47

Cuando John y Xhex salieron finalmente de su improvisado nido de amor, la primera parada fue la ducha de los vestuarios. Ella entró primero.

Mientras John esperaba su turno en el pasillo, pensó que debería estar exhausto, pero curiosamente se sentía lleno de energía, vivo, pujante. No se había sentido tan fuerte… nunca.

Xhex salió al poco rato de los vestuarios.

—Tu turno.

Joder, estaba muy atractiva, con el pelo corto y fuerte secándose al aire, el cuerpo enfundado en ropa de cirugía y los labios intensamente rojos. Recuerdos de lo que acababan de hacer juntos cruzaron por la mente de John. Se dirigió hacia la puerta caminando de espaldas, para poder seguir mirando a la hembra.

Y he aquí que, cuando su amada le sonrió, sintió que el corazón se le partía en dos: la ternura y la delicadeza la transformaban en un ser más que adorable.

Xhex era su hembra. Para toda la eternidad.

Cuando la puerta se cerró, separándolo de ella, el joven macho enamorado sintió pánico, como si Xhex hubiese desaparecido para siempre.

Se dijo que era absurdo. Dominando su paranoia, se duchó rápidamente, y con similar rapidez se puso ropa de cirugía.

Ella todavía estaba allí cuando salió, y aunque tenía la intención de tomarla de la mano y dirigirse a la mansión, terminó abrazándola con fuerza.

Todos los mortales pierden a sus seres queridos, era ley de vida. Pero la mayor parte de las veces esa realidad se consideraba tan lejana que no tenía más peso que el de una simple hipótesis. Sin embargo, de vez en cuando se producían algunos sucesos recordatorios, de esos que te hacen pensar, detenerte y valorar lo que tienes, lo que te llega al corazón. Por ejemplo, cuando lo que parece un infarto no es más que un leve mareo; o cuando vuelca el coche y el ser querido sale ileso de puro milagro… Pasados varios días, uno se estremece y quiere abrazar a quienes ama para recuperar la serenidad.

Dios, nunca había pensado seriamente en la posibilidad de que llegara la muerte, pero lo cierto es que desde el primer latido del corazón en un cuerpo suena una campana y el reloj se pone en marcha. Y ahí empieza a desarrollarse un juego del que ni siquiera somos conscientes, en el que el destino tiene todas las cartas. Mientras pasan los minutos, las horas, los días, los meses y los años, la historia se va escribiendo. El tiempo se nos agota y el último latido marca el final del viaje y la hora de hacer balance de pérdidas y ganancias.

Curiosamente, la condición de seres mortales hacía ahora que le pareciesen infinitos los momentos en que estaba con ella, amándola, mirándola, abrazándola.

Y mientras apretaba a Xhex contra su pecho, notando el calor de la hembra, John se sintió rejuvenecido, supo que el balance de lo que llevaba de existencia se equilibraba, que había tantas ganancias como pérdidas, y que la vida valía la pena.

Sólo una fuerza de la naturaleza pudo separarlos: los rugidos del estómago de John.

—Vamos —dijo Xhex—, tenemos que alimentar a la bestia.

John asintió, la tomó de la mano y comenzaron a caminar.

—Recuerda que tienes que enseñarme el lenguaje por señas —dijo ella mientras entraban en la oficina y abrían la puerta del armario—. ¿Qué tal si empezamos ahora?

John volvió a asentir. Entraron en aquel espacio secreto y cerraron la puerta. Otro momento de intimidad. Puerta cerrada… ropa ligera y escasa…

El encelado macho que llevaba dentro llegó incluso a calcular cuánto espacio tenían. El miembro cobró vida propia bajo los pantalones. Si Xhex ponía las piernas alrededor de sus caderas, tal vez podrían caber en aquel sitio…

En ese momento, la hembra puso su mano sobre la erección que se dibujaba bajo el fino algodón de los pantalones. Luego se empinó, besó delicadamente el cuello del enamorado y le acarició la yugular con un colmillo.

—Si seguimos con esta costumbre, nunca llegaremos a hacerlo en una cama, siempre usaremos cualquier sitio antes de alcanzarla. —Luego bajó más la voz y se restregó contra él—. Dios, qué grande… eres. ¿Sabes que llegaste hasta lo más hondo de mí? Penetraste muy dentro. Deliciosamente dentro.

John se apoyó en un montón de libretas amarillas. El montón cedió y los cuadernos cayeron de la estantería. Pero cuando se agachó para recogerlas, Xhex lo detuvo y lo obligó a enderezarse.

—Quédate donde estás. —Se puso de rodillas—. Me gusta mucho este panorama.

Fue ella la que recogió lo que se había caído, siempre con los ojos fijos en la erección de John. Era evidente que la verga trataba de liberarse y ejercía presión contra lo que la mantenía alejada de los ojos de Xhex, de su boca, de su sexo.

El macho no sabía qué hacer. Ya estaba empezando a jadear.

—Creo que ya lo he recogido todo —dijo Xhex después de un rato—. Será mejor poner cada cosa en su sitio.

Entonces Xhex se abrazó a las piernas de John y se fue levantando lentamente, al tiempo que su cara acariciaba las rodillas, los muslos…

Continuó hasta los genitales del amante. Los labios rozaron la parte inferior del pantalón, a la altura del escroto. John sentía que perdía la cabeza; ella siguió subiendo hasta que fueron los senos los que le rozaron la virilidad.

Finalmente la hembra remató la tortura al poner de nuevo las libretas en su lugar, apretando su sexo contra el de John.

Entonces le dijo al oído:

—Comamos, rápido.

Tenía razón, era urgente comer, pero…

Xhex se separó un poco después de morderle el lóbulo de la oreja; pero él se quedó donde estaba. No podía moverse. Cualquier movimiento provocaría un roce del pantalón con el miembro, y se correría instantáneamente.

Por lo general, eyacular en presencia de ella no era mala idea; pero, pensándolo bien, aquel armario de entrada al túnel no era en realidad un lugar muy privado. En cualquier momento podía entrar uno de los hermanos o cualquiera de sus shellans, y presenciar una escena francamente embarazosa.

Después de lanzar una maldición silenciosa y reacomodarse varias veces los pantalones, John marcó un código y abrió la puerta hacia el pasadizo.

—Entonces, ¿cuál es la seña de la mano para la «A»? —preguntó Xhex, cuando comenzaron a caminar hacia la mansión.

Al llegar a la «D», estaban atravesando la puerta oculta que estaba debajo de la imponente escalera de la mansión. Cuando llegaron a la «I», se encontraban en la cocina, junto al refrigerador. A la altura de la «M» comenzaron a preparar un par de bocadillos, y como tenían las manos ocupadas con el pavo, la mayonesa, la lechuga y el pan, no hicieron muchos más progresos con el alfabeto. Mientras comieron tampoco avanzaron mucho, sólo aprendió la «N» y la «O» y la «P», pero John podía ver que ella ya practicaba mentalmente.

La hembra aprendía rápido y eso no lo sorprendió. Durante el rato que dedicaron a recoger y lavar los cacharros, fueron desde la «Q» hasta la «V», y ya estaban saliendo de la cocina cuando John le mostró la «X», la «Y» y la «Z»…

—Perfecto, me dirigía a buscarte —dijo Z, con quien se encontraron en el arco de acceso al comedor—. Wrath acaba de convocar una reunión. Xhex, a ti también te interesa estar presente.

El hermano dio media vuelta, atravesó corriendo el suelo de mosaico del vestíbulo y desapareció escaleras arriba.

—¿Tu rey suele hacer esto en mitad del día? —preguntó ella.

John negó con la cabeza y los dos dijeron por señas al mismo tiempo:

—Algo ha debido de suceder.

Por tanto, siguieron a Z apresuradamente. Subieron los escalones de dos en dos.

En el segundo piso, toda la Hermandad se había congregado ya en el estudio de Wrath. El rey estaba sentado en el trono de su padre, detrás del escritorio. George permanecía echado junto a su amo y Wrath le acariciaba la cabeza con una mano, mientras con la otra jugueteaba con un abrecartas con forma de puñal.

John se quedó atrás, y no sólo porque ya no quedara mucho espacio, por la gran la cantidad de machos gigantescos que había en el salón. Quería estar cerca de la puerta.

El estado de ánimo de Xhex era ahora muy distinto.

Como si se hubiese cambiado la ropa emocional. Había pasado del pijama de franela a la malla metálica. Nerviosa, permanecía junto a John, cambiando el peso del cuerpo constantemente de un pie a otro.

John se sentía igual. Miró a su alrededor. Al fondo del salón, Rhage estaba desenvolviendo un caramelo y V encendía un cigarro mientras le decía algo a Phury por teléfono. Rehv, Tohr y Z se paseaban de un lado a otro, en el poco espacio disponible, y Butch esperaba sentado en un sofá, impasible, enfundado en su pijama de seda. Qhuinn, por su parte, estaba recostado cerca de las cortinas de color azul claro. Era evidente que acababa de realizar una intensa faena sexual: tenía los labios rojos, se notaba que por su pelo revuelto habían pasado unas manos apasionadas y tenía la camisa parcialmente por fuera del pantalón, colgando por la parte delantera.

Probablemente seguía excitado.

¿Dónde estaría Blay?, se preguntó John. ¿Y con quién demonios acababa de follar Qhuinn?

—Resulta que V ha encontrado un mensaje terrible en el buzón general. —Mientras hablaba, Wrath parecía inspeccionar a la concurrencia a través de sus gafas oscuras; se diría que los estaba escrutando a pesar de que estaba totalmente ciego—. En lugar de contarlo, vamos a escucharlo para que todo el mundo sepa lo que hay.

Vishous se puso el cigarro entre los labios mientras marcaba una serie de claves en el ordenador.

John oyó aquella voz. La maldita y detestable voz.

«Apuesto a que no esperabais tener noticias mías de nuevo». El tono de Lash era de triste satisfacción. «Pues, sorpresa, desgraciados. ¿Y sabéis una cosa? Estoy a punto de haceros un favor. Tal vez os interese saber que esta noche hubo una gran inducción en la Sociedad Restrictiva. En una granja cerca de la Carretera 149. Sucedió alrededor de las cuatro de la mañana, así que, si os movéis y llegáis tan pronto se oculte el sol, tal vez podáis encontrarlos todavía allí, vomitando como locos. Una advertencia, no olvidéis las botas de caucho, porque el suelo es realmente asqueroso. Ah, y decidle a Xhex que todavía recuerdo su sabor…».

V levantó la cabeza.

Cuando John abrió la boca y enseñó los colmillos, dejando escapar un gruñido sordo, el cuadro que estaba en la pared detrás de él comenzó a temblar.

El perro gimió, asustado, y Wrath lo tranquilizó. Luego señaló a John con el abridor de cartas.

—Ya tendrás tu oportunidad con él, John. Lo juro por la tumba de mi padre. Pero en este momento necesito que mantengas la cabeza en su sitio ¿entendido?

Eso era más fácil decirlo que hacerlo. Pues controlar el deseo de matar era como contener a un pitbull con una mano amarrada a la espalda.

Junto a él, Xhex frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Está claro? —preguntó Wrath.

Cuando John finalmente silbó para indicar que estaba de acuerdo, Vishous soltó una nube de humo de tabaco turco y carraspeó.

—Lash no dejó una dirección exacta del lugar donde ocurrió esa supuesta masacre. Y traté de rastrear el número desde el que llamó, pero no logré nada.

—Lo que me pregunto —terció Wrath— es qué diablos está sucediendo. Él es el jefe de la Sociedad Restrictiva. Si hubiera hablado con jactancia, con ánimo de amenazarnos, lo entendería. Pero no me parece que haya sido así. Es como si estuviera dándonos un soplo.

—Así es. Está haciendo de soplón. —Vishous apagó el cigarro en un cenicero—. Eso es lo que pienso, aunque no estaría dispuesto a apostar mis enormes pelotas…

Ahora que John tenía a su bestia interior otra vez enjaulada y podía pensar con claridad, se inclinaba por la opinión de Vishous. Lash era un egoísta que sólo pensaba en él, un tipo tan fiable como una serpiente cascabel. Pero aunque no se podía confiar en su moral, sí se podía confiar en su narcisismo, que lo volvía completamente predecible.

John estaba muy seguro. Incluso le parecía haberlo vivido antes.

—¿Será posible que lo hayan derrocado? —Wrath se hizo la pregunta en tono muy bajo, casi en un murmullo. Luego alzó la voz—. Tal vez papi decidió que eso de tener un hijo no era tan divertido, después de todo. O quizá el juguetito del maligno se estropeó. ¿Habrá algo en la extraña biología de Lash que haya empezado a manifestarse ahora? Quiero que vayamos, pero con toda la precaución del mundo, siempre dando por hecho que se trata de una emboscada.

En pocos minutos hubo total consenso acerca del plan, adobado con algunos comentarios grotescos sobre el trasero de Lash y el uso de ciertos instrumentos contundentes. Casi todos se decantaron por machacarle el culo con botas del cincuenta y cuatro. Pero no fue la única propuesta.

Por ejemplo, Rhage quería aparcar su GTO en los glúteos de Lash, cosa de la que John no lo consideró capaz.

El caso era que los acontecimientos habían dado un giro espectacular. Y sin embargo, en realidad no era tan sorprendente, si en efecto estaba sucediendo lo que suponían. El Omega era famoso por tratar como se trata a la mierda a sus jefes de restrictores. En aquella raza, la sangre no pesaba más que la maldad. Si en verdad Lash había sido expulsado, había que reconocer que su llamada a la Hermandad para hacerle un corte de mangas a su padre era una maniobra brillante; en especial porque, justo después de su inducción, los restrictores se encontraban muy débiles y por tanto eran incapaces de pelear.

Los hermanos podrían limpiar la casa por completo.

Por Dios, pensó John. El destino ciertamente podía deparar alianzas muy, pero que muy raras.

‡ ‡ ‡

Xhex parecía consumirse a fuego lento mientras permanecía al lado de John en un estudio que, si no fuera por el escritorio y el trono, podría confundirse con un recibidor, por lo pequeño que era, sobre todo cuando tenía que albergar a la Hermandad entera.

El sonido de la voz de Lash a través del teléfono la había hecho sentirse como si le hubiesen hecho un lavado de estómago con amoniaco. Las náuseas estaban haciendo pasar un mal rato al pobre e inocente sándwich de pavo que se acababa de comer.

Y el hecho de que Wrath diera por supuesto que John iba a defender su honor tampoco la ayudaba mucho a calmarse.

—Así que vamos a atacar —estaba diciendo el Rey Ciego—. Al anochecer todos iréis a la Carretera 149 y…

—Yo puedo ir ahora mismo —dijo ella con voz clara y fuerte—. Dadme un par de pistolas y un cuchillo e iré en este instante, de avanzadilla, para estudiar el terreno y ver cuál es la situación verdadera.

Si hubiese lanzado una granada en el centro del salón, no habría recibido más atención.

Al sentir que el patrón emocional de John se ensombrecía, dispuesto a impedir que hiciese lo que acababa de proponer, Xhex se reafirmó aún más en su propósito de hacer lo que tenía que hacer.

—Es una oferta muy amable —dijo el rey, adoptando una actitud condescendiente para tranquilizarla—. Pero creo que es mejor si…

—No me puedes detener. —Xhex se había puesto muy tensa, pero luego recordó que no podía atacar físicamente a Wrath, y relajó sus brazos, hasta ese momento en guardia. De verdad, no podía hacerlo.

La sonrisa del rey se volvió gélida.

—Soy el soberano aquí. Lo que significa que si te digo que te quedes quieta, tú tienes que obedecer.

—Y yo soy una symphath. No uno de tus súbditos. Y, más aún, eres lo suficientemente inteligente para saber que no debes enviar por delante a tus mejores hombres. —Xhex señalaba ahora a los hermanos que llenaban el salón— a una posible emboscada planeada por tu enemigo. Yo, en cambio, a diferencia de ellos, soy reemplazable. Piensa en eso. ¿Vas a perder a uno de tus hombres sólo porque no quieres que me broncee un poco?

Wrath soltó una carcajada.

—Rehv, ¿quieres dar tu opinión sobre el particular, como rey de tu pueblo?

Desde el otro lado del salón, su antiguo jefe y querido amigo, el maldito cabrón, la miró con aquellos ojos del color de la amatista que sabían demasiado.

«Vas a lograr que te maten», le dijo mentalmente.

«No me detengas», le respondió ella. «Nunca te lo perdonaría».

«Si sigues actuando así, tu perdón es lo último que me preocupa. La preocupación más inmediata en ese caso será tu pira funeraria».

«Yo no te detuve cuando te fuiste a esa colonia en el momento en que tenías que hacerlo. Demonios, me ataste las manos para que no pudiera hacer nada. ¿Acaso estás diciendo que no merezco tener mi venganza? Vete a la mierda».

Rehvenge apretó la mandíbula con tanta fuerza que, cuando finalmente abrió la boca, Xhex se sorprendió de ver que todavía tenía los dientes enteros.

—Puede irse y hacer lo que le dé la gana. No puedes salvar a quien no quiere agarrarse al maldito salvavidas.

La rabia de Rehv parecía haber absorbido todo el aire del salón, pero Xhex estaba tan segura de que ni siquiera necesitaba oxígeno para respirar a pleno pulmón. La obsesión por la venganza era tan buena como el aire. Y cualquier acción que tuviera que ver con Lash era un magnífico combustible para ese fuego.

—Necesito armas —dijo la hembra al grupo—. Y ropa de cuero, y un teléfono seguro.

Wrath dejó escapar un gruñido. Como si quisiera intentar encerrarla a pesar de la autorización que le había dado Rehv.

Entonces Xhex dio unos pasos hacia delante y plantó las manos sobre el escritorio del rey, al tiempo que se inclinaba hacia él.

—Se trata de perderme a mí o correr el riesgo de perderlos a ellos. ¿Cuál es tu respuesta, Majestad?

Wrath se puso de pie y durante un momento la audaz hembra tuvo la sensación de que, a pesar de que ocupaba el trono, todavía era un guerrero letal.

—Baja el tono. Ten cuidado. Estás en mi maldita casa.

Xhex respiró hondamente y se calmó un poco.

—Lo siento, pero tienes que entender mi punto de vista.

Se hizo un tenso silencio. Xhex podía sentir a John a sus espaldas. Sabía que, aunque pudiera vencer la oposición del rey vampiro, todavía iba a tener que superar la barrera de John, apostado junto a la puerta.

Pero al final iría. No había discusión posible.

Wrath soltó una maldición en voz baja.

—Está bien. Vete. Pero no me hago responsable de lo que te ocurra. Si mueres será culpa tuya, exclusivamente tuya.

—Majestad, tú nunca serías responsable de eso. La única responsable sería yo, en efecto. No hay corona sobre cabeza alguna capaz de cambiar eso.

Wrath miró a V y vociferó:

—¡Quiero que la cubras de armas de pies a cabeza!

—No hay problema. La equiparé bien.

Xhex se dispuso a seguir a Vishous, pero se detuvo frente a John, que la agarró de los brazos. Volvió a producirse un silencio cargado de electricidad.

Pero lo cierto era que se había presentado una oportunidad y tenía hasta el atardecer para aprovecharla: si había alguna pista sobre el paradero de Lash, sería mejor que la usara para encontrarlo, si quería acabar con aquel desgraciado. Al anochecer, John y la Hermandad se harían cargo de la situación y no iban a vacilar a la hora de matar al repugnante monstruo.

Lash tenía que pagar por lo que le había hecho, y ella era quien debía cobrar esa deuda. Xhex siempre había enterrado a quienes le hacían daño. Era la encarnación misma de la venganza.

En voz muy baja, para que nadie más pudiera oírla, Xhex habló a su amante.

—No soy una persona a la que tengas que proteger y tú sabes exactamente por qué tengo que hacer esto. Si me amas como crees hacerlo, tienes que soltarme. No me obligarás a luchar para zafarme de tus manos.

Al ver que John se ponía pálido, Xhex rogó al cielo no tener que usar la fuerza.

Pero John la soltó.

Al salir por la puerta del estudio, Xhex pasó junto a V y le gritó:

—El tiempo apremia, Vishous. Necesito armas.