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Por Dios, John sabía exactamente lo que hacía.
Ése fue el pensamiento que cruzó por la mente de Xhex después de bajar de la cima del clímax que él le había provocado con la boca. Y luego volvió a elevarse. El aroma de macho enamorado le llenaba la nariz. Los labios de John en su vagina eran una deliciosa dicha, y también su erecto miembro acariciándole las piernas…
Cuando John movió la lengua y se adentró aún más, Xhex volvió a perderse en una marea de placer. El calor húmedo que él le ofrecía, sumado a esas caricias tan suaves cuando la tocaba con los labios y tan ásperas cuando la tocaba con la barbilla, y al roce de la nariz contra la parte superior de su sexo, todo eso hizo estallar en pedazos su conciencia y fue una explosión deseada, de la que gozó como nunca había podido disfrutar de ninguna otra sensación.
En medio del fuego amoroso, John era lo único que había en el mundo, la única realidad existente. No había ni pasado ni futuro, nada más que sus cuerpos. El tiempo no tenía significado, el lugar no tenía importancia y los demás no tenían interés alguno.
Xhex deseó seguir así eternamente.
—Te quiero dentro de mí —musitó, tirando hacia sí de sus hombros.
John levantó la cabeza y subió por el cuerpo de Xhex, mientras su pene iba abriéndose camino entre aquellos suaves muslos, acercándose cada vez más al precioso objetivo.
Lo besó con pasión, hundiendo su boca en la de él, mientras bajaba la mano y lo guiaba a donde en ese momento ella necesitaba que entrase…
Ese cuerpo inmenso se sacudió cuando al fin se produjo la penetración, y ella gritó.
—¡Dios, Dios, Dios!
El poderoso pene del macho la llevó a regiones desconocidas al penetrarla lentamente, llenándola por completo, ensanchándola por dentro. Xhex arqueó la espalda para que pudiera llegar hasta el fondo y luego deslizó las manos hasta el final de la columna vertebral del macho… e incluso más abajo, para poder clavarle las uñas en el precioso trasero.
Los músculos de John se ensanchaban y se contraían debajo de las manos de Xhex cuando comenzó a entrar y salir rítmicamente. Su cabeza subía y bajaba contra la colchoneta. Entraba y salía, entraba y salía. El cuerpo de John era maravillosamente pesado encima de ella. Pesaba, sí, pero Xhex estaba encantada: su carne y sus curvas se adaptaban a la masa masculina, neutralizaban su peso, convirtiéndolo en otra fuente de placer.
Cubierta por su macho, se sentía tan cerca del orgasmo otra vez que los pulmones le ardían, ansiosos por gritar de gozo.
Entrelazó los tobillos por detrás de los muslos de John y comenzó a moverse a su mismo ritmo, hasta alcanzar un crescendo. Luego John levantó el torso y se apoyó sobre los puños, sosteniendo el peso de su pecho con los músculos de los brazos, para poder penetrar con más fuerza.
Su cara era una escultura erótica en la que se resaltaban todos aquellos rasgos que ella conocía tan bien: tenía los labios contraídos sobre aquellos colmillos blancos y largos, las cejas apretadas, los ojos resplandecientes y la mandíbula tan apretada que las mejillas parecían hundidas. Con cada embestida, sus pectorales y sus abdominales se contraían y el sudor de la piel brillaba con la tímida luz del piloto de la sala. La expresión de John fue la gota que colmó el vaso: Xhex se dejó arrastrar definitivamente por la fuerza del deseo.
—Toma mi sangre —le gruñó—. Bebe… ya mismo.
Mientras Xhex se sacudía con otro orgasmo, el macho se abalanzó sobre su garganta. Los colmillos pincharon la piel del cuello al tiempo que eyaculaba dentro de ella.
John ya no pudo detenerse, y Xhex tampoco quería que lo hiciera. John se siguió moviendo y bebiendo, y estremeciéndose dentro de ella. Mientras colmaba la vagina de Xhex con su semilla, se alimentaba con voracidad infinita.
Eso era lo que ella quería.
Cuando finalmente se quedó quieto, John prácticamente se derrumbó sobre Xhex.
Lo abrazó, mientras él lamía perezosamente los pinchazos de sus colmillos.
Algunas veces, para limpiar bien no basta con agua y jabón: hay que usar productos más fuertes. El suave paso de la esponja no consigue eliminar la suciedad arraigada. Lo que acababa de hacer la pareja era pasarse un fuerte estropajo por sus atormentadas almas, que empezaban a quedar más limpias. Pero aún les quedaba trabajo que hacer.
John levantó la cabeza y miró a su amada. Al ver preocupación en su rostro, le acarició suavemente el pelo.
Xhex sonrió.
—No te preocupes, estoy bien. Mejor que bien.
Una maliciosa sonrisa apareció en la hermosa cara del macho enamorado, que confirmó las palabras de ella:
—Tienes mucha razón, estás mejor que bien.
—No te hagas ilusiones, grandullón. ¿Crees que vas a conseguir que me sonroje como si fuera una chiquilla? ¿Piensas que los piropos me van a poner colorada? —Al ver que John asentía, Xhex entornó los ojos—. Pues has de saber que no soy de las que pierden la cabeza sólo porque un tío las besa ahí abajo.
John volvió a sonreír, y Xhex estuvo a punto de sonrojarse, cosa que logró evitar con un gran esfuerzo de autocontrol.
—Escucha, John Matthew. —Le agarró la barbilla—. No me vas a convertir en una de esas hembras embobadas con sus amantes. Eso no va a suceder. No está en mi naturaleza.
Lo decía bromeando, pero con un fondo de verdad. No estaba dispuesta a entregarse sin condiciones, como una chiquilla arrebatada por su primer amor. Pero en cuanto el macho movió las caderas y la penetró de nuevo, se le olvidaron todos los peligros, todos sus propósitos de mantener una relación equilibrada. Ahora no hablaba de machos dominantes y hembras tontas. Sólo emitía una especie de ronroneo.
Un ronroneo.
Resonó con extraño eco. John pensó que, de haber podido, Xhex lo hubiese contenido. Pero era incapaz de controlarlo. El ronroneo seguía.
El macho volvió a inclinar la cabeza sobre sus senos y comenzó a lamerla otra vez, mientras la embestía lenta, suavemente.
Sin poder contenerse, Xhex volvió a meter sus manos entre el pelo de John y susurró:
—Dios, John, me vuelves lo…
En ese momento John se detuvo en seco, retiró los labios del pezón de Xhex y le sonrió de oreja a oreja con aire triunfal.
—Eres un maldito capullo —dijo ella con una carcajada, consciente de que acababa de portarse justo como dijo que no se portaría nunca.
John asintió y volvió a penetrarla con su inmensa erección.
No le importó que el joven intentara demostrar quién era el jefe. De alguna manera, eso la hacía respetarlo aún más. Xhex haría lo que tenía que hacer, pues nunca había tenido dueño. Pero siempre se había sentido fascinada por la fuerza, en todas sus formas.
—No me voy a rendir, ¿sabes?
John apretó los labios y negó con la cabeza, como diciéndole que ya sabía que no se rendiría.
Intentó retirarse, pero ella soltó un gruñido y le clavó las uñas en el trasero.
—¿Adónde te crees que vas?
John se rió en silencio, le abrió más las piernas y volvió a bajar por su cuerpo, hasta situarse en el mismo lugar donde había empezado… otra vez con la boca sobre el sexo de la insaciable vampira.
Y su nombre resonó contra las paredes del cuarto, mientras le daba a Xhex un poco más de aquello que ella deseaba, necesitaba y sobre todo gozaba.
‡ ‡ ‡
Hacer caso omiso del ruido que producía el sexo era una habilidad en la que Blay había desarrollado mucha, muchísima práctica.
Al salir del gimnasio, oyó el nombre de John, como un eco, a través de la puerta de la sala de estiramiento. Estaba claro que en aquel rincón del gimnasio no se estaba desarrollando una charla intelectual.
Blay se alegró por ellos. Esta nueva actividad física de su amigo era toda una bendición. Nada que ver con las palizas que se había dado un rato antes en las cintas andadoras.
Pensó durante un segundo si regresaba o no a la mansión, pero se acordó de Qhuinn y decidió que todavía era muy temprano para volver a su habitación. Así que entró en los vestuarios, se dio una ducha rápida y se puso unos pantalones quirúrgicos de los que Vishous tenía por allí. De nuevo en el pasillo, se apresuró a entrar en la oficina y cerrar la puerta.
Aguzó el oído y vio que todo parecía en calma, que era precisamente lo que buscaba. Un vistazo a su reloj le mostró que sólo había transcurrido un par de horas.
Sin saber qué hacer para matar el tiempo, acabó por sentarse detrás del escritorio. Después de todo, no escuchar a Xhex y a John era cuestión de decoro. Pero tratar de no oír a Qhuinn y a Layla era cuestión de supervivencia.
Mucho mejor intentar hacer lo primero que lo segundo. O sea, quedarse allí.
Se quedó mirando el teléfono.
El beso de Saxton había sido maravilloso.
Ma-ra-vi-llo-so.
Sintió que le invadía una oleada de calor, como si alguien hubiese encendido una hoguera en su interior.
Hizo ademán de descolgar… pero no parecía capaz de hacerlo, de llamarle. Su mano permaneció flotando en el aire, pero sin agarrar el auricular.
Luego recordó la imagen de Layla al salir de su baño y encaminarse a la habitación de Qhuinn.
Así que agarró el auricular, marcó el número de Saxton y se preguntó qué estaría haciendo en ese momento.
—Hola.
Blay frunció el ceño y se enderezó en la silla. No había respuesta, sólo ruidos.
—¿Qué sucede? —Larga pausa—. ¿Saxton?
Se oyó una tos y luego un resoplido.
—Sí, soy yo…
—Saxton, ¿qué demonios pasa?
Hubo un terrible silencio, que rompió una declaración en toda regla.
—Me encantó besarte. —Aquella voz ahogada parecía cargada de nostalgia—. Y me encantó —tosió— estar contigo. Me quedaría mirándote horas, siglos.
—¿Dónde estás?
—En casa.
Blay miró otra vez su reloj.
—¿Y dónde está tu casa?
—¿Acaso quieres dártelas de héroe?
—¿Tendría que hacerlo?
Esta vez el acceso de tos no se detuvo tan rápidamente.
—Me temo que… yo… tengo que colgar.
Luego se oyó un clic y la línea quedó muda.
Blay notó que su instinto hacía saltar todas las alarmas. Salió corriendo por la puerta del armario hacia el túnel subterráneo y se desmaterializó al llegar a las escaleras que llevaban a la mansión.
Volvió a tomar forma ante otra puerta que estaba unos doscientos metros más allá.
En la entrada de la Guarida, puso la cara frente al objetivo de la cámara y oprimió el botón del intercomunicador.
—¿V? Te necesito.
Mientras esperaba, Blay rogó que Vishous estuviera disponible.
El panel se abrió. V estaba al otro lado, con el pelo mojado y una toalla negra haciendo funciones de taparrabos. Al fondo se oía la música de Jay-Z. Un aroma de tabaco turco llegó hasta su nariz.
—¿Qué pasa?
—Necesito que me consigas una dirección.
Aquellos gélidos ojos plateados se entrecerraron y el tatuaje de la sien izquierda se contrajo.
—¿Qué dirección estás buscando?
—La que corresponde al móvil de un civil. —Blay recitó los dígitos que acababa de marcar.
V arrugó la frente y dio un paso atrás.
—Es fácil.
Y lo fue. Tras pulsar un par de teclas en un portátil, V lo miró desde el escritorio:
—2105 Sienna Court… ¿Adónde diablos vas?
Blay, que ya salía disparado, respondió, volviéndose:
—A la puerta.
V se desmaterializó hasta la salida y la bloqueó.
—El sol saldrá en veinticinco minutos, ¿no te has dado cuenta?
—Entonces no me hagas perder tiempo. —Blay miró al hermano con los ojos entornados—. Déjame salir.
V debió de notar que se trataba de algo muy serio, porque soltó una maldición.
—Muévete o no podrás volver.
Cuando el hermano abrió la puerta, Blay se desmaterializó en el acto… para tomar forma en Sienna Court, una calle bordeada por árboles, con casas de estilo victoriano, de distintos colores. A la carrera, buscó el número 2105, identificado por una tablilla perfectamente colocada y visible, pintada de verde oscuro con bordes grises y negros. El porche delantero y la puerta lateral estaban iluminados por sendas lámparas, pero en el interior todo estaba en penumbra.
Blay pensó que las persianas internas ya debían de estar cerradas.
Así que no habría manera de entrar en la casa, porque era imposible atravesarlas.
Convencido de que las persianas serían de acero, pensó que lo único que podía hacer era llamar a la puerta. Fue al porche y tocó el timbre.
Los débiles rayos del sol que ya asomaba por el este calentaron su espalda, aunque apenas alcanzaban a crear sombras. Maldición, ¿dónde diablos estaba la cámara? Tenía que haber un circuito cerrado de televisión. Su objetivo tenía que estar en alguna parte…
Ah, sí, en los ojos del león del aldabón.
Blay se inclinó, puso la cara frente a aquella cabeza de bronce y golpeó en la puerta con sus puños.
—Déjame entrar, Saxton. —Al sentir que la espalda y los hombros se le calentaban más de la cuenta, se llevó la mano atrás.
El clic de la cerradura y el giro del picaporte lo hicieron ponerse en guardia, inquieto por lo que podía encontrarse.
La puerta se abrió sólo un poco. El interior de la casa parecía envuelto en sombras.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó una voz entre toses.
Blay se quedó frío al percibir olor a sangre.
Así que decidió empujar la puerta con los hombros y entrar.
—Qué demonios… —Saxton bajó la voz de repente—. Vete a casa, Blaylock. A pesar de lo mucho que me gustas, en este momento no estoy en condiciones de recibirte.
Claro, lo que tú digas.
Con un movimiento rápido, Blay, sin hacerle caso, cerró la puerta para evitar la luz del sol.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, aunque ya lo sabía. Su instinto se lo estaba gritando—. ¿Quién te golpeó?
—Estaba a punto de darme una ducha. Tal vez quieras acompañarme. —Al ver que Blay tragaba saliva, Saxton se echó a reír—. Está bien. Yo me daré una ducha y tú te tomarás un café. Porque, según parece, vas a acompañarme.
Se oyó como echaba la llave de la puerta y luego se alejó arrastrando los pies, lo cual sugería que tenía alguna lesión.
No podía ver a Saxton en medio de aquella densa oscuridad, pero sí podía oírle. El ruido de sus pisadas venía de la derecha. Blay vaciló. No tenía sentido volver a mirar el reloj. Sabía que ya no le daba tiempo a regresar.
Así que, en efecto, se quedaría acompañándole. Pasaría todo el día allí.
El otro macho abrió una puerta que llevaba al sótano y aparecieron unas escaleras escasamente iluminadas. Bajo el suave resplandor de la escalera, Blay vio que el hermoso cabello rubio de su amigo estaba aplastado, con una mancha de color rojizo.
Se adelantó y agarró a Saxton del brazo.
—¿Quién te ha hecho esto?
Saxton se negó a mirarlo, pero el estremecimiento que sacudió su cuerpo dijo lo que su voz ya había insinuado: estaba cansado y dolorido.
—Digamos que… seguramente no volveré a ese local para fumadores durante una temporada.
Ese callejón junto al bar… mierda, Blay se había marchado primero, dando por hecho que Saxton haría lo mismo.
—¿Qué sucedió cuando me fui?
—No importa.
—¿Cómo que no importa?
—Si eres tan amable, permíteme —otra vez la maldita tos— regresar a la cama. No tengo fuerzas para atenderte, en especial si te vas a poner de mal humor. No me siento particularmente bien.
Blay se quedó sin aire.
—Por Dios —susurró.