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Las habitaciones de la parte posterior de la mansión de la Hermandad ofrecían la ventaja de tener, no sólo una magnífica vista sobre los jardines, sino una terraza en el segundo piso.

Lo cual significaba que, si estabas nervioso, podías salir y tomar un poco de aire fresco antes de enfrentarte a lo que fuera.

En cuanto se levantaron las persianas, al inicio de la noche, Qhuinn abrió las puertas francesas junto a las cuales estaba su cómoda y salió a esa terraza. Apoyó las manos en la balaustrada y se inclinó hacia delante. Llevaba ropa de combate, pantalones de cuero y botas, pero había dejado las armas dentro.

Miró las jardineras tapadas con tablas durante el invierno, y los frutales que todavía tenían que florecer, y sintió la piedra fría bajo sus manos y la brisa sobre su pelo aún húmedo, y la tensión de sus músculos en la parte baja de la espalda. El aroma del asado de cordero recién hecho subía desde la cocina. Se veían luces encendidas en todas las ventanas, que proyectaban una luz dorada hacia el jardín y el patio del nivel inferior.

Qué sangrante ironía, sentirse tan vacío debido a que Blay finalmente había encontrado satisfacción a sus sueños.

Movido por un ataque de melancolía, Qhuinn recordó las incontables noches en casa de Blay, cuando los dos se sentaban en el suelo o a los pies de la cama, a jugar a las cartas, beber cerveza y ver vídeos. En esa época tenían cosas muy serias que discutir, como lo que sucedía a diario en el entrenamiento, o el próximo videojuego que iban a lanzar al mercado los humanos, o quién era más atractiva, si Angelina Jolie o cualquier otra.

Angelina siempre ganaba. Y Lash siempre se portaba como un idiota. Y Mortal Kombat era el mejor videojuego.

Dios, en aquellos días ni siquiera tenían el Guitar Hero World Tour, ese increíble videojuego musical.

El caso es que él y Blay siempre se habían mirado a los ojos y, en el mundo de Qhuinn, donde todos le odiaban, tener a alguien que lo entendiera y lo aceptara tal como era había sido como un rayo de sol caliente en el maldito Polo Norte.

Ahora le costaba creer que en otro tiempo hubieran estado tan próximos, tan unidos. Blay y él habían tomado caminos diferentes… y después de tenerlo todo en común, ahora sólo compartían el enemigo; e incluso en ese campo, Qhuinn tenía encomendada la misión de acompañar siempre a John, así que tampoco se podía decir que Blay y él fueran compañeros de armas.

Mierda, el adulto que Qhuinn llevaba dentro se daba cuenta de que era ley de vida. Pero el chiquillo que llevaba dentro se lamentaba por la pérdida más que…

Oyó un sonido metálico y el suave chirrido de una puerta.

Desde una habitación en penumbra que no era la suya, Blay salió a la terraza. Llevaba puesta una bata de seda negra y estaba descalzo, con el pelo mojado después de ducharse.

Tenía marcas de mordiscos en el cuello.

Blay se detuvo al ver a Qhuinn en la balaustrada.

—Ah, hola. —Blay enseguida miró hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que la puerta por la que había salido estuviera cerrada.

Saxton estaba allí dentro, pensó Qhuinn. Durmiendo entre sábanas que habían sido escenario de…

—Ya iba a entrar otra vez —dijo Qhuinn, señalando hacia atrás con el pulgar—. Hace demasiado frío para quedarse aquí afuera mucho tiempo.

Blay cruzó los brazos sobre el pecho y observó el paisaje.

—Sí, hace mucho frío.

Blay se acercó a la balaustrada, y el olor del jabón que había usado llegó hasta la nariz de Qhuinn.

Ninguno de los dos se movió.

Qhuinn carraspeó y decidió lanzarse al precipicio antes de marcharse.

—¿Todo salió bien? ¿Te ha tratado bien?

La voz le había salido muy rara, desde luego.

Su amigo respiró hondo y luego asintió con la cabeza.

—Sí. Estuvo bien. Muy bien.

Qhuinn apartó los ojos de su amigo, para mirar hacia abajo. Amargado, calculó cuánto tardaría en llegar al suelo si se tiraba de cabeza. En un par de segundos, o menos, calculó, podría borrarle al fin de sus pensamientos.

Desde luego, eso también convertiría su cerebro en un plato de huevos revueltos, pero el que algo quiere, ya se sabe, algo le cuesta.

Saxton y Blay, Blay y Saxton.

Mierda, ya llevaba demasiado rato callado, algo tenía que decir.

—Me alegro por ti. Quiero que seas feliz.

—Por cierto, Saxton te está muy agradecido por lo que hiciste. Piensa que quizá se te fuera un poco la mano, pero también que es mejor eso que quedarse corto. Dice que siempre ha sabido que eras un caballero.

Ah, sí. Por supuesto. Ésa era su verdadera personalidad, quién iba a dudarlo.

Qhuinn se preguntó qué pensaría su primo si supiera que en ese momento tenía ganas de sacarlo de la casa arrastrándolo por su maravillosa melena rubia, para dejarlo tirado sobre el sendero de gravilla, al lado de la fuente, y pasarle luego por encima con la Hummer un par de veces.

Aunque, no, la gravilla no era la mejor superficie para sus planes. Demasiado blanda. Sería mejor meter la Hummer en el vestíbulo y hacerlo allí, con un suelo duro de verdad debajo del cuerpo.

Por Dios santo, Saxton es tu primo, le decía una vocecita interna.

¿Y qué?, respondía su voz externa.

Temeroso de desmoronarse por completo y empezar a dar síntomas de esquizofrenia, Qhuinn se alejó de la balaustrada y ahuyentó las gratificantes ideas homicidas.

—Bueno, será mejor que entre. Tengo que salir con John y Xhex.

—Bajaré dentro de diez minutos. Sólo tengo que vestirme.

Al ver otra vez el apuesto rostro de su mejor amigo, sintió ganas de morir. No era posible que lo estuviese perdiendo de aquella manera. Desesperadamente, hurgó en la memoria, en el recuerdo de la larga historia de su amistad, en busca de algo que decir, algo que le permitiese recuperar el tiempo perdido.

Pero lo único que se le ocurría era decirle «te echo de menos, te extraño tanto que siento dolor, pero no sé cómo llegar hasta ti aunque estás justo frente a mí». Así que mejor no decir nada.

—Muy bien —soltó al fin—. Nos vemos abajo en la Primera Comida.

—De acuerdo.

Qhuinn se obligó a moverse. Se dirigió a la puerta de su habitación. Pero antes de girar el picaporte volvió a hablar.

—Blay.

—¿Sí?

—Cuídate.

Ahora fue la voz de Blay la que pareció a punto de quebrarse.

—Sí. Tú también.

El guerrero de ojos de dos colores entró en su cuarto y cerró la puerta. Moviéndose mecánicamente, buscó el arnés de las dagas y la pistolera, y agarró la chaqueta de cuero.

Casi había olvidado por completo el momento en que perdió la virginidad. Recordaba a la hembra, claro, pero la experiencia no le había dejado ninguna impresión indeleble. Y lo mismo pasaba con todos los orgasmos que había provocado y tenido desde entonces. Mucha diversión, desde luego, muchos placeres fugaces, muchas conquistas y mucho alimento para su ego. Nada más.

Todo fácilmente olvidable.

Al encaminarse hacia el vestíbulo, se dio cuenta de que, por el contrario, iba a recordar el verdadero primer polvo de Blay durante el resto de su vida. Aunque ya llevaban un tiempo distanciados, el frágil cordón que todavía los mantenía en contacto, ese diminuto vínculo, había sido cortado.

Sus pies llegaron al suelo de mosaico que se extendía al pie de las escaleras y en su cabeza resonó aquel famoso himno de John Mellencamp. Aunque siempre le había gustado la canción, nunca había entendido de verdad lo que significaba.

Ahora lo comprendía, y deseaba con todas sus fuerzas que el himno estuviese en lo cierto.

La vida sigue, mucho después de que pasa la emoción de vivir…

‡ ‡ ‡

En la ducha de John, Xhex seguía debajo del chorro de agua caliente, con los brazos sobre el pecho, los pies plantados a lado y lado del desagüe y el agua cayéndole en la espalda y la cabeza, en los hombros, las caderas, las piernas.

Ese tatuaje de John…

Maldición…

Lo había hecho a modo de homenaje permanente a su memoria, porque al grabarse su nombre en la piel, Xhex estaría con él para siempre. Por eso mismo a los machos les grababan el nombre de sus shellans en la espalda durante la ceremonia de apareamiento. Los anillos se podían perder. Los documentos se podían romper, quemar o falsificar. Pero siempre llevabas contigo tu epidermis a dondequiera que fueses.

Joder, ella nunca había dado un pepino por esas hembras de vestidos bonitos, de pelo largo y hermoso, maquillaje por toda la cara y talante suave y amable. Para Xhex, esas tramposas apariencias femeninas eran más bien una declaración de debilidad. Pero ahora, durante un momento, se sorprendió añorando la seda y el perfume. Qué orgullosas se debían de sentir al saber que sus machos llevaban siempre consigo la prueba de su compromiso, durante todas las noches de su vida.

John sería un maravilloso hellren…

Por Dios… cuando se apareara formalmente con otra, ¿qué demonios iba a hacer con ese tatuaje? ¿Pondría el nombre de la nueva hembra encima del suyo?

Intentó combatir aquellos pensamientos, diciéndose que razonaba como una perra egoísta.

¿Y qué? El egoísmo, al fin y al cabo, había sido el lema de su vida.

Para no seguir atormentándose, decidió salir de la ducha. Se secó y cambió la agradable tibieza del vaporoso cuarto de baño por el aire frío de la habitación.

Al llegar al umbral, se detuvo. Sobre la cama, alguien había alisado rápidamente el edredón, de modo que lo que antes estaba revuelto ahora aparecía más o menos en orden.

Y sus cilicios estaban al pie de la cama. Habían sido colocados con extremo cuidado, uno junto al otro, perfectamente alineados.

Xhex se acercó y pasó un dedo por el metal lleno de púas. John los había guardado todo ese tiempo. Estaba segura de que se habría quedado con ellos para siempre si ella no hubiese regresado.

Vaya herencia la que le había dejado.

De haber pensado quedarse en la casa durante la noche se los habría puesto, pero iba a salir. En vez de los cilicios se puso los pantalones de cuero, la camiseta sin mangas y la chaqueta y empuñó sus armas.

Como se había demorado tanto en la ducha, ya se había perdido de la Primera Comida, así que se encaminó directamente a la reunión en el despacho de Wrath. Toda la Hermandad, además de John y sus amigos, abarrotaba ya el cuarto de estilo francés. Todos, incluido George, se movían con impaciencia.

La única persona que faltaba por llegar era Wrath. Sin él no se podía empezar.

Xhex dejó que sus ojos hicieran un recorrido por el salón y se clavaran en John. Éste se limitó a hacerle un rápido gesto con la cabeza. A su lado estaba Tohrment, que parecía aún más alto y fuerte que de costumbre. Leyó el patrón emocional de aquellos dos, y tuvo la sensación de que habían restablecido la amistad, una conexión que significaba mucho para ambos.

Eso la alegró sinceramente, pues odiaba la idea de que John pudiera quedarse completamente solo cuando ella se marchara. Sabía que Tohrment era el padre que nunca había tenido.

Entonces Vishous soltó una ruidosa maldición y apagó el cigarro que estaba fumándose.

—Joder, deberíamos irnos aunque él no haya llegado. Estamos perdiendo un precioso tiempo de oscuridad.

Phury se encogió de hombros.

—Hay que esperar. Dio orden tajante de que nos reuniéramos.

Xhex se inclinaba más por el parecer de V y, a juzgar por la manera en que John cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro, con evidente irritación, no era la única.

—Vosotros esperad lo que queráis —dijo ella de repente—. Pero yo voy a salir ya.

John y Tohr la miraron, y la guerrera enamorada tuvo de pronto una extraña sensación. Era como si el acuerdo para perseguir a Lash que habían establecido los dos machos la incluyese a ella, como si formasen un equipo de tres almas gemelas con un propósito común.

Bien pensado, tampoco era tan raro. Todos ellos tenían cuentas que arreglar. Ya fuera con la Sociedad Restrictiva en general o con Lash en particular, los tres tenían sobrados motivos para matar.

Siempre tan razonable, Tohrment tomó la iniciativa para intentar rebajar la tensión.

—Está bien, de acuerdo, yo asumiré la responsabilidad de la orden de marcha. Evidentemente la sesión de ejercicios de rey al Otro Lado se ha prolongado más de la cuenta. No creo que a él le gustara que aplazáramos por eso las operaciones.

Tohr formó varios grupos. Decidió que John, Xhex, Z, él y los chicos fueran a la dirección que aparecía registrada en la matrícula del coche de carreras, mientras que el resto de la Hermandad tendría que repartirse entre la granja y el parque de los patinadores y los camellos. En cuestión de segundos, el grupo bajó la escalera, atravesó el vestíbulo y llegó a la puerta. Uno a uno, fueron desapareciendo en medio del frío aire de la noche.

Tras desmaterializarse, Xhex volvió a tomar forma ante un edificio de apartamentos del antiguo distrito del matadero. En realidad, llamarle edificio probablemente era una exageración. La estructura de ladrillo de seis pisos tenía las ventanas tapiadas y un tejado que necesitaba un trabajo urgente de reparación, o tal vez una reconstrucción total. Xhex estaba convencida de que la hilera de agujeros que se veía a lo largo de la fachada era obra de la ametralladora, o tal vez de la pistola automática de un gigante con temblores. Desde luego, ventanas no eran.

Se preguntó por qué misteriosa razón los humanos del Departamento de Registro de Vehículos habían aceptado semejante dirección como lugar de residencia de quien matriculó el vehículo. O eran idiotas, o les daba igual. En cualquier caso, nadie había ido a verificar si se trataba de un lugar habitable.

—Encantador —dijo Qhuinn en voz baja—. Si quieres montar una granja para la cría de ratas y cucarachas, es ideal.

—Vamos a mirar por detrás —dijo John por señas.

Había dos callejones a ambos lados de aquella ratonera. Tomaron al azar el de la izquierda. Mientras se dirigían al fondo, pasaron frente al montón de basura que solía haber en todos los callejones: nada nuevo, nada que mereciera la pena revisar, sólo latas de cerveza, envoltorios de caramelos y periódicos viejos. Desde el interior no les verían porque el edificio no tenía ventanas laterales. Lógico, porque tampoco es que hubiera mucho que ver por ese lado, aparte de otros inmuebles que también parecían mataderos e instalaciones de la industria cárnica.

Xhex y los machos que la acompañaban echaron a correr, a un ritmo que los llevó en muy poco tiempo hasta el otro extremo del callejón sin hacer mucho ruido. La parte trasera no era más que otra pared de ladrillo cubierta de hollín. La única diferencia era que la puerta de acero reforzado daba paso a un pequeño aparcamiento, en lugar de abrirse directamente a la calle.

Ningún restrictor a la vista. Ni transeúntes humanos. Nada aparte de unos cuantos gatos callejeros, asfalto sucio y el ruido amortiguado de las sirenas.

Xhex sintió que la invadía una súbita sensación de impotencia. Maldición, no había manera de atraer la atención del enemigo. Y les quedaba tan poco tiempo…

—Mierda —murmuró Qhuinn, que tenía una sensación similar a la de la guerrera—. ¿Dónde demonios está la fiesta?

Estaba claro que Xhex no era la única que se moría por una pelea…

De repente, sintió un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo de arriba abajo. No entendió lo que ocurría. Miró al resto del grupo: Blay y Qhuinn hacían cuanto podían por evitarse. Tohr y John se paseaban de un lado a otro. Zsadist tenía el teléfono en la oreja y estaba informando al resto de la Hermandad sobre su posición.

La sensación no cesaba.

Y entonces se dio cuenta: Xhex estaba sintiendo el eco de su sangre en otra persona.

Lash.

Lash no estaba lejos.

Dio media vuelta y comenzó a caminar, primero despacio y luego deprisa, y finalmente echó a correr. Oyó que alguien gritaba su nombre, pero no podía pararse a dar explicaciones.

Ni había manera de detenerla.