58

En la clínica privada de la Hermandad, Xhex estaba al lado de John, mientras la doctora Jane le hacía una radiografía de la pierna. Tras mirar las placas, la médica no necesitó mucho tiempo para llegar a la conclusión de que tenía que operar. Hasta Xhex, a pesar del pavor que le daba estar allí, vio la radiografía, y en ella el problema que tenía su amante. La bala estaba demasiado cerca del hueso.

Jane fue a buscar a Ehlena y a cambiarse de ropa. Xhex empezó a pasearse, angustiada, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Casi no podía respirar. Y no era por el terror que le inspiraba el centro médico, pues su malestar había comenzado antes de llegar a él.

John silbó para llamar su atención, pero ella le indicó, con un gesto, que debía permanecer en reposo, y siguió moviéndose, trazando un círculo alrededor de la habitación. Pero, como era de esperar, el recorrido ante todos aquellos armarios metálicos, con sus puertas de cristal, sus bisturíes, jeringuillas y suministros médicos de todo tipo, no resultó de mucha ayuda.

Xhex sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Fuertes latidos le martilleaban los oídos.

Dios, desde el momento en que vio que lo de John era serio comenzó a sentirse así. Y ahora iban a tener que abrirle, para coserlo otra vez después.

Horrible.

Se notaba a punto de estallar.

Si, haciendo un esfuerzo supremo, usaba la lógica, se daba cuenta de que su actitud era descabellada. En primer lugar, no la iban a operar a ella. En segundo lugar, dejar el trozo de plomo dentro de John no era una buena idea. Y en tercer lugar, su amante estaba en manos de alguien que ya había demostrado que sabía manejar el bisturí.

Todo eso sonaba muy lógico, claro, pero no le importaba una mierda a su adrenalina.

Qué gracia tienen las fobias.

El segundo silbido de John no fue un ruego, sino una orden. Xhex se detuvo frente a él y le miró con ansiedad. Al contrario que ella, el joven macho estaba tranquilo y relajado. Nada de histeria, ni de miedo, sólo una aceptación tranquila de lo que le iba a pasar, de lo que le estaba pasando.

—Todo irá bien —dijo John—. Jane ha hecho esto un millón de veces.

Por Dios, ¿quién coño se había llevado el aire de aquella maldita habitación?, pensó Xhex.

John silbó de nuevo y levantó la mano a la vez que fruncía el ceño, preocupado. Se daba cuenta del estado de nervios de su amada, y quería ayudarla a volver a la realidad.

—John… —Al ver que no podía pronunciar ninguna frase coherente, Xhex sacudió la cabeza y comenzó a pasearse de nuevo. Detestaba aquella sensación. De verdad la detestaba.

Al fin la puerta se abrió de par y par y entró la doctora Jane, seguida por Ehlena. Las dos estaban sumidas en una conversación acerca del procedimiento médico inminente, cuando John les silbó para atraer su atención. Lo miraron y vieron que levantaba el índice para indicar que necesitaba un minuto. Las dos hembras asintieron y volvieron a salir.

—Mierda —dijo Xhex—. Déjalas que lo hagan cuanto antes. No te preocupes por mí.

Se dirigió a la puerta para llamar de nuevo a la doctora, pero enseguida un estruendo hizo que la habitación se estremeciera. Xhex se dio la vuelta, alarmada, creyendo que John se había caído de la camilla.

Pero no se había caído. Sólo le había dado un tremendo golpe a la mesa metálica que tenía al lado, en la cual se veía ahora una abolladura.

—Háblame —le dijo entonces por señas—. No entrarán hasta que me hables.

Xhex quería protestar, pero no podía. Tenía el vocabulario suficiente, claro, pero carecía de voz. Pese a lo mucho y muy desesperadamente que se esforzó, no logró decir nada.

Al ver cómo sufría, él se le ofreció, abriendo los brazos.

La hembra, conmovida por ese gesto, logró al fin pronunciar unas palabras.

—Voy a ser fuerte. No te preocupes. Cuando todo acabe te parecerá increíble lo fuerte que habré sido. De verdad.

—Ven aquí —dijo él por señas.

—Santo Dios —dijo Xhex, y luego por fin cedió y lo abrazó—. No me encuentro muy bien en los hospitales, ni entre los médicos. No sé si lo has notado. Lo siento, John… Maldición, siempre te estoy decepcionando, ¿verdad?

John la agarró antes de que ella pudiera alejarse y, mientras la mantenía pegada a él, le habló por señas:

—Esta noche me has salvado la vida. No estaría vivo ahora si tú no hubieses lanzado ese cuchillo. Así que no siempre me decepcionas, ni mucho menos. Y en cuanto a esto de mi herida, yo no estoy preocupado y tú no tienes por qué quedarte aquí. Sube y espera en la casa. La operación durará poco. No te tortures más.

—No pienso salir corriendo. —Le agarró la cara entre las manos y lo besó con intensidad. Lo hizo con rapidez, por sorpresa, para no pensar mucho e impedir que él pudiera hacerlo…

Pero tal vez sí fuese una buena idea esperar fuera. Después de todo, no podía pretender que la doctora Jane aplazara o interrumpiera la intervención para calmar los temores de una estúpida espectadora aprensiva. O para atender a una idiota que se había desmayado.

—Lo mejor es que esperes arriba —insistió John.

Xhex se soltó de los brazos de su amante, fue penosamente hacia la puerta y dejó entrar a Ehlena y a la doctora Jane. Cuando la doctora pasó frente a ella, Xhex la agarró del brazo.

—Por favor… —Dios, ¿qué podía decirle?

La médica asintió con su calma habitual.

—Lo cuidaré muy bien. No te preocupes.

Xhex soltó un suspiro tembloroso y se preguntó cómo diablos iba a soportar la espera en la casa o en el pasillo. Conociendo el funcionamiento de su mente, estaba segura de que enseguida se imaginaría a John gritando en un doloroso silencio, mientras la doctora Jane le amputaba la pierna.

—Xhex, ¿te puedo dar un consejo? —dijo la doctora Jane.

—Adelante. Dime lo que estás pensando. De hecho, ¿por qué no me das un puñetazo? Un buen gancho me podría ayudar mejor que cualquier discurso a recuperar la compostura.

La doctora Jane sacudió la cabeza con una sonrisa.

—¿Por qué no te quedas y ves lo que hacemos?

—¿Qué?

—Quédate aquí, mira lo que voy a hacer y cómo lo hago, y aprende. Hay mucha gente que le tiene terror a los médicos y a los centros hospitalarios, y con razón. Pero las fobias son fobias, patologías irracionales. Lo mismo da la fobia al avión, que al dentista o al médico. La terapia de exposición es bastante eficaz muchas veces. Le quita el misterio al asunto y por tanto combate la tendencia a perder el dominio de uno mismo. Así, cuando veas que las cosas no son como te imaginas, el miedo ya no te afectará tanto.

—Eso suena muy lógico. Pero ¿qué pasa si me desmayo en plena operación?

—Puedes sentarte si te sientes mareada, y salir cuando quieras. Haz preguntas y mira por encima de mi hombro, si eres capaz.

Xhex miró a John, el asentimiento solemne del macho selló definitivamente su destino. Se quedaría.

—¿Tengo que ponerme una bata de hospital? —preguntó Xhex con una voz tan débil que le resultaba completamente extraña.

Mierda, se estaba portando como una chiquilla. No tardaría en pedir una muñeca o en ponerse a saltar a la comba.

—Sí, claro, no puedes estar en ropa de calle. Sígueme.

Cinco minutos después, cuando las dos regresaron, la doctora Jane la llevó al lavabo, le entregó un paquete sellado con una esponja empapada en betadine y le mostró cómo lavarse adecuadamente las manos.

—Bien hecho. —La médica cortó el chorro del agua al soltar un pedal que había en el suelo—. Lo del betadine es por precaución, pero no necesitas guantes porque tú no vas a operar.

—Así es. Dime, en caso de que me desmaye, ¿seguro que no seré una carga para vosotras y para él?

—Justo allá, en el rincón, hay un equipo de reanimación. Y te aseguro que sé cómo usar el desfibrilador y dar masaje cardiaco. —La doctora Jane se puso unos guantes azules y se acercó a John—. ¿Estás listo? Te vamos a dormir. Teniendo en cuenta el lugar donde está alojada la bala, será necesario usar anestesia general.

—Entonces pásame la máscara —dijo John con un suspiro.

La shellan de V le puso una mano en el hombro y lo miró a los ojos.

—Quedarás como nuevo, no te preocupes.

Xhex frunció el ceño y se sorprendió al sentir admiración por aquella hembra. Verla tan segura de lo que hacía, pese a lo mucho que había en juego, era asombroso. Si la doctora Jane no hacía bien su trabajo, John podría quedar mucho peor de lo que estaba ahora. Incluso podría morir. Pero si lo hacía bien, quedaría como nuevo. Ella misma lo había dicho.

Eso sí era poder verdadero, pensó Xhex. Y el polo opuesto de lo que ella hacía profesionalmente: en sus manos, un instrumento cortante era algo muy distinto.

No buscaba curar precisamente.

La doctora Jane comenzó a perorar con voz fuerte y tranquila.

—En un hospital humano, habría un anestesista en la sala, pero vosotros los vampiros sois muy estables bajo sedación; las drogas os ponen en una especie de trance. No entiendo cómo funciona, pero eso facilita mucho mi trabajo.

Mientras Jane hablaba, Ehlena ayudaba a John a quitarse la camisa y los pantalones de cuero que la doctora Jane había cortado para hacer la primera cura. Luego la hembra lo cubrió con unas telas azules y le puso un catéter.

Xhex trató de impedir que sus ojos siguieran rebotando por todo el cuarto, pero no lo logró. Aquel siniestro lugar estaba lleno de amenazas, con todos aquellos escalpelos, agujas y demás.

—¿Por qué? —preguntó Xhex y se obligó a completar la frase—: ¿Por qué existe esa diferencia entre las dos especies?

—Ni idea. Tenéis un corazón de seis cavidades y el de los humanos tiene cuatro. Vosotros tenéis dos hígados, y nosotros uno. No os veis afectados por el cáncer ni por la diabetes.

—No sé mucho sobre el cáncer.

La doctora Jane sacudió la cabeza.

—Ojalá pudiéramos curar esa enfermedad a todos los que la padecen. Es un mal terrible. Se trata de una mutación celular…

La doctora siguió hablando, mientras sus manos se movían por todas las mesas metálicas que rodeaban a John, ordenando el material que iba a usar. Cuando le hizo una señal a Ehlena, ésta se dirigió hacia la cabeza de John y le cubrió la cara con una mascarilla transparente de plástico.

La doctora Jane se acercó luego al catéter con una jeringuilla llena de un líquido lechoso.

—¿Estás listo, John? —Él levantó los pulgares y la médica bajó el émbolo de la jeringuilla.

John miró a Xhex y le guiñó un ojo. Y luego se quedó profundamente dormido.

—Lo primero es desinfectar —dijo la doctora Jane y abrió un paquete del que sacó una esponja de color café oscuro—. ¿Por qué no te sitúas frente a mí? Esto es betadine, la misma sustancia con la que nos desinfectamos las manos, sólo que en una presentación distinta.

Mientras la doctora limpiaba con movimientos precisos los alrededores del sitio por el que había entrado la bala, dejando la piel de John manchada de un color rojizo, Xhex sintió un ligero mareo. Decidió quedarse a los pies de la camilla, para no verlo demasiado de cerca.

De hecho, ése era un sitio mejor, pues estaba al lado de un cubo para residuos biológicos. Si necesitaba vomitar, no tendría que salir corriendo.

—La razón por la que hay que sacar la bala es que con el tiempo causaría problemas. Si John fuera un tipo menos activo, podría dejarla ahí. Pero creo que, tratándose de un soldado, lo mejor es adoptar un procedimiento invasivo. Además, os recuperáis tan rápido… —La facultativa arrojó la esponja en el cubo que estaba al lado de Xhex—. Cualquier lesión ósea la tenéis curada al día siguiente. Es asombroso.

Xhex se preguntó si la doctora o la enfermera se habrían dado cuenta de que, bajo sus pies, el suelo había comenzado a moverse como si estuvieran en un barco.

Sin embargo, después echar un vistazo a las dos profesionales de la medicina, concluyó que estaban firmes como rocas. Tomó aire para ahuyentar la incipiente manifestación de su querida fobia.

—Voy a hacer una incisión aquí. —La doctora Jane se inclinó sobre la pierna, con el bisturí en la mano—. Lo que vas a ver directamente debajo de la piel es el tejido fascial, que es el recubrimiento exterior que se encarga de mantener nuestro organismo en su lugar. Un humano medio tendría tejido graso debajo, pero John está en excelente forma. Así que tras el tejido fascial está el músculo.

Xhex se inclinó ligeramente, con la intención de echar un vistazo rápido… pero tras la primera mirada sintió curiosidad, y siguió observando.

Cuando la doctora Jane pasó el escalpelo otra vez, la membrana fibrosa se contrajo, dejando al descubierto el músculo, que tenía un agujero en el centro. Al ver el daño interno, Xhex sintió ganas de volver a matar a aquel asesino. Dios, Rhage tenía razón. Un par de centímetros más arriba y a la izquierda y John habría quedado…

Bueno, no había necesidad de pensar en eso, se dijo Xhex mientras se acomodaba para ver mejor la operación.

—Succión —dijo la doctora Jane.

Se oyó una especie de zumbido y luego Ehlena introdujo una pequeña manguera blanca que aspiró la sangre del paciente.

—Ahora voy a meter el dedo para investigar palpando, A veces es mejor el contacto directo.

Xhex terminó viendo toda la operación. Desde el principio hasta el final, desde la primera incisión hasta el último punto.

—Y esto es todo —dijo la doctora Jane, cerca de cuarenta y cinco minutos después de haber empezado.

Mientras Ehlena vendaba la pierna de John y la doctora comprobaba la dosificación del gotero, Xhex tomó la bala y la examinó. Era tan pequeña, tan jodidamente pequeña, y a la vez tan capaz de hacer tanto daño…

—Buen trabajo, doctora —dijo Xhex con solemnidad, al tiempo que se guardaba la bala en el bolsillo.

—Déjame que le dé la vuelta a la camilla para que puedas mirarlo a los ojos y comprobar lo bien que está.

—¿Acaso lees el pensamiento?

La doctora miró a Xhex con unos ojos llenos de experiencia.

—No, pero tengo mucha experiencia con familiares y amigos de pacientes. Y sé que necesitas mirar a los ojos del ser querido enfermo para poder respirar tranquila. Y él va a sentir lo mismo cuando te mire a ti.

John recuperó la conciencia ocho minutos después. Xhex los contó, ansiosa, en el reloj que colgaba de la pared.

Cuando John abrió los párpados, ella estaba a su lado y le tenía agarrada la mano.

—Hola, ya estás de vuelta.

John estaba aturdido por la anestesia, como era natural. Pero aquellos ojos azules eran los mismos de siempre. La forma en que le apretó la mano no dejaba ninguna duda: estaba de vuelta.

Xhex soltó por fin el aire que, sin darse cuenta, tenía retenido en los pulmones. De repente su estado de ánimo se disparó, como si su corazón hubiese sido lanzado en un cohete hasta la luna. Cuánta razón había tenido la doctora al sugerirle que se quedara. En cuanto se centró en lo que le estaban explicando y en lo que estaba viendo, el pánico fue cediendo, hasta quedarse en poco más que un ligero zumbido, una leve inquietud que podía controlar perfectamente.

Además, la operación de su novio fue una lección de anatomía realmente fascinante.

—¿Cómo ha ido todo? —preguntó John.

—Todo maravillosamente bien, la doctora Jane extrajo la bala sin problemas.

Pero John negó con la cabeza.

—¿Me refería a ti? ¿Estás bien?

Dios, pensó Xhex. John era un macho tan atento, tan caballeroso…

—Sí —dijo ella bruscamente—. Claro que estoy bien. Joder, gracias por preguntarlo.

Xhex lo miró y sintió una alegría inmensa, muy íntima, por haber podido salvarle la vida. Con todo lo ocurrido, aún no se había detenido a pensar mucho en aquellos acontecimientos de la granja.

Y menudos acontecimientos. Siempre se había tenido por experta en el manejo de los cuchillos, pero nunca pensó que esa habilidad pudiera llegar a ser tan importante como lo había sido en aquella fracción de segundo en medio de la batalla.

A poco que hubiese tardado en lanzar la daga una micra de segundo, se habría quedado sin amante. Ya no habría John para ella, ni para nadie, nunca.

Jamás.

Por un momento, esa idea hizo que el pánico regresara con toda su fuerza y sintió que le sudaban las manos y que el corazón amenazaba con saltar de su pecho.

Sabía que cada uno seguiría su camino después de que todo aquello terminara, pero eso no importaba lo más mínimo cuando pensaba en la posibilidad de que existiera un mundo en el cual él ya no respirase, ni se riera, ni peleara, ni desplegase aquella maravillosa amabilidad, tan suya, con cuantos lo rodeaban.

—¿Qué pasa? —preguntó John.

Xhex negó con la cabeza.

—Nada.

Vaya mentira.

En realidad pasaba mucho. Todo.