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John salió detrás de Xhex en cuanto ella se separó del grupo y empezó a correr. No le gustaba aquel arranque de independencia ni la dirección que la hembra había tomado, pues se dirigía a un callejón que nadie sabía si tenía salida o una jodida pared de ladrillo al final.

La alcanzó y la agarró del brazo para llamar su atención. Pero eso no sirvió de nada, pues ella no se detuvo.

Trató de preguntarle por señas adónde iba, pero era difícil hacer eso con una persona que está corriendo y además te ignora.

John habría silbado, pero eso también era muy fácil de ignorar, no serviría de nada, así que trató de agarrarla de nuevo. Pero ella se zafó, mientras seguía absorta en un destino que él no podía ver ni sentir. Tampoco lo adivinaba. Por último, el guerrero mudo saltó frente a ella para cortarle el paso y luego la obligó a mirar sus manos.

—¿Adónde diablos vas?

—Puedo sentirlo. Lash está cerca.

De inmediato, John se llevó la mano a la daga.

—¿Dónde?

Entonces Xhex lo esquivó y retomó su carrera. John la siguió y al cabo de un instante Tohr los alcanzó. Cuando los otros comenzaron a seguirlos también, John sacudió la cabeza y les hizo señas para que se quedaran donde estaban. El uso de refuerzos en campo abierto era una estrategia inteligente, pero en aquella situación el exceso de armas no era un valor añadido: John quería matar a Lash y lo último que necesitaba era que hubiera más cañones apuntando a su objetivo.

Tohr lo entendía, claro. Él sabía por experiencia propia por qué tenía la imperiosa necesidad, la obligación de vengar a su hembra. Y Qhuinn tenía que seguirlo. Pero eso era todo, John no quería tener más invitados a su fiesta.

Se mantuvo cerca de su amada, quien parecía haber hecho una buena elección en lo que tenía que ver con el callejón, pues lejos de no tener salida, doblaba a la derecha y pasaba entre otros edificios abandonados, bajando en dirección al río. John se dio cuenta de que se estaban acercando al agua cuando notó olor a pescado muerto y algas y el aire pareció enfriarse.

Entonces encontraron el Mercedes AMG negro aparcado frente a un surtidor. El coche apestaba a restrictor. Xhex miró a su alrededor como si estuviera buscando más pistas, pero John no estaba dispuesto a esperar.

Así que cerró el puño y rompió el parabrisas.

La alarma se disparó. El macho enamorado echó un vistazo al interior del coche. Había una especie de residuo oleaginoso sobre el volante y el cuero de la tapicería estaba lleno de manchas. Tenía claro que las manchas negras eran sangre de restrictor… y esas otras rojas eran humanas. Pero, Dios, el asiento trasero parecía haber sido atacado por un gato epiléptico, pues los arañazos eran a veces tan profundos que se alcanzaba al ver el relleno.

John frunció el ceño y recordó los días en que todos asistían juntos al centro de entrenamiento. Lash siempre había sido muy cuidadoso con sus cosas, desde la ropa que usaba hasta la forma en que ordenaba su casillero.

¿De verdad habían encontrado su coche?

—Éste es su coche —dijo Xhex poniendo las manos sobre el capó—. Puedo sentir su olor por todas partes. El motor todavía está caliente. Pero no sé dónde está.

John gruñó al pensar en que Lash estaba tan cerca de su hembra que ella percibía su olor. Maldito hijo de puta.

Cuando la ira empezaba a dominarlo, Tohr lo agarró por detrás del cuello y le dio un apretón.

—Respira hondo.

—Tiene que estar por aquí. —Xhex observó el edificio que tenían frente a ellos y luego miró a un lado y otro del callejón.

John sintió un doloroso pinchazo en su mano izquierda, y levantó el brazo instintivamente. Tenía tan apretada la daga que se había clavado la empuñadura.

Miró a los ojos a Tohr.

—Lo vas a encontrar —susurró el hermano—. No te preocupes por eso.

‡ ‡ ‡

Lash no descartaba que los hombres de Benloise intentaran alguna mierda cuando vio aparecer a los matones. Se encontraban a unos diez metros de distancia y todo el mundo estaba alerta.

Los miró de arriba abajo. Lash pensó que ojalá los dos gorilas intentaran adoptar una actitud al estilo de John Wayne. Pues serían un excelente refuerzo para su incipiente ejército: debían de conocer el negocio, pues obviamente habían ganado puntos ante Benloise, razón por la cual, pese a que llevaban una gran cantidad de material en aquellas maletas metálicas que tenían en la mano, seguían caminando tranquilos y serenos.

Armados hasta los dientes, eso sí.

Igual que Lash. Maldición, con esa cantidad de armas y municiones, aquello podía acabar en un delirio de plomo. La verdad era que Lash se sentiría mucho mejor cuando ya no le quedara ningún resto de humanidad a la cual pudieran disparar. En todo caso, en los tiroteos, ser una sombra era mejor que ser de carne y hueso.

—Aquí está la obra —dijo el tipo de la izquierda, al tiempo que levantaba las maletas—, señor.

Ah, sí, ése era el que había visto todo lo que había pasado con Benloise. Ahora entendía por qué parecían tan amables.

—Veamos qué tenemos ahí —murmuró Lash, al tiempo que les apuntaba con su calibre cuarenta—. Mantened las manos donde yo las pueda ver.

Después de que los dos tipos le mostraran la mercancía y él quedara satisfecho, Lash asintió.

—Dejad la mercancía aquí y largaos.

Con actitud obediente, los humanos dejaron la droga en el suelo, retrocedieron y luego comenzaron a caminar apresuradamente en la dirección opuesta, mientras mantenían las manos separadas del cuerpo.

Doblaron la esquina y sus pisadas siguieron alejándose. Lash se acercó a las maletas y abrió sus manos convertidas en sombras. Siguiendo sus órdenes, las dos maletas llenas de cocaína levitaron desde el asfalto hasta sus manos…

Pero en ese momento el ruido de una alarma de coche lo hizo volver la cabeza. Enseguida se dio cuenta de que el ruido venía del callejón donde había dejado su AMG.

Malditos humanos.

Lash frunció el ceño. Su instinto le alertaba: estaba muy cerca aquello que le había sido arrebatado.

Ella estaba allí.

Xhex. Su Xhex había llegado.

Mientras lo poco que le quedaba de vampiro rugía impulsado por el instinto posesivo, sintió que su cuerpo comenzaba a vibrar. La nueva energía levantó sus pies del suelo y su figura comenzó a moverse por encima del asfalto, con el viento, acercándose a su objetivo impulsado por su mente y no por sus piernas. Cada vez más rápido.

Dobló la esquina. La vio de pie, junto a su coche. Pensó que estaba absolutamente sensual vestida con esos pantalones y esa chaqueta de cuero.

En cuanto Lash apareció en el callejón, la guerrera se volvió hacia él como si hubiese oído que gritaban su nombre.

Aunque no había ninguna luz cercana, Xhex resplandecía. Era como si toda la iluminación de la ciudad se centrara en su cuerpo, cautivada por su carisma interno. Maldición. Xhex era una perra increíblemente ardiente, en especial con la ropa de combate. Lash sintió un cosquilleo en el espacio vacío que había quedado en la entrepierna. Allí se llevó la mano también fantasmal.

Había algo duro. Tras la bragueta había algo que estaba listo para ella.

Con una descarga de adrenalina mejor que cualquier dosis de coca, Lash pensó en lo divertido que sería follársela ante unos cuantos espectadores. Su polla había resucitado, a saber por qué misterioso prodigio, y eso significaba que estaba de regreso, que él también había resucitado justo a tiempo.

Los ojos del monstruo y la guerrera se cruzaron. Él aminoró el paso y se dedicó a ver quién estaba con ella. El hermano Tohrment. Qhuinn, ese fracaso genético de ojos de distinto color. Y John Matthew.

El público perfecto para una pequeña representación de La naranja mecánica.

Absolutamente fabuloso.

Lash bajó al suelo y dejó las maletas sobre el asfalto. Los idiotas que la acompañaban estaban sacando sus armas, pero no su Xhex. No, ella era más fuerte que aquella chusma.

—Hola, mi amor —dijo Lash—. ¿Me has echado de menos?

Alguien dejó escapar un gruñido que le recordó a su antiguo rottweiler, pero ahora que tenía la atención de todo el mundo, tenía que aprovechar el escenario. Se quitó mentalmente la capucha de la gabardina y levantó sus manos convertidas en sombra para quitarse las tiras de tela negra con las que se había cubierto la cara.

—Por Dios santo… —murmuró Qhuinn—. Pareces sacado de un test de Rorschach[2].

Lash ni siquiera se dignó contestarle, principalmente porque la única persona que le importaba de las allí presentes era la hembra vestida de cuero. Obviamente, ella no esperaba esa transformación, porque retrocedió con asco evidente. Y eso fue mejor para Lash que un abrazo o un beso. Causarle repulsión era tan bueno como despertar su deseo. Eso auguraba mucha más diversión cuando la recuperara y pasaran unos cuantos días en una suite para recién casados.

Lash sonrió y exhibió su nueva y mejorada voz.

—Tengo tantos planes para ti y para mí, perra. Aunque, desde luego, tendrás que suplicarme…

La maldita hembra desapareció sin que pudiera terminar la frase.

Se desvaneció en el aire.

Hacía sólo un segundo estaba junto a su coche y al siguiente ya no había nada allí. Pero la maldita perra todavía estaba en el callejón. Lash podía sentirla, aunque no verla.

El primer disparo que sonó en el callejón provino de atrás y le dio en el hombro, o no le dio en el hombro, para hablar con propiedad. Tal vez sería mejor decir que le dio en el no hombro. La tela de la gabardina fue perforada por el impacto y una de las solapas salió volando, pero a la carne no existente que había debajo le importó una mierda.

Lash sintió un extraño ardor. Nada más.

Si hubiera tenido carne, eso habría dolido.

Volvió la cabeza y pensó que realmente no le estaba atacando con mucha habilidad ni con mucha puntería. La muy perra le decepcionaba.

Pero no había sido ella la que había disparado. Los chicos de Benloise habían reaparecido con refuerzos, pero, por fortuna para Lash, eran unos idiotas y unos inútiles a la hora de dar en el blanco. Porque la última vez que se había mirado, su pecho todavía era sólido, así que si le hubiesen dado un par de centímetros más abajo y hacia el centro, tal vez ahora tendría un agujero en vez de corazón.

El atrevimiento de aquellos malditos narcotraficantes le dio tal rabia que generó una de sus tremendas bolas de energía.

Se escondió detrás de una puerta y lanzó la bola de energía a los humanos. El estallido fue todo un espectáculo, pues los desgraciados cayeron al suelo como bolos en una bolera, mientras sus cuerpos se iluminaban como en una historieta de dibujos animados.

A esas alturas ya habían llegado más hermanos, y todo el mundo disparaba, lo cual no fue ningún problema hasta que el medio espectro recibió un tiro en la cadera. El dolor subió por los restos del torso e hizo que su corazón rebotara contra el desnudo costillar.

Cayó de lado maldiciendo. Miró al callejón.

John Matthew era el único que no se había parapetado: los hermanos estaban detrás del Mercedes y los secuaces de Benloise, algo chamuscados, se habían arrastrado hasta protegerse detrás del cascarón oxidado de un jeep.

Pero John Matthew tenía las botas plantadas en el suelo y las manos a ambos lados del cuerpo.

El desgraciado se había convertido en el blanco perfecto. Tan perfecto que daba un poco de vergüenza abatirlo.

Lash produjo entonces otra bola de energía con su mano y gritó:

—Quedarte ahí es como ponerte tú mismo un arma apuntando a la cabeza, maldito hijo de puta.

John comenzó a avanzar, enseñando los colmillos, precedido de una ráfaga de aire frío.

Por un momento, Lash sintió un estremecimiento que le erizó los pelos que le quedaban. Algo raro pasaba allí. Nadie en su sano juicio avanzaría hacia él de esa manera.

Era un suicidio.