viejo médico abrió su caja de hierbas y ungüentos curativos y se ocupó de los enfermos de la aldea.
—Alá me proporcionó mi saber y mis poderes —le dijo a Mirijam, que le echaba una mano—. Y dentro de lo posible, los utilizo en provecho de las personas, pero no debemos perder de vista nuestra meta. Aunque aquí el pachá no ejerce su influencia, solo estaremos realmente a salvo cuando hayamos alcanzado Al-Maghrebija, situada más allá al oeste.
Compraron nuevos pellejos de cabra para guardar el agua a los tenderos y artesanos de El-Mania, una silla de montar acolchada para el hakim y también alforjas trenzadas para las provisiones. Además, adquirieron más mantas de pelo de cabra y abundante harina, té y azúcar, algunos sacos de dátiles y de carne seca. Alí el-Mansour era un hábil negociador, pero pagaba con monedas de su talego bien provisto, así que los tenderos no tardaron en tratar de congraciarse con él y se superaban los unos a los otros con seductoras ofertas.
En poco tiempo no solo se hicieron con cuatro fuertes animales más, de modo que su caravana pasó a estar formada por nueve camellos y el médico también logró contratar a dos jóvenes camelleros de la tribu de los beni yenni, dispuestos a emprender el largo camino con ellos.
Con esmero, Mirijam guardó las pertenencias traídas de Tadakilt —además de la ropa y los libros, también las hierbas curativas y los instrumentos para preparar ungüentos y tinturas— en las nuevas alforjas para que todo pudiera ser transportado sin sufrir daños.
—Nada de eso debe perderse —ordenó el hakim—. Todas esas cosas resultarán imprescindibles cuando alcancemos Bereber Amogdul, el nombre por el cual también es conocido el Mogador portugués.
Mogdura, Mogador, Bereber Amogdul: al parecer, dicha ciudad poseía diversos nombres y todos ellos tenían un sonido prometedor.
—¿Dónde están tus utensilios para escribir? Hemos de hablar de ciertos asuntos —dijo el anciano médico, y tomó asiento en su lecho. Tras el esforzado viaje a través del desierto disfrutaba de la comodidad de una cama blanda y tibia y de comidas regulares. Sin embargo, no veía la hora de partir.
Mirijam sacó pluma y papel de la caja y preparó la tinta. Verla realizar dichas tareas casi le rompía el corazón… ¡Cuánto debía afanarse y con cuánto valor soportaba todo ese trajín! Cuando en realidad debería poder hablar sin trabas, hacer preguntas, manifestar su opinión, cantar y reír…
Cuando por fin todo estuvo preparado, ella apuntó las preguntas.
«¿Qué hay en Mogador?».
—Marfil, especias, peces, lana y muchas cosas más. Es un lugar de transbordo, ¿comprendes? Las caravanas de allende el gran océano de sal transportan marfil, plumas de avestruz y oro hasta allí —contestó el viejo.
«¿Qué haremos allí?».
—Alá nos dará un indicio, pero en todo caso supongo que me dedicaré a practicar la medicina. Además, allí viven los músicos gnaoua, ¿recuerdas? Dicen que pueden curar enfermos mediante la música y la danza. Como podrás imaginar, eso me interesa muchísimo.
Mirijam lo contempló con expresión expectante.
—Además, parece que el mar junto a Mogador está habitado por raros moluscos llamados murex o maza de Hércules, que producen un extraordinario tinte. A lo mejor puedo hacer unos experimentos con ellos —prosiguió—. Ya veremos, pero he de confesarte algo más, hija mía. Escucha con atención y reflexiona minuciosamente.
El viejo hakim carraspeó varias veces.
—Como bien sabes, no tengo descendientes. No temas, pequeña, no pretendo hablar de mi muerte, mi hora todavía no ha llegado y con la ayuda de Alá, es muy remota. Pero —dijo, indicando las cajas, sacos y alforjas con un amplio ademán que pronto habrían de ser cargados a lomos de los camellos—, no obstante, me pregunto lo siguiente: ¿a quién he de dejarle mis bienes, mis libros y colecciones, la alcazaba y la aldea? ¿Quién continuará con mis investigaciones cuando yo haya muerto?
Alí el-Mansour cogió las manos de Mirijam, en sus ojos brillaban las lágrimas.
—Eres joven, eres inteligente, sensata y culta y pronto podrás proseguir con mi tarea. Olvida tu tierra natal, pequeña, olvida todo tu pasado y sé mi hija. Sí: eso es lo que deseo, que seas mi hija.
Mirijam lo contemplaba con expresión estupefacta. ¿Su hija? ¿Qué quería decir?
—Has de tener en cuenta que el tiempo está de tu parte, es tu aliado más poderoso por así decir —continuó diciendo el médico, que había reflexionado sobre el asunto—. Un día el pachá actual regresará a la corte del sultán de Constantinopla y a más tardar entonces ya nadie te amenazará de muerte, ¿comprendes? Este pachá supone un peligro para ti, pero otro, ¿que quizá no haga negocios con el abogado? Si no tienen negocios en común significa que no supone un peligro para ti, es así de sencillo.
Al ver que ella empezaba a comprender se frotó las manos.
—Lo que a esas alturas haya sucedido conmigo está en las manos de Alá, porque ya no soy joven —continuó por fin—. Pero entonces tú podrás regresar a Tadakilt y a saber como mi hija y heredera. Podrás hacerte cargo de la alcazaba y del oasis, tendrás tu sustento y estarás a salvo.
El hakim se restregó los ojos; hablar de asuntos personales siempre le resultó difícil, y aún más cuando se trataba de algo que le importaba tanto como el destino de Mirijam.
—Pasarán años antes de que puedas regresar a Amberes sin correr peligro. Y, además, ¿qué harías allí, sola e indefensa? ¿Hacerte cargo de la empresa de tu padre en contra de los deseos del abogado? ¿Cómo impondrías tus pretensiones? Tu seguridad me inquietaría. ¡Ten en cuenta que, según todo lo que hemos averiguado, ese hombre carece de escrúpulos! ¿O acaso esperarás hasta que muera?
Descartó dicha posibilidad con gesto enérgico y se apresuró a poner fin a su discurso antes de que la emoción lo superara.
—Reflexiona sobre mis palabras. Las disposiciones necesarias pueden tomarse con rapidez.
Tras pronunciar esas palabras el viejo médico se puso de pie y, para ocultar su emoción, empezó a hurgar en una de las cajas.
Mirijam también luchaba con las lágrimas. ¡Sîdi Alí quería aceptarla como su hija, quería que ella, la huérfana, fuera su hija! Tuvo que tragar saliva, era como si viera al anciano médico por primera vez: vio un hombre viejo y encorvado de rostro arrugado y quemado por el sol, manos delicadas un poco nudosas y ojos claros que podían resplandecer como los de un joven. Lo observó al tiempo que él hurgaba en el arcón en busca de ungüentos y hierbas. Estaba tenso, lo notó por sus hombros encogidos.
De pronto se le ocurrió una idea y se preguntó si a veces se sentía solitario. Porque en ese caso podía comprender muy bien por qué quería que ella fuera su hija.
Lentamente, con una sonrisa que marcaba profundos hoyuelos en sus mejillas, se acercó a él. Delgada y con la tez bronceada por el sol, permaneció a su lado observando cómo sacaba objetos de la caja con dedos temblorosos. Por fin le cogió la mano y la besó, embargada por la veneración, antes de llevársela al pecho, allí donde palpitaba su corazón.
—Sí, abu, padre —articuló en silencio cuando él la miró—. Me encantaría ser tu hija.
El viejo médico la estrechó entre sus brazos y acarició el gorro de algodón blanco que ella —al igual que cualquier muchacho— llevaba en la cabeza.
—Al-hamdulillah! Gracias a Dios. ¡Cuando emprendamos nuestra nueva vida en Mogador te llamarás Azîza bint el-Mansour, Azîza, la hija de el-Mansour!