69

Xhex se despertó sola en el cuarto contiguo a la sala de cirugía y, sin embargo, sintió que John no estaba lejos.

El deseo de encontrarlo le dio la fuerza que necesitaba para incorporarse y bajar las piernas de la cama. Mientras esperaba a que el ritmo de su corazón se estabilizara después del esfuerzo, se dio cuenta de que la bata de hospital que llevaba puesta tenía un dibujo de corazones. Pequeños corazones azules y rosa.

El enorme agotamiento impidió que reuniera las fuerzas suficientes para sentirse ofendida por aquel detalle tan cursi y tan femenino. La herida del costado la estaba matando. Además, la torturaban pinchazos y picores por todas partes.

Tenía que encontrar a John.

Echó un vistazo a su alrededor. Vio que el catéter que tenía en el brazo estaba conectado con una bolsa que colgaba del monitor que había sobre la cabecera de la cama. Mierda. Lo que necesitaba era uno de esos atriles con ruedas en los que solían poner el suero. Le vendría bien, de paso, para usarlo de agarradera y mantener el equilibrio.

Cuando finalmente descargó el peso de su cuerpo sobre los pies, se sintió aliviada. No se había caído de bruces. Y, después de tomarse un minuto para orientarse, agarró la bolsa de suero y se la llevó, al tiempo que se felicitaba por ser tan buena paciente.

La bolsita hasta parecía una especie de bolso. Tal vez estaba creando tendencia, una nueva moda.

Xhex salió por la puerta que llevaba directamente al pasillo, en lugar de hacerlo por la que pasaba por la sala de cirugía. La presencia de John junto a la doctora Jane durante la operación la había ayudado a controlar su fobia, desde luego, pero ya tenía suficientes cosas en la cabeza como para aparecer en mitad de otra sesión de cirugía… y sólo Dios sabía qué le estarían haciendo a esa pobre hembra que habían ingresado poco después que a ella.

Se detuvo cuando puso el primer pie en el pasillo.

John estaba al fondo de éste, junto a la puerta de vidrio de la oficina, y observaba fijamente la pared que tenía frente a él. Tenía los ojos clavados en las grietas que se veían en el cemento. Su patrón emocional amortiguado. Parecía que se le había apagado el instinto.

John estaba de duelo.

No estaba seguro de si ella viviría o moriría, pero ya tenía la sensación de haberla perdido.

—¡John!

El joven volvió la cabeza.

—Mierda —dijo por señas, y se apresuró a acercarse—. ¿Qué diablos haces levantada?

La hembra comenzó a caminar en dirección a su macho, que se precipitó a sujetarla.

Xhex lo detuvo y negó con la cabeza.

—Tranquilo, estoy bien, no me voy a caer…

Pero en ese momento se le doblaron las rodillas y lo único que evitó que sus huesos dieran con el suelo fueron los brazos de John, igual que en el callejón, cuando Lash la había apuñalado.

En aquel terrible instante también la salvó de caer al suelo.

Con firmeza pero con suavidad, John la llevó de regreso a la sala de recuperación, la ayudó a meterse en la cama y volvió a colgar en su sitio la bolsa de suero.

¿Cómo te encuentras?

En ese momento Xhex lo vio tal como era, en toda su plenitud: el guerrero y el amante, el alma perdida y el líder, el macho enamorado que, sin embargo, por amor, estaba preparado para dejarla marchar.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Xhex, a pesar de que le dolía la garganta—. Allá, en el callejón. ¿Por qué me dejaste matarlo?

Los maravillosos ojos azules de John se clavaron en los suyos. Se encogió levemente de hombros.

—Quería que tuvieras tu oportunidad. Era más importante que tú tuvieras esa… sensación de clausura, creo que la llaman. Hay muchas cosas, muchas heridas en este mundo que nunca se cierran, y tú te merecías esa satisfacción.

Xhex se rió.

—Aunque parezca extraño, eso es lo más considerado que alguien ha hecho por mí en la vida. Y lo más bonito.

Un fugaz rubor pintó las mejillas de John, creando un encantador contraste con su poderosa y viril mandíbula.

Para ella, en realidad, cualquier cosa relacionada con John era atractiva.

—Así que, gracias —murmuró Xhex.

—Bueno, ya sabes, no eres una hembra a la que un chico pueda llevar flores. Te gustan otro tipo de regalos.

La sonrisa de Xhex desapareció.

—No podría haberlo hecho sin ti. ¿Te das cuenta de eso? Tú lo hiciste posible.

John negó con la cabeza.

—Los detalles no importan. Lo importante es que hicimos el trabajo como se debía, y que lo ejecutó la persona debida. Eso es lo único que cuenta.

Xhex recordó la imagen de John mientras inmovilizaba a Lash contra el pavimento para despejarle el camino a ella. Lo único que le faltó fue servirle al desgraciado en una bandeja de plata y ponerle una manzana en la boca.

La había ayudado a vengarse de su enemigo. Había puesto las necesidades de Xhex por encima de las suyas propias.

Si repasaba todas las vicisitudes por las que habían pasado, eso era una constante en su relación. Siempre daba prioridad a las necesidades y los deseos de ella.

Ahora fue Xhex la que sacudió la cabeza.

—Creo que te equivocas. Los detalles son fundamentales, lo son todo.

John volvió a encogerse de hombros y miró hacia la puerta por la que acababan de entrar.

—Escucha, ¿quieres que llame a la doctora Jane o a Ehlena? ¿Quieres comer algo? ¿Quieres ir al baño?

Y ahí estaba otra vez su preocupación por ella.

La guerrera se echó a reír. Tras soltar la primera carcajada, ya no parecía poder detenerse, a pesar de que la herida le dolía más por los espasmos de la risa. Los ojos se le llenaron de lágrimas rojas. Xhex sabía que John la estaba mirando como si hubiese perdido la razón, y no podía culparlo. Ella también percibía el tono histérico de su risa. En unos segundos, apenas sin transición, las lágrimas cambiaron de carácter, pasó de la risa al llanto.

Xhex se tapó la cara con las manos y siguió sollozando hasta que ya no pudo respirar. El estallido emocional era tan grande que no podía dominarse. Sencillamente, se había desmoronado, y por primera vez en la vida no trató de combatir esa sensación.

Cuando finalmente comenzó a recuperar el control, no se sorprendió lo más mínimo de encontrar una caja de pañuelos de papel frente a ella. Cortesía de John, por supuesto.

Xhex sacó un pañuelo, y luego sacó otro, y otro. Iba a necesitar muchos, ciertamente.

Joder, mejor sería usar simplemente las sábanas de la cama.

—John… —Usaba un tono de queja desconocido en ella, lo que, sumado a la bata de corazoncitos que llevaba puesta, selló para siempre su nuevo estatus de mujercita frágil—. Tengo algo que decirte. Ha tardado mucho tiempo en llegar… mucho tiempo. Demasiado.

John se quedó tan quieto que ni siquiera parpadeó.

—Dios, esto es difícil. —Xhex sollozó y gimoteó un poco más—. Nunca pensé que fuera tan difícil decir dos palabras.

John suspiró ruidosamente, como si le hubieran dado un golpe en el plexo solar. Curiosamente, ella se sentía igual.

Pero a veces, aunque te mate la sensación de náusea y de asfixia, tienes que decir lo que sientes, lo que llevas en el corazón.

—John… —tragó saliva—. Yo…

—¿Qué? —dijo John—. Dímelo. Por favor, dime lo que quieres decirme.

Xhex echó los hombros hacia atrás.

—John Matthew… yo… soy una idiota.

Al ver que él parpadeaba y se quedaba con la boca abierta, ella suspiró.

—La verdad es que son tres palabras, ¿no?

‡ ‡ ‡

Bueno, sí… desde luego eran tres palabras.

«Dios, por un segundo pensé…». John hizo un esfuerzo para volver a la realidad. Xhex sólo podía decirle que le amaba en sus fantasías.

—No, no eres una idiota —replicó él al fin, mediante señas.

Xhex siguió sollozando. El macho enamorado encontraba adorable aquel llanto. Mierda, toda ella era adorable. Echada entre aquellas almohadas y aquellas sábanas de hospital, rodeada de pañuelos de papel arrugados y usados, con la cara congestionada, parecía tan frágil y tan adorable… Le gustaba cuando era la hembra más dura del mundo y cuando parecía una delicada flor. Deseaba tenerla entre sus brazos, pero sabía que ella, en aquel momento, necesitaba su espacio vital.

Siempre había sido así.

—Sí, soy una idiota. —Xhex sacó otro pañuelo de papel de la caja, pero en lugar de sonarse, comenzó a doblarlo en cuadrados perfectos, los cuales doblaba luego por la mitad para volver a hacer otro más pequeño, hasta que el kleenex quedó convertido en un diminuto papel entre sus dedos.

—¿Me dejas hacerte una pregunta?

—Por supuesto.

—¿Podrás perdonarme?

John se sorprendió.

—¿Por qué?

—¿Por ser una pesadilla testaruda, narcisista, egoísta y emocionalmente reprimida? Y no me digas que no lo soy. —Xhex volvió a gimotear—. Soy una symphath, así que conozco a los demás y me conozco a mí misma. Responde, ¿podrás perdonarme?

—No hay nada que perdonar.

—Estás muy equivocado.

—Entonces debe de ser que estoy acostumbrado a tratar con egoístas. ¿Acaso no has visto a los idiotas con los que vivo?

John se sintió feliz al oír la risa de la amada.

—¿Por qué te has quedado conmigo todo este tiempo? Espera, no me lo digas, quizá conozca la respuesta. ¡Porque no puedes elegir a aquella de quien te enamoras!, ¿verdad?

La voz de Xhex tenía ahora una resonancia levemente triste. Se puso a desdoblar el pañuelo de papel. Fue abriendo los cuadrados y alisándolo con minuciosa atención, en silencio.

John levantó las manos, listo para decir algo…

—Te amo —soltó de pronto Xhex, y alzó sus ojos grises para mirarlo—. Te amo y lo siento mucho y te doy las gracias. —La hembra soltó una carcajada—. ¡Fíjate! Mira por dónde, me he convertido en una damisela, una frágil mujercita.

El corazón de John comenzó a latir con tanta fuerza que creyó que iba a morir de felicidad. Los latidos resonaban como el tambor de una banda de música que estuviera desfilando por el pasillo cercano.

Xhex dejó caer la cabeza sobre las almohadas.

—Tú siempre has hecho lo que más me convenía a mí. Pero yo estaba tan absorta en mi propio drama que era incapaz de ver lo que tenía delante de mí. He sido una estúpida.

John tenía serias dificultades para creer lo que estaba escuchando. Cuando quieres a alguien con tanta intensidad como él amaba a Xhex, puedes quedarte embobado y no entender nada, creer que te hablan en chino aunque lo hagan en tu propio idioma.

—¿Y qué pasa con el acuerdo al que habíamos llegado? —preguntó John por señas.

Xhex respiró profundamente.

—Creo que quiero cambiar de planes.

—¿Cómo?

—Quisiera que tú y yo siguiéramos juntos. —Xhex tragó saliva—. Lo más fácil es escapar, liarse la manta a la cabeza y acabar con todo. Pero yo soy una guerrera, John. Siempre lo he sido. Y, si tú me aceptas… quisiera pelear a tu lado, eternamente. —Le tendió la mano con la palma hacia arriba—. ¿Qué me respondes? ¿Aceptas a una symphath?

Bingo.

John agarró la mano de Xhex, se la llevó a los labios y la besó apasionadamente. Luego se la puso sobre el corazón y la mantuvo allí, mientras decía por señas.

—Pensé que nunca me lo preguntarías, maldita imbécil.

Xhex se rió de nuevo y esta vez el macho se le unió con tantas ganas que parecía que iba a reventar de un momento a otro.

Al cabo de un rato, cuando cesó un poco la risa, la levantó con suavidad y la abrazó contra su pecho.

—Dios, John… no quiero ser agorera, pero tengo que decirte que los precedentes no son buenos.

John se echó hacia atrás y le retiró el pelo de la cara. Parecía muy nerviosa y eso no era lo que él deseaba, desde luego.

—Vamos a lograrlo. No tienes que angustiarte, Lo conseguiremos, conviviremos felizmente, con un amor pleno.

—Eso espero. Nunca te había contado esto: una vez tuve un amante… No fue una relación como la nuestra, pero sí que llegó más allá de lo meramente físico. Él era un hermano, un buen macho. Yo no le revelé mi verdadera naturaleza, lo cual estuvo muy mal. Sencillamente, no pensé que fuera a salir nada de allí… y estaba completamente equivocada. —Xhex sacudió la cabeza—. Él trató de salvarme, trató de salvarme con todas sus fuerzas. Terminó yendo a esa maldita colonia a rescatarme, y cuando descubrió la verdad, simplemente… no pudo soportarlo. Abandonó la Hermandad. Desapareció. Ni siquiera sé si todavía está vivo. Ésa es la razón principal por la que me resistía a seguir adelante contigo. Perdí a Murhder y eso casi me mató… aunque no sentía por él ni la mitad de lo que siento por ti.

Eso estaba bien, pensó John. No que hubiese tenido que pasar por todo eso, claro que no, sino que se lo hubiese contado. Ahora su pasado tenía más sentido para él, y eso le daba más confianza en el futuro.

—Siento mucho lo que pasó, pero me alegra que me lo hayas contado. Y yo no soy ese otro macho. Nosotros vamos a vivir noche a noche y no vamos a mirar hacia atrás. Tú y yo, siempre viviremos mirando hacia delante. Hacia delante.

Xhex soltó una carcajada.

—Y creo que hasta aquí han llegado las revelaciones. Ya sabes todo lo que hay que saber sobre mí.

Correcto… John se preguntó cómo plantear lo que estaba pensando.

Suspiró, levantó las manos y comenzó a hacer señas lentamente:

—Escucha, no sé si estarás lista para escucharlo, pero en esta casa hay una hembra, la shellan de Rhage. Ella es psicóloga y sé que algunos de los hermanos han recurrido a ella para solucionar ciertas cosas. ¿Podría presentártela? ¿Querrías hablar con ella? Mary es muy tranquila y discreta… y tal vez eso te pueda ayudar con el pasado y con el futuro.

Xhex respiró hondo.

—He vivido durante mucho tiempo rumiando rencores y mira dónde estoy. Soy un poco lenta, pero no soy estúpida. Sí, me gustaría conocerla.

John se inclinó y apoyó los labios en los de Xhex; luego se acostó junto a ella. Se sentía exhausto físicamente, pero su corazón latía con una dicha tan pura que era como la misma vida: él era un desgraciado mudo, con un pasado terrible, cuyo trabajo nocturno implicaba luchar contra el mal y asesinar a muertos vivientes. Y, a pesar de todo eso, había conseguido a su chica.

Había conseguido a su chica, a su verdadero amor, a su pyrocant.

Desde luego, no se iba a engañar. La vida con Xhex no iba a ser normal en muchos sentidos, pero por fortuna a él le gustaba lo impredecible, lo salvaje.

—John.

La miró con aire interrogador.

—Quiero aparearme contigo. Aparearme formalmente. Delante del rey y de todo el mundo. Quiero que esto sea oficial.

Bueno, ahora sí que al pobre macho se le paró el corazón definitivamente.

Al ver que él se incorporaba y la miraba, ella sonrió.

—Por Dios, ¿qué significa esa expresión de tu cara? ¿Qué pasa? ¿No creías que quisiera ser tu shellan?

—Ni en sueños.

Ella se sorprendió un poco.

—¿Y eso no te importaba?

Era difícil de explicar. Pero lo que había entre ellos iba más allá de una ceremonia de apareamiento, o del hecho de que le grabaran el nombre de su shellan en la espalda, o que intercambiaran votos delante de testigos. John no podía explicar la razón con claridad, pero ella era como la pieza que le faltaba a su rompecabezas, la guinda de la felicidad, las primeras y las últimas páginas de su libro. Y en cierto sentido, eso era lo único que necesitaba.

—Lo único que quiero es tenerte a ti. Como sea. Con ceremonia o sin ella.

Xhex asintió.

—Bueno, pues quiero el paquete completo.

La volvió a besar, con suavidad, porque no quería hacerle daño. Luego se echó hacia atrás.

—Te amo. Y me encantaría ser tu hellren.

Para su asombro, Xhex se sonrojó. Realmente se sonrojó. Y eso hizo que John se sintiera más grande que una montaña.

—Bien, entonces está decidido. —Xhex le acarició la cara—. Tendremos una ceremonia de apareamiento, ya mismo.

—¿Ya? ¿Ahora mismo? Xhex… apenas te puedes mantener en pie.

Lo miró a los ojos y, cuando habló, su voz resonaba con emoción. Dios… cuánta emoción.

—Entonces, me sostendrás tú, ¿no?

John recorrió los rasgos de Xhex con los dedos y, mientras lo hacía, por alguna extraña razón sintió que los brazos de la eternidad los envolvían y los unían para siempre.

—Sí —dijo el macho enamorado modulando las palabras con los labios—. Te voy a sostener. Siempre te voy a sostener, y a abrazar, y a devorar, amante mía.

Cuando sus bocas se unieron en un beso, John pensó que ésa era su gran promesa para Xhex. Sostenerla, amarla. Con o sin ceremonia de apareamiento… eso era lo que él le prometía a su hembra.