59

Darius y Tohrment usaron la carroza que estaba junto al establo para llevar a la hembra de regreso a la casa de su familia. Probablemente fuera el vehículo en el que la pareja había llegado hasta la mansión de piedra. El joven tomó las riendas y Darius se quedó en el interior, con la hembra, deseando poder brindarle algún consuelo, pero consciente de que no había mucho que ofrecer. El viaje era largo y el golpeteo de los cascos de los caballos, sumado al crujido del vehículo, el bamboleo de los asientos y el tintineo de los arreos, impedía cualquier conversación y hacía difícil una mínima sensación de comodidad.

Darius sabía bien que, aunque el medio de transporte hubiese sido tan silencioso como un susurro y tan tranquilo como las aguas de un estanque, su preciosa carga tampoco habría pronunciado palabra. La muchacha se había negado a comer o beber y no hacía más que observar el paisaje, en mortal silencio, mientras avanzaban hacia el sur.

Después de un rato de viaje, a Darius se le ocurrió que el symphath quizás había encadenado la mente de la muchacha de alguna manera después raptarla, pues de no ser así, la chica habría podido desmaterializarse y escapar en cualquier momento.

Sin embargo, eso no le preocupaba ahora, pues la hembra se encontraba muy débil y, considerando la expresión de dolorosa resignación de su cara, tuvo la impresión de que todavía se sentía cautiva, que no tenía plena noción de que ya había recuperado la libertad.

Darius había tenido la tentación inicial de enviar a Tohrment por delante para que le diera a la madre y al padre de la muchacha la buena nueva, pero finalmente decidió no hacerlo. Durante el viaje podían suceder muchas cosas y necesitaba que Tohrment se encargara de los caballos mientras él atendía a la hembra.

Teniendo en cuenta las amenazas que representaban los humanos, los restrictores y los symphaths, tanto Darius como Tohr tenían sus armas a mano, pero aun así Darius hubiera querido contar con refuerzos. Si hubiese alguna manera de comunicarse con los otros hermanos y llamarlos…

Cuando ya estaba casi a punto de amanecer, el exhausto grupo llegó a las afueras de la aldea que estaba cerca de la casa de la hembra.

Como si reconociera el lugar donde se encontraban, la muchacha levantó la cabeza y sus labios se movieron, al tiempo que abría mucho los ojos, que estaban llenos de lágrimas.

Darius se inclinó.

Ya puedes descansar… será…

Cuando los ojos de la muchacha se clavaron en los de Darius, el hermano pudo ver la inmensa angustia que albergaba en su alma.

No será —dijo la muchacha modulando con los labios y luego se desmaterializó y desapareció del interior de la carroza.

Darius lanzó una maldición y dio un puñetazo al panel lateral de la carroza. Tohrment detuvo el caballo y Darius se bajó de un salto, alarmado.

Pero la muchacha no había ido muy lejos.

Darius alcanzó a ver un destello de su camisón blanco en medio de la pradera, y enseguida fue tras ella. La chica corría, pero debido a la falta de fuerzas, avanzaba con más desesperación que celeridad. Darius la dejó seguir hasta donde pudiera llegar.

Más tarde recordaría que fue en ese momento, durante esa carrera desesperada, cuando se dio cuenta de que ella no podía ir a su casa. No a causa de la experiencia por la que había pasado, sino debido a lo que llevaba consigo después de esa experiencia.

Cuando la hembra tropezó y se cayó, intentó levantarse.

Al parecer quería seguir huyendo, pero Darius ya no podía soportar verla sufrir de esa manera.

Detente —le dijo el guerrero, levantándola de la fría hierba—. Deja ya de correr…

La muchacha trató de soltarse, pero apenas tenía la fuerza de un cervatillo. Al poco, se quedó inmóvil en los brazos de Darius. En ese momento de quietud, Darius comprobó que respiraba de manera agitada y que su corazón parecía palpitar a toda velocidad, a juzgar por las pulsaciones de su yugular y el temblor que se notaba en sus venas.

Luego la muchacha dijo algo con voz débil, pero pronunciando cada palabra con determinación:

No me lleves de vuelta a casa; ni siquiera hasta la verja de la entrada. No me lleves de vuelta a casa.

No es posible que estés diciendo eso. —Darius le retiró el pelo de la cara con suavidad y súbitamente recordó haber visto aquellos hilos dorados en el cepillo que había en su habitación. Muchas cosas habían cambiado desde la última vez que ella se sentó frente a su espejo y se preparó para pasar una grata y rutinaria noche con su familia—. Has pasado por muchas cosas y no puedes pensar con claridad. Necesitas reposar y…

Si me llevas allí, huiré de nuevo. No hagas que mi padre tenga que ver eso.

Debes ir a casa y…

No tengo casa. Ya nunca más tendré una casa.

Nadie tiene que saber lo que ha sucedido. Y en ese sentido es bueno que no haya sido un vampiro, pues nadie…

Llevo en mi vientre la semilla del symphath. —Los ojos de la muchacha se endurecieron—. Mi periodo de fertilidad comenzó la misma noche que él me violó y, desde entonces, no he sangrado como sangran las hembras. Estoy encinta.

Darius suspiró ruidosamente y su aliento formó una nube de vapor en medio del aire frío. Aquello lo cambiaba todo, ciertamente. Si la muchacha tenía un embarazo normal y daba a luz, cabía la posibilidad de que su hijo pasara por vampiro, pero los mestizos eran impredecibles. Nunca se podía saber cuál sería la distribución de los genes, si se inclinarían hacia un lado o hacia el otro.

Pero tal vez había alguna manera de convencer a la familia de que…

La hembra agarró las solapas del burdo abrigo de Darius.

Déjame quemarme al sol. Déjame encontrar la muerte que deseo. Me quitaría la vida con mis propias manos, pero no me quedan fuerzas.

Darius miró a Tohrment, que estaba esperando junto a la carroza. Entonces llamó al chico con un gesto de la mano y le dijo a la hembra:

Déjame hablar con tu padre. Déjame allanar el camino.

Él nunca me perdonará.

No fue culpa tuya.

El problema no es la culpa, sino el resultado. —La muchacha hablaba de manera cada vez más lúgubre.

Cuando Tohrment se desmaterializó y volvió a tomar forma frente a ellos, Darius se puso de pie.

Llévala de regreso a la carroza y escondeos entre los árboles. Iré a ver a su padre ahora mismo.

Tohrment se inclinó, levantó a la hembra con sus fuertes brazos y se puso de pie. Protegida por aquel joven guerrero, la hija de Sampsone volvió a adoptar el mismo estado de inmovilidad que durante el viaje. Aunque tenía los ojos abiertos, miraba hacia el vacío, con la cabeza inclinada hacia un lado.

Cuídala bien —dijo Darius, mientras envolvía a la muchacha en su camisón—. Volveré enseguida.

No te preocupes. —Tohrment echó a andar por la pradera, hacia la carroza.

Darius se quedó observándolos por un momento y luego se desvaneció en el aire, para volver a tomar forma en el jardín de la mansión de Sampsone. Se dirigió enseguida a la puerta principal, agarró el aldabón de cabeza de león y golpeó.

El mayordomo abrió la puerta instantes después.

Era evidente que algo terrible había ocurrido en la mansión. Estaba tan pálido como la niebla y las manos le temblaban.

¡Señor! Ay, bendito sea, por favor, pase.

Darius frunció el ceño al entrar.

¿Qué sucede?

El señor de la casa salió en ese momento del salón; detrás de él iba el symphath cuyo hijo había desatado toda aquella tragedia.

¿Qué haces tú aquí? —le preguntó Darius al devorador de pecados.

¿Mi hijo está muerto? ¿Lo has matado?

El guerrero vampiro desenfundó una de las dagas negras que llevaba en el arnés del pecho, con la empuñadura hacia abajo.

.

El symphath asintió con aire apesadumbrado. No pareció importarle demasiado. Malditos reptiles. ¿Es que no amaban a sus hijos?

¿Y la muchacha? —preguntó el devorador de pecados—. ¿Qué hay de ella?

Darius bloqueó enseguida su mente con la imagen de un manzano florecido, para que el reptil no pudiese leerle el pensamiento. Los symphaths podían ver muchas cosas, aparte de las emociones, y él sabía cosas que no quería compartir.

Sin contestar al symphath, Darius miró a Sampsone, quien parecía haber envejecido cien mil años.

Ella está viva. Tu hija está a salvo y viva.

El symphath se dirigió a la salida. Sus largas vestiduras rozaban el suelo de mármol con un inquietante frufrú. Se detuvo en la puerta, se volvió y habló.

Entonces estamos en paz. Mi hijo está muerto y la descendencia de él ha caído en desgracia.

Al ver que Sampsone hundía la cara entre las manos, Darius fue tras el devorador de pecados, lo agarró del brazo y lo obligó a detenerse cuando ya salía de la casa.

No tenías por qué aparecer por aquí. Esta familia ya ha sufrido mucho.

Claro, pero debía hacerlo. —El symphath sonrió—. Las pérdidas deben ser equitativas para las dos partes. Con seguridad el corazón de un guerrero entiende y respeta esa verdad.

Maldito.

El devorador de pecados se inclinó hacia delante.

¿Es que preferirías que la obligara a suicidarse? Es otra posibilidad que podría haber explorado.

Ella no hizo nada para merecer esto. Y tampoco los otros miembros de su linaje.

Ah, ¿de veras? Tal vez mi hijo sólo tomó lo que ella ofre…

Darius le interrumpió violentamente. Puso las dos manos sobre el symphath y lo empujó hacia atrás, de manera que se estrelló contra una de las enormes columnas que sostenían el peso de la mansión.

Podría matarte ahora mismo.

El devorador de pecados volvió a sonreír.

¿De verdad? Yo creo que no. Tu honor no te permitiría arrebatar la vida de un inocente, y yo no he hecho nada malo.

Al decir esas palabras, el devorador de pecados se desmaterializó frente a Darius y tomó forma de nuevo en el jardín exterior.

Le deseo a esa hembra una vida llena de sufrimiento. Que viva muchos años y arrastre su pena sin dignidad alguna. Y ahora, iré a ocuparme del cuerpo de mi hijo.

El symphath desapareció, como si nunca hubiesen existido él ni su hijo, y sin embargo las consecuencias de sus actos eran tangibles. Cuando Darius miró a través de la puerta, el señor de la casa estaba llorando sobre el hombro de su sirviente. Cada uno consolaba al otro.

El guerrero volvió a entrar. El sonido de sus botas hizo que el patriarca de la casa levantara la cabeza. Sampsone se separó de su leal doggen, pero no se molestó en contener las lágrimas ni ocultar su dolor mientras se acercaba.

Antes de que Darius pudiera hablar, el atribulado padre habló.

Te pagaré.

Darius frunció el ceño.

¿Por qué?

Por llevártela lejos y asegurarte de que tenga un techo. —El señor se volvió hacia el criado—. Ve a las arcas y…

Darius dio un paso adelante y agarró a Sampsone de los hombros.

¿Qué dices? Ella está viva. Tu hija está viva y debe volver al seno de esta casa. Tú eres su padre.

Vete y llévatela contigo. Te lo ruego. Su madre no podrá soportar esto. Permíteme proporcionarte…

Eres como una plaga —le espetó Darius—. Una plaga y una deshonra para tu linaje.

¡No! Ella es la plaga. Una infección que nos afectará para siempre.

Darius se quedó sin palabras por un momento. Aunque conocía los estúpidos y retorcidos valores de la glymera y él mismo había sido víctima de ellos, no se acostumbraba a sus manifestaciones. Estaba completamente perplejo.

Ese symphath y tú tenéis muchas cosas en común.

¿Cómo te atreves?

Ninguno de los dos tiene corazón para cuidar a su progenie.

Darius se dirigió a la puerta y no se detuvo cuando el aristócrata gritó:

¡El dinero! Permíteme darte dinero.

Darius no estaba seguro de poder controlarse si respondía a esas postreras palabras, así que se desmaterializó de regreso al pantano boscoso de donde había partido hacía solo unos minutos. Al tomar forma junto a la carroza, sentía el corazón en llamas. Siendo él mismo alguien a quien habían abandonado, conocía muy bien el dolor de no tener raíces, ni ningún apoyo en el mundo. Y aquella hembra cargaba, además, con el peso extra que llevaba, literalmente, dentro de su cuerpo.

Aunque el sol amenazaba ya con asomarse por el borde de la tierra, Darius se tomó un momento para tranquilizarse y pensar en lo que podía decir…

En ese momento se escuchó la voz de la hembra, que salía a través de la ventanilla de la carroza.

Te dijo que me mantuvieras alejada, ¿verdad?

Darius se convenció de que no había manera de explicar amablemente lo que acababa de suceder.

Así que puso su mano sobre la puerta de la carroza y dijo:

Yo te cuidaré. Te mantendré y te protegeré.

¿Por qué? —preguntó la muchacha con voz ahogada.

Porque es mi obligación, porque tengo sentimientos y sentido del honor.

Eres un héroe. Te lo agradezco. Pero no tengo interés en seguir viviendo.

Lo tendrás. Con el tiempo, lo tendrás.

Al ver que no obtenía ninguna respuesta, Darius se subió a la silla del cochero y agarró las riendas.

Iremos a mi casa.

El murmullo de los arreos del caballo y el golpeteo de los cascos sobre el sendero los acompañaron durante todo el camino. Darius los llevó por una ruta diferente, con la intención de mantenerse alejados de la mansión y de la familia cuyas expectativas sociales eran más importantes que la llamada de la sangre.

Y en cuanto al dinero que había rechazado, Darius no era rico, pero hubiera preferido cortarse una mano con su propia daga antes que aceptar ni un centavo de aquel desalmado.