48
Al ver que Xhex se marchaba con V, lo primero que a John se le ocurrió fue bajar y plantarse frente a la puerta que se abría al jardín, para impedirle que saliera.
Después pensó marcharse con ella, aunque ello supusiera morir carbonizado.
Por Dios, cada vez que pensaba que había tocado fondo en lo relativo a ella, que a partir de ahora todo iba a mejorar, alguien volvía a mover el suelo bajo sus pies y aterrizaba en un lugar todavía más horrible: Xhex se acababa de ofrecer para una misión totalmente impredecible, que ella misma admitía que podía ser demasiado peligrosa para los hermanos. Y se iba a marchar sin ningún tipo de apoyo y sin que él pudiera ayudarla.
Notó que Wrath y Rehv se le acercaban, y en ese momento se dio cuenta de que todos los demás se habían marchado; a excepción de Qhuinn, que estaba todavía en el rincón, mirando su móvil con el ceño fruncido.
Rehvenge resopló con fuerza. Era evidente que navegaba en el mismo barco que John.
—Escucha, yo…
El macho enamorado habló por señas con ansiedad:
—¿Qué demonios estás haciendo, cómo es posible que la dejes marchar sin más?
Rehv se pasó la mano por la cabeza
—Voy a encargarme de cuidarla…
—Tú no puedes salir durante el día. ¿Cómo demonios vas a…?
Rehv soltó un profundo gruñido.
—Cuidado con esa actitud, jovencito.
Perfecto. Muy bien. Debía dominarse, ser claro, así que se plantó frente a Rehv, enseñó sus colmillos y formuló sus pensamientos con absoluta nitidez:
—La que va a salir por esa puerta es mi hembra. Y se va a ir sola. Así que a la mierda con mi actitud, mis formas y mis modales.
Rehv soltó una maldición y fulminó a John con la mirada.
—Ten cuidado con eso de que es «tu hembra». Te lo advierto. Al final de la partida, el juego de Xhex no contempla otro posible ganador que no sea ella misma, ¿me entiendes?
El primer impulso de John fue golpearle, darle un puñetazo en la cara.
Rehv soltó una carcajada.
—¿Quieres pelear? Perfecto. —Rehv dejó su bastón rojo a un lado y arrojó el abrigo de piel sobre el respaldo de una silla—. Luchemos. Pero eso no va a cambiar nada. ¿Acaso crees que alguien puede entenderla mejor que yo? La conozco desde antes de que tú nacieras.
«No, no es cierto, nadie la conoce como la conozco yo», pensó John.
Wrath se interpuso entre ambos.
—Bueno, bueno, bueno… cada uno a su rincón. Esta alfombra es muy bonita y muy valiosa. Si la mancháis de sangre, Fritz me matará, y con razón.
—Mira, John, no quiero joderte la vida —murmuró Rehv—. Pero yo sé lo que es amar a Xhex. Ella no tiene la culpa de ser como es, pero es un infierno para los demás, créeme.
John dejó caer los puños. Mierda, a pesar de lo mucho que quería rebatir las palabras de Rehv, ese hijo de puta de ojos púrpura probablemente tenía razón.
Y sin probablemente. Rehv tenía razón, y el propio John lo había aprendido por las malas. En demasiadas ocasiones.
—A la mierda —dijo John modulando las palabras con la boca.
—Así es. A la mierda. No podemos hacer nada.
John salió del estudio y bajó al vestíbulo con la vana esperanza de poder convencerla de que no se marchara. Mientras se paseaba de un lado a otro, recordó el abrazo que se habían dado a la salida de los vestuarios. ¿Cómo demonios habían pasado en tan poco tiempo de estar tan cerca, tan unidos… a esta horrible situación?
¿Realmente había sucedido todo lo de los vestuarios? ¿O quizá sólo lo había soñado, como buen idiota que era?
Diez minutos después, Xhex y V salieron por la puerta secreta que estaba debajo de la escalera.
Xhex tenía el mismo aspecto que la primera vez que la vio: enfundada en pantalones de cuero negros, con botas negras y una camiseta también negra, sin mangas. Llevaba una chaqueta de cuero en la mano y de su cuerpo colgaban suficientes armas como para equipar a todo un grupo de intervención rápida.
Xhex se detuvo al llegar frente a John y cuando sus miradas se encontraron, ella tuvo el detalle de no soltar ninguna vaciedad del tipo «todo va a salir bien, ya verás». En cualquier caso, no iba a quedarse. Nada podría disuadirla de emprender su misión. La determinación brillaba en sus ojos.
En ese momento, a John le costaba trabajo creer que alguna vez ella lo había envuelto tiernamente entre sus brazos.
En cuanto V abrió la puerta del vestíbulo, la guerrera dio media vuelta y salió, sin decir palabra ni mirar hacia atrás.
Vishous volvió a cerrar, mientras John observaba los gruesos paneles de la puerta y se preguntaba cuánto tiempo le llevaría romperlos con sus propias manos.
El chasquido de un mechero fue seguido de una lenta exhalación de humo.
—Le he dado lo mejor que tenemos. Un par del calibre cuarenta. Tres cargadores para cada pistola. Dos cuchillos. Un móvil nuevo. Y ella sabe muy bien cómo usar todo eso.
La inmensa mano de V aterrizó sobre el hombro de John y le dio un apretón. Luego el hermano se marchó. Sus botas resonaron con un ritmo pesado sobre el suelo de mosaico. Un segundo después, la puerta oculta por la que Xhex había salido se cerró, mientras V regresaba por el túnel hacia la Guarida.
Aquella sensación de impotencia realmente le hacía mucho mal, pensó John. Su mente comenzó a zumbar de forma insoportable, igual que cuando Xhex lo encontró en las duchas.
—¿Quieres ver un poco la tele?
John frunció el ceño al escuchar aquella voz. Miró a su derecha. Tohr estaba en la cercana sala de billar, sentado en el sofá, frente a la pantalla plana colocada encima de la chimenea. Tenía las botas sobre la mesita y un brazo apoyado en el respaldo del sofá. Apuntaba hacia el Sony con el mando a distancia.
Tohr no lo miró. Tampoco dijo nada más. Sólo siguió cambiando canales.
«Decisiones, decisiones, decisiones, tengo que tomar decisiones», pensó John.
Podía salir corriendo detrás de Xhex y convertirse en una antorcha. Podía quedarse frente a la puerta como si fuera un perro. Podía quitarse la piel con un cuchillo. Podía emborracharse hasta perder el sentido.
Desde la sala de billar, John oyó una especie de bramido sordo y luego los gritos de una multitud.
Se aproximó. Por encima de la cabeza de Tohr vio a Godzilla destruyendo una maqueta del centro de Tokio.
Era una imagen realmente inspiradora.
Se dirigió al bar y se sirvió una copa, luego se sentó junto a Tohr y, como él, puso los pies sobre la mesa.
Concentrado en la televisión, saboreaba el whisky. Pareció calmarse, sintió el calor del alcohol y el zumbido de su cabeza pareció ceder un poco. Y luego un poco más. Y todavía más.
Se anunciaba una jornada brutal, pero al menos ya no estaba pensando en salir a chamuscarse.
Un rato después, cayó en la cuenta de que estaba sentado al lado de Tohr y que los dos estaban recostados tal como solían hacerlo en su casa, cuando Wellsie aún vivía.
Dios, últimamente había tenido tanta tensión con Tohr que se le había olvidado lo fácil que era estar con él. Era como si llevaran años haciendo aquello mismo, permanecer sentados junto al fuego, con una bebida en una mano y la tele enfrente.
Las andanzas de Godzilla le trajeron a la memoria su antigua habitación.
De repente se volvió hacia Tohr y le dijo:
—Escucha, cuando estuve anoche en la casa…
—Ella me lo contó. —Tohr dio un sorbo a su bebida—. Me habló de lo que ocurrió con la puerta.
—Lo siento.
—No hay por qué preocuparse. Esa mierda tiene fácil arreglo.
Eso era cierto, pensó John, mientras se volvía a concentrar en la tele. A diferencia de muchas otras cosas, aquella avería era solucionable.
Desde la pared del fondo, Lassiter dejó escapar un suspiro tal que se hubiera dicho que alguien acababa de cortarle la pierna y no había ningún médico cerca.
—En mala hora te dejé el puto mando. Total, para ver a un tío disfrazado de monstruo, tratando de romper una piñata. Joder, me estoy perdiendo el Show de Maury.
—Qué lástima.
—Hoy va de pruebas de paternidad, Tohr. No me estás dejando ver el programa sobre pruebas de paternidad. Qué desgracia tan grande.
—Una horrible calamidad, ciertamente.
Mientras Tohr se mantenía firme en la defensa de Godzilla, John dejó caer la cabeza sobre el cuero acolchado.
Pensó en Xhex, que ya estaba allá afuera, completamente sola. De nuevo se sintió como si lo hubiesen envenenado. La tensión era realmente como un veneno que corría por su sangre y lo hacía sentirse mareado, asqueado, podrido.
Recordó el rollo sobre el amor sincero que tanto se había contado a sí mismo antes de conquistarla. Que si era el único dueño de sus sentimientos y aunque ella no lo amara, él todavía podía amarla y hacer lo correcto, y dejarla vivir su vida y bla, bla, bla.
Qué cantidad de gilipolleces.
No podía soportar que estuviese en aquella misión suicida, sola. Sin él. Pero había sido imposible detenerla. Se lo repetía una y otra vez. Y ninguna de las razones que se daba le servía de consuelo.
Estaba seguro de que Xhex trataría de encontrar a Lash antes de que cayera la noche, es decir antes de que John pudiera salir por fin al campo. Pensándolo con frialdad, no debería importar quién acabara con aquel pedazo de mierda, pero a los dos les importaba. A él, además, para que ella no se pusiera en peligro. No podía permitirse otra debilidad. Sentía que no podía quedarse sentado, sin hacer nada, mientras su hembra trataba de matar al hijo del maligno y terminaba con una herida mortal.
Su hembra…
«Ah, pero piensa un momento, no delires», se dijo John. Que tuviera el nombre de Xhex tatuado en la espalda no significaba que fuera su dueño; sólo era un montón de letras negras grabadas en su piel. Y, la verdad, parecía más bien al revés. Ella era la dueña de él. Lo cual era distinto. Muy distinto.
Eso significaba que ella se podía marchar con mucha más facilidad. Prácticamente, cuando quisiera.
De hecho, acababa de hacerlo.
A la mierda. Rehv parecía haber resumido la situación mejor que nadie: «Al final de la partida, el juego de Xhex no contempla otro posible ganador que no sea ella misma».
Un par de horas de sexo intenso no iban a cambiar eso.
Ni el hecho de que se hubiese llevado su corazón al salir por esa puerta.
‡ ‡ ‡
Qhuinn salió hacia su habitación y siguió hasta el baño, caminando sobre unas piernas asombrosamente firmes, a la vista de cómo se encontraban poco antes. Estaba bastante borracho cuando convocaron la reunión de emergencia, pero la idea de que la hembra de John marchase en ese mismo momento de cabeza al cráter de un volcán, completamente sola, fue como una bofetada que le reactivó todos los sentidos.
Además, él estaba pasando por una situación más o menos parecida a la de John.
Blay también estaba por ahí, completamente solo.
Bueno, no estaba solo, en realidad; pero sí desprotegido.
El mensaje que había llegado a su móvil desde un número desconocido había resuelto el misterio sobre su paradero: Me voy a quedar con Saxton durante el día. Estaré en casa al anochecer.
Era un mensaje muy propio de Blay. Cualquier otra persona habría resumido: Con Saxton voy x noche.
Pero los mensajes de Blay siempre eran gramaticalmente correctos. Como si la idea de maltratar el idioma, aunque fuera por sms, le produjera urticaria.
Blay era gracioso. Siempre tan compuesto. Se cambiaba de ropa para las comidas, en las que reemplazaba los pantalones de cuero y las camisetas de combate o deporte por camisas de puño y pantalones de paño. Se duchaba al menos dos veces al día, y más si había entrenado. Fritz se sentía completamente frustrado cada vez que entraba en su habitación, porque nunca tenía nada que limpiar.
Desplegaba los modales de un conde, escribía notas de agradecimiento que hacían saltar las lágrimas y nunca, nunca, maldecía en presencia de una hembra.
Para ser sinceros, había que reconocer que Saxton era perfecto para él.
Qhuinn sintió que se desplomaba interiormente al pensar en eso y se imaginó la cantidad de buenas palabras que Blay debía de estar gritando en ese mismo momento, mientras Saxton se lo follaba.
El vocabulario nunca se habría usado tan apropiadamente, sin duda.
Con el malestar propio de quien acaba de recibir un golpe en la cabeza, Qhuinn abrió el grifo del agua fría y se lavó la cara hasta que las mejillas le dolieron y se le empezó a dormir la nariz. Mientras se secaba, pensó en lo que había sucedido en aquel salón de tatuajes: en el polvo que había echado con la recepcionista.
La cortina que separaba el cuartito en el que se habían ocultado era lo suficientemente transparente como para que sus heterogéneos ojos, que funcionaban perfectamente a pesar de sus distintos colores, pudieran ver todo lo que sucedía al otro lado. Todo y a todos. Así, cuando tenía a la chica arrodillada y él volvió la cabeza, miró hacia afuera y vio… a Blay.
Y de repente aquella boca húmeda dentro de la cual estaba bombeando se transformó en la de su mejor amigo, y esa fantasía hizo que el sexo pasara de la simple satisfacción de una necesidad al rango de orgasmo incendiario.
Algo importante.
Algo brutal, erótico y absolutamente satisfactorio.
Por eso mismo la hizo levantarse y darse la vuelta para follarla por detrás. Plenamente entregado a su fantasía, Qhuinn notó de pronto que Blay continuaba observándolo… y curiosamente, esta vez eso lo hizo volver a la realidad. Abruptamente, recordó con quién estaba follando.
No pudo llegar al orgasmo.
Cuando la chica llegó al clímax, él fingió que le ocurría lo mismo, pero la verdad era que su erección había comenzado a desvanecerse desde el momento en que fue consciente de que ella no era Blay. Por suerte, la chica no se había dado cuenta, pues estaba lo suficientemente mojada como para cubrir las faltas de aportación de Qhuinn. Y además, él se había portado como un profesional, fingiendo que había quedado satisfecho y todo eso.
Pero había sido una absoluta mentira.
¿Con cuánta gente había follado así a lo largo de su vida, sin que se acordara luego de nada? Con cientos de personas. Cientos y cientos, y eso que sólo llevaba un año y medio practicando. En aquellas noches en ZeroSum, cuando follaba con tres y cuatro chicas a la vez, aumentó enormemente la cuenta.
Desde luego, muchas de esas sesiones habían tenido lugar codo con codo con Blay, cuando su amigo y él follaban juntos con mujeres.
Por otro lado, nunca habían participado juntos en aquellas orgías masculinas en los baños del club, pero sí solían observarse mucho. Y preguntarse cosas. Y tal vez de vez en cuando se masturbaban cuando el recuerdo de lo contemplado resultaba demasiado vívido.
Al menos eso le había ocurrido a él, a Qhuinn.
Todo terminó cuando Blay echó el freno, justamente al darse cuenta de que era gay y que además estaba enamorado de alguien. De él, de Qhuinn, que no estaba de acuerdo con esa elección. En absoluto. Un tipo como Blaylock merecía a alguien mucho, mucho mejor.
Y parecía que ahora iba por un camino que lo llevaría justamente a eso. Saxton era un macho honorable. En todos los sentidos.
El maldito mamón.
Miró el espejo que había sobre el lavabo, pero no pudo ver nada porque estaba totalmente a oscuras. Mejor, en el fondo era un alivio no ver su imagen. Porque era una mentira ambulante y, en momentos de calma, como aquél, su falsedad le resultaba tan evidente que se sentía morir.
Aquellos planes que había hecho para el resto de sus días… ¡Ay, sus gloriosos planes!
Unos planes perfectamente «normales».
Planes que siempre incluían a una hembra honorable, y no una relación estable con un macho.
La cuestión era que los machos como él, los machos que tenían algún defecto… algo como, digamos, un ojo azul y el otro verde… eran despreciados por la aristocracia, pues se consideraban prueba de una tara genética. Los machos como él eran una vergüenza que debería esconderse, vergonzosos secretos que tenían que permanecer ocultos: se había pasado la vida viendo cómo la sociedad elevaba a su hermana y a su hermano a un pedestal, mientras todo el que se cruzaba con él tenía que hacer rituales contra el mal de ojo para protegerse.
Su propio padre lo odiaba.
Así que no había que ser psicólogo diplomado para ver que Qhuinn sólo quería ser «normal». Y sentar la cabeza con una hembra honorable, suponiendo que pudiese encontrar una que aceptara aparearse con alguien que tenía un defecto genético; eso era fundamental para acceder al estatus que deseaba.
Pero sabía que si se liaba con Blay eso no iba a suceder.
También sabía que sólo tenían que follar una vez para que nunca quisiera abandonarlo.
No era que los hermanos no aceptaran a los homosexuales. Demonios, no tenían ningún problema con eso; Vishous había estado muchas veces con machos y a nadie le importaba. Ni lo juzgaban por eso ni les interesaba. Sólo seguía siendo su hermano. El propio Qhuinn también había cruzado la raya algunas veces, sólo por diversión, y todos lo sabían, pero no les importaba.
Pero a la glymera sí.
Y aunque se moría por tener que reconocerlo, a Qhuinn todavía le importaban esos desgraciados aristócratas. Su familia había desaparecido y el núcleo de la aristocracia de la raza se había dispersado por la Costa Este, lo cual significaba que Qhuinn ya no tenía ningún contacto con la manada de estirados. Pero como era un perro demasiado bien entrenado, la verdad era que no había sido capaz de olvidarse de su existencia.
Sencillamente, no podía salirse por completo del redil.
Resultaba irónico. Aunque su apariencia exterior era de una poderosa virilidad, por dentro era un completo afeminado.
Tuvo repentinos deseos de golpear el espejo, aunque lo único que reflejaba era un montón de sombras.
—¿Señor?
En medio de la oscuridad, Qhuinn cerró los ojos.
Mierda, se le había olvidado que Layla todavía estaba en su cama.