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Tan pronto como cayó la noche sobre el paisaje, cubriendo la tierra con su manto negro, Darius se desmaterializó desde su modesta morada y tomó forma en la playa, junto a Tohrment. La «cabaña» que había descrito el symphath era en realidad una casona de piedra de cierto tamaño. En el interior había velas encendidas, pero cuando Darius y su protegido se instalaron en medio de unos arbustos, no se veían señales de vida: ninguna figura parecía moverse junto a las ventanas. Ningún perro ladraba. No se percibía ningún olor procedente de la cocina en la brisa fresca.

Sin embargo, había un caballo en el prado anexo, y un carruaje junto al establo.

Y por encima de todo se sentía una aplastante y difusa aprensión.

Ahí dentro hay algún symphath —murmuró Darius, mientras sus ojos inspeccionaban no sólo lo que se podía ver, sino lo que estaba oculto entre las sombras.

No había manera de saber si había más de un devorador de pecados dentro de la casa, pues sólo se necesitaba uno de ellos para crear nube miedo. Y de momento tampoco había manera de saber si era el symphath que estaban buscando.

No podrían saberlo mientras siguieran allí afuera, como pasmarotes.

Darius cerró los ojos y dejó que sus sentidos penetraran en la escena que tenía enfrente. No bastó, hubo de recurrir al instinto, que hurgaba más allá de lo que el oído, el olfato y la vista podían percibir. No tenía otro recurso mejor para evaluar el peligro.

En verdad había ocasiones en las que confiaba más en lo que sabía que era cierto que en lo que realmente veía con sus ojos.

Y lo cierto era que podía sentir que había algo allí dentro. Entre aquellas paredes de piedra había un movimiento frenético.

El symphath sabía que ellos estaban ahí.

Darius le hizo una seña a Tohrment y los dos se arriesgaron a desmaterializarse en el salón.

Pero la estructura de metal que estaba incrustada dentro de la piedra, blindando los muros, les impidió el paso y se vieron obligados a tomar forma en un costado de la casa. Sin dejarse desanimar, Darius alzó un codo y rompió el cristal de una ventana; luego retiró el marco con cuidado. Lo dejó a un lado y se desmaterializó junto con Tohrment. Los dos tomaron forma otra vez en el salón…

Justo a tiempo para ver un rayo de luz roja que desaparecía a través de una puerta, hacia el fondo de la casa. Sin pronunciar palabra, Darius y Tohrment salieron en persecución de aquella luz. Llegaron a la puerta en el preciso instante en que los pasadores de la cerradura estaban volviendo a su lugar.

Era un mecanismo de cobre, lo cual significaba que no había manera de franquearlo mentalmente.

Hazte a un lado —dijo Tohrment, y apuntó el cañón de su pistola hacia la cerradura.

Darius se apartó y enseguida sonó un disparo. Luego empujó la puerta con el hombro, hasta abrirla.

Las escaleras que descendían hacia el sótano estaban en penumbra, excepto por el débil rastro de una luz que se movía constantemente.

Bajaron los escalones de piedra con pasos firmes y luego echaron a correr sobre el suelo de tierra, en persecución de lo que parecía una lámpara y del olor a sangre de vampiro que flotaba en el aire.

Una inquietante sensación de urgencia palpitaba en las venas de Darius, que se debatía entre la ira y la desesperación. Quería rescatar a aquella hembra… Querida Virgen Escribana, cuánto tenía que haber sufrido esa muchacha…

Luego se oyó un golpe y el subterráneo quedó completamente a oscuras.

Darius siguió corriendo a toda velocidad, apoyándose en la pared para no desviarse. Pegado a su espalda corría Tohrment. El eco de sus pisadas ayudaba a Darius a determinar la longitud del pasadizo. Se detuvo justo a tiempo, un metro antes de que se terminara. Usó las manos para localizar el pasador de la puerta.

Al parecer, el symphath no había tenido tiempo de cerrarla.

Al abrir de par en par los pesados paneles de madera, Darius fue recibido por una bocanada de aire fresco. Pudo a ver la lámpara que se movía a través del césped.

Tras desmaterializarse y tomar forma más adelante, alcanzó al symphath y a la hembra junto al establo, y les cortó el paso.

Cuando el devorador de pecados se vio obligado a detenerse, sacó un cuchillo y lo puso en la garganta de su rehén.

¡La mataré! —gritó—. ¡La mataré!

Atrapada por las manos temblorosas del symphath, la hembra no forcejeaba ni trataba de soltarse, y tampoco suplicaba que la salvaran. Simplemente miraba hacia el vacío. Sus ojos espantados parecían muertos en aquel rostro mortalmente pálido. En efecto, no había una piel más pálida que la de los muertos a la luz de la luna. Porque, en verdad, la hija de Sampsone tal vez tenía dentro de las costillas un corazón que todavía palpitara, pero su alma había muerto.

Suéltala —ordenó Darius—. Suéltala y te dejaremos vivir.

¡Nunca! ¡Ella es mía!

Los ojos del symphath brillaron con una luz roja. Su perverso linaje resplandeció en medio de la noche, aunque su juventud y el pánico que evidentemente estaba sintiendo le impedían usar el arma más poderosa de su raza. Aunque Darius estaba preparado para una invasión mental, no sucedió nada.

Suéltala —repitió el vampiro— y te prometo que no te mataremos.

¡Me he apareado con ella! ¿Me oís? ¡Me he apareado con ella!

Cuando Tohrment apuntó su arma hacia el symphath, Darius se sorprendió al ver lo calmado que estaba. A pesar de que era su estreno en el campo de batalla, en una situación con una rehén y un symphath, el chico se mostraba firme, sin dejarse dominar por la ansiedad.

Con deliberada serenidad, Darius siguió tratando de razonar con su oponente, al tiempo que notaba con angustia las manchas de sangre que aparecían en el camisón de la hembra.

Si la sueltas…

No hay nada que podáis ofrecerme que me resulte más valioso que ella.

La voz ronca de Tohrment rompió la tensión.

Si la sueltas, no te dispararé en la cabeza.

Darius supuso que era una amenaza suficientemente efectiva. Pero, claro, se trataba de un farol. Tohrment no iba a disparar, pues eso implicaría un riesgo muy grande para la hembra, sólo con que la bala se desviara un solo milímetro.

El symphath comenzó a caminar hacia el establo, arrastrando a la muchacha con él.

Le cortaré el cuello.

Si ella es tan valiosa para ti —dijo Darius—, ¿cómo podrías soportar perderla?

Mejor que muera conmigo a que…

¡Bum!

Cuando Tohrment apretó el gatillo, Darius lanzó un grito y saltó hacia delante, como si pudiera detener la bala con las manos.

¡Qué has hecho! —gritó, al tiempo que el symphath y la hembra caían al suelo.

Mientras corría hacia ellos y se ponía de rodillas, Darius rogó al cielo que ella no estuviese herida. Con el corazón en la boca, estiró las manos para separar al macho de la pobre chica.

Y cuando el joven symphath cayó sobre la espalda, con los ojos fijos en el firmamento, Darius vio un agujero perfectamente redondo en el centro de su frente.

Santa Virgen Escribana… —suspiró Darius—. ¡Qué disparo!

Tohrment se arrodilló.

No habría apretado el gatillo si no hubiera estado seguro de acertar.

Los dos se inclinaron sobre la hembra. Ella también contemplaba las galaxias, y sus hundidos ojos no parpadeaban.

¿Acaso el symphath la habría degollado?

Darius examinó el camisón que alguna vez debió de haber sido blanco. Estaba manchado de sangre, en efecto. Algunas manchas estaban ya secas, pero otras eran recientes.

La lágrima que brotó desde uno de sus ojos brilló bajo la luz de la luna.

Estás a salvo —le dijo Darius—. Estás a salvo. No tengas miedo. No hay por qué seguir sufriendo.

Los ojos aterrorizados de la muchacha se clavaron en los de Darius. Su tristeza parecía tan fría como el viento del invierno.

Te llevaremos al lugar al que perteneces —prometió Darius—. Tu familia…

La voz que brotó de la boca de la muchacha apenas era audible.

Deberíais haberme matado a mí en lugar de matarlo a él.