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El sol estaba a punto de romper la penumbra y empezar a iluminar el bosque cuando Darius y Tohrment tomaron forma frente a una pequeña cabaña de techo de paja situada a kilómetros y kilómetros del lugar del secuestro y la mansión contigua… y de aquella criatura que tenía algo de reptil y que los había saludado en el húmedo pasillo subterráneo.

¿Estás seguro de que hacemos bien? —preguntó Tohrment, cambiándose la mochila de hombro.

Por el momento, Darius no se sentía seguro de nada. En verdad, estaba sorprendido de que hubiesen logrado salir de la casa, alejarse de aquel symphath sin librar una batalla. De hecho, habían sido escoltados hasta la salida como si fuesen invitados.

Pero, claro, los devoradores de pecados siempre estaban atentos a sus propios intereses y, en verdad, para el señor de aquella casa, Darius y Tohrment resultaban de mayor utilidad vivos que muertos.

¿Estás seguro? —volvió a preguntar Tohrment—. Parece que no estás muy seguro de que debamos entrar.

Pero mi vacilación no tiene nada que ver contigo. —Darius avanzó hacia delante, tomando el camino que llevaba hasta la puerta principal, un sendero labrado durante años por sus propias botas—. No permitiré que sigas durmiendo en las frías losas de la Tumba. Mi casa es humilde, pero tiene un techo y paredes lo suficientemente grandes para albergar no sólo a una, sino a dos personas.

Durante un breve instante, Darius tuvo la fantasía de que aún vivía tal como alguna vez lo había hecho, en un castillo lleno de habitaciones y doggen, con preciosos muebles; un lugar lujoso donde podía acoger a sus amigos y a su familia, mantener a salvo a aquellos a los que amaba y por los que velaba.

Tal vez encontrara una manera de recuperar el esplendor pasado.

Aunque, teniendo en cuenta que no tenía familia ni amigos, no era un objetivo urgente.

Darius se decidió. Abrió el pestillo de hierro y empujó la puerta de roble, que parecía más bien una pared móvil, a juzgar por su tamaño y su peso. Entraron. Darius encendió la lámpara de aceite que colgaba al lado de la entrada y cerró la puerta, atrancándola luego con una viga tan gruesa como el tronco de un árbol.

Era un hogar muy modesto. Sólo había una silla frente al fuego y un camastro al otro lado. Y bajo tierra tampoco había mucho más, sólo unas cuantas provisiones escondidas en el túnel secreto que salía más allá del bosque.

¿Te apetece comer algo? —preguntó Darius mientras se quitaba las armas.

Sí, señor.

El chico también se quitó las armas y se dirigió a la chimenea, donde se puso en cuclillas para encender la turba que siempre dejaba allí. Mientras el olor del humo se expandía por la habitación, Darius levantó la trampilla que había en el suelo de tierra y se dirigió abajo, donde guardaba los alimentos, la cerveza y los pergaminos. Regresó con queso, unos panes y algo de carne de ciervo curada.

El fuego proyectaba su luz sobre la cara de Tohr. Mientras se calentaba las manos, el chico preguntó:

¿Cómo interpretas todo esto?

Darius se situó junto al chico y compartió lo poco que tenía para ofrecer con el único huésped que había llevado a su casa.

Siempre he creído que el destino depara extraños compañeros de viaje. Pero la noción de que nuestros intereses puedan ser los mismos que los de aquellas… cosas… es un anatema. Sin embargo, claro, él parecía igualmente contrariado y decepcionado. En verdad, esos devoradores de pecados tienen una opinión tan pobre de nosotros como la que nosotros tenemos de ellos. Para ellos, no somos más que ratas.

Tohrment dio un sorbo a la cerveza.

Nunca mezclaría mi sangre con la suya… me resultan repulsivos. Todos ellos.

Y él siente y piensa de forma semejante. El hecho de que su hijo de sangre se llevara a la hembra y la retuviera, aunque sólo fuera por un día, entre las paredes de su casa, le resulta repulsivo. Por eso tiene tanto interés como nosotros en hallar a esos dos y devolverlos a sus familias.

Pero ¿por qué recurrir a nosotros?

Darius sonrió con frialdad.

Para castigar al hijo. Es el correctivo ideal: hacer que los congéneres de la hembra le arrebaten a su «amor» y lo dejen, no sólo con el peso de su ausencia, sino con el recuerdo de haber sido derrotado por criaturas inferiores. Si devolvemos a la muchacha a su casa sana y salva, su familia se mudará de allí, se la llevará y nunca, jamás, permitirá que le vuelva a suceder algo malo. Ella vivirá largo tiempo en la tierra y el hijo de ese devorador de pecados pensará en eso cada vez que respire. Ésa es su naturaleza. Es un castigo desgarrador que el padre no podría aplicarle sin ti y sin mí. Por eso nos ha dicho adónde debemos ir y qué debemos buscar.

Tohrment sacudió la cabeza como si no entendiera la manera de pensar de la otra raza.

Pero ella quedará mancillada a los ojos de su linaje. De hecho, la glymera los repudiará a todos…

No, no lo harán. —Darius había alzado la mano para interrumpir al chico—. Porque nunca lo sabrán. Nadie deberá saberlo. Éste debe ser un secreto entre tú y yo. El devorador de pecados no podrá decir nada, pues si lo hiciese sus semejantes los repudiarían. De esta forma, la hembra será protegida de la desgracia.

¿Y cómo lograremos engañar a Sampsone?

Darius se llevó la jarra de cerveza a los labios y dio un sorbo.

Mañana, cuando caiga la noche, nos dirigiremos al norte, tal como sugirió el devorador de pecados. Encontraremos lo que nos pertenece y la traeremos a casa, al seno de su familia. Y les diremos que el culpable fue un humano.

¿Y qué pasará si la hembra dice algo?

Darius ya había considerado esa posibilidad.

Sospecho que, en su calidad de hija de la glymera, la muchacha debe ser muy consciente de lo mucho que podría perder. El silencio no sólo la protegerá a ella sino a toda su familia.

Aunque eso implicaba que iban a encontrarla en su sano juicio. Y podría no ser el caso si la Virgen Escribana había optado por brindar alivio a su alma torturada.

Todo esto podría ser una emboscada —murmuró Tohrment.

Tal vez, pero no lo creo. Además, no me da miedo la lucha. —Darius levantó los ojos y miró a su protegido—. Lo peor que me puede pasar es morir tratando de rescatar a una inocente, que es la mejor manera de marcharse de este mundo. Y, si es una trampa, te garantizo que me llevaré por delante a unos cuantos en mi camino hacia el Ocaso.

Una expresión de respeto y reverencia se apoderó del rostro de Tohrment. Darius sintió cierta tristeza ante esa demostración de fe. Si el chico tuviera un padre de verdad, en lugar de un bruto borracho, no tendría que idolatrar a un desconocido.

Y tampoco estaría en aquella casa tan modesta.

Sin embargo, Darius no tuvo el valor de decirle esas cosas.

¿Más queso?

Sí, gracias.

Cuando terminaron de comer, los ojos de Darius se clavaron en sus dagas negras, que todavía colgaban del arnés que llevaba sobre el pecho. Y entonces pensó que tenía la extraña convicción de que no pasaría mucho tiempo antes de que Tohrment tuviera también las suyas, pues el chico era inteligente e instintivo, y disponía de muchos recursos.

Desde luego, Darius todavía no lo había visto pelear. Pero ya llegaría la ocasión. En la guerra siempre se presentaba la oportunidad de ver pelear a los demás.

Tohrment frunció el ceño.

¿Cuántos años dijeron que tenía la hembra?

Darius se limpió la boca con un trapo y sintió que se le erizaba la piel de la nuca.

No lo sé.

Los dos se quedaron en silencio. Darius supuso que Tohrment estaba pensando lo mismo que él.

Lo último que necesitaban era otra complicación.

Sin embargo, fuese una emboscada o no, al día siguiente emprenderían viaje al norte, a la zona costera que les había indicado el symphath. Una vez allí, se dirigirían a los acantilados que estaban un kilómetro más allá de la aldea, donde encontrarían el refugio que había descrito el devorador de pecados… Entonces sabrían si les habían tendido una trampa o no.

O si estaban siendo manipulados por alguien. Tal vez por aquel reptil.

Sin embargo, Darius no estaba preocupado, Los devoradores de pecados no eran de fiar, pero solían defender compulsivamente sus propios intereses… y también solían vengarse con implacable decisión. Incluso de sus propios hijos.

Era el triunfo de la naturaleza sobre el carácter. Este último los convertía en compañeros peligrosos, pero la primera los hacía completamente predecibles.

Tohrment y él iban a hallar en el norte lo que estaban buscando. Darius lo sabía. Sin más.

La cuestión era en qué condiciones encontrarían a esa pobre hembra…