73

Más tarde Xhex pensaría en que las cosas buenas, al igual que las malas, venían siempre en paquetes de tres.

De todas formas, hasta entonces no había tenido esa experiencia. Es decir, no es que no hubiese recibido paquetes de tres cosas, sino que no había recibido cosas buenas. Ni de tres en tres, ni de dos en dos, ni de una en una.

Gracias a la sangre de John Matthew y al cuidadoso trabajo de la doctora Jane, la guerrera estaba en perfectas condiciones a la noche siguiente de su enfrentamiento con Lash. Sabía que había vuelto a su estado normal porque se había puesto de nuevo sus cilicios. Y se había cortado el pelo. Y había estado en su cabaña del río Hudson, para recoger ropa y armas.

Y además se había pasado cerca de cuatro horas haciendo el amor con John.

También había tenido una reunión con Wrath. Al parecer, tenía un nuevo empleo: el gran Rey Ciego la había invitado a luchar hombro con hombro con la Hermandad. Al ver su asombro inicial, el rey insistió en que las habilidades de Xhex supondrían una gran aportación a su fuerza de combate.

No tardó mucho en aceptar, porque, joder, lo de matar restrictores era muy tentador.

En realidad era una gran idea.

Xhex estaba feliz con la idea.

Y hablando de buenas ideas, también se había mudado para vivir con John, como debía ser. En el armario, los pantalones de cuero y las camisetas forradas de la hembra estaban colgados ahora al lado de las del macho. Las botas de ambos formaban una sola línea. Todos los cuchillos, pistolas y demás elementos de combate de uno y otra estaban bajo llave en el armario blindado.

En el mismo lugar, la munición de la pareja.

Todo muy romántico.

La vida continuaba.

Aunque durante la última media hora, se había visto obligada a permanecer sentada en aquella cama enorme, mientras se restregaba las sudorosas palmas de las manos contra el cuero de los pantalones. John se ejercitaba abajo, en el centro de entrenamiento, antes de la ceremonia. Ella se alegraba de que se mantuviese ocupado.

Porque no quería que la viera así de nerviosa.

Resultaba que, aparte de la fobia a los médicos, clínicas y demás, parecía que Xhex tenía otra lacra psicológica. La idea de ser el foco de atención de mucha gente durante su ceremonia de apareamiento le provocaba ganas de vomitar. En el fondo, aunque no se le había ocurrido que pudiera sucederle, no le extrañaba mucho. Después de todo, en su profesión de asesina era fundamental permanecer oculta, lejos de las miradas de los demás. Y siempre había sido una chica introvertida, tanto por las circunstancias de su vida como por su personalidad.

Xhex se recostó en los almohadones y apoyó la cabeza en la cabecera de la cama, cruzó los pies a la altura de los tobillos y buscó el mando a distancia. La pantalla plana se encendió en cuestión de segundos. Comenzó a pasar canales más o menos al mismo ritmo que latía su corazón.

Su estado de ansiedad no sólo se debía a la timidez. Además, casarse la hacía pensar en cómo habrían sido las cosas si hubiera llevado una vida normal. En ocasiones como la del apareamiento oficial, la mayor parte de las hembras se ponían hermosos trajes, especialmente confeccionados para la ocasión, y se adornaban con las joyas de la familia. Se morían por presentarse ante sus prometidos del brazo de sus orgullosos padres. En la llegada a la ceremonia y durante el intercambio de votos, las madres de los contrayentes gimoteaban impepinablemente.

Pero Xhex subiría sola hasta el altar vampírico, con unos pantalones de cuero y una camiseta sin mangas, porque ésa era la única ropa que tenía.

Mientras los canales pasaban a velocidad de vértigo frente a sus ojos, la distancia entre ella y lo «normal» le parecía abismal, absolutamente insalvable. No podía cambiar su turbulento y extraño pasado. Todo, su desdichado nacimiento, su naturaleza mestiza, la pesadilla de los remotos tiempos de la cabaña, lo que le había sucedido desde que salió de aquella misma cabaña… todo eso estaba escrito en la fría piedra del pasado y era inalterable.

Nunca cambiaría.

Al menos sabía que la maravillosa pareja que había tratado de criarla como si de verdad fuera su hija, finalmente había tenido un hijo de su propio linaje, un hijo que se había vuelto un macho fuerte, se había apareado bien y les había dado nietos.

Gracias a eso, dejarlos fue mucho más fácil.

El resto de su vida, excepto el encuentro con John, había sido un camino mucho menos feliz. Dios, también eso estaba en el origen de sus nervios. ¡No estaba acostumbrada a los acontecimientos dichosos! El apareamiento con John casi era demasiado bueno para ser cierto…

De pronto frunció el ceño y se enderezó. Luego se restregó los ojos.

No podía estar viendo lo que creía estar viendo en la pantalla.

No era posible.

Nerviosa, por supuesto, subió el volumen del televisor.

«El fantasma de Rathboone acecha en los pasillos de su mansión de la Guerra Civil. ¿Qué secretos podrá desvelar nuestro equipo de Paranormal Investigators durante su investigación?».

La voz en off se desvanecía mientras la cámara se fijaba en el retrato de un macho de pelo negro y unos ojos oscuros que parecían embrujados.

Xhex había visto esa cara en otra parte.

Entonces dio un salto y se acercó corriendo a la televisión, como si eso sirviera de algo.

Murhder.

La cámara volvía a alejarse para mostrar un hermoso salón y luego imágenes de los jardines de una mansión señorial pintada de blanco. Se anunciaba un programa especial en directo, durante el cual iban a tratar de captar imágenes del fantasma de un abolicionista de la Guerra Civil, que, según muchos testimonios, todavía deambulaba por los pasillos y los jardines del lugar donde había vivido.

Prestó atención para ver si decían dónde estaba la mansión.

A las afueras de Charleston, Carolina del Sur. Allí era donde estaba. Tal vez ella podría…

Xhex comenzó a restregarse otra vez los pantalones. Respiró hondo. Su primer impulso fue correr hasta allí, hasta Charleston, para ver por sí misma si se trataba de su antiguo amante o de un fantasma de verdad, o del montaje de unos hábiles productores de televisión que buscaban mucha audiencia con pocos escrúpulos.

Pero la sensatez se impuso y enseguida dominó aquel primer impulso. La última vez que había visto a Murhder, éste le había dejado muy en claro que no quería tener nada que ver con ella nunca más. Además, que un viejo retrato se pareciese a Murhder, no quería decir que estuviera viviendo en aquella vieja mansión, montando un numerito al hacerse pasar por fantasma.

Era un retrato viejo, sí, pero había que reconocer que también maravilloso.

Y también había que reconocer que eso de asustar a los humanos era típico de Murhder.

Mierda, ojalá se encontrara bien. De todo corazón. Y si no estuviera convencida de que sería muy mal recibida, habría hecho el viaje.

A veces, lo mejor que podemos hacer por alguien es mantenernos alejados de él. Además, ella le había dado su dirección de la cabaña sobre el Hudson. Así que sabía dónde buscarla, y nunca lo hizo.

Dios, sí, Xhex esperaba que estuviera bien.

Un golpe en la puerta la hizo volver la cabeza.

—¿Sí? —dijo Xhex.

—¿Puedo entrar? —preguntó una profunda voz masculina.

La novia guerrera se puso de pie y frunció el ceño al ver que no parecía la voz de un doggen.

—Sí. Está abierto.

La puerta se abrió de par en par y apareció… un baúl, un baúl ropero. Un baúl Louis Vuitton de otra época. Y Xhex supuso que lo transportaba un hermano, a juzgar por las botas de combate y los pantalones de cuero que asomaban por debajo del armatoste.

A menos que Fritz hubiese engordado cincuenta kilos y renegado de su estilo de vida para adoptar uno similar al de V, era sin duda un hermano.

El baúl descendió lo suficiente para que Xhex alcanzara a ver la cara de Tohrment. Tenía una expresión seria; pero, claro, el hermano nunca había sido la alegría de la huerta. Y era lógico, teniendo en cuenta cómo le había ido en la vida.

Tohrment resopló e inclinó la cabeza hacia el enorme baúl.

—Te he traído una cosa. Para tu ceremonia de apareamiento.

—¡Caramba! John y yo no hemos hecho lista de boda. —Le hizo un gesto para que pasara—. No parece probable que en Crate and Barrel vendan armas. Pero muchas gracias.

El hermano atravesó la puerta y puso el baúl en el suelo. Medía aproximadamente un metro y medio de largo por un metro de ancho.

Durante el silencio que siguió, los ojos de Tohrment estudiaron los rasgos de la cara de Xhex y ella volvió a tener la extraña sensación de que el hermano sabía muchas cosas sobre ella.

Tohrment carraspeó.

—Según la tradición, la familia de la hembra tiene que aportar el vestido para la ceremonia de apareamiento.

Xhex volvió a fruncir el ceño. Y luego sacudió la cabeza.

—No tengo familia.

Dios, esa mirada seria e inquisitiva de Tohr la estaba poniendo muy nerviosa. Su naturaleza symphath trató de penetrar en el patrón emocional del hermano, para estudiarlo e interpretarlo.

Lo que vio no tenía mucho sentido. El dolor, el orgullo, la tristeza y la felicidad que Tohr parecía estar sintiendo, todo a la vez, serían sentimientos comprensibles si él la conociera de antes. Pero, si no estaba equivocada, eran unos completos desconocidos.

En busca de respuestas, Xhex fue más allá, trató de penetrar en la mente y los recuerdos de Tohr… pero él había cerrado muy bien las puertas de su psique, para impedir que entrara en su mente. En lugar de leer los pensamientos de Tohr, vio una escena de Godzilla.

—¿Qué tienes que ver tú conmigo? —preguntó Xhex en un susurro.

El hermano hizo una seña con la cabeza hacia el baúl.

—Te he traído ropa.

—Bueno, sí, gracias, pero lo que más me interesa es el porqué. —Aquellas palabras sonaban mal, por ingratas, pero los buenos modales nunca habían sido la especialidad de la asesina—. ¿Por qué habrías de molestarte en traerme ropa para mi apareamiento?

—Las razones particulares no son relevantes, pero existen, y son más que suficientes. —Tohr no tenía intención de darle explicaciones—. ¿Me permites mostrarte lo que he traído?

Normalmente, esa situación sería completamente inaceptable para ella, tan enemiga de lo convencional, siempre tan atenta a no parecer una débil hembra, pero aquél no era un día normal ni se encontraba en un estado de ánimo normal. Y, además, Xhex tuvo la extraña sensación de que, con su bloqueo mental, en realidad Tohr la estaba protegiendo a ella. Protegiéndola de recuerdos que temía que la lastimaran profundamente.

—Sí, está bien. —Xhex cruzó los brazos sobre el pecho, incómoda—. Ábrelo.

Tohr se arrodilló frente al baúl y sacó una llave de bronce de su bolsillo trasero. Se oyó un «clic». Luego Tohr abrió los pasadores de la parte superior e inferior y le dio la vuelta al baúl.

Pero no lo abrió enseguida. Antes, sus dedos se deslizaron con reverencia por los bordes del enorme objeto, mientras su patrón emocional parecía a punto de derrumbarse debido al dolor que sentía.

Preocupada por el estado mental de Tohr y el sufrimiento que esperaba, Xhex levantó una mano para detenerlo.

—Espera. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

En ese momento Tohr abrió el baúl.

Por la alfombra se esparció una prenda de satén rojo como la sangre.

Se trataba de un traje de gala para la ceremonia de apareamiento. Uno de esos vestidos que pasa de generación en generación. De esos que te cortan el aliento aunque no seas muy dada a ese tipo de frivolidades.

La guerrera miró al hermano, que tenía los ojos fijos en la pared del fondo. Su rostro expresaba resignación, como si todo aquello fuera algo que no le gustaba, pero que no tenía más remedio que hacer.

—¿Por qué me traes esto? —susurró Xhex, creyendo saber de qué se trataba. No conocía mucho a Tohr, pero era muy consciente de que su shellan había sido asesinada por el enemigo. Y ése debía de ser el vestido de Wellesandra—. Te estás muriendo por dentro.

—Porque una hembra debe tener un vestido apropiado para subir… hasta el… —Tohr tuvo que tragar saliva—. La última en usar este vestido fue la hermana de John, el día de su ceremonia de apareamiento con el rey.

Xhex entornó los ojos.

—¿Entonces esto es un regalo de parte de John?

—Sí —respondió el hermano con voz ronca.

—Mentira. No pretendo faltarte al respeto, pero tú no me estás diciendo la verdad. —Xhex bajó la mirada hacia el satén rojo—. Es increíblemente hermoso. Pero no entiendo la razón por la que has aparecido aquí esta noche para ofrecérmelo. Tus emociones son demasiado personales en este preciso momento. Ni siquiera puedes mirar el vestido de reojo.

—Mis razones son privadas. Pero sería un gran detalle que aceptaras usarlo para la ceremonia.

—¿Por qué es tan importante para ti?

Una voz femenina los interrumpió.

—Porque estuvo presente desde el mismo comienzo.

La hembra se giró. Desde el umbral los contemplaba una figura envuelta en una túnica negra. Lo primero que Xhex pensó era que se trataba de la Virgen Escribana… pero no se veía ningún resplandor debajo de la túnica.

Luego desveló el patrón emocional de esa hembra, y vio que era una copia exacta del suyo propio.

Eran idénticos.

La figura comenzó entonces a avanzar arrastrando los pies. Para su propia sorpresa, Xhex retrocedió y tropezó con algo. Perdió el equilibrio, trató de agarrarse a la cama pero no la alcanzó, y terminó aterrizando en el suelo, de culo.

Sus patrones emocionales eran absolutamente idénticos, no por la coincidencia de emociones, sino por la similitud de la estructura misma.

Idénticos, como los de madre e hija.

La hembra misteriosa levantó las manos hacia la capucha y lentamente se descubrió la cara.

—Por Dios santo.

La exclamación fue de Tohrment y el sonido de su voz hizo que la hembra fijara en él sus ojos grises como el acero. Luego le hizo una lenta reverencia.

—Tohrment, hijo de Hharm. Uno de mis salvadores.

Xhex apenas se dio cuenta de que el hermano se había apoyado sobre el baúl, como si le flaquearan las piernas. Pero lo que realmente la tenía fascinada eran los rasgos de aquella hembra. Eran tan parecidos a los suyos, más redondeados, más delicados, sí, pero la estructura ósea era la misma.

—Madre… —susurró Xhex, tras tener algo muy parecido a una revelación.

Cuando los ojos de la hembra volvieron a clavarse en ella, la desconocida miró la cara de Xhex con la misma atención que la miraba ella.

—En verdad eres hermosa.

Xhex se llevó la mano a la mejilla.

—¿Cómo es posible?

Tohrment parecía en estado de shock cuando preguntó:

—Sí, ¿cómo es posible?

La hembra avanzó un poco, cojeando, lo cual impulsó enseguida a Xhex a querer saber quién o qué le había hecho daño. Aunque nada de eso tenía sentido: le habían dicho que su verdadera madre había muerto al dar a luz, por Dios santo. Sin embargo, no quería que aquella triste y adorable criatura sufriera ningún daño.

—La noche en que naciste, hija mía, yo… yo encontré la muerte. Pero cuando traté de entrar en el Ocaso, no me dejaron pasar. La Virgen Escribana, en su infinita bondad, me permitió recluirme en el Otro Lado y allí he permanecido todo este tiempo, sirviendo a las Elegidas como castigo por mi… muerte. Todavía estoy al servicio de una Elegida y he venido aquí para acompañarla y cuidarla. Pero, en realidad, he llegado a este mundo para verte por fin en persona. Desde hace mucho tiempo te observo y rezo por ti desde el santuario… y ahora que finalmente te veo por fin, compruebo que hay muchas cosas que tendrás que considerar, muchas explicaciones que tendrás que oír, y mucha rabia que… Pero si estás dispuesta a abrirme tu corazón, me gustaría forjar un vínculo afectivo contigo. Aunque puedo entender que sea demasiado tarde…

Xhex parpadeó. Era lo único que podía hacer. Estaba conmocionada y sentía hondamente la profunda pena que agobiaba a aquella hembra.

Al cabo de unos instantes, en un intento de entender algo, cualquier cosa, trató de penetrar en la mente de la hembra que tenía frente a ella, pero no llegó muy lejos. Cualquier pensamiento o recuerdo específico estaba bloqueado, al igual que le había ocurrido con Tohrment. Tenía un contexto emocional, sí, pero carecía de detalles.

Sin embargo, sabía que la hembra decía la verdad.

Y aunque en muchas ocasiones se había sentido abandonada por la hembra que la había traído al mundo, no era estúpida. Las circunstancias de su concepción, teniendo en cuenta quién había sido su progenitor, no podían haber sido felices.

Más bien debieron de ser terribles.

Xhex siempre había presentido que fue una maldición para su madre, y por eso ahora, cuando estaba cara a cara con quien la había traído al mundo, no sentía animadversión hacia la figura inmóvil y tensa.

Xhex se puso de pie y, al hacerlo, percibió la desesperación y la incredulidad de Tohrment, emociones que ella también estaba experimentando.

No estaba dispuesta a perder aquella oportunidad, el regalo que el destino le había hecho en la noche de su apareamiento.

Así que atravesó la habitación caminando muy despacio, y al llegar hasta donde estaba su madre notó que era mucho más bajita, más delgada y más tímida que ella.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Xhex con voz ronca.

—Soy… N’adie —respondió—. Soy N’adie…

De repente se oyó un silbido que atrajo la atención de todo el mundo hacia la puerta. John estaba de pie en el umbral, con su hermana, la reina, a su lado y en la mano una pequeña bolsa roja marcada con un sello que decía «Marcus Reinhardt Joyeros, Est. 1893».

Así que en realidad no estaba en el gimnasio. Había salido con Beth al mundo humano para comprarle un anillo de compromiso.

Xhex miró a su alrededor y observó el cuadro que componían todos ellos: Tohrment, de pie junto al baúl LV, John y Beth en la puerta, N’adie junto a la cama.

Entonces pensó que recordaría este momento para siempre. Y aunque tenía en su cabeza más preguntas que respuestas, en su alma encontró la fuerza necesaria para contestar a la pregunta muda de John acerca de quién era su misteriosa invitada.

De hecho, gracias a él pudo responder. Gracias a su lema: mirar siempre hacia delante. Había muchas cosas en el pasado que era mejor no remover. Era preferible dejarlas en los anales de la historia. Allí, en medio de aquella habitación, rodeada de toda esa gente, Xhex necesitaba mirar hacia delante.

Así que tomó aire y dijo con voz clara y fuerte:

—John, ésta es mi madre. Y me acompañará durante nuestra ceremonia de apareamiento.

El novio parecía completamente desconcertado, pero se repuso rápidamente. Y como el perfecto caballero que era, se acercó a N’adie y le hizo una reverencia. Después dijo algo por señas, que Xhex tradujo con voz ronca.

—Dice que te da las gracias por tu presencia aquí esta noche y que siempre serás bienvenida en nuestra casa.

N’adie se cubrió la cara con las manos, obviamente turbada por la emoción.

—Gra… cias. Gracias.

Xhex no era muy dada a los abrazos, pero sujetaba a la gente de maravilla, así que enseguida agarró el delgado brazo de su madre para que no se cayera al suelo.

—Está bien —le dijo a John, que obviamente estaba preocupado por haber perturbado de esa manera a N’adie—. Espera, no mires ahí, no puedes ver mi vestido.

John se quedó paralizado.

—¿Vestido? —preguntó modulando la palabra con los labios.

Era difícil discernir qué era más sorprendente: que su madre apareciera por primera vez en trescientos años, o que ella aceptara embutirse en un vestido de gala.

Nunca sabes adónde te va a llevar la vida.

Y a veces, las sorpresas no son del todo malas, en absoluto.

En primer lugar, John.

En segundo lugar, un vestido.

En tercer lugar, su madre.

Desde luego, era una buena noche, una noche muy buena en verdad.

—Bueno, ahora hay que ponerse en marcha —dijo Xhex, acercándose al baúl y guardando el vestido—. Necesito vestirme. No quiero llegar tarde a mi propia ceremonia de apareamiento.

Mientras sacaba el baúl de la habitación, después de rechazar la ayuda de los machos, Xhex pidió a N’adie y Beth que la acompañaran. Después de todo, tratándose de su madre y de la hermana de John, lo mejor era que todos comenzaran a conocerse… y qué mejor manera de hacerlo que ayudándola a prepararse y vestirse para su futuro hellren.

Para su macho honorable.

Para el amor de su vida.

Esa noche era, en realidad, lo mejor que le había pasado en la vida.