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Xhex no estaba muy segura de qué granja estaba buscando, así que tomó forma en un área boscosa que estaba sobre la Carretera 149 y usó su olfato para orientarse sobre la dirección que debía tomar: el viento venía del norte y cuando sintió un leve olor a polvos de talco, comenzó a seguir ese rastro, desmaterializándose en intervalos de cien metros a través de los campos quemados por el invierno y por la nieve.

La inminente primavera estimulaba su nariz y la luz del sol sobre la cara la calentaba, siempre y cuando la brisa no le quemara la piel. Estaba rodeada de árboles esqueléticos, coronados por un halo de hojas verdes brillantes, cuyos brotes asomaban tímidamente al percibir la promesa de un clima más cálido.

Era un día precioso.

Perfecto para un buen crimen.

Cuando el hedor de los restrictores invadió claramente su nariz, Xhex desenfundó uno de los cuchillos que Vishous le había dado y se dio cuenta de que estaba tan cerca que podía…

Tomó forma junto a la siguiente fila de arces y frenó en seco.

Mierda.

La granja blanca no era nada especial, sólo una construcción ruinosa, situada junto a un campo de maíz y rodeada de pinos y arbustos. Era estupendo que tuviera un jardín amplio, pensó Xhex.

De lo contrario, los cinco coches patrulla de la policía que se aglomeraban en la entrada no habrían tenido suficiente espacio para pasar.

Ocultándose como lo hacían los symphaths, Xhex se dirigió hacia una ventana y miró hacia el interior, sin que nadie se diera cuenta de su presencia.

Justo a tiempo: se asomó justo cuando uno de los mejores agentes de policía de Caldwell vomitaba en un cubo.

Y la verdad era que tenía una buena razón para hacerlo. La casa parecía bañada en sangre humana. De hecho, no lo «parecía», lo estaba. Tan llena de sangre que Xhex sentía un sabor a cobre en la lengua, a pesar de que estaba afuera, al aire libre.

Parecía una película de terror.

Los policías humanos iban y venían entre la sala y el comedor, pisando con cuidado, no sólo por tratarse del escenario de un crimen, sino porque obviamente no querían que aquella mierda les manchara la ropa.

Sin embargo, no había ningún cadáver. Ni uno solo.

Al menos, ninguno visible.

Pero Xhex estaba segura de que en la casa había restrictores recién nacidos. Dieciséis en total. Aunque no podía verlos y la policía tampoco, según lo que ella podía percibir, los policías estaban caminando justo por encima de ellos.

¿Otro de los escudos protectores de Lash?

¿Qué diablos estaba planeando ese desgraciado? Había llamado a los hermanos para anunciarles esa mierda… ¿y después había llamado a la policía? ¿Quién había llamado al número de emergencias?

Xhex necesitaba encontrar la respuesta a muchas preguntas.

Mezclado con toda la sangre había un residuo negruzco y uno de los policías observaba una mancha de esa sustancia con el ceño fruncido, como si hubiese encontrado algo asqueroso… pero esa pequeña mancha aceitosa no era suficiente para explicar el fuerte olor que la había llevado hasta allí, así que Xhex tenía que suponer que las inducciones habían sido un éxito y que lo que estaba oculto ya no era humano.

Echó un vistazo al bosque que se extendía por detrás y por delante de ella. ¿Dónde encajaba el chico dorado del Omega en todo ese desastre?

Al asomarse a la parte delantera de la casa, Xhex vio a un cartero que, evidentemente, sufría una crisis nerviosa, mientras prestaba declaración a un agente.

El servicio postal al rescate.

Sin duda, fue él quien dio la voz de alarma…

Manteniéndose siempre oculta, se dedicó sencillamente a observar la escena y ver cómo los policías combatían sus náuseas mientras hacían su trabajo. Esperaba a que Lash apareciera, o a que apareciera cualquier otro restrictor. Cuando hicieron su aparición las cámaras de televisión, poco después, vio cómo una rubia más o menos hermosa grababa un patético reportaje desde el jardín. En cuanto terminaron de grabar su introducción, comenzó a acosar a los policías, pidiéndoles información, hasta que los molestó tanto que le permitieron echar un vistazo en el interior de la casa.

En buena hora lo hizo.

La chica se desmayó en los brazos de un policía.

Xhex entornó los ojos y volvió a situarse en la parte trasera de la casa.

Mierda. Lo mejor sería que se pusiera cómoda. Aunque había llegado ansiando entrar en batalla, ahora no le quedaba más remedio que aplicar la estrategia de la espera, como solía suceder con frecuencia en la guerra. Si no estaba el enemigo, se le esperaba.

—Sorpresa.

Xhex dio media vuelta con tanta rapidez que casi perdió el equilibrio. Lo único que la salvó de caerse fue el contrapeso de la daga en su mano que, como buena guerrera, tenía levantada, por encima del hombro, lista para atacar.

‡ ‡ ‡

—Me hubiera gustado que nos duchásemos juntos.

Blay casi se atragantó con el café. Saxton siguió tomándose el suyo a sorbos; era evidente que estaba disfrutando con la reacción que había provocado en su nuevo amigo.

—Me encanta sorprenderte —añadió Saxton.

Bingo. Lo había conseguido. Y, naturalmente, los malditos genes de pelirrojo hacían imposible que pudiera ocultar lo colorado que se había puesto.

Era más fácil guardarse un coche en el bolsillo.

—Seguro que sabes que hay cuidar el medio ambiente y ahorrar agua. Volverse ecológicos… duchándonos juntos, por ejemplo, ayudamos al planeta.

Saxton estaba recostado en los mullidos y suaves almohadones de su cama, envuelto en una bata de seda. Blay se encontraba echado en la parte de abajo del colchón, sobre el cobertor perfectamente doblado. La luz de las velas daba un carácter fantástico a la escena. Su resplandor hacía difusos todos los contornos.

Saxton tenía un aspecto hermoso en medio de aquellas sábanas elegantes, con aquel pelo rizado que, más que peinado, parecía esculpido cuidadosamente, aunque no lo llevaba especialmente arreglado. Estaba hermoso con sus ojos entornados y el pecho medio descubierto. Parecía dispuesto, listo para… En fin, considerando el aroma que despedía su cuerpo, estaba perfectamente preparado para ser lo que Blay necesitaba.

Al menos estaba listo por dentro. Porque su apariencia exterior, si se le observaba a plena luz y no entre aquellas penumbras, era otra cosa. Todavía tenía la cara hinchada y los labios inflamados, pero no gracias a la actividad erótica, sino por los golpes de un idiota; y se movía con precaución, porque al parecer todavía tenía el cuerpo lleno de moretones.

Lo cual era preocupante. Sus lesiones ya deberían haber sanado, pues ya habían pasado cerca de doce horas desde el ataque. Además, Saxton era un aristócrata, su sangre provenía de los mejores linajes.

—Querido Blaylock, no sé qué estás haciendo aquí. —Saxton sacudió la cabeza—. Todavía no sé por qué has venido.

—¡Cómo no iba a venir!

—Te gusta hacerte el héroe, ¿verdad?

—Sentarse a hacer compañía a alguien no tiene nada de heroico.

—No subestimes a ese alguien —dijo Saxton con un repentino y sorprendente tono brusco.

Blay se quedó atónito, aunque enseguida comprendió que no era tan sorprendente. Durante toda la mañana y toda la tarde, Saxton se había comportado de la forma tranquila y ligeramente sarcástica de siempre, es verdad, pero había sido víctima de un ataque. Un ataque brutal. El trauma tenía que salir a la luz tarde o temprano.

—¿Estás bien? —dijo Blay en voz baja—. ¿De verdad te encuentras bien?

Saxton se quedó mirando su café.

—A veces me resulta difícil entender a la gente. No sólo a los humanos, sino también a los vampiros.

—Lo siento. Siento mucho lo que pasó anoche.

—Bueno, pero eso te trajo a mi cama, ¿no? —Saxton sonrió cuanto le permitió la lesión que le desfiguraba media boca—. No es exactamente lo que había planeado… pero es maravilloso verte a la luz de las velas. Tienes el cuerpo de un soldado, pero la cara de un intelectual. Y ese contraste es… embriagador.

Blay, que se estaba terminando lo que le quedaba de la taza de café, casi se volvió a atragantar.

—¿Quieres otro café?

—No, ahora no, gracias. Estaba delicioso, por cierto.

Saxton puso la taza y el plato sobre la mesita de bronce dorado que tenía junto a la cama y se reacomodó dejando escapar una especie de bufido. Para evitar quedarse mirándolo, Blay dejó la taza sobre el baúl donde se guardaban las mantas y paseó la mirada por la estancia.

Le gustaba la casa. Arriba todo era de estilo victoriano, con pesados muebles de caoba y alfombras orientales de suntuosos colores. Pero la austeridad y la reserva se acababan al llegar a la puerta que bajaba al sótano. Allí abajo todo parecía sacado de un extravagante cuarto de tocador. Todo era de estilo francés, con mesas de mármol y cómodas de líneas curvas y cojines bordados. Mucho satén. Y, allí, en una carpeta abierta, muchos dibujos a lápiz de imponentes machos reclinados en posturas similares a la que tenía Saxton en ese momento.

Sólo que sin bata.

—¿Te gustan mis bocetos? —preguntó el herido arrastrando las palabras.

Blay no pudo evitar la risa.

—Parece que lo tenías ensayado.

—Sí, no puedo negar que ya he usado esa frase otras veces.

De pronto, Blay se imaginó a Saxton desnudo y haciendo el amor en esa misma cama, su piel sudorosa revolcándose sobre la de otro macho.

Tras mirar subrepticiamente el reloj, Blay se dio cuenta de que todavía le quedaban otras siete horas allí. En ese momento no sabía si quería que pasaran lenta o rápidamente.

Saxton cerró los párpados y se estremeció.

—¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste de una vena? —preguntó Blay.

Los ojos de Saxton se abrieron brillaron con una luz gris.

—¿Te estás ofreciendo como voluntario?

—Me refiero a cuándo te alimentaste de una hembra.

Saxton hizo una mueca de dolor y se recolocó una vez más sobre las almohadas.

—Hace un tiempo. Pero estoy bien.

—Tu cara parece un tablero de ajedrez.

—Qué cosas tan dulces dices.

—Estoy hablando en serio, Saxton. No me vas a enseñar lo que tienes debajo de esa bata, de eso estoy seguro, pero, a juzgar por tu cara, debes de tener lesiones en otras partes del cuerpo.

Lo único que obtuvo como respuesta fue un ronroneo evasivo.

Hubo una larga pausa.

—Saxton, voy a conseguirte a alguien para que te alimentes.

—¿Es que llevas escondida una hembra en el bolsillo?

—¿Puedo usar tu teléfono de nuevo?

—Adelante.

Blay se levantó y entró al baño. Prefería que no le escuchase debido a que no tenía idea de cómo saldría lo que iba a intentar.

—Puedes usar el que está aquí —gritó Saxton, cuando Blay ya cerraba la puerta, sin hacerle caso.

Blay regresó diez minutos después, haciendo señas de que todo estaba arreglado.

—No sabía que las agencias de citas fueran tan eficientes —murmuró Saxton, con los ojos cerrados.

—Tengo algunos contactos.

—Sí, así parece.

—Nos van a recoger aquí al anochecer.

Eso lo hizo abrir los ojos.

—¿Quién nos recogerá? ¿Y adónde vamos a ir?

—Vamos a cuidarte muy bien.

Saxton suspiró ruidosamente.

—¿Otra vez estás al rescate, Blaylock?

—Sí, es un vicio que tengo, soy rescatador compulsivo. —Blay se dirigió a un sofá y se acostó. Después de echarse sobre las piernas una suntuosa piel, apagó la vela que tenía junto a él y se acomodó.

—Blaylock.

Dios, qué voz. Sonaba tan suave y discreta en medio de la penumbra.

—¿Sí?

—Me estás haciendo quedar como un pésimo anfitrión. —Se oyó un jadeo—. Esa cosa no es cómoda para dormir.

—Estaré bien.

Hubo un momento de silencio.

—No lo vas a traicionar por dormir conmigo, quiero decir, en la misma cama. No estoy en condiciones de aprovecharme de tu inocencia, e incluso si lo estuviera, te respeto lo suficiente como para no ponerte en una posición tan incómoda. Además, me vendría muy bien el calor corporal, estoy helado.

Blay deseó tener un cigarrillo a mano.

—No lo estaría traicionando aunque algo sucediera entre tú y yo. Sólo somos amigos, sólo amigos.

Lo cual explicaba que la situación fuese tan extraña. Blay estaba acostumbrado a vivir frente a una puerta cerrada, la barrera que lo mantenía lejos de lo que deseaba. Sin embargo, Saxton le ofrecía otra salida, una puerta que podía atravesar con facilidad… y el cuarto que había al otro lado, desde luego, era espléndido.

Blay vaciló durante un minuto y luego se quitó la piel de encima y se levantó, todo muy lentamente.

Saxton le hizo sitio y levantó las sábanas y el edredón. Blay volvió a vacilar.

—No muerdo —susurró Saxton con malicia—. A menos que me lo pidas.

Finalmente se metió en la cama, entre las sábanas de seda… y enseguida entendió la razón por la cual las batas de los aristócratas eran de seda. Era un material tan suave…

Era como estar más desnudo que cuando estás realmente desnudo.

Saxton se acostó de lado para quedar frente a Blay, pero luego gimió… de dolor.

—Maldición.

Cuando Saxton se volvió a poner de espaldas, Blay se sorprendió siguiendo su ejemplo y pasándole el brazo por debajo de la cabeza. Luego el primo de Qhuinn levantó la cabeza para acomodarse y Blay le ofreció la almohada de sus bíceps, oferta que Saxton aprovechó.

Las velas se fueron apagando una a una, excepto la del baño.

Saxton se estremeció y Blay se acercó un poco más. Enseguida frunció el ceño.

—Dios, la verdad es que sí que estás helado. —Envolvió a Saxton entre sus brazos y trató de trasmitirle su calor.

Se quedaron acostados allí juntos por un largo rato… y Blay se sorprendió acariciando aquel pelo rubio, perfecto.

Y olía a especias.

—Qué gusto —murmuró Saxton.

Blay cerró los ojos y respiró profundamente.

—Cierto.