65
Al Otro Lado, mientras yacía sobre el duro mármol en una posición completamente antinatural, Payne se sentía abrumada por el dolor, pero sólo de la cintura para arriba. No sentía nada en las piernas ni en los pies, sólo un cosquilleo extraño que la hacía pensar en las chispas explosivas del fuego cuando la leña está húmeda. El Rey Ciego se inclinaba sobre ella, con cara de preocupación, y la Virgen Escribana había reaparecido: su túnica negra y su resplandor disminuido flotaban a su alrededor formando un círculo.
No era ninguna sorpresa que su madre hubiese acudido a curarla con su magia. Al igual que había sucedido con aquella puerta que había reconstruido, su querida madre quería limpiarlo todo, arreglarlo todo, dejarlo todo en perfecto estado.
—No… me niego —dijo Payne una vez más con los dientes apretados—. No tienes mi consentimiento.
Wrath miró por encima del hombro a la Virgen Escribana y luego volvió a concentrarse en Payne.
—Pero, escucha, Payne, eso no es lógico. No sientes las piernas, probablemente te rompiste la espalda. ¿Por qué no dejas que Ella te ayude?
—Porque yo no soy ningún objeto inanimado que Ella pueda manipular a su antojo… para satisfacer sus caprichos y…
—Payne, sé razonable.
—Yo soy lo que…
—Te vas a morir.
—¡Entonces mi madre podrá verme morir aquí, donde le gusta que esté! —musitó con rabia, y enseguida dejó escapar un grito de dolor. Después de ese estallido, la Elegida comenzó a perder y recuperar la conciencia alternativamente. A veces, su vista se volvía borrosa. Si estaba consciente, se aferraba al rostro preocupado de Wrath para saber si se había desmayado o no.
—Espera, ella es… —El rey apoyó la mano contra el suelo de mármol para sostenerse—. ¿Es tu madre?
A Payne no le importó que él se enterara. Nunca se había sentido orgullosa de ser la hija de sangre de la fundadora de la raza, siempre había buscado distanciarse de ella, pero ¿qué importaba todo eso ahora? Si rechazaba la intervención «divina» de su madre, lo más probable es que se fuera directamente al Ocaso. Así se lo indicaba el dolor que sentía.
Wrath se volvió para mirar a la Virgen Escribana una vez más.
—¿Eso es verdad?
No recibió ninguna respuesta, ni afirmativa ni negativa. Y tampoco fue castigado por atreverse a hacerle una pregunta a la madre de la raza.
El rey volvió a dirigirse a Payne.
—Por Dios, muchacha.
Payne tomó aire con dificultad.
—Déjanos, querido rey. Vuelve a tu mundo y dirige a tu pueblo. Tú no necesitas ayuda de este lado ni de Ella. Eres un macho honorable y un brillante guerrero.
—No te voy a dejar morir —cortó Wrath, tajante y angustiado.
—No puedes hacer nada.
—¡A la mierda! —Wrath se puso de pie y miró hacia abajo—. ¡Deja que Ella te cure! ¡Estás completamente loca! No puedes morir así.
—Sí puedo. —Payne cerró los ojos. Perdió el aliento, se sintió exhausta.
—¡Haz algo! —Ahora le estaba gritando a la Virgen Escribana.
Lástima que se sintiera tan mal, pensó Payne. De no ser así, ciertamente habría disfrutado mucho de su propia declaración de independencia. Es verdad que ésta había llegado de la mano de la muerte, pero por fin lo había hecho. Se había enfrentado a su madre y había conquistado la libertad con su negativa a dejarse ayudar. Era libre de morir.
La voz de la Virgen Escribana resonó con una fuerza apenas superior a la de un susurro.
—Ha rechazado mi ayuda. Y la está bloqueando.
Y así era. Payne había dirigido a su madre una rabia tan intensa que había acabado levantando una barrera que impedía el paso de cualquier medida mágica que intentara adoptar la Virgen Escribana para curarla.
Para la moribunda era una bendición.
—¡Tú eres todopoderosa! —La voz del rey tenía un claro tono de acusación. Estaba fuera de sí, furioso y confuso. Wrath era un macho honorable que sin duda también se sentía culpable de lo que había ocurrido—. ¡Cúrala sin más tardanza!
Primero hubo un momento de silencio y luego se oyó una vocecilla que decía:
—No puedo llegar a su cuerpo… como tampoco puedo llegar a su corazón.
En verdad, si la Virgen Escribana por fin estaba entendiendo lo que es ser impotente, Payne podía morir en paz.
—¡Payne! ¡Payne, despierta!
La joven Elegida abrió los párpados. La cara de Wrath estaba a sólo unos centímetros de la suya.
—Si yo pudiera salvarte, ¿me lo permitirías?
Payne no acababa de comprender por qué era tan importante para el rey.
—Déjame…
—Si pudiera hacerlo, ¿me lo permitirías?
—No puedes hacer nada.
—Responde a la maldita pregunta.
Se dijo que era un macho tan bueno que era una gran pena que su muerte quedara en la conciencia del rey para siempre.
—Lo siento, siento lo que pasó. Wrath. Lo siento. Esto no es culpa tuya.
Wrath se volvió hacia la Virgen Escribana.
—Déjame salvarla. ¡Déjame salvarla!
Al oír su solicitud, la capucha de la Virgen Escribana se levantó y aquella forma que solía resplandecer con una luz cegadora se mostró como poco más que una triste sombra.
Y la expresión y la voz que brotaron de ella parecían las de una hermosa hembra víctima de un terrible dolor.
—No quería este destino.
—Esa mierda no sirve para nada ahora. ¿Me dejarás salvarla?
La Virgen Escribana pareció levantar la vista hacia el cielo opaco que cubría su cabeza y soltó una lágrima que aterrizó en el suelo de mármol como un diamante que rebotó soltando chispas.
Aquel precioso objeto sería lo último que vería en la vida, pensó Payne al sentir los ojos muy pesados. Se iba, ya no podía mantenerlos abiertos.
—¡Por Dios santo! —bramó Wrath—. ¡Déjame…!
La respuesta de la Virgen Escribana llegó desde muy lejos.
—Ya no puedo resistir más. Haz lo que tengas que hacer, Wrath, hijo de Wrath. Mejor que ella esté viva y lejos de mí, a que muera en mi patio.
Todo quedó en silencio.
Y luego se oyó que se cerraba una puerta.
Después resonó la voz de Wrath: Te necesito en mi mundo, Payne. Despierta, yo te necesito en mi mundo…
A la joven herida le pareció extraño. Era como si le estuviera hablando dentro de su cráneo.
—Payne, despierta. Necesito que te traslades a mi mundo.
Payne comenzó a sacudir la cabeza, medio inconsciente, pero ese movimiento resultó terriblemente doloroso. Sería mejor quedarse quieta. Muy quieta.
—No… no puedo trasladarme hasta allá…
Payne comenzó a sentir un súbito vértigo, un imparable impulso giratorio que la puso a dar vueltas. Mientras sus pies giraban y giraban alrededor de su cuerpo, su mente parecía el vértice de aquel remolino. La sensación de que algo la absorbía hacia abajo llegó acompañada de una presión en las venas, como si su sangre intentara expandirse, pero estuviera confinada a un espacio estrecho.
Cuando abrió los ojos, vio un destello blanco sobre ella.
Así que no se había movido. Todavía estaba donde había estado todo ese tiempo, acostada bajo el cielo lechoso del Otro Lado.
De pronto, Payne frunció el ceño. No, eso no era el extraño firmamento del santuario. Más bien era un techo. ¿Podía ser un techo?
Sí… Payne confirmó que lo era y, en efecto, con su visión periférica pudo sentir que también había paredes… cuatro paredes pintadas de color azul claro. También había luces, aunque no como las que ella recordaba, pues no se trataba de antorchas ni de velas encendidas, sino de cosas que brillaban sin tener llama.
Una chimenea, un escritorio enorme y un trono.
Sin duda, ella no había movido su cuerpo por sus propios medios; no tenía fuerza para hacerlo. Y Wrath no podía haber transportado su forma corpórea hasta allí. Sólo había una explicación. Había sido expulsada por su madre.
Así que nunca podría regresar; se había cumplido su deseo. Era libre, para siempre jamás.
Payne sintió que una extraña paz la invadía, una paz que podía deberse a la proximidad de la muerte… o a la constatación de que la guerra había llegado a su fin. En efecto, viva o muerta, aquello que la había definido durante años había quedado atrás, era como un peso que le habían quitado de los hombros.
Y ahora podía volar.
La cara de Wrath entró en su campo visual. El largo pelo negro del rey le caía por los hombros hacia delante. En ese momento, un perro rubio se metió por debajo del pesado brazo del rey y su tierna cara la miró con amable curiosidad, como si ella fuera una visita muy apreciada.
—Voy a buscar a la doctora Jane —dijo Wrath acariciando al perro.
—¿A quién?
—A mi médica privada. Quédate aquí.
—Como si… pudiera ir a alguna parte…
Entonces se oyó el ruido metálico de un collar. El rey salió, agarrado del arnés que lo unía al hermoso perro, y las patas del animal repiquetearon sobre el suelo de madera.
Wrath era ciego. Y allí, en su mundo, necesitaba los ojos de alguien para desenvolverse.
Luego se cerró una puerta y Payne no pensó en otra cosa que en el dolor. La torturaba un inmenso dolor y, sin embargo, a pesar de la terrible agonía que sufría su cuerpo, se sentía sumida en una extraña paz.
Payne notó que allí el aire tenía un delicioso olor. A limón. A cera.
Sencillamente cautivador.
Al parecer, su breve estancia en ese mundo había tenido lugar hacía mucho tiempo y, a juzgar por lo extrañas que le parecían todas las cosas, el mundo era entonces diferente. Pero Payne recordaba lo mucho que le había gustado. Todo era impredecible y, por lo tanto, fascinante.
Un rato después, la puerta se abrió, y Payne volvió a oír el sonido metálico de la correa del perro y a percibir el poderoso aroma de Wrath. Y había alguien con ellos… alguien cuya presencia mandaba unas señales que Payne no podía procesar. Pero desde luego había otra entidad en el salón.
Se esforzó en abrir los ojos… y sintió deseos de escapar.
Quien estaba sobre ella ahora no era Wrath, sino una hembra, o al menos parecía una hembra. El rostro tenía líneas femeninas, pero los rasgos y el pelo eran translúcidos, como los de un fantasma. Cuando sus miradas se cruzaron, la expresión de la hembra pasó de la preocupación al desconcierto. Y abruptamente se tuvo que apoyar en el brazo de Wrath.
—Ay… por Dios… —dijo la voz con dificultad.
—¿Es tan evidente, doctora? —preguntó el rey.
Mientras la hembra trataba de contestar, Payne pensó que aquélla no era la reacción propia de un médico. Payne sabía que estaba grave, pero no sabía que eso se manifestara de una forma visible y desagradable.
—En verdad ¿estoy…?
—Vishous.
Al oír ese nombre, Payne sintió que su corazón se paraba.
Porque hacía más de dos siglos que no lo oía.
—¿Por qué habláis de mis muertos? —susurró Payne.
La cara fantasmagórica de la doctora se volvió tangible de repente y sus ojos de color verde oscuro revelaron una profunda confusión. Tenía la palidez de quien está librando una batalla con sus emociones.
—¿Tus muertos?
—Mi gemelo… está desde hace mucho tiempo en el Ocaso.
La doctora negó con la cabeza y arrugó la frente.
—Vishous está vivo. Es mi compañero. Él está aquí, vivo, y goza de buena salud.
—No… no puede ser. —Payne deseó poder levantar una mano para agarrar el brazo de la doctora—. Mientes… él está muerto. Hace mucho que…
—No. Está vivo.
La Elegida no podía entender esas palabras. Le habían dicho que había muerto, que se había perdido en los acogedores brazos del Ocaso…
Se lo había dicho su madre, claro.
¿En verdad era posible que esa hembra le hubiese impedido conocer a su propio hermano? ¿Cómo podía alguien ser tan cruel?
Súbitamente, Payne enseñó los colmillos y lanzó un rugido que salió del fondo de su garganta, mientras que el fuego de la ira desplazaba al dolor.
—La mataré por esto. Juro que le daré el mismo tratamiento que le di a nuestro padre.