5
Cuando la Sombra hizo su petición, John vio que Qhuinn y Blay se ponían rígidos y supo lo que estaban pensando. Trez era un aliado, pero también era peligroso por definición. Las Sombras se guiaban por sus propios códigos y eran capaces de hacer cosas que dejaban a los symphaths con la boca abierta.
Pero tratándose de Xhex, él estaba dispuesto a meterse en la boca del lobo si era preciso.
—Siempre y cuando tenga a mano papel y un bolígrafo, podemos hacerlo —dijo John. Al ver que ni Blay ni Qhuinn traducían, el sordomudo frunció el ceño y les dio un codazo a los dos.
Qhuinn se aclaró la garganta y miró a Trez por encima de la barra.
—Como ahstrux nohtrum de John, voy a donde él vaya.
—Pero no en mi casa. Ni en la de mi hermano.
Qhuinn se puso de pie, como si estuviera dispuesto a tumbar a la Sombra si tenía que hacerlo.
—Así son las cosas.
John se levantó del sofá y puso su cuerpo delante del de Qhuinn, antes de que el desgraciado hiciera algo irreversible. Tras hacer un gesto con la cabeza hacia el fondo, adonde suponía que iría con Trez, esperó a que la Sombra le mostrara el camino.
Pero, naturalmente, Qhuinn tenía que abrir su bocaza.
—A la mierda, John.
John dio media vuelta y dijo:
—¿Acaso tengo que darte una maldita orden? Voy a ir con él y tú te vas a quedar aquí afuera. Punto. Fin de la discusión.
—Eres un desgraciado —le respondió Qhuinn por señas—. No sólo soy tu guardaespaldas por diversión…
El sonido de un timbre interrumpió la discusión y los dos se volvieron a mirar a las Sombras.
iAm miró el monitor de seguridad que estaba debajo de la barra.
—Nuestra cita de las dos y media ya está aquí.
Trez salió de detrás del mostrador y se dirigió a la puerta principal, pero antes centró su atención en Qhuinn durante un largo momento y luego se dirigió a John.
—Dile a tu amigo que es difícil proteger a alguien cuando estás muerto.
La voz de Qhuinn resonó con la fuerza de un puñetazo.
—Iría hasta la muerte por él.
—Si sigues con esa actitud, esa afirmación puede dejar de ser una metáfora.
Qhuinn enseñó los colmillos y soltó un siseo, que parecía brotar desde el fondo de la garganta, convirtiéndose en ese animal salvaje y terrible sobre el que los humanos han inventado todo tipo de mitologías. Mientras miraba con odio a Trez, era obvio que, en su mente, ya se estaba subiendo a la barra para estrangular a la Sombra.
Trez sonrió con frialdad y no se movió ni un ápice.
—Un chico duro, ¿no? ¿O sólo es puro espectáculo?
Difícil saber cuál de los dos era más peligroso. La Sombra tenía trucos, se guardaba ases en la manga; pero Qhuinn parecía un bulldozer listo para demoler un edificio. En todo caso, aquello era Caldwell y no Las Vegas, y John no era un apostador al que le gustara arriesgarse.
La respuesta correcta era no dejar que la fuerza imparable se encontrara con el obstáculo impredecible.
John cerró el puño y lo estrelló contra la mesa. El golpe sonó con tanta violencia que todo el mundo se volvió a mirar y Blay tuvo que atrapar su Coca-Cola, pues había salido volando por los aires.
Tras captar de ese modo la atención de los dos combatientes, John les hizo un corte de mangas a los dos: al ser mudo, eso era lo mejor que podía hacer para decirles que se calmaran.
Los ojos bicolores de Qhuinn se clavaron de nuevo en la Sombra.
—Es lo mismo que tú harías por Rehv. No me puedes culpar.
Hubo una pausa… y luego la Sombra pareció relajarse un poco.
—Cierto. —Mientras la atronadora tormenta de testosterona parecía bajar de intensidad hasta convertirse en un rugido sordo, Trez asintió con la cabeza—. Sí… es cierto. Y no le voy a hacer daño. Si él se porta como un caballero, yo me portaré igual. Tienes mi palabra.
—Quédate con Blay —dijo John, antes de dar media vuelta y seguir a la Sombra.
Trez lo condujo a un pasillo ancho, flanqueado a ambos lados por cajas de cerveza y licor. La cocina estaba al fondo, separada por un par de puertas giratorias que no sonaban cuando las atravesabas.
Bien iluminada y con suelo de baldosa roja, el corazón del restaurante, la cocina, estaba impecable y era enorme, del tamaño de una casa, con muchos fuegos, un congelador para la carne y metros y metros de encimeras de acero inoxidable. Había cacerolas colgando del techo y debajo de las mesas. Un guiso delicioso burbujeaba en el primer fogón.
Trez se acercó y levantó la tapa. Después de inhalar profundamente, miró a John con una sonrisa.
—Mi hermano es un cocinero estupendo.
«Seguro», pensó John. Aunque con las Sombras uno siempre tenía que preguntarse qué había en la olla. Se decía que a ellos les gustaba comerse a sus enemigos.
Trez volvió a poner la tapa sobre la olla y alargó el brazo hacia un montón de libretas. Tomó una, la deslizó por la encimera y sacó un bolígrafo de una taza.
—Esto es para ti. —Trez cruzó los brazos sobre el pecho y se recostó contra la estufa—. Cuando llamaste y pediste que nos viéramos, me quedé sorprendido. Como ya he dicho, Rehv y tú vivís bajo el mismo techo, así que no es posible que no sepas lo que está haciendo en la colonia. Por lo tanto, debes saber, al igual que tus jefes, que esta semana está inspeccionando el extremo más lejano del laberinto… y también debes saber que no ha encontrado absolutamente nada que lo lleve a creer que Xhex ha sido raptada por un symphath.
John no hizo ningún movimiento, ni para confirmar ni para negar.
—Y también me sorprende que me preguntes por el tráfico de drogas, sobre todo teniendo en cuenta que Rehv sabe todo lo que hay que saber sobre ese tema aquí en Caldwell.
En ese momento, iAm entró a la cocina. Se acercó a la olla y volvió a revolver el contenido, luego se cruzó de brazos junto a su hermano y adoptó la misma postura. John no sabía que fueran gemelos. Maldición, era asombroso.
—Entonces, ¿qué está pasando, John? —murmuró Trez—. ¿Por qué tu rey no sabe en qué andas metido y por qué no hablas con mi amigo Rehvenge?
John miró a las dos Sombras y luego agarró el bolígrafo y escribió. Cuando les enseñó el papel, las Sombras se inclinaron para leer.
«Sois perfectamente conscientes de lo que sucede aquí. Dejemos de perder el tiempo».
Trez soltó una carcajada. iAm incluso sonrió.
—Sí, captamos muy bien tus emociones. Sólo pensamos que querrías dar alguna explicación. —Al ver que John negaba con la cabeza, Trez asintió—. Está bien. Vale. Respeto tu deseo de no perder más tiempo. ¿Quién más sabe que tienes un interés personal en esto?
John volvió a tomar el bolígrafo.
«Rehv, probablemente, dado que es un symphath, Qhuinn y Blay. Pero ninguno de los hermanos».
iAm habló:
—Entonces el tatuaje que acabas de hacerte… ¿tiene algo que ver con ella?
John pareció momentáneamente sorprendido, pero luego pensó que seguramente podían oler la tinta fresca, o sentir las reverberaciones del dolor que aún experimentaba.
Con letra segura escribió: «Eso no es asunto tuyo».
—Bien, puedo respetar ese secreto —dijo Trez—. Escucha… no pretendo ofenderte, pero ¿por qué no puedes confiar en los hermanos para contarles esta mierda? ¿Es porque ella es symphath y te preocupa cómo se lo tomen? Porque están claramente con Rehv.
«Usa la cabeza. Si logramos encontrarla después de una dura batalla, todo el mundo en la casa esperará una ceremonia de apareamiento. ¿Crees que a ella le gustaría eso? ¿Y qué pasa si está muerta? No quiero levantarme todos los días para encontrarme con un grupo de gente que está esperando a que me ahorque en el baño».
Trez soltó otra carcajada.
—Bueno… tienes razón. No puedo argumentar nada contra esa exposición tan lógica.
«Así que necesito vuestra ayuda. Ayudadme a ayudarla».
Las dos Sombras se miraron y hubo un largo momento de silencio. Seguramente estaban manteniendo una conversación telepática, de materia gris a materia gris, pensó John.
Después de un momento, volvieron a clavar la mirada en él y, como siempre, Trez fue el que habló.
—Bueno, como tú has tenido la cortesía de ser claro, nosotros vamos a hacer lo mismo. Hablar contigo de esta manera nos pone en una situación difícil. Nuestra relación con Rehv es muy estrecha, como sabes, y él está tan comprometido en esta búsqueda como tú. —Mientras John trataba de encontrar una salida a esa situación, Trez agregó—: Sin embargo, te vamos a decir una cosa… ninguno de nosotros ha encontrado ningún rastro de Xhex. Por ninguna parte.
John tragó saliva mientras pensaba que eso no era una buena noticia.
—No hay rastro, todo lo contrario. O bien Xhex está muerta… o está retenida en algún lugar mediante un bloqueo. —Trez lanzó una maldición—. Yo también creo que Lash la tiene. Y estoy convencido de que él está buscando dinero en la calle y que es la única posibilidad de encontrarlo. Si tuviera que arriesgar una hipótesis, diría que está probando traficantes humanos antes de convertirlos en miembros de la Sociedad Restrictiva. Apostaría cualquier cosa a que va a comenzar a inducirlos cuanto antes. Sin duda, querrá tener un total control sobre su equipo de vendedores, y la única manera de hacerlo es convirtiéndolos en restrictores. En cuanto a los lugares de venta, los centros comerciales siempre son un buen vivero. Al igual que las escuelas, aunque eso va a ser difícil para vosotros, porque funcionan de día. Las obras también son lugares donde se mueve droga. Algunos empleados, con carretillas, siempre solían comprarnos a nosotros. También está ese parque Xtreme, donde los muchachos patinan. Ahí se mueve mucha mercancía. Y debajo de los puentes, aunque en ese punto la mayoría de los clientes son mendigos, así que el dinero que se mueve allí probablemente es muy escaso para los intereses de Lash.
John asintió. Desde luego, al final le estaba dando el tipo de información que esperaba obtener.
Escribió de nuevo:
«¿Qué hay de los proveedores? Si Lash ha asumido el papel de Rehv, ¿no va a necesitar entrar en contacto con ellos?».
—Claro. Sin embargo, el proveedor más importante de la ciudad, Ricardo Benloise, está bastante aislado. —Trez lanzó una mirada a su hermano y hubo otro momento de silencio. Finalmente iAm asintió, y Trez siguió—: Está bien. Veremos si podemos conseguirte alguna información sobre Benloise, al menos para que puedas rastrearlo en caso de que se encuentre con Lash.
—Muchas gracias —dijo John por señas sin pensar si le entendían o no.
Los dos hermanos asintieron y luego Trez dijo:
—Dos advertencias, si no te importa.
John les hizo una seña con las manos para que continuaran.
—Una: mi hermano y yo no le ocultamos nada a Rehv. Así que vamos a contarle que has venido a vernos. —Al ver que John fruncía el ceño, Trez sacudió la cabeza—. Lo siento. Así son las cosas.
iAm terció.
—A nosotros nos parece bien que tú investigues más a fondo. Aunque los hermanos también lo están haciendo, cuantos más sean los que estén trabajando en el asunto, mayores serán las posibilidades de salvación de Xhex.
John lo comprendía perfectamente, aunque de todas formas quería mantener el asunto en privado. Pero antes de que pudiera escribir nada, Trez siguió.
—Y dos: debes informarnos plenamente de todo cuanto averigües. Rehvenge, ese maldito controlador, nos ha ordenado que nos mantengamos al margen del asunto. Y el hecho de que aparecieras aquí nos ha proporcionado una muy oportuna forma de involucrarnos.
Al ver que John se preguntaba por qué demonios Rehv querría atar las manos de los dos guerreros, iAm lo explicó.
—Cree que sólo conseguiremos que nos maten.
—Y debido a nuestra… —Trez hizo una pausa, como si estuviera buscando la palabra correcta— «relación» con Rhev, estamos maniatados.
—Es como si nos hubiese encadenado a la pared.
Trez se encogió de hombros.
—Por eso hemos accedido a verte. En cuanto nos enviaste ese mensaje, supimos…
—Que ahí estaba la oportunidad…
—Que llevábamos tiempo esperando.
Mientras las Sombras se completaban las frases mutuamente, John respiró hondo, con cierto alivio. Al menos había quienes entendían lo que él estaba pensando.
Transcurridos unos breves instantes de silencio, Trez extendió el puño y cuando John chocó sus nudillos contra él, la Sombra asintió con la cabeza.
—Mantengamos esta pequeña conversación como una cosa reservada, entre nosotros, ¿vale?
John se inclinó sobre la libreta.
«Creí que habíais dicho que le contaríais a Rehv que estuve aquí».
Trez leyó lo que decía y se volvió a reír.
—Ah, claro, vamos a contarle que estuviste de visita y que cenaste aquí.
iAm sonrió discretamente.
—Pero no necesita saber el resto.
‡ ‡ ‡
Cuando Trez y John se fueron al fondo del local, Blay terminó su Coca-Cola y siguió a Qhuinn con la mirada. El tipo se paseaba nerviosamente alrededor de la barra, como si fuera un pajarillo al que le acabaran de cortar las alas.
Sencillamente, no soportaba que lo dejaran al margen de ningún asunto. Ya fuera una cena o una reunión, un juego o una pelea. Quería tener participación en todo.
Y la verdad era que aquel histérico movimiento, aquella silenciosa agitación, era peor que si estallara en maldiciones. Resultaba inquietante.
Blay se levantó y se metió detrás de la barra con el vaso vacío. Mientras volvía a llenarlo y observaba cómo la espuma oscura entraba en contacto con el hielo, se preguntó por qué se sentiría tan atraído por Qhuinn. Él era un tipo básicamente educado, que siempre daba las gracias y pedía las cosas por favor. Qhuinn, en cambio, era un salvaje que mandaba a todo el mundo a la mierda por cualquier nimiedad.
Tal vez los opuestos sí se atraían. Al menos a él le atraía aquel polo opuesto…
iAm regresó y con él venía lo que sólo se podía describir como un macho imponente. Iba vestido de manera impecable, desde el corte de su abrigo gris oscuro hasta el brillo de los zapatos. En lugar de corbata, usaba un pañuelo de seda. Era rubio, tenía el pelo muy corto por detrás y largo por delante y sus ojos eran del color de las perlas.
—¡Puta Virgen! ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —La voz de Qhuinn retumbó al tiempo que iAm desaparecía por el fondo—. Maldito sinvergüenza.
La primera reacción de Blay fue ponerse rígido, en guardia. Lo último que necesitaba era otro espectáculo erótico. Temía que Qhuinn se sintiera atraído por aquel tipo.
Pero enseguida salió de su error.
El macho que acababa de llegar soltó una carcajada y dio un cordial abrazo a Qhuinn.
—Tienes una manera preciosa de expresarte, primo. Yo diría que tu oratoria está a medio camino entre la de un camionero, un marinero y un chiquillo de doce años.
Saxton. Era Saxton, hijo de Tyhm. Blay recordaba haberlo visto en una o dos ocasiones.
Qhuinn retrocedió.
—Es la nueva lengua, ¿o acaso no te han enseñado nada en Harvard?
—Nada de nada. Estaban más preocupados por las leyes sobre contratos, propiedades y todas esas zarandajas. También les interesan, eso sí, los agravios, que para que lo sepas, son actos perjudiciales que cometemos contra los demás. O sea, lo que sueles hacer tú.
Qhuinn enseñó sus colmillos blancos y brillantes al sonreír abiertamente.
—Pero me estás hablando de las leyes humanas, que no me afectan. Ellos no pueden controlarme.
—¿Y quién puede hacerlo?
—No te lo voy a decir. Pero, cuéntame, ¿qué estás haciendo aquí?
—Pues gestiono unos cambios de propiedades a los hermanos Sombra. ¿O acaso crees que he estudiado toda esa jurisprudencia humana por pasar el rato? —Los ojos de Saxton se desviaron hacia un lado y se cruzaron con los de Blay. De manera instantánea, la expresión del tipo se volvió más seria y llena de curiosidad—. Vaya, hola.
Saxton dio la espalda a Qhuinn y se acercó a Blay con tanto interés que éste se sintió impulsado a mirar hacia atrás para ver si había alguien más.
—Blaylock, ¿verdad? —El macho tendió su elegante mano por encima de la barra—. Hace años que no te veo.
Blay siempre se había sentido un poco cohibido en presencia de Saxton, porque el «maldito sinvergüenza» siempre tenía la respuesta adecuada para todo. Y daba la impresión de que no sólo conocía la respuesta precisa, sino que te estaba haciendo una especie de examen que no te convenía suspender.
—¿Cómo estás? —dijo Blay estrechándole la mano.
Saxton olía realmente bien y daba la mano con firmeza.
—Has crecido mucho.
Blay se ruborizó.
—Igual que tú.
—¿De veras? —Los ojos color perla del recién llegado relampaguearon—. ¿Y eso es bueno o malo?
—Ah… bueno, claro. Pero yo no…
—Entonces, dime a qué te has dedicado este tiempo. ¿Estás casado con alguna linda hembra elegida por tus padres?
Blay soltó una aguda carcajada.
—Dios, no. No tengo a nadie.
Qhuinn se metió en la conversación colocándose entre ellos.
—¿Y qué tal te va, Sax?
—Bastante bien. —Saxton ni siquiera miró a Qhuinn mientras respondía, pues mantenía toda su atención centrada en Blay—. Aunque mis padres quieren que me vaya de Caldwell. Pero no tengo intención de hacerlo.
Como necesitaba desviar la mirada, Blay se concentró en su refresco y se puso a contar los cubos de hielo que flotaban en el vaso.
—¿Y qué estás haciendo tú aquí? —preguntó Saxton.
Hubo una larga pausa y, después de un rato, Blay levantó la mirada preguntándose por qué Qhuinn no había respondido.
Ah. Claro. Saxton no estaba hablando con su primo, sino con él.
—Contesta, Blay. —Qhuinn le miraba con el ceño fruncido.
Por primera vez en… una eternidad, parecía que… su mejor amigo y él se iban a mirar a los ojos. Pero en realidad no era para tanto. Para no variar, los ojos de Qhuinn estaban fijos en otro: Saxton estaba siendo objeto de un examen que habría cohibido a cualquiera que se sintiera menos seguro. Pero el primo de Qhuinn se sentía segurísimo, o no se había dado cuenta de que sufría semejante escrutinio.
—Respóndeme, por favor, Blaylock —murmuró el macho.
Blay se aclaró la garganta.
—Estamos aquí para ayudar a un amigo.
—Admirable. —Saxton sonrió y dejó ver unos magníficos colmillos que resplandecieron con la luz—. ¿Sabes una cosa? Creo que deberíamos vernos un día de éstos.
La voz de Qhuinn resonó con su habitual timbre temible.
—Claro. Será estupendo. Te voy a dar mi número.
Mientras recitaba los dígitos de su número telefónico, iAm, John y Trez regresaron al bar. Hubo un par de presentaciones y se entabló una animada conversación, pero Blay se mantuvo al margen. Se terminó el refresco y puso el vaso en el posavasos.
Cuando salió del bar y pasó junto a Saxton, éste estiró el brazo.
—¡Ha sido un placer verte otra vez!
En un acto reflejo, Blay estrechó la mano que le ofrecían… y, después del apretón, se dio cuenta de que tenía una tarjeta en la palma. Saxton sólo sonrió al ver su sorpresa.
Blay se guardó la tarjeta en el bolsillo. Saxton volvió la cabeza y miró a Qhuinn.
—Te llamaré pronto, primo.
—Sí, claro.
La despedida fue considerablemente menos amistosa por parte de Qhuinn, pero a Saxton pareció no importarle, o quizá no lo notó, aunque esto último era difícil de creer.
—Si me disculpáis —dijo Blay, sin dirigirse a nadie en particular.
Salió del restaurante solo y cuando atravesó las puertas del garaje, encendió un cigarrillo y se recostó contra la fría pared de ladrillo, apoyando una bota contra el edificio.
Sacó la tarjeta. Era gruesa, de cartón color crema. Grabada, no impresa, por supuesto. Estaba escrita con letra negra y antigua. Se la acercó a la nariz. Tenía el perfume de su dueño.
Agradable. Muy agradable. Qhuinn no era partidario de los perfumes, de modo que sólo olía a cuero y a sexo la mayor parte del tiempo.
Suspiró, se guardó la tarjeta en la chaqueta, le dio otra calada al cigarrillo y soltó el humo lentamente. No estaba acostumbrado a que lo observaran de aquella forma. O a que se le acercaran de aquel modo. Siempre era él quien estaba pendiente del otro. En realidad, Qhuinn había sido el único objeto de todas sus atenciones desde que tenía memoria.
Las puertas se abrieron y sus amigos salieron.
—Joder, odio el humo del tabaco —susurró Qhuinn, mientras movía la mano para dispersar la nube de humo que Blay acababa de exhalar.
Blay apagó su Dunhill contra el talón de la bota y guardó el cigarrillo a medio fumar en el bolsillo.
—¿Adónde vamos?
—Al parque Xtreme —dijo John por señas—. El que está cerca del río. La verdad es que también nos han dado otra pista, pero ésa va a necesitar un par de días más.
—¿Ese parque no está en el territorio de las bandas de pandilleros? —preguntó Blay—. ¿No hay mucha policía por allí?
—¿Y por qué preocuparse de los policías? —Qhuinn soltó una carcajada—. Si nos metemos en problemas con el Departamento de Policía, Saxton siempre podrá sacarnos del lío. ¿No?
Blay miró a Qhuinn y esta vez sí tenía que haberse preparado, pues la mirada azul y verde de Qhuinn estaba clavada en él y, en cuanto fue consciente de ello, Blay sintió la conocida excitación que le invadió el pecho y otras partes del cuerpo.
Dios… era el macho al que amaba, pensó. Y siempre sería así.
Amaba la fuerza de aquella mandíbula, y las cejas rectas y negras, y los piercings que subían por la oreja y adornaban el labio inferior. Amaba el pelo negro, grueso y brillante, y la piel dorada, y ese cuerpo musculoso. Amaba la manera en que se reía y el hecho de que jamás llorase, aun ante la peor de las adversidades. Amaba las cicatrices recónditas que nadie conocía, y lo amaba, en fin, por la convicción de que él siempre sería el primero en correr hacia un edificio en llamas, o hacia una pelea sangrienta, o hacia un horrible accidente automovilístico.
Amaba todo lo que Qhuinn era y siempre sería.
Pero también sabía que las cosas nunca iban a cambiar.
—¿Qué es lo que no va a cambiar? —preguntó Qhuinn con el ceño fruncido.
Ay, mierda. Estaba pensando en voz alta.
—Nada. ¿Vamos, John?
John miró a sus dos amigos. Luego asintió con la cabeza.
—Sólo tenemos tres horas antes de que amanezca. Hay que darse prisa.