52

Cuando el cuerpo de John se adaptó al ritmo de Xhex, su mente regresó al momento que acababan de vivir en el baño, mientras esperaba que ella aceptara o rechazara su propuesta.

Su tono, claro, había sido muy seguro, convencido y todo eso… pero la verdad era que no tenía nada en que apoyarse para negociar. Ella podía aceptar el trato o no, y en ese último caso John no tenía nada con que presionarla. ¿Conclusión? No podía amenazarla con retirarse, no tenía la iniciativa, no podía poner ninguna condición.

Le había quedado claro mientras estaba sentado en el sofá de la sala de billar, fingiendo que veía la televisión con Tohr. Durante todo el día había oído la voz de Rehvenge en su cabeza:

«Al final de la partida, el juego de Xhex no contempla otro posible ganador que no sea ella misma».

John no era tonto y no estaba dispuesto a permitir que su amor por ella lo paralizara durante más tiempo. Había un trabajo que hacer y tendrían mejores posibilidades de lograrlo si trabajaban juntos. Después de todo, el restrictor al que se estaban enfrentando no era un cualquiera.

Además, la historia de ellos dos era de naturaleza conflictiva; siempre estaban estrellándose el uno contra el otro, y rebotando, sólo para ser arrastrados hacia un nuevo impacto. Xhex era su pyrocant y no había nada que él pudiera hacer para cambiar eso. Pero podía cortar el vínculo que, además de hacerlo feliz a veces, también lo estaba torturando.

John deseó que su maldito tatuaje no fuera permanente. Pero al menos lo tenía en la espalda y así no estaba condenado a verlo a cada instante.

En fin. Iban a acabar con Lash y luego seguirían su camino, cada cual por su lado. ¿Qué sucedería hasta entonces? Misterio.

John dejó que sus pensamientos se desvanecieran y volvió a centrarse en los movimientos del encuentro sexual y el maravilloso sabor de la sangre de Xhex que inundaba su boca. Entonces sintió otra vez vagamente el olor a macho enamorado que despedía su propia piel… pero decidió no sacar conclusiones, aislarse de esa realidad. No iba a permitir que su cabeza se sumiera otra vez en la incertidumbre por culpa de ese olor a especias negras. Ni un minuto más.

Los machos enamorados se quedaban como lisiados cuando perdían a sus hembras, eso era así. Una gran parte de él siempre sería de Xhex. Pero seguiría viviendo, joder. Sabría hacerlo. Al fin y al cabo era un superviviente.

Volvió a correrse dentro de su amada. Retiró la boca de la vena de Xhex, lamió los pinchazos y dirigió sus labios hacia los senos. Luego cambió de posición para abrirle más los muslos y giró sobre su espalda de manera que ella quedara encima de él.

Xhex tomó entonces la iniciativa y, apoyando las manos sobre los hombros de John, comenzó a mover las caderas. Su vientre se contraía y se relajaba mientras lo montaba. John soltó una maldición silenciosa y la agarró de los muslos, apretándola con fuerza. Pero no se conformó con eso. Siguió subiendo con las manos hasta la unión de las piernas y el torso, atraído por la lúbrica y eléctrica hendidura a través de la cual estaban unidos.

Deslizó el pulgar por la vagina de Xhex y, al encontrar la parte superior de su sexo, comenzó a acariciarla trazando círculos.

Gracias a la tímida luz que salía del baño, John vio cómo la hembra arqueaba la espalda y sus colmillos se le clavaban en el labio inferior, en un esfuerzo por no gritar. Quería decirle que no se contuviera, pero no tuvo tiempo de hacerlo, pues en ese momento él llegó al orgasmo y cerró los ojos estremeciéndose debajo de la hembra.

John recuperó el aliento y sintió que ella también se detenía para respirar… y luego cambiaba de posición.

Al abrir los ojos, casi volvió a eyacular. Xhex se había desplazado hacia atrás, de manera que ahora, sin deshacer la penetración, el culo de la hembra reposaba sobre sus muslos. Xhex estiró las piernas hasta que los pies quedaron a lado y lado de la cabeza de John. Ante él, ahora, se abría el maravilloso espectáculo de su miembro penetrando en la vagina húmeda y lúbrica.

Se corrió como nunca lo había hecho.

Pero ella no se detuvo.

Y él tampoco quería que lo hiciera.

John necesitaba seguir viendo el espectáculo de sus sexos acercándose y alejándose, necesitaba ver los pezones de Xhex, su rostro lujurioso, la fuerza de su cuerpo mientras follaba. Quería quedarse cautivo dentro de ella para siempre…

Pero no podría ser para siempre.

Llegaron al clímax a la vez, mientras él le agarraba los tobillos y ella abría la boca para gritar el nombre de su amante.

Después sólo se oyó la pesada respiración de ambos.

Con un movimiento ágil, Xhex pasó una pierna por encima de la cabeza de John y saltó al suelo, junto a la cama, sin hacer ningún ruido.

—¿Puedo usar tu ducha?

Él asintió, y la hembra desnuda se dirigió al baño con pasos seguros y confiados. A pesar de los orgasmos que acababan de experimentar, John sintió enormes deseos de follarla de nuevo, por detrás.

Un momento después, mezclado con el ruido del agua, John oyó el eco de la voz de Xhex.

—La policía humana encontró el escenario del crimen.

La noticia hizo que John se levantara de inmediato, ansioso por recibir más información. Cuando entró en el baño, Xhex dio media vuelta debajo de la ducha y arqueó la espalda para quitarse el champú que se acababa de echar en el pelo.

—Todo estaba lleno de policías uniformados, pero los nuevos iniciados estaban escondidos de la misma manera que lo estuve yo, así que todos esos humanos no vieron más que una inmensa cantidad de sangre. Eso sí, suficiente para pintar de rojo una casa. Ni rastro de Lash, pero vimos pasar frente a la casa un coche de carreras conducido por algo que olía a fresas podridas. Llamé a Rehv para pedirle que le pasara la matrícula a Vishous. Ahora iré a darle mi informe a Wrath.

Se miraron.

—Regresaremos tan pronto caiga la noche —dijo John.

—Sí. Eso es lo que haremos.

‡ ‡ ‡

Qhuinn se despertó solo, después de haber enviado a Layla de regreso al Otro Lado cuando terminaron unos últimos asuntos que les habían quedado pendientes. Cuando llegó, tenía intención de despacharla enseguida, pero el abrazo de despedida tras el primer escarceo había conducido a otras cosas.

Sin embargo, Layla todavía era virgen.

Ya no estaba intacta, claro, pero definitivamente seguía siendo virgen… Y no por culpa de ella. Joder. Al parecer, había ya dos personas en el mundo con las cuales no podía follar como Dios manda.

Si esa tendencia continuaba, iba a terminar siendo célibe.

Cuando se sentó, Qhuinn sintió un terrible dolor de cabeza, prueba de que el Herradura era un oponente de cuidado. Pocas bromas, con esa bebida.

Se restregó la cara y pensó en los besos de la Elegida. Le había enseñado cómo hacerlo bien, cómo chupar y acariciar, cómo abrir el camino para la lengua del amante, cómo penetrar en una boca cuando ella quisiera hacerlo.

La hembra aprendía rápido.

Sin embargo, no le había resultado difícil mantener las cosas bajo control.

Lo que había matado su impulso había sido la manera en que ella lo miraba. Cuando Qhuinn comenzó su exploración sexual con Layla, supuso que ella sólo estaba buscando completar con un curso práctico toda la teoría que había aprendido en su manual de entrenamiento.

Pero Layla había ampliado sus expectativas rápidamente. Sus ojos habían comenzado a brillar, como si él fuera la llave de la puerta que la mantenía encerrada en sí misma, cómo si sólo él tuviera el poder de mover el gran cerrojo y liberarla.

Como si él fuera su futuro.

Todo aquello era un enredo endemoniado, porque, al menos sobre el papel, ella era la hembra ideal para él. Y podría haber resuelto su problema, es decir su necesidad social de tener una pareja honorable y permanente.

Pero el corazón de Qhuinn no estaba allí.

Así que no podía echarse sobre los hombros la responsabilidad de colmar las esperanzas y los sueños de Layla. Ni siquiera había posibilidad de que llegara hasta el final con ella. La Elegida ya se sentía seducida. Se había enamorado de su fantasía, y si él le hacía el amor, empeoraría las cosas. Cuando uno no es muy experto en lances eróticos, la energía física se puede confundir con mucha facilidad con algo más profundo y significativo.

Demonios, esa clase de espejismo puede darse incluso entre dos personas con experiencia.

Como aquella chica del salón de tatuajes, por ejemplo, la que le había dado el número de teléfono. Él nunca habría tenido interés en llamarla, ni antes, ni durante, ni después. Ni siquiera podía recordar su nombre, y eso no le inquietaba lo más mínimo. Cualquier mujer dispuesta a follar con un tipo que no conoce, en un lugar público en el que hay otros tres machos cerca, no era buena candidata para tener una relación más estable.

¿Acaso la suya era una actitud muy dura? Sin duda. ¿Mostraba una doble moral? De ninguna manera. Qhuinn tampoco sentía ningún respeto por su propia persona, así que juzgaba a los demás como se juzgaba a sí mismo. Se daba asco.

Y, además, Layla no tenía idea de lo que él había estado haciendo con los humanos desde su transición… todo aquel sexo desplegado en baños, callejones y rincones oscuros.

Desde luego, gracias a ello sabía exactamente qué hacer con un cuerpo.

Con cualquier cuerpo, femenino o masculino.

Esa idea lo llevó a pensar en cómo habría pasado el día Blay.

Se puso a juguetear con su móvil y finalmente lo abrió. Volvió a leer el mensaje que Blay le había enviado desde un número desconocido. Lo releyó una y otra vez.

Seguramente lo había enviado desde el teléfono de Saxton.

Probablemente desde la cama de Saxton.

Qhuinn arrojó la BlackBerry sobre la mesa y se levantó. En el baño dejó las luces apagadas porque no estaba interesado en saber cuál era su aspecto en aquel momento.

Un desastre. Sin duda.

Mientras se estaba lavando la cara, escuchó un sutil zumbido que emanaba de toda la casa. Seguramente eran las persianas, que se estaban abriendo. Con gotas de agua todavía corriéndole por la barbilla y un bote de espuma de afeitar en la mano, miró hacia la noche. Bajo la luz de la luna, los retoños de los álamos que estaban junto a su ventana parecían haber crecido un poquito más, lo cual indicaba que el día había sido menos frío.

Qhuinn no logró evitar que se le viniera a la mente el paralelismo de los retoños con Blay, que había despertado a su sexualidad.

De la mano del mismísimo primo de Qhuinn.

Irritado consigo mismo, decidió no afeitarse y salió de su habitación. Mientras se dirigía a la cocina, caminó lo más rápido que pudo, que no fue mucho porque cada paso que daba hacía que aumentara su dolor de cabeza. Parecía que el cráneo estaba a punto de estallar, los ojos en un tris de saltar de las órbitas.

Abajo, en los dominios de Fritz, se hizo una taza de café, mientras los doggen se ocupaban de los preparativos de la Primera Comida. Por suerte parecían muy ocupados. A veces, cuando te sientes una mierda por dentro y por fuera, quieres preparar tu propio café.

El orgullo silencioso, solitario, es importante en momentos como ése.

Sin embargo, como era la primera vez que usaba la cafetera, se le olvidó agregar el café, así que lo único que obtuvo fue una inmensa jarra de agua humeante.

Y tuvo que comenzar de nuevo.

Salía ya del comedor con un termo lleno de un café demasiado oscuro y un frasco de aspirinas, cuando Fritz abrió la puerta del vestíbulo.

Y la pareja que pasó frente al buen doggen lo hizo pensar que ciertamente iba a necesitar una buena cantidad de aspirinas en el futuro inmediato: Blay y Saxton acababan de entrar en la casa, del brazo.

Durante una fracción de segundo estuvo a punto de gruñir, pues el instinto posesivo lo impulsó a abalanzarse sobre la parejita y… hasta que se dio cuenta de que, evidentemente, iban agarrados por razones de salud. Saxton no parecía poder sostenerse sobre sus pies y obviamente alguien había usado su cara como saco de entrenamiento de boxeo.

Ahora Qhuinn gruñó por una razón distinta.

—¿Quién demonios te ha hecho eso?

Sin duda, nadie de la familia de Saxton, pues no tenían problemas con su manera de ser.

—Dímelo —exigió Qhuinn.

Cuando respondieran a esa pregunta, Blay tendrían que explicarle cómo demonios se había atrevido a llevar a un civil no sólo a una mansión de la Hermandad, sino a la casa del Rey.

Ah, pero la pregunta número tres, «¿Cómo os fue?», sí se quedaría justo donde estaba, es decir, ahogándole, detenida en mitad de la garganta.

Saxton sonrió. Bueno, trató de hacerlo, pues tenía el labio superior totalmente desfigurado.

—Sólo fue un humano despreciable. No te vayas a poner violento y sentimental, ¿vale?

—A la mierda con eso. ¿Y qué diablos haces tú aquí, con él? —Qhuinn se quedó mirando a Blay, mientras trataba de no buscar en su cara rastros de lo que podía haber pasado entre Saxton y él—. ¡No puede estar en esta casa! ¡No lo puedes traer aquí!

Desde arriba se oyó la voz de Wrath. Su profundo timbre de barítono llenó el vestíbulo e interrumpió las palabras de Qhuinn.

—Blay no exageraba cuando me contó lo que te pasó, ¿verdad? Te han molido a palos, ¿no es así, hijo?

Saxton hizo una mueca de dolor al mismo tiempo que la debida reverencia.

—Perdóneme, Majestad, por presentarme aquí de esta forma tan desagradable. Usted es muy amable al recibirme en su casa.

—Tú me hiciste un favor cuando lo necesitaba. Y yo devuelvo los favores siempre. Una vez dicho esto, si llegas a revelar de alguna manera la ubicación de mi casa, te cortaré las pelotas y haré que te las comas.

Adoro a Wrath, pensó Qhuinn.

Saxton volvió a inclinarse.

—Entendido.

El monarca bajó las escaleras sin mirar hacia abajo, con sus gafas oscuras apuntando siempre al frente, como si estuviese contemplando al pasar los frescos del techo.

Aunque estaba ciego, nada se le pasaba por alto.

—Por lo que puedo oler, Qhuinn tiene café, así que eso puede ayudar, y Fritz te ha preparado una cama. ¿Quieres algo de comer antes de alimentarte?

¿Alimentarse? ¿Alimentarse de una vena?

A Qhuinn no le gustaba ignorar lo que estaba ocurriendo, quería estar al tanto de todo, hasta de lo que iban a servir para la cena.

¿Saxton, en la mansión, con Blay, y a punto de alimentarse de la vena de alguien? Era demasiado ignorar. Se consumía por dentro.

El vapuleado primo volvió a inclinarse.

—Eres un anfitrión muy amable.

—Fritz, dale algo de comer a este macho. La Elegida estará aquí muy pronto.

¿La vena de una Elegida?

Por Dios, ¿qué era lo que Saxton había hecho exactamente por el rey? ¿A quién le había salvado el pellejo?

—Y también te verá nuestra médica. —Wrath levantó una mano—. Puedo oler el dolor que estás sintiendo, a queroseno y pimentón. Así que, manos a la obra. Dedícate a cuidarte y luego hablaremos.

Cuando Wrath y George dieron media vuelta y volvieron a sus dependencias, Qhuinn quedó atrapado en las hospitalarias garras de Fritz. Tuvo que subir las escaleras detrás del mayordomo, al paso lento de éste. Al llegar arriba, el doggen se detuvo para esperar a Saxton, al tiempo que limpiaba la barandilla con su pañuelo.

Como no tenía otra cosa que hacer mientras esperaba, Qhuinn abrió el frasco de aspirinas y se tomó un puñado. Entretanto, a través de las puertas abiertas del estudio del rey pudo ver que John y Xhex estaban hablando con V y Wrath, y que los cuatro estudiaban un mapa que tenían extendido sobre el escritorio.

—Es una mansión espectacular —dijo Saxton, deteniéndose para recuperar el aliento y recostándose contra Blay, bajo cuyo brazo cabía perfectamente.

Maldito miserable.

—Mi amo Darius la construyó. —Los ojos viejos y cansados de Fritz hicieron un recorrido por el lugar, antes de concentrarse en la contemplación del manzano que representaba el mosaico del vestíbulo—. Él siempre quiso que la Hermandad viviera aquí… y construyó el lugar con ese propósito. Ahora estaría muy complacido.

—Sigamos —dijo Saxton—. Me muero por ver más.

Así que el grupo siguió por el corredor de las estatuas. Luego pasaron frente a la habitación de Tohr. Y frente a las de Qhuinn, John Matthew y Blay… hasta llegar a la siguiente puerta.

¿Y por qué no vamos más allá?, pensó Qhuinn.

—Le traeré una bandeja con cosas de comer. —Fritz entró primero y comprobó que todo estaba en orden—. Pulse asterisco-uno si necesita algo, cuando lo desee.

Luego el mayordomo inclinó la cabeza y se retiró, dejando atrás una situación bastante tensa, que no mejoró lo más mínimo, sino más bien lo contrario, cuando Blay llevó a Saxton hasta la cama y lo ayudó a tumbarse.

El hijo de puta vestía un magnífico traje gris, con chaleco y todo. Lo cual, por contraste, hacía que Qhuinn pareciese vestido con lo mejor que había encontrado en la basura.

Irguiéndose para dejar claro al menos que era el más alto y el más fuerte, Qhuinn habló.

—Fueron los dos tipejos aquellos del bar de fumadores. Esos malditos idiotas. ¿No?

Blay se puso rígido y Saxton rió con ganas.

—Así que nuestro común amigo Blaylock, aquí presente, te ha hablado de nuestra cita. Con razón me preguntaba qué estaría haciendo tanto rato con mi teléfono en el baño.

Lo que había llevado a Qhuinn a esa conclusión era una simple deducción tras lo que observó cuando les espiaba, y no llamada telefónica alguna. Demonios, lo único que Blay le había enviado era aquel mensaje de mierda. Un mísero y breve mensaje que no ofrecía ninguna información…

Pero bueno, ¿de verdad se estaba quejando de que Blay no lo hubiese llamado? ¿Se estaba rebajando hasta ese punto?

Lo único que le faltaba era poner morritos y hacer pucheros, pensó Qhuinn.

Enseguida reaccionó y siguió con sus preguntas.

—¿Fueron ellos?

Al ver que Blay no decía nada, Saxton suspiró.

—Sí, me temo que sintieron la necesidad de expresar sus sentimientos… Bueno, el que lo hizo fue el orangután, el mayor. —Saxton bajó los párpados y miró de reojo a Blay—. Yo soy un amante, no un guerrero, como puede ver cualquiera.

Blay se apresuró a llenar el silencio que siguió a la explosión de esa pequeña bomba.

—Selena llegará en cualquier momento. Te gustará.

Gracias a Dios no era Layla, se dijo Qhuinn inmediatamente…

Hubo un silencio más, de nuevo tenso. El aire parecía saturado de cargos de conciencia.

—¿Puedo hablar contigo? —le dijo Qhuinn a Blay abruptamente—. Afuera, en el pasillo.

No parecía una solicitud, sino una orden.

Cuando Fritz llegó con la bandeja, Qhuinn abandonó la habitación y esperó en el pasillo, mirando una de las musculosas estatuas.

Pensó en cómo sería Blay desnudo.

Destapó el termo, dio un buen sorbo a su café, se quemó la lengua… y siguió bebiendo, insensible a la temperatura de la infusión.

Fritz se fue. Blay salió del cuarto tras él y cerró la puerta.

—¿Qué pasa?

—No puedo creer que lo hayas traído aquí.

Blay retrocedió con aire indignado.

—Ya has visto cómo está. ¿Cómo no iba a traerlo? Está herido y no se está recuperando bien porque necesita alimentarse. Phury nunca permitiría que una de sus Elegidas visitara otro lugar del mundo distinto de éste. Es la única manera de hacerlo.

—¿Y por qué no le buscaste otra fuente de alimentación? No tiene por qué ser una Elegida.

—¿Cómo dices? ¿He oído bien? —Blay parecía todavía más indignado—. Es tu primo, Qhuinn.

—Soy consciente de nuestra relación de parentesco. —Y, aunque no lo dijo, también era consciente de la mezquindad con que estaba actuando—. Pero sencillamente no entiendo por qué es preciso mover tantas influencias por él.

Mentira. Qhuinn sabía exactamente la razón.

Blay se dio la vuelta.

—Adiós.

—¿Es tu amante?

Blay, que ya volvía a la habitación, frenó en seco. Se quedó petrificado, como si fuera una de aquellas estatuas griegas, con la mano a punto de tocar el picaporte.

Miró atrás, a Qhuinn, con expresión de rabia.

—Eso no es de tu incumbencia.

Al ver que no se sonrojaba, Qhuinn resopló en señal de alivio.

—No lo es, ¿verdad? No has estado con él.

—Déjame en paz, Qhuinn. Sólo déjame en paz.

La puerta se cerró con fuerza detrás de Blay. Qhuinn maldijo para sus adentros y se preguntó si alguna vez sería capaz de dejarlo en paz.

Desde luego, en el futuro próximo, ni hablar, le dijo una voz dentro de su cabeza.

Y tal vez no lo dejase en paz nunca.