6
—Me encanta la forma en que me miras.
Desde el otro extremo de la habitación, Xhex no hizo comentario alguno al oír las palabras de Lash. A juzgar por la manera en que yacía al pie del escritorio, con uno de los hombros más alzado que el otro, Xhex pensó que era muy posible que le hubiese dislocado el brazo. Y no era la única lesión que presentaba Lash. Por su barbilla corría un chorro de sangre negra que brotaba del labio que ella le había cortado. Además, durante un tiempo cojearía a causa del fuerte mordisco que le había dado en el muslo.
Lash la miraba intensamente, de pies a cabeza, pese a lo cual Xhex no se inmutaba. Mantenía la mirada, no intentaba cubrirse. Si él quería intentar un segundo asalto, iba a necesitar toda la fuerza que le quedaba. Y, además, la modestia, el recato, sólo tenían sentido si a uno le importaba su propio cuerpo. Y ella había perdido ese interés hacía mucho tiempo.
—¿Crees en el amor a primera vista? —preguntó Lash de pronto. Luego soltó un gruñido, se levantó del suelo y tuvo que agarrarse de la cómoda para lograrlo. De paso, hizo fuerza para probar el estado del brazo—. ¿Crees en el amor a primera vista? —insistió Lash.
—No.
—Vaya, tenemos aquí una escéptica. —Lash fue cojeando hasta el baño. De pie entre las puertas, apoyó una mano contra la pared, se volvió hacia la izquierda y respiró profundamente.
Con un violento tirón colocó en su sitio el hombro dislocado. El crujido y la maldición subsiguiente resonaron con fuerza. Luego se dejó caer hacia delante, respirando de forma entrecortada. Los cortes que tenía en la cara dejaron manchas negras sobre el yeso blanco. Al cabo de unos instantes se volvió hacia Xhex y sonrió.
—¿Quieres ducharte conmigo? —Al ver que ella permanecía en silencio, Lash sacudió la cabeza—. ¿No? Qué lástima.
Luego desapareció entre las paredes de mármol y momentos más tarde se oyó el ruido del agua.
Sólo cuando olió el fino jabón, además de oír el ruido del grifo, es decir al saber que se estaba bañando, Xhex empezó, con mucho cuidado, a relajar sus doloridas y entumecidas extremidades.
Nada de debilidad. Ella no estaba dispuesta a mostrar la más mínima flaqueza. Y no era sólo por el deseo de parecer fuerte para que aquel canalla se lo pensara dos veces antes de volverse a meter con ella. También se mantenía firme porque su naturaleza se negaba a ceder ante nadie. No le cabía duda: moriría peleando.
Eso era lo que le decía su instinto, lo más profundo de su ser: era invencible y eso no lo decía su ego. Todas sus vivencias, todas sus experiencias demostraban que, sin importar lo que le hicieran, ella podía afrontarlo todo.
Pero, santo Dios, cómo odiaba aquellas peleas con Lash. Cómo odiaba aquel despliegue de sexo violento.
Cuando el secuestrador salió del baño un poco más tarde, estaba limpio. Sus heridas ya se encontraban en proceso de curación: los moretones se veían más pálidos, los arañazos estaban desapareciendo y los huesos se recomponían a simple vista, con mágica celeridad.
Vaya suerte la suya. Estaba frente el maldito conejito de los anuncios, al que nunca se le acababan las pilas.
—Voy a ver a mi padre. —Se acercó a Xhex, y ella enseñó los colmillos. Lash pareció sentirse halagado por un momento—. Me encanta tu sonrisa.
—No es una sonrisa, estúpido.
—Muy bien, pues sea lo que sea, en todo caso, me gusta. Por cierto, algún día te voy a presentar a mi querido viejo. Tengo planes para nosotros.
Lash trató de inclinarse, sin duda para besarla, pero al notar que ella comenzaba a sisear, poniéndose en guardia de nuevo, lo pensó mejor.
—Regresaré, mi amor —susurró.
Lash sabía que su presa detestaba toda aquella mierda amorosa, y precisamente por eso se regodeaba en ella. Así que ella esta vez tuvo cuidado de ocultar su aversión. Tampoco lo provocó cuando dio media vuelta y se marchó.
Cuanto más se negaba a hacerle el juego, más le confundía y a ella se le aclaraban más las ideas.
Oyó que se movía por la habitación de al lado, y se lo imaginó vistiéndose. Mantenía su ropa en la otra habitación desde que fue consciente de lo violentas que iban a ser las cosas entre ellos. No le gustaba el desorden y era quisquilloso con la ropa. No dejaba que se la destrozase.
Se hizo el silencio y al cabo de un instante lo oyó bajar las escaleras. Xhex respiró hondo y se levantó del suelo. El baño todavía estaba lleno de vapor y de aromas tropicales tras la ducha de Lash. Aunque odiaba la idea de lavarse con el mismo jabón que él, le disgustaba más lo que tenía sobre la piel.
En cuanto se colocó bajo el chorro de agua caliente, el mármol del suelo se volvió rojo y negro. Los dos tipos de sangre se desprendían de su cuerpo y se iban por el desagüe. Xhex se duchó rápidamente porque, aunque Lash se había marchado hacía un momento, nunca podía saberse cuándo regresaría. A veces volvía enseguida. En otras ocasiones no aparecía en todo el día.
La fragancia de aquellas sofisticada mierda francesa que Lash se empeñaba en tener en su baño le producía náuseas; aunque suponía que a la mayoría de las hembras les encantaría la mezcla de lavanda y jazmín. Joder, cómo le gustaría tener a mano el maravilloso gel antibacteriano de Rehv. Gozaría aplicándoselo por todo el cuerpo, aunque sin duda los cortes le arderían de forma infernal. Pero Xhex no tenía problemas con el dolor. Todo lo contrario: la idea de quedar en carne viva le resultaba atractiva.
Cada esfuerzo para pasarse el jabón por un brazo o una pierna le provocaba dolores. Los sufría cuando se inclinaba hacia un lado o hacia delante, e incluso le asaltaban sin ninguna razón. Xhex pensó en los cilicios que siempre había usado para controlar su naturaleza symphath. Con todos aquellos combates que mantenía a diario en la habitación, su cuerpo recibía la suficiente dosis de dolor como para mantener contraladas sus inclinaciones perversas. Aunque en realidad eso no importaba mucho. ¿Por qué no ser perversa ahora? No se encontraba rodeada de gente «normal» y la parte malvada de su personalidad la ayudaba a manejar la situación en que se encontraba.
Sin embargo, tras veinte años usando los cilicios, era extraño no llevarlos puestos. Había dejado el par de cadenas con púas en la mansión de la Hermandad… sobre la cómoda de la habitación en la que se había quedado aquel día antes de ir a la colonia. Tenía el propósito de regresar al final de la noche, ducharse y volver a ponérselos… pero ahora debían de estar llenándose de polvo a la espera de que ella regresara.
A decir verdad, Xhex estaba comenzando a perder la esperanza de volver a reunirse con sus cilicios.
Era curioso ver cómo la vida podía dar un gran vuelco de repente: salías de casa esperando regresar pronto, pero luego el camino que parecía ir hacia la derecha te llevaba bruscamente hacia la izquierda…
¿Durante cuánto tiempo conservarían los hermanos las cosas que ella había dejado en la mansión?, se preguntaba Xhex. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que sus pocas pertenencias, tanto las que estaban en la mansión de la Hermandad, como las de la cabaña del río, o las que guardaba en un sótano, fueran relegadas al olvido, o lo que era peor, al basurero? Probablemente dos semanas. Salvo en el caso de las pertenencias del sótano, cuya existencia sólo conocía John, que posiblemente sobreviviesen algo más.
Pasadas esas dos semanas, seguramente sus cosas serían guardadas en un armario. Luego irían a parar a unas cajas amontonadas en el ático.
O tal vez simplemente las tirasen a la basura.
Eso era lo que sucedía cuando la gente moría. Las pertenencias de la persona fallecida acababan en la basura, a menos que tuvieran algún valor y alguien se apropiara de ellas.
Pero no había gran demanda de cilicios. No eran objetos codiciados.
Cerró el grifo, salió de la ducha, se secó con la toalla y regresó a la habitación. Justo cuando se sentó al lado de la ventana, la puerta se abrió y el restrictor que se encargaba de la cocina entró con una bandeja llena de comida.
Siempre parecía confundido cuando dejaba la comida sobre el escritorio y miraba a su alrededor: como si después de todo este tiempo todavía no entendiera por qué diablos tenía que llevar comida caliente a una habitación que estaba vacía. El hombrecillo también inspeccionó las paredes y recorrió con los ojos las manchas frescas de sangre negra. Como era un tipo muy pulcro, sin duda quería poner un poco de orden: cuando Xhex llegó allí el primer día, el papel de pared estaba en perfecto estado. Ahora, sin embargo, parecía que lo hubiesen traído directamente de un vertedero.
Mientras se acercaba a la cama y arreglaba el cobertor y las almohadas que estaban tiradas alrededor, dejó la puerta completamente abierta. Xhex pudo ver el pasillo y las escaleras que llevaban abajo.
Pero no había razón para correr hacia la puerta. Derribarlo tampoco serviría de nada. Ni podía usar el método symphath, pues el bloqueo del que era víctima era tanto físico como mental. Imposible dominar su cuerpo o su mente.
Lo único que Xhex podía hacer era observarlo y cultivar la esperanza de poder atacarlo de alguna manera algún día. Dios, aquella sensación de impotencia, la angustia de no poder dar rienda suelta al instinto asesino, debía de ser lo que sentían los leones de los zoológicos cuando los domadores entraban en la jaula con sus escobas y sus alimentos: mientras el domador podía ir y venir y cambiar tu entorno, tú estabas atrapado, encadenado, impotente.
Y sentías deseos irrefrenables de atacar, de morder.
Cuando el hombrecillo se marchó, Xhex se acercó a la comida. Enfurecerse con el filete no la iba a ayudar y necesitaba las calorías para seguir luchando, así que se lo comió todo. Todo lo que comía le sabía a cartón. Se preguntaba si alguna vez volvería a comer algo por puro placer y no por la necesidad de mantener las fuerzas. Ese comportamiento era lógico, pero no despertaba ninguna ilusión a la hora de las comidas.
Cuando terminó de comer, Xhex regresó a la ventana, se sentó en el sillón y dobló las rodillas hasta que chocaron con el pecho. Al mirar hacia la calle no se relajaba, pero al menos se quedaba quieta, reposaba un poco.
Aunque ya habían pasado varias semanas de encierro, seguía buscando la manera de escapar… y no dejaría de hacerlo, lo intentaría hasta el último aliento.
Igual que el instinto que la impulsaba a luchar contra Lash, el impulso de escapar no sólo era resultado de las difíciles circunstancias en que estaba, sino que era parte de la esencia misma de la hembra que era ella. Al pensar en ello se acordó de John.
Estaba decidida a escapar de él.
Xhex recordó una ocasión en la que estuvieron juntos. No la última vez, cuando él pasó factura, por así decirlo, por todo el rechazo que ella le había demostrado, sino aquella otra, en su apartamento del sótano. Después del encuentro sexual, él había hecho el ademán de besarla… era evidente que quería algo más que un polvo rápido y brusco. ¿Y cuál fue su respuesta? Xhex se alejó enseguida y se dirigió al baño, donde se lavó exhaustivamente, como si la hubiese ensuciado. Luego se marchó.
Así que no podía culparlo por la forma en que se habían despedido.
Xhex miró alrededor de su prisión de muros invisibles. Probablemente iba a morir allí. Y probablemente se iba a morir pronto, teniendo en cuenta que no se había alimentado de sangre fresca en mucho tiempo y se encontraba bajo gran estrés físico y emocional.
La idea de su propia muerte la hizo pensar en la cantidad de rostros que había observado mientras la vida abandonaba su cuerpo y el alma volaba libremente. Como la asesina que era, la muerte había sido su trabajo. Como symphath, la muerte había sido una especie de vocación.
El proceso siempre le resultó fascinante. Cada una de las personas que había matado luchó contra la marea del destino, incluso aunque supieran que estaban perdidas. Al verla ante sí, con cualquiera de las armas que manejase, sabían que aunque lograsen salir indemnes la primera vez, ella iba a volver a atacar. Sin embargo, eso no parecía importar. El horror y el dolor actuaban como una fuente de energía que alimentaba el espíritu de lucha y Xhex sabía lo que se sentía. Sabía muy bien que uno lucha por respirar aunque no pueda llevar aire a sus pulmones. Sabía que se formaba un velo de sudor frío encima de la piel recalentada, que los músculos se debilitaban, y aun así uno siempre seguía ordenándoles que se movieran.
Los que la secuestraron la vez anterior la habían llevado hasta el borde del rigor mortis en varias ocasiones.
Aunque los vampiros creían en la Virgen Escribana, los symphaths no tenían ninguna noción de vida después de la vida. Para ellos, la muerte era una rampa de salida, pero no hacia otra autopista, sino hacia una pared de ladrillo contra la cual te estrellabas. Después de la vida no había nada.
Desde luego, ella no creía en toda esa mierda de las divinidades. La muerte era el momento en que se apagaban las luces, fin de la historia. Por Dios santo, la había visto tan de cerca en tantas ocasiones: después del gran combate no seguía… nada. Sus víctimas sólo habían dejado de moverse, paralizadas en la posición en la que estuvieran cuando su corazón se había detenido. Y tal vez algunas personas muriesen con una sonrisa en el rostro, pero lo que a Xhex le decía su experiencia era que se trataba más bien de una mueca.
Lo suyo sería que si estuvieran viendo una luz blanca brillante y acercándose al reino de los cielos, los muertos estuvieran radiantes, como si les hubiera tocado la lotería.
Pero quizá parecieran tan tristes, no por adivinar el lugar al que iban, sino por saber de qué lugar venían.
Los remordimientos… uno pensaba en las cosas de las que se arrepentía.
Aparte de haber querido nacer en circunstancias diferentes, sólo dos de las muchas barbaridades cometidas en su vida le pesaban realmente en la conciencia.
Deseaba haberle dicho a Murhder, hacía ya muchos años, que ella era medio symphath. De esa manera, cuando fue llevada a la colonia, él no habría ido a rescatarla. Habría sabido que era inevitable que la otra rama de su familia fuera a por ella y no habría terminado donde terminó.
Y también deseaba poder viajar atrás en el tiempo y decirle a John Matthew que lo sentía. De todas maneras lo habría alejado de ella, porque era la única manera de que no repitiese los errores de su otro amante. Pero le habría hecho saber que no era por culpa de él, sino de ella.
Al menos, se dijo, John acabaría saliendo bien librado, pues tenía a los hermanos y al rey de la raza para que lo cuidaran. Gracias a que ella lo había rechazado, estaba a salvo de cometer una gran estupidez.
Xhex sabía que estaba sola y que las cosas iban a salir como tenían que salir. Su destino estaba escrito.
Tras llevar una vida violenta, para ella no era ninguna sorpresa descubrir que tendría un final violento… pero, fiel a su naturaleza, Xhex estaba segura de que podría llevarse con ella a unos cuantos en su viaje de salida.