53

Lash se despertó con la cara contra el suelo. Alguien le registraba los bolsillos. Al tratar de darse la vuelta, sintió que algo le oprimía la parte trasera del cráneo, que no lo dejaba moverse.

Era la palma de una mano. Una mano humana.

—¡Busca las llaves del coche! —susurró alguien desde la izquierda.

Había dos. Un par de humanos que olían a humo de crack y a sudor.

Cuando la mano que lo registraba se dirigía al bolsillo del otro lado, Lash agarró la muñeca del hombre y, mediante un giro y un salto, cambió de posición con el desgraciado que lo estaba robando.

Al ver que el tipo abría la boca con expresión de terror, Lash enseñó sus colmillos y se abalanzó sobre él sin piedad. Después de clavarle los colmillos en una mejilla, le arrancó un pedazo de carne y dejó el hueso a la vista. Luego lo escupió y le cortó el cuello de lado a lado.

Gritos. Se oyeron muchos gritos del tipo que le había dado al otro la orden de buscar las llaves…

Chillidos, por lo demás, rápidamente acallados por Lash al sacar su cuchillo y lanzarlo hacia la espalda del golfillo, a quien hirió en pleno centro de la espalda. Cuando el hijo de puta cayó de bruces contra el suelo, Lash cerró el puño y le dio un golpe en la sien, para rematarlo.

Con la amenaza neutralizada, Lash se sintió débil otra vez y su cuerpo comenzó a tambalearse. Se aproximaba otra ronda de vómito, pensó. Ciertamente no se encontraba en las mejores condiciones. Quedó claro cuando el humano que estaba en el suelo comenzó a gemir y patalear. No estaba muerto, no había sido capaz de rematarlo con su golpe, como sin duda habría hecho de estar en plena forma.

Lash hizo un esfuerzo para ponerse de pie y acercarse al humano. Se colocó encima, apoyó un pie sobre el trasero del tipo y le arrancó el cuchillo que se le había quedado clavado en la espalda. Luego le dio una patada para que se diera la vuelta, levantó el cuchillo y…

Estaba a punto de apuñalarlo en el pecho, cuando se dio cuenta de que el idiota aquel tenía una constitución fuerte y musculosa. A juzgar por sus ojos de loco, era evidente que se trataba de un yonqui, pero todavía demasiado joven para que la adicción hubiese deteriorado su masa corporal.

Bueno, al parecer era la noche de suerte de ese hijo de puta. Gracias a su buena figura, había pasado de la condición de cadáver a la de conejillo de Indias.

En lugar de apuñalarlo en el corazón, Lash le cortó las muñecas y le seccionó la yugular. Cuando la sangre roja comenzó a brotar hacia la tierra y el hombre empezó a gemir, Lash miró hacia el coche y sintió que estaba a cientos de kilómetros de donde debiera.

Necesitaba energía. Necesitaba…

Bingo. ¿Cómo no se había acordado antes?

Mientras las venas del humano expulsaban toda la sangre, se arrastró hasta el Mercedes, abrió el maletero y levantó la alfombrilla. El panel que cubría el lugar en el que normalmente se guardaba la rueda de repuesto cedió con facilidad.

Hola, es hora de despertarse.

Se suponía que ese kilo de cocaína debía de haber sido cortado y dividido en dosis para la venta callejera hacía varios días; pero el mundo había estallado en pedazos y la droga se había quedado justo donde la había escondido el señor D, que «en paz descanse».

Lash limpió el cuchillo en sus pantalones, cortó una esquina de la bolsa de celofán y luego clavó la punta del cuchillo en ella. Aspiró la droga directamente desde la hoja de acero. Se llenó primero la fosa nasal derecha y después la izquierda. Es un decir, porque a esas alturas ya no tenía fosas nasales.

Para asegurarse de que le hacía efecto, se regaló otra ronda.

Y… otra más.

Al poco rato, Lash sintió cómo la energía que estallaba dentro de su cuerpo lo llenaba de fuerzas para seguir andando. Podía comerse el mundo, a pesar de que las ganas de vomitar y el mareo no acababan de marcharse. La razón por la cual tenía esos problemas era un misterio… Tal vez la sangre de aquella maldita puta estaba contaminada, o quizá lo que estaba cambiando no era sólo su cuerpo, sino toda su química interna. En todo caso, iba a necesitar los polvos mágicos hasta que las aguas volvieran a su cauce.

La mierda blanca funcionaba, en verdad. Lash se sentía maravillosamente bien.

Tras esconder de nuevo la droga, regresó a donde estaba el humano. El intenso frío no estaba contribuyendo mucho al desangramiento, y esperar allí a que el desgraciado terminara de expulsar toda la sangre no era la mejor idea, por muy bien escondidos que estuvieran debajo del puente. Así que, aprovechando la nueva energía que lo embargaba, Lash fue hasta donde estaba el humano al que le había hecho su propia representación de Hannibal Lecter, le abrió la chaqueta y le rasgó la camiseta interior hasta convertirla en tiras del tamaño de vendas.

A la mierda con el degenerado maricón de su padre.

A la mierda con la pequeña sabandija.

Lash iba a formar su propio ejército. Empezando por el drogadicto.

No tardó mucho en vendar las heridas del humano. Una vez hecho, lo levantó y lo arrojó al maletero del Mercedes, con el mismo cuidado que tiene un taxista con una maleta barata.

Después se subió al coche y salió de debajo del puente, mientras miraba hacia todos lados. Mierda… cada coche que veía, desde los que pasaban a su lado hasta los que circulaban por el puente elevado, le parecía uno de los vehículos camuflados de la policía de Caldwell.

Lash estaba seguro de eso. Eran policías. Humanos con placas que observaban su coche. La policía, el Departamento de Policía de Caldwell, policías…

Camino a la casa tipo rancho, pilló en rojo todos los semáforos de Caldwell, y cada vez que se veía forzado a frenar, miraba hacia delante mientras rogaba que todos los policías que tenía detrás y enfrente no presintieran que llevaba en el maletero a un moribundo y una buena cantidad de droga.

Si lo obligaban a detenerse, necesitaría mucha energía para resolver el asunto. Además, sería una verdadera mierda. Porque por fin se estaba sintiendo otra vez él mismo y cada latido de su corazón retumbaba en sus venas, mientras los cascos acerados del caballo de la cocaína pisaban fuerte en su cerebro, en un rítmico galope de inspiración creativa…

Un momento. ¿En qué coño estaba pensando?

Bueno, joder, ya no importaba. Ideas a medio formar revoloteaban en su mente, mientras hacía y deshacía planes, todos ellos brillantes.

Benloise, tenía que conseguir a Benloise para restablecer la conexión. Convertir más restrictores para su ejército privado. Encontrar a la pequeña sabandija y apuñalarla para devolvérselo, envuelto en un lacito rosa, al Omega.

Joder a su padre tal como su padre lo había jodido a él.

Volver a follar con Xhex.

Regresar a la granja y enfrentarse a los hermanos.

Dinero, dinero, dinero… necesitaba dinero.

Al pasar frente a uno de los parques de Caldwell, su pie soltó el acelerador. Al principio no estaba seguro de que lo que estaba viendo fuera realmente lo que creía que era, o si su cabeza llena de cocaína estaba distorsionando la realidad.

Pero no.

Lo que estaba sucediendo al amparo de la sombra que proyectaba la fuente le brindaba precisamente la oportunidad con la que estaba soñando despierto en ese mismo momento. La ocasión de volver al negocio, por decirlo así.

De manera que Lash aparcó el Mercedes frente a un parquímetro, apagó el motor y sacó su cuchillo. Mientras rodeaba el coche era vagamente consciente de que no estaba pensando con mucha claridad, pero mientras estuviera lanzado por el efecto de la cocaína, se sentía bien.

‡ ‡ ‡

John Matthew tomó forma junto a una línea de pinos y arbustos, al lado de Xhex, Qhuinn, Butch, V y Rhage. Frente a ellos, la decrépita granja rodeada con la cinta amarilla parecía sacada de un episodio de Ley y orden.

Aunque, si aquello fuera la serie, como los agentes no tenían el maravilloso olfato de los vampiros, no les sería posible tener un panorama exacto de la situación, por mucho que se esforzara la cámara. Porque, a pesar de todo el aire fresco que los rodeaba, el olor a sangre era tan fuerte que tuvieron que tragar saliva y carraspear.

Para comprobar si era cierto lo que les había contado Lash, la Hermandad se había dividido en dos. Otro grupo estaba investigando la dirección que aparecía asociada a las matrículas del Civic modificado. iAm e i Trez acababan de marcharse para atender sus propios asuntos, pero estaban atentos, por si tenían que regresar en cualquier momento.

Por lo que contaron las Sombras, no había sucedido nada especial desde que Xhex se había marchado, excepto que el detective De la Cruz había regresado, se había quedado allí durante una hora y se había vuelto a marchar.

John contempló el panorama que tenía frente a él, concentrándose más en las sombras que en las partes iluminadas por la luz de la luna. Luego cerró los ojos y dejó que su instinto llevara la voz cantante, dando rienda suelta al invisible sensor que tenía en el centro del pecho.

En momentos como aquél no sabía por qué hacía lo que hacía; sencillamente sentía la necesidad de hacerlo, y la convicción de que en otras ocasiones le había dado buenos resultados era tan fuerte que seguía adelante.

Sí… podía sentir que había algo raro… Había fantasmas allí. Y esa impresión le recordó lo que había sentido en aquella horrible habitación en la que había estado tan cerca y a la vez tan lejos de Xhex. Había percibido su presencia, pero luego se había bloqueado la conexión.

—Los cuerpos están ahí dentro —dijo Xhex—. Simplemente no podemos verlos. Pero estoy segura de lo que os digo, están ahí dentro.

—Bueno, entonces no perdamos el tiempo aquí afuera —dijo V, y se desmaterializó.

Rhage lo siguió, desmaterializándose directamente hasta el interior de la granja, mientras que la aproximación de Butch requirió más esfuerzo, pues tuvo que correr a través del prado, con el arma apuntando hacia abajo y pegada a la pierna. Luego se asomó a la ventana y V le abrió la puerta de atrás.

—¿Vas a entrar? —preguntó Xhex a su amante.

John movió las manos con precisión para que ella pudiera leer sus palabras:

—Tú ya nos contaste lo que hay dentro. Estoy más interesado en ver quién pueda aparecer frente a esa puerta.

—De acuerdo.

Uno a uno, los hermanos fueron regresando.

V habló en voz baja:

—Suponiendo que Lash no nos haya engañado, y suponiendo también que Xhex tenga razón…

—Nada de suposiciones en ese punto —cortó la aludida—. Tengo razón.

—Bien… entonces quienquiera que haya convertido a esos pobres desgraciados va a tener que regresar.

—Gracias, Sherlock.

V fulminó a Xhex con la mirada.

—¿Te importaría ser un poco menos impertinente, corazón?

John se enderezó. A pesar de lo mucho que quería a V, no le gustaba nada el tono con que se dirigía a su amor.

Xhex, evidentemente, estaba de acuerdo con John.

—Si me vuelves a llamar «corazón», será la última palabra que pronuncies en tu vida…

—No me amenaces, cora…

Butch se había situado detrás de V tapándole la boca con la mano, mientras John, que miraba a Vishous con odio, agarraba a Xhex del brazo, tratando de calmarla. John nunca había entendido por qué había tal enemistad entre ellos dos, aunque, desde que tenía memoria, había sido así.

De repente frunció el ceño. Después de la pequeña riña, Butch tenía los ojos clavados en el suelo. Xhex miraba fijamente un árbol situado detrás de V, y éste rezongaba y se miraba las uñas.

Había algo raro en todo aquello, pensó John.

Dios…

V no tenía ninguna razón para que le desagradara tanto Xhex; de hecho, ella era precisamente la clase de hembra que él respetaba. A menos, claro, que ella hubiese estado liada con Butch…

Era bien conocido el instinto posesivo de V hacia su mejor amigo. Se comportaba así con todo el mundo menos con Marissa, la shellan de Butch.

John decidió dejar sus suposiciones en ese punto; realmente no necesitaba saber más. Butch estaba enamorado de Marissa al cien por cien, así que si algo había sucedido entre él y Xhex… debió de haber sido en la prehistoria. Probablemente, antes de que John la conociera, o incluso cuando todavía era un pretrans.

El pasado era el pasado.

Además, él no debería…

Afortunadamente, cualquier otro pensamiento sobre el tema fue postergado por la aparición de un coche que se dirigía a la granja. Al instante, toda la atención del grupo se fijó en el vehículo, que parecía pintado por una chiquilla de doce años… en, digamos, 1985, en pleno apogeo del estilo música-disco.

Gris, amarillo brillante y rosa. Alucinante. Joder, si el tío que estaba detrás del volante era un restrictor, razón de más para matar a ese desgraciado.

—Ése es el Civic modificado —susurró Xhex—. Ése es.

De repente se produjo un sutil cambio en el ambiente, como si alguien hubiese echado una cortina, una barrera invisible. Por fortuna, la visión sólo se perdía un instante, hasta que la protección quedaba instalada adecuadamente; luego todo volvía a verse con claridad.

—Acabo de instalar el mhis —dijo V—. Menudo idiota, el tío ese. Ese coche es demasiado llamativo para andar por esta zona. Sólo a un bobo se le ocurriría llevarlo.

—¿Coche? ¿Le llamas coche a eso? —rezongó Rhage—. Por favor. Esa cosa no es más que una máquina de coser con un faldón delantero. Mi GTO lo haría polvo en unos segundos.

Se oyó un extraño sonido que venía de atrás. John se volvió a mirar. Lo mismo hicieron los tres hermanos.

—¿Qué pasa? —preguntó rápidamente Xhex, y cruzó los brazos sobre el pecho—. Yo también me río, ¿sabéis? Y eso… es jodidamente gracioso.

Rhage parecía radiante.

—Me gustas.

La máquina de coser pasó frente a la casa y luego volvió, sólo para volver a dar otra pasada, y otra más.

—Me estoy empezando a aburrir con esto. —Rhage cambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Sus ojos brillaron con una luz azul, lo cual significaba que su bestia interior, aunque estaba somnolienta, también se estaba empezando a poner nerviosa. Y eso no era bueno—. ¿Por qué no le pongo un nuevo ornamento a esa chatarra y saco por el parabrisas la cabeza de ese imbécil?

—Es mejor calmarnos y esperar —murmuró Xhex, justo cuando John estaba pensando exactamente lo mismo.

El tipo que iba conduciendo tenía sin duda un pésimo gusto para decorar coches, pero seguramente no era ningún tonto. Tras pasar de largo por tercera vez, esperó unos cinco minutos y, justo cuando Rhage ya estaba a punto de estallar, volvió a aparecer. Esta vez venía caminando por el campo de maíz que estaba detrás de la casa.

—Ese chico no es más que un hurón —murmuró Rhage—. Un pequeño hurón de mierda.

Cierto, pero el hurón de mierda venía acompañado de un par de escoltas tan grandes que no cabrían en su ridículo coche.

Se aproximaron con sigilo. Se tomaron su tiempo, miraron alrededor del patio, el exterior de la casa y el bosque. Pero, gracias a V, cuando miraron hacia la fila de árboles donde estaba el peligro, sus ojos no vieron más que paisaje: el mhis de Vishous era una ilusión óptica que ocultaba de manera muy efectiva la tormenta hacia la que se dirigía el enemigo.

Cuando el trío se encaminó hacia la parte trasera de la casa, sus botas hicieron crujir el césped helado. Un instante después, se oyó un estallido, como si se hubiese roto un cristal.

En ese momento, John dijo por señas, pero sin dirigirse a nadie en particular:

—Voy a acercarme.

—Espera…

La voz de V no logró detener al joven, que, haciendo oídos sordos a las maldiciones de sus compañeros, se desmaterializó hasta un costado de la casa.

Por eso John fue el primero en ver los cuerpos en cuanto quedaron a la vista.

Cuando el hurón su subió a una ventana de la cocina, la casa se estremeció y…

Comenzó la película de terror.

Tumbados en una fila que se extendía desde el salón hasta el vestíbulo y el comedor, había cerca de veinte tipos con la cabeza apuntando hacia la parte trasera de la casa y los pies hacia la frontal. Parecían muñecos. Muñecos grotescos y desnudos, con la cara manchada de vómito negro. Lentamente, comenzaban a mover las piernas y los brazos.

Justo cuando el hurón entró en su campo visual, John sintió que Xhex y los demás tomaban forma detrás de él.

—¡Genial! —gritó el hurón al tiempo que miraba triunfalmente a su alrededor—. ¡Sí!

Su risa rayaba con la histeria, y habría sido chocante de no haber estado rodeado de sangre y vísceras. De manera que el estridente cacareo no era más que un horrible complemento sonoro del espantoso entorno.

Casi tan espantoso como el coche.

—Vosotros sois mi ejército —les gritó a los zombis ensangrentados que se movían en el suelo—. ¡Vamos a apoderarnos de Caldwell! ¡Poneos en pie, es hora de trabajar! Juntos vamos a…

—Me muero por matar a esa pequeña sabandija —murmuró Rhage—. Aunque sólo sea para cerrarle la boca.

Cierto.

El desgraciado tenía ínfulas de Mussolini. Hablaba y hablaba, lo cual era bueno para el ego, pero no servía para nada más. La respuesta de los desgraciados que se retorcían en el suelo era lo verdaderamente preocupante.

Caramba. Tal vez el Omega había elegido bien: los repugnantes muñecos parecían estar obedeciendo. Y aquellos antiguos humanos, seres ahora sin alma, comenzaron a moverse más y más, a levantar el torso del suelo, mientras hacían el esfuerzo de ponerse en pie siguiendo las órdenes del hurón.

Lástima que todo ese esfuerzo no fuera más que una pérdida de tiempo.

—A la de tres —susurró Vishous.

Xhex fue la que contó:

—Uno… dos… ¡y tres!