60
Cuando John hizo ademán de sentarse en la camilla, Xhex lo ayudó y él se sorprendió de lo fuerte que era su hembra. En cuanto le puso una mano en la espalda, el guerrero herido sintió como si su torso se hubiese apoyado en una pared.
Desde luego, como ella misma solía decir, Xhex no era una hembra corriente.
La doctora Jane se acercó y comenzó a contarle a John lo que tenía debajo de la venda y lo que debía hacer para cuidarse la incisión. Pero el paciente no le estaba prestando atención.
Quería follar. Con Xhex. Inmediatamente.
Eso era lo único que le importaba, y esa necesidad iba mucho más allá del deseo físico, de la tensión de su verga excitada.
La cercanía de la muerte tenía la facultad de despertar el deseo de vivir al máximo, y follar con la persona amada era la mejor manera de expresar ese anhelo.
Los ojos de Xhex brillaron cuando percibió el olor que John estaba despidiendo.
—Vas a quedarte totalmente quieto otros diez minutos —dijo la doctora Jane, al tiempo que comenzaba a recoger los instrumentos quirúrgicos—. Y luego puedes dormir aquí, en la cama de la clínica.
—Vámonos —le dijo John a Xhex por señas.
Entonces, sin que hubiera respuesta, el macho enamorado bajó las piernas de la camilla, lo cual le costó un doloroso pinchazo que le avisaba de que estaba convaleciente y debía tener cuidado. Pero eso no lo hizo desistir en absoluto de su plan. Sin embargo, llamó la atención de todos los presentes. Mientras Xhex lo agarraba para darle estabilidad, la buena doctora comenzó su famoso discurso titulado «tienes que quedarte acostado». Pero John no quería saber nada de eso.
—¿No tendrás una bata que pueda ponerme para salir de aquí? —preguntó John por señas, muy consciente de que estaba excitado y de que tenía la imperiosa necesidad de disimular cierto fenómeno físico de su entrepierna.
Hubo una pequeña discusión y al cabo de un rato la doctora Jane levantó las manos e hizo un gesto que quería decir algo como «si-quieres-portarte-como-un-imbécil-yo-no-puedo-hacer-nada». Entonces le hizo una seña a Ehlena y la enfermera desapareció para regresar poco después con una bata acolchada y gruesa, y lo suficientemente grande para taparlo desde los hombros hasta media pierna.
Casualmente, la bata era de color rosa.
Aquella ridícula prenda parecía una evidente venganza por su negativa a quedarse en la clínica. Pero aunque cabría pensar que ese disfraz de Barbie podría acabar con su erección, ésta se mantuvo. No había quien dominara aquel pene declarado en abierta rebelión.
Siguió igual, erecto, firme a pesar del brutal ataque a la masculinidad de su dueño.
Lo cual hizo que John se sintiera muy orgulloso del miembro.
—Gracias —dijo por señas, no a la verga, sino a la enfermera, al tiempo que se ponía la bata por encima de los hombros. Haciendo un esfuerzo logró bajársela por el pecho y taparse a medias el trasero.
La doctora Jane se recostó en la mesa y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿No hay manera de que pueda convencerte de que te quedes un poco más? ¿Aceptarás al menos usar unas muletas?
—Estoy bien, pero muchísimas gracias por todo, de verdad.
La doctora Jane sacudió la cabeza.
—Vosotros, los hermanos, sois todos un coñazo.
Súbitamente, John sintió un pinchazo que no tenía nada que ver con su pierna. Era un aguijonazo moral
—No soy un hermano. Pero no te voy a discutir la segunda parte de la afirmación.
—Una actitud muy sabia la tuya. Y deberías serlo. Quiero decir que deberías ser un hermano.
John levantó el trasero y se bajó con cuidado de la mesa, mientras vigilaba constantemente la parte delantera de su disfraz de princesita. Por fortuna, sus partes íntimas seguían pudorosamente cubiertas, y así se quedaron mientras Xhex le pasaba su brazo por los hombros para servirle de apoyo.
Y resultó que su hembra era la mejor muleta posible. Ella soportó la mayor parte del peso cuando atravesaron la puerta. Luego siguieron hasta la oficina, cruzaron el armario y salieron al túnel.
John avanzó unos diez metros más, antes de detenerse y mover a Xhex de manera que quedara frente a él. Luego apagó las luces con el pensamiento.
Todas las luces.
Siguiendo sus imperiosas órdenes, los fluorescentes del techo se fueron apagando uno a uno, empezando por los que estaban justo encima de sus cabezas y siguiendo hacia el fondo en las dos direcciones. Cuando todo quedó a oscuras, John comenzó a moverse muy deprisa. Y Xhex también. Sabían que la doctora Jane y Ehlena estarían ocupadas recogiendo la sala de cirugía por lo menos durante media hora más. Y en la mansión era la hora de la Última Comida, así que no debía de haber nadie en el gimnasio, ni a punto de hacer ejercicio ni dándose una ducha en los vestuarios después de ejercitarse.
Eso les dejaba un limitado margen.
Y la clave era la oscuridad.
A pesar de la diferencia de estatura que había entre ambos, unos quince centímetros, pues Xhex medía un metro ochenta, John encontró la boca de la amada con tanta precisión como si sus labios estuviesen iluminados por un reflector antiaéreo. La besó con pasión y deslizó la lengua en su boca. La guerrera gimió y se aferró a los hombros del macho.
Sumidos ya en su glorioso limbo, en aquel ramal que se desviaba del camino que se habían trazado, John dio rienda suelta al macho enamorado que llevaba dentro, liberándolo para que amara como nunca había amado, para devolver a su hembra lo que ella le había dado en la granja durante la batalla. Le ofrecería infinito placer en pago por haberle salvado la vida.
Tenía que retribuir aquel instante mágico, el momento en que la daga de Xhex dejó su mano para atravesar el aire como una bala y darle a John muchas noches más de vida.
Llevó la mano hasta un seno de su hembra y al encontrar el pezón comenzó a acariciarlo con el pulgar. Se moría por poner la boca donde estaban sus dedos. Por fortuna, ella se había dejado la chaqueta y las armas en el vestíbulo de la casa, de modo que lo único que lo separaba de su piel era la ajustada camiseta que Xhex llevaba puesta.
El macho sintió unos imperativos deseos de rasgar aquella camiseta, pero aquello no era más que un rápido aperitivo, un pequeño adelanto del festín que les esperaba en la intimidad de su habitación, así que, en lugar de rasgar la prenda, deslizó las dos manos por debajo y la levantó hasta que los pechos quedaron libres.
¡Dios! No se ponía sostén ni siquiera para el combate.
Se excitó todavía más.
Aunque en realidad no necesitaba mucha ayuda para excitarse cuando se trataba de Xhex.
El eco de sus besos resonaba en el túnel. John le pellizcó los pezones, que ya estaban listos para recibir sus labios. Restregó el erecto pene contra ella. Xhex, entonces, decidió seguir la sugerencia que él ni siquiera se había dado cuenta de que había hecho, y bajó la mano por el estómago de John justo hasta su sublevado miembro.
John echó la cabeza hacia atrás. Una corriente de excitación y placer como nunca había experimentado le hizo soltar un grito sordo, una especie de rugido. Pensó que había empezado a levitar.
Antes de que John pudiera pensar nada, Xhex lo empujó contra la pared del túnel. El aire frío acarició su piel cuando ella le abrió la bata.
La guerrera fue deslizando entonces sus labios por el pecho de John, al tiempo que sus colmillos dejaban un rastro que incendiaba cada nervio del cuerpo masculino, en especial los del miembro viril.
John dejó escapar otro grito sordo cuando la boca ardiente y húmeda de Xhex llegó hasta aquel lugar tan sensible y enseguida lo cubrió con los labios.
Comenzó a chupar el pene, envolviéndolo en su calor y su humedad. Moviéndose con un ritmo lento y estable, la boca de Xhex se deslizaba por encima de la verga de John hasta llegar a la punta. Luego volvía a bajar, pasando la lengua por el tronco entero.
Entretanto, el macho mantenía los ojos abiertos, pese a que era tal la oscuridad que los rodeaba que bien habría podido tener los párpados cerrados… ¡Virgen Escribana!, la ceguera resultaba absolutamente apropiada en aquella situación. No necesitaba el sentido de la vista, pues tenía una clara imagen mental del salvaje erotismo de su amada, arrodillada frente a él, con la camiseta recogida por encima de los senos y los pezones firmes, mientras su cabeza subía y bajaba, subía y bajaba…
Y los senos se mecían al ritmo de sus movimientos.
Con la respiración entrecortada, John tenía la sensación de que había dejado de dolerle la pierna herida, pero la verdad era que no sentía nada que no fuera lo que Xhex le estaba haciendo. Podría haber estado en medio de un incendio, que de todas formas no se daría cuenta de nada.
En realidad estaba en llamas… y las llamas se volvieron más ardientes cuando ella le levantó el miembro y comenzó a deslizar su lengua hacia abajo, hasta llegar a los testículos. Entonces se los chupó uno por uno y luego volvió a comenzar con los lametones en el pene.
Al cabo de unos instantes, ella alcanzó cierto ritmo: caricia, succión, caricia, succión. Y John no resistió mucho más.
Se tensó, echó el cuerpo hacia atrás en una frenética contorsión, mientras apoyaba las palmas de las manos contra la pared… y se corría.
Cuando terminó de eyacular alzó a la hembra y le dio un beso largo y apasionado. Un beso que sugería que estaba dispuesto a devolverle el favor.
Ella le mordió el labio inferior y luego lamió el corte de modo lento, sugerente.
—A la cama. Ya. —La guerrera había tomado el mando.
Entendido. A la orden.
John volvió a encender las luces y prácticamente salieron corriendo hacia la mansión.
Y la pierna no le causó la más mínima molestia.
‡ ‡ ‡
Mientras Saxton se alimentaba, Blay tuvo que salir de la habitación que habían asignado a su amigo, pero no tenía autorización para salir de la casa a aclarar sus pensamientos. De acuerdo con las Leyes Antiguas, el primo de Qhuinn era su invitado a la casa de la Primera Familia y, por ello, el protocolo exigía que Blay permaneciera dentro de sus muros.
Era una lástima, porque salir a pelear con los demás le habría brindado al menos una cierta sensación de utilidad y habría hecho que la espera se hiciese menos larga.
Después de que Phury llegara acompañado de Selena y se hicieran las presentaciones de rigor, Blay se dirigió a su habitación y se dispuso a poner un poco de orden allí. Por desgracia, la tarea de limpieza no requirió más de dos minutos, pues no había mucho que hacer: sólo enderezar el libro que había estado leyendo y pasar un par de calcetines negros de seda del cajón de los calcetines de colores al de más abajo.
Una de las desventajas de ser ordenado es que nunca hay mucho que hacer a la hora de limpiar y ordenar.
También se había cortado el pelo recientemente. Y llevaba las uñas impecables. Y no tenía nada que afeitarse, debido a que los vampiros eran lampiños, excepto en la cabeza.
Por lo general, cuando tenía un rato libre, Blay solía llamar a su casa para conversar con sus padres, pero, teniendo en cuenta todo lo que estaba pasando por su cabeza en ese momento, no le parecía muy buena idea marcar el número de la casa de seguridad de su familia. Mentía muy mal, y no iba a soltar abruptamente a sus padres un «hola, no os lo había dicho, pero resulta que soy gay y estoy pensando en empezar a salir con el primo de Qhuinn».
El cual, casualmente, está hospedado aquí.
Y se está alimentando en este momento.
Dios, la idea de que Saxton se estuviera alimentando con sangre era muy excitante, aunque se tratara de la sangre de Selena.
Y también le excitaba la idea de que Phury estuviera con ellos en la habitación. Para cumplir con un formalismo, claro, no porque creyeran que Selena necesitara protección.
Ciertamente, y por desgracia, no había forma de acercarse a esa habitación. Además, lo último que quería era presentarse excitado ante tamaña concurrencia.
Blay miró el reloj y comenzó a pasearse. Luego trató de ver un poco la televisión. Después intentó, durante un rato, centrarse en el libro que tenía sobre la mesita de noche.
De vez en cuando sonaba su móvil, con mensajes que daban cuenta de los progresos en el campo de batalla. Pero la verdad era que ninguno de aquellos mensajes hizo mucho por tranquilizarlo. La Hermandad enviaba comunicados regulares, de modo que todo el mundo tuviera información actualizada. Las cosas no iban muy bien que digamos: John estaba herido, así que él, Xhex y Qhuinn estaban con la doctora Jane abajo, en la clínica. El ataque sorpresa a la granja había sido victorioso, pero sólo hasta cierto punto; el supuesto nuevo jefe de restrictores todavía andaba suelto. Habían logrado matar a muchos, pero no a todos los nuevos reclutas que habían encontrado. Y la dirección asociada con el coche de carreras no había arrojado ningún resultado. Así que la tensión crecía.
Blay volvió a mirar su reloj. Y luego el que estaba en la pared.
Y sintió ganas de gritar.
Por Dios, hacía mucho tiempo que Saxton y Selena habían comenzado. ¿Por qué nadie había ido a avisarle de que ya habían terminado?
¿Habría ocurrido algo grave? La doctora Jane había dicho que las heridas de Saxton no eran serias y que si se alimentaba seguramente comenzaría a recuperarse con rapidez.
Luego, pensando, se imaginó la causa de aquel retraso.
De todos los hermanos, el Gran Padre era el que tenía más posibilidades de llevarse bien con Saxton. A Phury le encantaban la ópera el arte y los buenos libros. Seguramente, tras terminar la alimentación, se habían quedado charlando de sus aficiones comunes.
Pasado otro rato, Blay ya no pudo soportar su propia compañía y bajó a la cocina, donde los doggen de la casa estaban preparando la Última Comida. Trató de ayudar. Se ofreció a poner los platos o los cubiertos sobre la mesa, o a cortar vegetales en la cocina, o a vigilar los pavos que estaban en el horno. Pero los criados se pusieron tan nerviosos por su oferta que prefirió retirarse.
Joder, si había una cosa que alteraba los nervios a los doggen era ofrecerles ayuda. Por naturaleza, los doggen no podían soportar que alguien a quien ellos servían hiciera algo distinto de esperar a que lo atendieran; pero al mismo tiempo tampoco se atrevían a decirle que no.
Antes de que la angustia de los criados desembocara en una cena quemada o, tal vez, un suicidio colectivo de criados, Blay salió de aquellas dependencias y atravesó el comedor…
En ese momento se abrió la puerta del vestíbulo y Qhuinn entró dando grandes zancadas sobre el suelo de mosaico.
Tenía sangre roja en la cara, las manos y los pantalones de cuero. Sangre fresca y brillante.
Sangre humana.
El primer impulso de Blay fue preguntarle a su amigo qué ocurría, pero luego se contuvo porque no quería llamar la atención de los demás hacia el hecho de que, evidentemente, Qhuinn no estaba donde estaba John.
El caso era que no solía haber muchos Homo sapiens en la clínica del centro de entrenamiento.
Y se suponía que había estado combatiendo con restrictores recién iniciados, cuya sangre era negra.
Blay subió las escaleras corriendo y alcanzó a Qhuinn frente al estudio de Wrath, cuyas puertas, afortunadamente, estaban cerradas.
—¿Qué diablos te ha pasado?
Qhuinn no se detuvo, y siguió hacia su habitación. Después de entrar, hizo ademán de cerrarle la puerta a Blay en la cara.
Pero éste no estaba dispuesto a aceptar semejante comportamiento, así que entró a la fuerza.
—¿Qué es toda esa sangre?
—No tengo ganas de hablar —murmuró Qhuinn, empezando a desvestirse.
Dejó la chaqueta de cuero sobre la cómoda, se quitó las armas para dejarlas en el escritorio, y las botas, a trompicones, mientras se dirigía al baño. Luego lanzó la camiseta, que terminó sobre una lámpara.
—¿Por qué tienes sangre en las manos? —preguntó Blay de nuevo.
—No es de tu incumbencia.
—¿Qué has hecho? —preguntó Blay, aunque creía saberlo—. ¿Qué demonios has hecho?
Cuando Qhuinn se inclinó para abrir el grifo de la ducha, los músculos de su espalda se tensaron, haciéndose espectacularmente visibles.
Joder, la sangre roja manchaba también otras partes, lo cual hizo que Blay se preguntara hasta dónde habría llegado la pelea.
—¿Cómo está tu amigo?
Blay frunció el ceño.
—¿Mi amigo?… Ah, Saxton.
—Sí, «ah, Saxton». —En ese momento de la ducha comenzó a salir un vapor que rápidamente llenó el espacio que había entre Qhuinn y Blay—. ¿Cómo le va?
—Supongo que ya ha terminado de alimentarse.
Los ojos bicolores de Qhuinn se clavaron en algo que parecía estar detrás de la cabeza de Blay.
—Espero que se sienta mejor.
Mientras observaba a su amigo de frente, Blay notó tal dolor en el pecho que tuvo que frotarse.
—¿Lo has matado?
—¿A quién? —Qhuinn se puso las manos sobre las caderas, lo cual resaltó sus pectorales y los piercings de los pezones, brillantes gracias a la luz de los focos que había sobre los lavabos—. No sé de quién hablas.
—Deja de joder con esos cuentos. Saxton querrá saberlo.
—Cómo lo proteges, ¿no? —En las últimas palabras de Qhuinn no había rastro de hostilidad. Sólo un extraño tono de resignación—. Bueno, está bien, no he matado a nadie. Pero me encargué de darle a ese maldito homófobo algo más en que pensar aparte del cáncer de garganta que le van a provocar esos cigarros. No permitiré que nadie humille ni falte al respeto a un miembro de mi familia. —Qhuinn se dio la vuelta—. Y, bueno, mierda, no me gusta verte preocupado, aunque no lo creas. ¿Qué habría pasado si Saxton se hubiese quedado allí después de que saliera el sol? ¿O si lo encontraba algún humano? Tú nunca te lo habrías perdonado. Así que tenía que dejar un aviso a quien correspondía.
Dios. Aquello sí que era comportarse como un hijo de puta. Hacer algo malo con la excusa perfecta. Pleno disfrute de la maldad, con coartada inatacable.
—Te amo —susurró Blay, pero en voz tan baja que el ruido del agua tapó sus palabras.
—Oye, necesito darme una ducha —dijo Qhuinn—. Quiero quitarme esta mierda de encima. Y luego necesito dormir.
—Está bien. ¿Quieres que te traiga algo de comer?
—Estoy bien, gracias.
Al dirigirse hacia la puerta, Blay miró hacia atrás. Qhuinn se estaba quitando los pantalones de cuero y su trasero acababa de hacer una espectacular aparición.
Salió del baño contemplando aún aquel glorioso espectáculo, pero se había quedado tan conmocionado que un poco más adelante tropezó con el escritorio y tuvo que agarrar la lámpara para evitar que se cayera al suelo. Después de volver a dejar la lámpara en su lugar, tomó la camiseta que había caído sobre la pantalla y, como un patético afeminado, se la llevó a la nariz y aspiró profundamente.
Cerró los ojos y apretó contra su pecho la suave tela de algodón que hacía unos segundos estaba sobre el pecho de Qhuinn. Escuchó con atención el sonido del agua que caía sobre su amigo.
Nunca supo cuánto tiempo se quedó así, gravitando en el limbo que suponía estar tan cerca y a la vez tan lejos. Lo que lo impulsó a moverse fue el miedo a que lo pillaran en aquella actitud tan ridícula. De modo que volvió a poner la camiseta sobre la pantalla con cuidado y, no sin necesitar esforzarse, fue hacia la puerta.
Estaba a medio camino cuando lo vio.
Sobre la cama.
El cinturón blanco estaba enredado entre las sábanas.
Cuando sus ojos se deslizaron hacia la parte de arriba de la cama, vio la huella de dos cabezas sobre la almohada. Evidentemente la Elegida Layla había olvidado el cinturón de su túnica al marcharse. Lo cual sólo podía haber ocurrido si estaba desnuda.
Se llevó la mano al corazón una vez más y la sensación de opresión que experimentó lo hizo pensar que se encontraba debajo del agua… y que la superficie del océano se encontraba muy, pero que muy por encima de él.
De pronto oyó que Qhuinn cerraba la ducha y agarraba una toalla.
Blay pasó de largo junto a la cama y salió por la puerta.
Cuando abandonó la habitación de Qhuinn no era consciente de haber tomado una decisión, pero sus pies sí sabían hacia dónde iban, eso era evidente. Anduvo un poco por el pasillo, se detuvo dos cuartos más allá y luego su mano se levantó por su propia voluntad y dio un golpecito en la puerta. Cuando se escuchó una respuesta un poco ronca, Blay abrió la puerta. La estancia estaba a oscuras y olía maravillosamente. Avanzó hasta situarse en medio del umbral. Su sombra se proyectó hasta los pies de la cama, gracias a la luz que entraba desde el pasillo.
—Se acaban de marchar. —La sensual voz de Saxton prometía todo lo que Blay deseaba—. ¿Vienes a ver cómo estoy?
—Sí.
Hubo una larga pausa.
—Entonces cierra la puerta y te lo mostraré.
La mano de Blay apretó el picaporte hasta que le dolieron los nudillos.
Y luego dio un paso hacia dentro y cerró la puerta. Mientras se quitaba los zapatos, puso el seguro.
Para garantizar la necesaria privacidad.