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John Matthew se vio obligado a quedarse allí, mientras observaba cómo su shellan cargaba por todo el pasillo con un baúl del tamaño de un coche, acompañada de su hermana… ¡y su madre!

Estaba emocionado por la presencia de las dos hembras, pero no le hacía gracia el peso del baúl. Sin embargo, sabía muy bien que no debía dárselas de Supermán musculoso. Si Xhex necesitaba ayuda, la pediría.

Y, he aquí que su dulce amada era lo suficientemente fuerte para moverlo por su cuenta.

Y eso le excitaba. John, en verdad, se excitaba por cualquier cosa que hiciese ella.

—¿Ya tienes tu ropa lista? —le preguntó Tohrment con tono admonitorio.

John lo miró y notó que el hermano acababa de pasar por una fuerte experiencia emocional. Prácticamente se estaba tambaleando. Pero, a juzgar por su expresión seria, no tenía intención de hacer ningún comentario al respecto.

—Dios, no sé que me voy a poner —dijo John por señas—. ¿Un esmoquin?

—No, te voy a traer lo que necesitas. Espera un momento.

Salió apresuradamente.

John, a la espera, miró a su alrededor. Se fijó en el armario y su cara se iluminó con la sonrisa que últimamente esbozaba casi a todas horas. Se acercó, dejó sobre la cómoda la bolsita roja que tenía en la mano y se detuvo a admirar una prueba fehaciente de su nuevo estado.

Joder, era verdad, Xhex se había mudado con él. Ahora la ropa de su hembra y la suya colgaban del armario, una al lado de la otra.

Extendió la mano y tocó los pantalones de cuero de Xhex, sus camisetas y las fundas de sus armas… y sintió que su felicidad y su orgullo se ensombrecían un poco. Su amada iba a tomar parte en la guerra, como combatiente, hombro con hombro junto a él y los hermanos. Las Leyes Antiguas tal vez lo prohibieran expresamente, pero el Rey Ciego había demostrado que no era un esclavo de las tradiciones, y Xhex ya había probado que podía hacer un excelente papel en el campo de batalla.

Se dirigió a la cama y se sentó. Le angustiaba pensar que ella estaría todas las noches en la calle, rodeada de restrictores.

En fin, a la mierda, no podía impedirlo.

No iba a prohibírselo, no. Ella era quien era, es decir una guerrera.

Ésa era la realidad.

Tras sacudirse esos pensamientos se fijó en la mesita de noche. Abrió el cajón y sacó el diario de su padre; pasó la mano por la tapa de cuero y sintió que la historia desbordaba el terreno de los recuerdos escritos y pasaba al campo de los hechos. Hacía mucho tiempo que otras manos habían sostenido ese libro y habían escrito en sus páginas. Gracias a una serie de afortunadas circunstancias, el diario había llegado a las manos de John.

Por alguna misteriosa razón, esa noche el vínculo que le unía con Darius, su padre, parecía lo suficientemente fuerte como para vencer la brumosa barrera del tiempo y unirlos hasta… Dios, sentía como si fueran una sola persona.

El joven mudo sabía que su padre hubiera sido feliz con todo lo que estaba pasando. Lo sabía con una certeza tal que parecía que Darius estuviera sentado junto a él en la cama.

Darius habría querido que Xhex y él se apareasen. ¿Por qué? No lo sabía… pero era una verdad tan real como los votos que pronunciaría en pocos minutos.

Volvió a inclinarse sobre el cajón y esta vez sacó un pequeño estuche antiguo. Tras levantar la tapa, se quedó mirando un pesado anillo de oro grabado. La joya era enorme y estaba diseñada para la mano de un guerrero. Su superficie brillaba a través de la fina red de rayaduras que cubrían el escudo.

Y le encajaba perfectamente en el dedo índice de la mano derecha.

Súbitamente, decidió que no se lo volvería a quitar, ni siquiera para el combate.

—Él habría aprobado esa decisión.

Los ojos de John brillaron. Tohr acababa de regresar y traía una buena cantidad de prendas de seda negra. Detrás venía Lassiter. El resplandor del ángel caído se derramaba por todas partes, como si el sol se hubiese instalado en el pasillo.

—¿Sabes una cosa? No sé muy bien por qué, pero creo que tienes razón —dijo John por señas.

—Sé que tengo razón. —El hermano se acercó y se sentó en la cama—. Él la conoció.

—¿A quién?

—Darius conoció a Xhex. Él estaba presente cuando nació, cuando su madre… —Hubo una larga pausa, como si Tohr tuviera demasiadas cosas dándole vueltas en la cabeza y estuviera esperando a que las aguas se calmaran—. Cuando su madre murió, Darius llevó a Xhex a una familia que pudiera cuidarla. Él adoraba a esa criatura, al igual que yo. Él le puso el nombre, la llamó Xhexania.

El ataque de epilepsia le sobrevino tan de repente que John no tuvo tiempo de tomar las medidas necesarias para neutralizarlo. En un momento estaba sentado escuchando a Tohr y al segundo siguiente estaba en el suelo, entre incontrolables convulsiones.

Cuando sus neuronas dejaron por fin de bailar rap y sus extremidades se quedaron quietas, John empezó a respirar lentamente por la boca. Tohr estaba a su lado, inclinado sobre él.

—¿Cómo te sientes?

John se incorporó hasta sentarse. Después se restregó la cara y se alegró de que sus ojos todavía funcionaran. Nunca pensó que le aliviaría ver con tanta nitidez la cara de Lassiter.

Luchando aún por dominar las manos, logró decir mediante temblorosas señas:

—Me siento como si acabara de salir de la licuadora.

El ángel caído asintió con seriedad.

—Ése es el aspecto que tienes, desde luego.

Tohr fulminó al ángel con la mirada y luego volvió a mirar a John.

—No le prestes atención, es ciego.

—No, no lo soy.

—Pues lo serás en un minuto si no te callas. —Tohr agarró a John de los brazos y lo ayudó a sentarse de nuevo en la cama—. ¿Quieres tomar algo?

—¿No prefieres un cerebro nuevo? —le ofreció Lassiter.

Tohr se inclinó.

—Por el mismo precio, también lo dejaré mudo, ¿vale?

—Tú siempre tan generoso.

Hubo una larga pausa, que rompió John.

—¿Mi padre la conoció al nacer?

—Sí.

—Y tú también…

—Sí.

Se hizo un silencio. John decidió que algunas cosas era mejor no removerlas. Y ésta era una de ellas, a juzgar por la expresión de solemnidad del hermano.

—Me alegra que lleves puesto su anillo —dijo Tohr abruptamente, al tiempo que se ponía de pie—. En especial en una noche como hoy.

John miró el anillo de oro que se había colocado minutos antes. Estaba perfecto en su mano guerrera. Se diría que era su sitio natural.

—Yo pienso igual —dijo John.

—Ahora, si me disculpáis, me voy a vestir.

Cuando John alzó la mirada y vio a su segundo padre, recordó aquel momento, hacía ya tanto tiempo, en que abrió la puerta de su decrépito apartamento y apuntó un arma arriba, bien arriba, hacia la cara de Tohr.

Y ahora Tohr le había traído la ropa que usaría en su ceremonia de apareamiento.

El hermano esbozó una sonrisa.

—Quisiera que tu padre estuviera aquí para ver esto.

El novio frunció el ceño y dio vueltas al anillo en su dedo, mientras pensaba en lo mucho que le debía a Tohr. Luego, siguiendo un impulso, se puso de pie y abrazó con fuerza al hermano.

Tohr pareció momentáneamente sorprendido, pero luego le devolvió el abrazo.

Cuando John se echó hacia atrás, miró a Tohr a los ojos y dijo:

—Él está aquí. Mi padre está aquí, conmigo.

‡ ‡ ‡

Una hora después, John estaba de pie sobre el suelo de mosaico del vestíbulo, pasando el peso de su cuerpo de un pie al otro, visiblemente nervioso. Iba vestido con el atuendo tradicional de los machos honorables en su ceremonia de apareamiento: pantalones de seda negra que rozaban suelo y camisa suelta, recogida con un cinturón engastado de piedras preciosas que le había entregado el rey.

Se había decidido realizar la ceremonia al pie de las escaleras, en el arco que formaba la entrada al comedor. Las puertas dobles del comedor estaban cerradas, formando una pared provisional, y al otro lado, los doggen preparaban la fiesta.

Todo estaba preparado, la Hermandad formaba una fila junto a él, y las shellans y los otros miembros de la casa estaban reunidos al frente, en amplio semicírculo. Entre los testigos, Qhuinn estaba a un lado, Blay y Saxton al otro. iAm y Trez se encontraban en el centro, como invitados especiales a la ceremonia.

Mirando a su alrededor, John se fijó en las columnas de malaquita, en las paredes de mármol y en las arañas de cristal. Desde que había ido a vivir a la mansión, muchas personas le habían contado lo mucho que su padre habría disfrutado viendo llenas todas las habitaciones de la casa. Habría sido feliz con la mansión llena de vida, de moradores.

Se fijó en el manzano que representaba el mosaico del suelo. Era tan hermoso… Un signo de la primavera, del eterno florecer. Subía el ánimo con sólo mirarlo.

Desde el día en que se había mudado a la mansión, estaba prendado del manzano.

De repente se oyó una exclamación colectiva que lo hizo levantar la cabeza.

¡Ay, querida… Virgen… María… Madre… qué hermosa…!

La mente se le quedó en blanco. Sencillamente en blanco. Sabía que su corazón seguía latiendo porque continuaba de pie, pero poco más.

O tal vez se había muerto y ahora estaba en el cielo.

Sí, podía ser eso.

En la parte superior de la imponente escalera, con la mano apoyada en la dorada barandilla, Xhex estaba sencillamente gloriosa. Resplandecía tanto que todo el mundo quedó perplejo. Y su amado… Imposible explicar cómo quedó su amado.

El vestido rojo le sentaba maravillosamente y el lazo de encaje negro que tenía en la parte de arriba hacía juego, en bellísima sintonía, con el pelo negro y los ojos de plata. La tela de satén rojo caía alrededor de su cuerpo en una cascada deslumbrante.

Cuando sus ojos se cruzaron, Xhex se llevó la mano a la cintura y luego alisó la parte delantera del vestido.

—Ven aquí —dijo John por señas—. Ven aquí conmigo, hembra mía.

Un tenor comenzó a cantar en un rincón. La voz clara de Zsadist se elevaba hacia la imagen de aquellos guerreros que los observaban desde el techo. Al principio John no reconoció la canción… aunque si le hubiesen preguntado su nombre, habría dicho que era algo de Santa Claus, o de Luther Vandross o de Teddy Roosevelt.

Tal vez incluso de Joan Collins.

Pero luego los sonidos se fundieron y John reconoció la melodía. Era All I Want is You, de U2.

La canción que John le había pedido a Zsadist.

El primer paso de Xhex desató las emocionadas lágrimas de las hembras. Y de Lassiter, por supuesto.

Con cada escalón que Xhex bajaba, el pecho de John se inflamaba un poco más, hasta que sintió que no sólo su cuerpo levitaba, sino que también lo hacía toda la gran mansión de piedra.

Al pie de las escaleras, Xhex volvió a detenerse y Beth se apresuró a arreglarle la falda.

La novia se situó al fin frente a Wrath, el Rey Ciego.

—Te amo —dijo John con discretas y tiernas señas.

La sonrisa que ella le dedicó comenzó como un tímido esbozo, pero luego fue creciendo hasta que se expandió por toda su cara y pareció iluminarse. Los colmillos y los ojos brillaban como estrellas en la noche.

—Yo también te amo —le respondió ella modulando las palabras con los labios.

Luego la voz del rey resonó en la gran estancia.

—Escuchad, todos los presentes. Estamos aquí reunidos para ser testigos de la unión de este macho y esta hembra…

La ceremonia siguió su curso. John y Xhex fueron respondiendo tal como debían hacerlo. La ausencia de la Virgen Escribana fue fácilmente subsanada con la declaración del rey de que se trataba de una buena unión. Tras los votos, llegó la hora de ponerse serios.

A una señal de Wrath, el novio se inclinó y puso sus labios sobre los de Xhex, luego retrocedió y se quitó el cinturón de piedras preciosas y la camisa. Sonreía como un maravilloso idiota cuando se los entregó a Tohr y Fritz trajo la mesa con el tazón lleno de sal y la jarra de plata llena de agua.

Wrath desenfundó su daga negra y dijo en voz alta:

—¿Cuál es el nombre de tu shellan?

Entonces John dijo por señas, delante de todos:

—Se llama Xhexania.

Ayudado por Tohr, el rey escribió en su piel la primera letra, copiando el tatuaje que John se había mandado hacer. Y luego los otros hermanos hicieron lo propio, marcando en su piel con las dagas y la tinta de la Hermandad, no sólo los cuatro caracteres en Lengua Antigua, sino los adornos que el artista había dibujado alrededor. Con cada corte, John se inclinaba más hacia aquel manzano, soportando el dolor con orgullo y negándose a expresar la más mínima queja. Constantemente miraba a Xhex. Ella estaba frente a las hembras y los otros machos, con los brazos a lo largo del cuerpo y, en la cara, una expresión de solemnidad y aprobación.

Cuando la sal cayó sobre las heridas, John apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula crujió y el sonido se impuso a los demás ruidos de la sala. Pero ni siquiera en ese momento soltó una maldición ni un jadeo, a pesar de que la agonía lo torturaba y nublaba su vista.

Cuando se incorporó, el grito de guerra de la Hermandad y de los soldados de la casa resonó por toda la mansión. Tohr limpió el tatuaje con un trozo de lino blanco. Cuando terminó, puso la tela dentro de una caja negra lacada y se la entregó a John.

Luego el novio se puso de pie y se aproximó a la novia con el aire arrogante de un macho en la flor de la vida, un macho que acababa de afrontar una prueba difícil y había salido victorioso. Al llegar frente a ella, se arrodilló de nuevo, agachó la cabeza y le ofreció la caja negra, en espera de que ella la recibiera o la rechazara. Según la tradición, si aceptaba la caja, lo aceptaba a él.

Xhex no esperó ni un segundo.

Recibió la caja enseguida y entonces John la miró. Tenía un par de preciosas lágrimas rojas en los ojos, mientras acunaba contra su corazón la caja que contenía el símbolo de su promesa.

La concurrencia prorrumpió en aclamaciones. John se puso de pie y alzó a su shellan en brazos. Se besaron apasionadamente, y luego, ante el rey y su hermana, y sus mejores amigos, y toda la Hermandad, llevó a su hembra hasta las escaleras por las que había bajado.

Sí, a continuación habría una fiesta en su honor, pero el macho enamorado que llevaba dentro necesitaba marcar su territorio cuanto antes.

Tiempo habría de bajar a comer e incorporarse a la fiesta.

Ya iban llegando arriba cuando se oyó la voz de Hollywood.

—Joder, yo quiero volver a hacerme el mío con algunos de esos arabescos.

—Ni lo sueñes, Rhage —fue la respuesta de Mary.

—¿Ya podemos comer? —preguntó Lassiter—. ¿O hay alguien más dispuesto a que lo rajen?

La fiesta comenzó. Las voces, las risas y las notas de Young forever, de Jay Z, llenaron el aire. Al llegar arriba, John se detuvo un momento y miró hacia abajo. Lo que vio, unido a la hembra que tenía en los brazos, lo hizo sentirse como si acabara de llegar a la más alta cima, a lo alto de una enorme montaña que siempre había considerado inalcanzable.

La voz ronca de Xhex culminó su excitada felicidad.

—¿Vas a quedarte ahí pasmado o me has traído aquí arriba para algo?

John la besó. Siguieron con las lenguas entrelazadas hasta que llegaron a la habitación de… la habitación de los dos.

John depositó a Xhex sobre la cama. Se miraron, entregándose uno a otro en silencio.

Pero John se dio la vuelta, lo que sorprendió a la novia.

Tenía que entregarle el regalo que le había comprado.

Cuando regresó a la cama, llevaba en sus manos la bolsita roja de Reinhardt’s.

—Fui criado por humanos y, cuando ellos se casan, el macho le entrega a la hembra un símbolo de su afecto. —De repente se puso nervioso—. Espero que te guste. Traté de elegir lo mejor para ti.

Xhex se incorporó. Las manos le temblaron un poco cuando sacó un estuche largo y delgado.

—¿Qué es esto, John Matthew?

La exclamación de sorpresa de Xhex al abrir el estuche fue el mejor regalo para su macho enamorado.

John estiró la mano y sacó la gruesa cadena de su lecho de terciopelo. El diamante cuadrado que colgaba en el centro de los eslabones de platino era de no sabía cuántos quilates, John no entendía muy bien lo que eso significaba. Lo único que le importaba era que la maldita piedra era tan grande y brillante que podía verse desde Canadá.

John quería que se supiera que Xhex tenía dueño. Y si su fragancia de macho enamorado no llegaba a alcanzarla en algún momento, el brillo del diamante sí podría evocarle su existencia.

—No te he comprado un anillo porque sé que vas a seguir peleando y no querrás tener nada en las manos. Si te gusta, me encantaría que lo llevaras siempre al cuello.

Xhex le tapó la cara con las manos y luego lo besó tan larga y profundamente que le dejó sin respiración.

—Nunca me quitaré la cadena. Jamás.

John la besó y se echó suave y apasionadamente sobre ella, empujándola contra las almohadas, mientras sus manos buscaban los senos, se metían debajo de las caderas. Exploraba, excitado, ilusionado, maravillado, bajo el bello satén rojo.

Enseguida encontró el camino.

El vestido era bellísimo. Y lucía mejor sobre la cama, porque allí no tapaba el maravilloso cuerpo de Xhex.

John le hizo el amor a su hembra lentamente, regocijándose en la contemplación de su cuerpo, acariciándola con las manos, la boca, el alma. Cuando finalmente se unieron, el encuentro fue tan perfecto, el momento tan oportuno, que sencillamente se quedó inmóvil. La vida había sido una excusa, un simple medio para llevarlos hasta aquel instante glorioso.

Y en la gloria vivirían de ahora en adelante.

—Entonces, John… —Xhex habló con voz sugestiva.

John le dijo que siguiera con una mirada llena de amor.

—Estaba pensando en hacerme un tatuaje yo también. —Al ver que él ladeaba la cabeza, le acarició los hombros con suavidad—. ¿Qué te parece si vamos a ese lugar donde hacen tatuajes y hago que me graben tu nombre en la espalda?

El éxtasis, la semilla que salió de John e inundó el cuerpo de Xhex fue una respuesta más que elocuente.

Xhex soltó una carcajada feliz.

—Tomaré eso como un sí…

Claro que es un sí, pensó John, penetrándola.

Después de todo, lo que es bueno para el macho es todavía mejor para la hembra.

John adoraba la vida, y a todos los habitantes de aquella casa, y a toda la gente honorable que había en todos los rincones del mundo. El destino no era fácil, pero al final ofrecía su recompensa.

Con el tiempo, todo lo que pasaba era exactamente lo que debía pasar.