68
La muerte era sucia, dolorosa y básicamente predecible… excepto en las ocasiones en que no le daba la gana portarse bien y decidía hacer gala de su extraño sentido del humor.
Una hora después, cuando abrió los ojos, Xhex se dio cuenta de que no se encontraba en los brumosos pliegues del Ocaso, sino en la clínica de la mansión de la Hermandad.
En ese momento le estaban sacando un tubo de la garganta. Sentía un terrible ardor en el costado, como si la hubiesen atravesado con una lanza oxidada. Y a su izquierda alguien se estaba quitando unos guantes.
La doctora Jane habló en voz baja.
—Ha tenido dos paradas, John. Detuve la hemorragia intestinal, pero no sé, en este momento no puedo…
—Creo que se está despertando —dijo Ehlena—. ¿Has vuelto para quedarte con nosotros, Xhex?
Bueno, al parecer así sería. Se sentía fatal y, después de haber abierto una buena cantidad de estómagos a lo largo de los años, no podía creer que su corazón todavía estuviera latiendo. Pero sí, estaba viva.
Pendiendo de un hilo, pero viva.
La cara pálida de John entró en su campo de visión. En contraste con la blancura de su piel, sus ojos azules parecían a punto de incendiarse.
Xhex abrió la boca, pero lo único que salió fue el aire que tenía en los pulmones. No tenía fuerzas para hablar.
—Lo siento —dijo modulando las palabras con los labios.
John frunció el ceño y luego sacudió la cabeza. Le acarició la mano.
Xhex debió de desmayarse, porque cuando se volvió a despertar, John estaba paseándose a su lado. ¿Qué demonios pasa…? Claro, la estaban trasladando a la otra habitación… porque traían a otro herido… alguien que estaba inmovilizado en una camilla. Una hembra, a juzgar por la larga trenza negra que colgaba de la camilla.
En ese momento la palabra dolor cruzó por su mente.
Entonces se desmayó de nuevo. Y volvió a recuperar el sentido al alimentarse de la sangre de John, cuya muñeca mordía. Y se volvió a desvanecer.
Entre sueños, Xhex vio partes de su vida que se remontaban a una época que no recordaba conscientemente. Y toda la película que le proyectaba el subconsciente era bastante triste. Había demasiadas encrucijadas en las cuales las cosas deberían haber sido diferentes, en las cuales el destino había sido más un castigo que un regalo. Pero el paso del tiempo era inmutable, inalterable, y no estaba interesado en la opinión personal de aquellos que tenían que respirar para vivir.
Y sin embargo, mientras la mente daba vueltas en un cuerpo inconsciente, Xhex tuvo la sensación de que todo había salido como se suponía que debía salir, que el sendero que había tomado la había llevado exactamente a donde se suponía que debía llevarla:
De vuelta a John.
Pero eso no tenía ningún sentido.
Después de todo, sólo lo conocía desde hacía poco más de un año, lo cual no justificaba la larga historia de sufrimientos de ambos. Demasiadas penas innecesarias.
O tal vez sí tenía sentido todo aquello. Cuando uno está inconsciente, o sedado, o a punto de llamar a las puertas del Ocaso, la perspectiva es diferente. Y la noción del tiempo cambia, como cambian las prioridades, la idea de lo que de verdad importa o no importa.
‡ ‡ ‡
Al otro lado de la puerta de la habitación en la que Xhex se estaba recuperando, Payne parpadeaba con esfuerzo y trataba de descubrir adónde la habían llevado. Sin embargo, no había nada que la informara de dónde estaba. Las paredes eran de baldosines de color verde pálido, había muchas lámparas resplandecientes y muchos armarios metálicos para almacenar cosas.
Payne no tenía idea de qué podía ser todo aquello.
Al menos, el viaje hasta allí había sido lento y cuidadoso, y relativamente cómodo. Luego le habían inyectado algo en las venas para calmar el dolor, y desde luego estaba agradecida por la eficacia del medicamento.
De modo que la sombra de sus muertos era más perturbadora que el dolor o que la incertidumbre sobre su propio estado. ¿Era un sueño, o la buena doctora había pronunciado realmente el nombre de su gemelo?
No estaba segura. La duda se le hacía insoportable.
Por el rabillo del ojo, Payne vio a los que la habían acompañado a su llegada a ese lugar, entre ellos la doctora y el Rey Ciego. También había una hembra rubia de facciones agradables y un guerrero de pelo oscuro al que la gente se dirigía con el nombre de Tohrment.
Exhausta, la Elegida cerró los ojos, mientras el murmullo de las voces la arrastraba de nuevo hacia el sueño. No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente. Lo que la trajo de vuelta fue la súbita conciencia de una nueva presencia en aquel espacio que no acababa de identificar.
El personaje era alguien que ella conocía muy bien y su aparición le produjo una conmoción mayor que la certeza de que por fin estaba lejos de su madre.
Cuando Payne abrió los ojos, N’adie se le acercó cojeando sobre el suave suelo de baldosa. La capucha de la túnica escondía, como siempre, su rostro. La figura del Rey Ciego gravitaba por detrás de la hembra, con los brazos cruzados sobre el pecho y su hermoso perro y su preciosa reina a los lados.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Payne con voz ronca.
La Elegida caída en desgracia parecía muy nerviosa, aunque Payne no sabía por qué eso era tan evidente. Era algo que ella percibía pero no veía, pues las vestiduras negras de N’adie la cubrían de pies a cabeza.
—Toma mi mano —dijo Payne—. Cómo quisiera consolarte.
N’adie negó con la cabeza debajo de la capucha.
—Soy yo quien ha venido a consolarte a ti. —Al ver que Payne fruncía el ceño, la Elegida miró de reojo a Wrath—. El rey me ha autorizado a quedarme en esta casa para servirte como doncella.
Payne tragó saliva con mucha dificultad por el dolor que sentía en la garganta.
—Para servirme, no. Quédate aquí, pero por tu propio bien, para servirte a ti misma.
—En efecto… también hay algo de eso. —La voz suave de N’adie pareció endurecerse—. La verdad es que, tras tu marcha del santuario, me acerqué a la Virgen Escribana, y mi solicitud me fue concedida. Me impulsaste a hacer lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. He sido muy cobarde, pero eso se acabó, gracias a ti.
—Yo… me… alegro… —respondió Payne, aunque no entendía qué era lo que había hecho para ayudar a la Elegida—. Y te agradezco que estés aquí…
De repente la puerta del fondo se abrió de un empujón y entró un macho vestido de cuero negro que olía a muerte. Justo detrás de él venía la médica y, cuando él frenó en seco, la hembra de apariencia fantasmagórica le puso una mano en el hombro como para darle apoyo o consuelo.
Los ojos de diamante del macho se clavaron en Payne y, aunque no lo había visto nunca, supo enseguida de quién se trataba. Con tanta certeza como si estuviera viendo su propia imagen.
La joven Elegida sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, porque lo último que había sabido de él era que estaba muerto.
—Vishous —murmuró con desesperación—. Ay, hermano mío…
En un segundo el macho llegó hasta su lado, desmaterializándose desde la puerta y tomando forma al pie de la cama. Su mirada increíblemente inteligente estudió el rostro de Payne y ella tuvo la sensación de que la expresión de sus caras era idéntica, como lo era su color, pues la sensación de sorpresa e incomprensión que ella experimentaba se reflejaba también en aquellos rasgos apuestos y duros.
Esos ojos… ay, esos ojos que parecían diamantes. Eran sus mismos ojos; ella los había visto mirándola desde millones de espejos.
—¿Quién eres tú? —preguntó él bruscamente.
De repente, Payne sintió una fuerte opresión en su cuerpo, pese a que estaba anestesiado; pero el terrible peso que la aplastó no provenía de una lesión física sino de una calamidad interna. Que no supiera quién era ella, que hubiesen vivido separados por una mentira, era una tragedia que no podía soportar.
Pero la voz de Payne resonó, pese a todo, con vigor.
—Yo soy… tu sangre.
—Por Dios… —El macho levantó una mano que estaba enfundada en un guante negro—. ¿Mi hermana?
—Tengo que irme —dijo la doctora con tono apremiante—. La fractura que tiene en la columna se sale de mi especialidad. Necesito ir a por…
—Encuentra a ese maldito cirujano —gruñó Vishous, sin quitar la vista de encima a Payne—. Encuéntralo y tráelo aquí, no importa lo haya que hacer para lograrlo.
—No volveré sin él. Te lo prometo.
Vishous se volvió hacia la hembra y le dio un beso en la boca.
—Dios, te amo.
La cara de la doctora fantasma se volvió corpórea cuando los dos se miraron a los ojos.
—Vamos a salvarla, confía en mí. Regresaré lo antes posible… Wrath ya ha dado su autorización y Fritz me ayudará a traer a Manny.
—Maldita luz del día. Ya está amaneciendo.
—De todas maneras, quiero que te quedes aquí con ella. Ehlena y tú tenéis que estar pendientes de sus signos vitales. Y además, no olvides que Xhex todavía está en estado crítico. Quiero que las cuides a las dos.
Al ver que el macho asentía, la doctora desapareció y, un momento después, Payne sintió la palma de una mano que se posaba en la suya. Era la mano no enguantada de Vishous. La íntima y misteriosa sintonía que se estableció entre ambos fue un inmenso alivio, que ella no alcanzó a explicarse, pero agradeció con toda su alma.
Había perdido a su madre, pero si lograba salir de aquello con vida, todavía tenía una familia. En este lado.
—Hermana —murmuró Vishous y esta vez no se trataba de una pregunta sino de una afirmación.
—Hermano mío —replicó ella, exhausta, emocionada, antes de volver a perder el sentido.
Pero Payne volvería al lado de Vishous. De una manera u otra, no estaba dispuesta a abandonar otra vez a su gemelo.