61

Al Otro Lado, Payne estaba sentada en el borde del espejo de agua y contemplaba su imagen en la superficie.

Payne conocía bien aquel pelo negro, los ojos de diamante y los rasgos afilados.

Era muy consciente de quién era su padre.

Podía recitar la historia de todos sus días, uno por uno, hasta ese momento.

Y sin embargo se sentía como si no tuviera ni idea de quién era verdaderamente. En muchos sentidos, más de los que le gustaba admitir, no era más que aquel reflejo, apenas un eco, en la superficie del agua, una imagen que carecía de profundidad y sustancia… y que no dejaría nada permanente tras de sí cuando se marchara del mundo.

Layla se acercó por detrás. Payne la miró a los ojos a través de su reflejo en el agua.

Más tarde recordaría que había sido la sonrisa de Layla la que lo cambió todo. Aunque, desde luego, era una exageración. Hubo otras causas, pero la expresión radiante de Layla fue el remate, lo que le dio el definitivo empujoncillo que la lanzó al abismo.

Esa sonrisa era real.

—Saludos, hermana mía —dijo Layla—. Te estaba buscando.

—Y por fin me has hallado. —Payne se obligó a dar media vuelta para mirar a la Elegida—. Por favor, siéntate conmigo. A juzgar por tu ánimo, supongo que tu relación con el macho transcurre apaciblemente.

Layla se sentó, pero sólo un momento, porque enseguida se volvió a poner de pie, empujada por esa felicidad que no la dejaba quedarse quieta.

—Sí, así es. Así es en verdad. Él me llamará en cualquier momento, hoy mismo, y volveré a verlo otra vez. Ay, querida hermana, no te puedes imaginar lo que es ser abrazada por el fuego y sin embargo salir indemne y feliz. Es un milagro. Una bendición.

Payne se volvió a fijar en el agua y observó cómo sus propias cejas se unían al fruncir la frente.

—¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?

—Desde luego, hermana mía. —Layla se sentó de nuevo sobre el borde de mármol blanco del espejo de agua—. Lo que quieras.

—¿Estás pensando en aparearte con él? ¿Es decir, no sólo en aparearte con él, sino en convertirte en su shellan?

—Bueno, sí. Claro que eso es lo que deseo. Pero estoy esperando encontrar el momento oportuno para hablar de eso.

—¿Y qué piensas hacer si él se niega? —Al ver que el rostro de Layla se ponía blanco, como si nunca hubiese considerado esa posibilidad, Payne se sintió muy mal—. Ay, perdóname… No quería alterarte. Yo sólo…

—No, no. —Layla respiró hondo para recuperar el dominio de sí misma—. Conozco muy bien la estructura de tu corazón y sé que no albergas maldad en él. Por eso mismo siento que puedo hablar tan candorosamente contigo.

—Por favor, olvida la pregunta.

Ahora fue Layla la que miró su imagen en el espejo de agua.

—Yo… nosotros todavía no hemos tenido relaciones.

Payne frunció el ceño. En verdad, si el solo anuncio del evento real provocaba tanto júbilo, el acto mismo debía de ser increíble.

Al menos para una hembra como la que tenía frente a ella.

Layla se envolvió en sus propios brazos, sin duda porque estaba recordando el abrazo de otros miembros más fuertes.

—He querido hacerlo, pero él se resiste. Espero… creo que se debe a que primero desea aparearse conmigo apropiadamente, mediante una ceremonia.

Payne sintió el terrible peso de una mala premonición.

—Cuidado, hermana. Tú tienes un alma muy noble.

Layla se puso de pie. Su sonrisa se había ensombrecido.

—Sí, así es. Pero prefiero que me rompan el corazón a no abrirlo nunca, y soy consciente de que una debe pedir si quiere recibir.

Parecía tan segura y decidida que Payne se sintió diminuta ante la sombra de su coraje. Diminuta y débil.

¿Quién era ella, después de todo? ¿Qué era: un reflejo o una realidad?

Payne se puso de pie súbitamente.

—¿Me permites que me marche ahora?

Layla parecía sorprendida e hizo una reverencia.

—Desde luego. Y, por favor, no quise ofenderte con mis elucubraciones…

Payne abrazó a la otra Elegida impulsivamente.

—No me has ofendido. No te preocupes. Y te deseo la mejor de las suertes con tu macho. En verdad, sería muy afortunado al tenerte. Y muy tonto si te rechazara.

Antes de que Layla pudiese decir algo más, Payne se marchó apresuradamente. Pasó junto a los dormitorios y comenzó a subir, cada vez con más vigor, la colina que llevaba al templo del Gran Padre. Pasado el lecho sagrado que ya nadie usaba, Payne entró en el patio de mármol de su madre y atravesó la galería.

La modesta puerta que daba paso a los aposentos privados de la Virgen Escribana no estaba a la altura de lo que uno se imaginaría como entrada de un lugar tan importante. Pero, claro, cuando eres el dueño de todo el mundo, no tienes nada que demostrar ni necesidad de hacer constantes ostentaciones.

Payne no llamó. Teniendo en cuenta lo que estaba a punto de hacer, la brusca irrupción en el santuario de su madre sería el menor de sus pecados.

—Madre —dijo tan pronto entró en la habitación blanca y desierta.

Hubo una larga espera antes de que recibiera una respuesta. La voz que llegó hasta ella no parecía provenir de un cuerpo.

—Sí, hija. Dime.

—Déjame salir de aquí. Ahora.

Cualesquiera que fueran las consecuencias de este nuevo enfrentamiento, serían preferibles a su aburrimiento perenne, a seguir llevando una existencia tan limitada.

—Expúlsame —repitió Payne, dirigiéndose a las paredes blancas y el aire no existente—. Déjame ir. Nunca regresaré al seno de estos muros si no lo deseas. Pero no quiero permanecer aquí ni un minuto más.

La Virgen Escribana apareció ante su hija en forma de destello de luz, sin la túnica negra que normalmente usaba. Payne estaba segura de que nadie veía nunca a su madre tal como era, pura energía sin forma.

Se dijo que ya no brillaba tanto como antes. Ahora era apenas un suave resplandor, una oleada de calor que casi no percibían los ojos.

Tal decadencia era asombrosa y apaciguó un poco la rabia de Payne.

—Madre… déjame ir. Por favor.

La respuesta de la Virgen Escribana tardó en llegar.

—Lo lamento, pero no puedo concederte ese deseo.

Payne enseñó sus colmillos.

—Maldición, hazlo. Déjame salir de aquí o…

—No hay nada con lo que puedas amenazarme, mi querida hija. —La voz de la Virgen Escribana pareció desvanecerse, pero luego regresó—. Debes permanecer aquí. El destino así lo exige.

—¿Qué destino? ¿El tuyo o el mío? —Payne movió bruscamente la mano a través del aire estático—. Porque yo no vivo realmente aquí. ¿Y qué clase de destino es éste?

—Lo siento.

Fue el final de la discusión, al menos por parte de su madre, pues la Virgen Escribana desapareció con un discreto estallido.

Entonces Payne gritó a las inmensas paredes.

—¡Libérame! ¡Maldición! ¡Libérame!

Payne creía que acabaría muerta en ese mismo sitio, en castigo por su rebeldía, pero no le importaba demasiado, porque al menos así la tortura terminaría.

—¡Madre!

Al ver que no recibía respuesta alguna, miró alrededor. Deseó fervientemente tener algo a mano para arrojarlo lejos, pero no había nada en el entorno, y ese vacío fue como un grito brutal en su cabeza. No había nada para ella, allí no había absolutamente nada para ella.

Al llegar a la puerta, dio rienda suelta a su rabia. La arrancó de los goznes y la lanzó hacia atrás, al centro de aquella habitación fría y desierta. El panel blanco rebotó dos veces contra el suelo y luego se deslizó por el espacio vacío, como si fuera un guijarro plano lanzado sobre la superficie de un estanque.

Fue a grandes zancadas hacia la fuente, oyó una serie de ruidos metálicos y, cuando miró hacia atrás, vio que la puerta de acceso a las dependencias de su madre se había recompuesto por su propia voluntad, empotrándose mágicamente en el dintel, quedando exactamente como estaba antes, sin un mínimo desperfecto que diera cuenta de lo que ella le había hecho.

Payne sintió entonces una ira que casi le cortó la respiración y le provocó un fuerte temblor de manos.

Entonces vio que una figura cubierta por una túnica negra se acercaba por la galería.

No era su madre. Sólo era N’adie, que se acercaba cojeando y meciéndose de un lado al otro, con una cesta de ofrendas para la Virgen Escribana.

Y la imagen de aquella desafortunada y repudiada Elegida hizo hervir aún más su rabia.

—Payne.

El sonido de aquella voz profunda la hizo volver la cabeza rápidamente: Wrath estaba junto al árbol blanco de los pajarillos de colores. Su inmensa figura parecía dominar el patio.

Payne salió corriendo hacia él. Al fin tenía un blanco al que poder atacar. Y evidentemente el Rey Ciego percibió su violencia y su perversa disposición, porque en un abrir y cerrar de ojos adoptó la posición de combate y se dispuso a pelear con todas sus fuerzas.

Payne le dio todo lo que tenía, y más. Sus brazos y sus piernas volaron con furia ciega hacia él y su cuerpo se convirtió en una máquina de dar puñetazos y patadas que él rechazaba con sus antebrazos y esquivaba moviendo ágil e incansablemente el torso y la cabeza.

Payne atacó una y otra vez al rey, cada vez más rápido, más violentamente y con mayor potencia, forzándolo a devolverle los mismos golpes que ella le estaba mandando, porque de otra manera corría el riesgo de terminar gravemente herido. El primer golpe fuerte del rey la alcanzó en el hombro y, cuando ese poderoso puño se estrelló en su cuerpo, la Elegida perdió el equilibrio. Pero se recuperó rápido y enseguida dio media vuelta y lanzó una patada voladora.

El impacto contra el abdomen del rey fue tan fuerte que lo hizo gruñir. Ella volvió a girar una vez más y lo golpeó en la cara con los nudillos. Un chorro de sangre brotó de la nariz del rey. Sus gafas oscuras habían volado.

Wrath lanzó una maldición tras un feroz bramido.

—Qué diablos te sucede, Payne, qué…

El rey no tuvo tiempo de terminar, porque la hembra se lanzó contra él, lo agarró de la cintura y comenzó a empujarlo hacia atrás. Sin embargo, en ese terreno del cuerpo a cuerpo la lucha era demasiado desigual. El rey la doblaba en tamaño. Se zafó fácilmente de la patética llave y le dio la vuelta de manera que ahora fue él quien la tuvo sujeta por la espalda.

—¿Cuál es tu problema? —le gruñó Wrath en el oído.

Payne lanzó la nuca hacia atrás y le dio un cabezazo que hizo que Wrath aflojara los brazos sólo un segundo. Justo el tiempo que ella necesitaba para liberarse y, usando el sólido cuerpo de Wrath como plataforma, lanzarse hacia delante, pero…

Evidentemente sobrestimó sus fuerzas, y en lugar de aterrizar en pie, cayó de mala manera y se lastimó seriamente un pie.

Salió dando tumbos hacia un lado.

El borde de la fuente de mármol impidió que cayera al suelo, pero el impacto fue peor que si se hubiese caído.

El crujido de la espalda resonó como un latigazo.

El dolor fue insoportable.