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La casa de Eliahu Rathboone volvió a quedar en completo silencio una hora después del frustrado viaje de Gregg al tercer piso. Éste decidió esperar otro buen rato después de que el mayordomo volviera abajo, antes de intentarlo de nuevo.

Holly y él pasaron el tiempo conversando, no follando, que solía ser su modus operandi.

Lo cierto era que, cuanto más hablaban, más cuenta se daba Gregg de que no sabía absolutamente nada de ella. No tenía ni idea de que su hobby era algo tan tradicional como hacer punto. Ni que su mayor ambición era convertirse en presentadora de informativos en directo, lo cual no era tan raro: la mayoría de las chiquillas tontas que había conocido querían hacer algo mejor que entrevistar a idiotas aficionados o hacer sensacionales reportajes sobre plagas de cucarachas.

Gregg sí sabía antes de aquellas conversaciones que Holly había hecho sus pinitos en el mundo de la información local en Pittsburgh. Lo que no sabía era la verdadera razón por la que dejó aquel empleo. El director del informativo, que estaba casado, quería que ella se pusiera ante una cámara distinta, más íntima, y cuando ella se negó, le puso una trampa para que se equivocase estando en el aire y la despidió.

Gregg, eso sí, había visto la grabación, el momento en que trastocaba las palabras de la presentación. Pero nada sabía hasta entonces de lo que había sucedido en realidad.

Gregg suponía que eso era lo que había dado origen a sus prejuicios sobre Holly: que tenía una cara bonita, con un cuerpo despampanante y no mucho más que ofrecer. En realidad, tenía que haber reflexionado más, preguntarse por qué, si era tan tonta, siempre hacía su trabajo correctamente.

Pero no era ése su más grave error en lo que a ella se refería. Gregg no sabía que Holly tenía un hermano discapacitado y que ella lo mantenía.

La joven presentadora le había enseñado una fotografía de los dos juntos.

Y cuando Gregg le preguntó cómo era posible que nunca le hubiera hablado del chico, ella tuvo la valentía de contestarle con toda sinceridad: «Porque trazaste desde el principio los límites de esta relación y la existencia de mi hermano estaba fuera de esos límites».

Naturalmente, Gregg había tenido la típica reacción masculina. Negó que hubiera puesto tales límites, pero lo cierto era que ella tenía razón, y lo sabía. Él había marcado las pautas de la relación con claridad. Nada de celos, nada de explicaciones, nada de ataduras, nada personal.

Al darse cuenta de lo equivocado que estuvo, Gregg se sintió impulsado a abrazarla. Y lo hizo, apoyando la barbilla sobre su cabeza y acariciándole la espalda. Un momento antes de dormirse, Holly musitó algo en voz baja. Algo así como que era la mejor noche que había pasado con él… incluso teniendo en cuenta los monstruosos orgasmos que le había provocado en otras ocasiones.

Bueno, que le había provocado cuando le convenía a él. Porque también hubo muchas citas canceladas en el último minuto, muchos mensajes sin contestar y muchos roces, tanto verbales como físicos.

Joder… se había portado como un mierda, pensó Gregg.

Cuando finalmente se puso de pie para repetir la incursión en el tercer piso, arropó a Holly, conectó la cámara que se activaba con un sensor de movimiento y se escurrió hacia el pasillo.

Allí afuera reinaba el silencio.

Moviéndose sigilosamente por el corredor, se dirigió de nuevo hacia la salida. Enseguida estuvo escaleras arriba. Pasó el primer rellano y siguió el siguiente tramo de escalones, hasta la puerta.

Pero esta vez no llamó. Sacó un destornillador fino que se usaba normalmente para ajustar las cámaras e intentó forzar la cerradura. Para su sorpresa, fue más fácil de lo que había pensado. Sólo tuvo que insertar el destornillador, moverlo un poco, y la cerradura se abrió.

La puerta no chirrió al moverse, lo cual también le sorprendió, aunque no le causó mayor inquietud.

Lo que había al otro lado sí lo dejó frío.

El tercer piso era un salón grande que parecía sacado de otra época, con suelo de tablas y un techo de dos aguas que caía a ambos lados formando un ángulo agudo. Al fondo había una mesa con una lámpara de aceite encima, cuyo resplandor teñía las paredes de un color amarillo dorado… al tiempo que iluminaba las botas negras de alguien que estaba sentado en una silla ubicada fuera del haz de luz.

Eran unas botas grandes.

No tuvo ninguna duda sobre quién era el hijo de puta que estaba allí, ni sobre lo que había hecho.

—Te tengo grabado —le dijo Gregg a la figura.

La suave carcajada que Gregg escuchó en respuesta a sus palabras hizo que sus glándulas suprarrenales comenzaran a trabajar a marchas forzadas. Era una risa ronca y fría, como las que sueltan los asesinos en las películas justo antes de comenzar a trabajar con el cuchillo.

—¿De verdad? —Aquel acento, ¿de dónde diablos era? No era francés, ni húngaro…

En fin. El solo hecho de pensar que ese tipo se había aprovechado de Holly lo hizo sentirse más alto y más fuerte de lo que era en realidad.

—Sé lo que hiciste antenoche.

—Te pediría que te sentases, pero, como ves, sólo tengo una silla.

—No estoy de broma. —Gregg dio un paso hacia delante—. Sé lo que pasó con ella. Ella no te deseaba.

—Ella quería sexo.

Maldito desgraciado.

—¡Estaba dormida!

—No me digas. —La punta de una de las botas empezó a subir y bajar—. Las apariencias, al igual que la mente, pueden ser engañosas.

—¿Quién demonios te crees que eres?

—Soy el propietario de esta bella casa. Eso es lo que soy. Yo soy el que te dio permiso para jugar aquí con tus cámaras.

—Bueno, pues ya puedes olvidarte de eso. No le voy a hacer propaganda a este sitio.

—Oh, claro que lo harás. No lo puedes remediar, forma parte de tu naturaleza.

—Tú no sabes una mierda sobre mi naturaleza.

—Yo creo que más bien es al contrario. Tú no sabes una mierda, como dices, sobre ti mismo. Y debes saber, por cierto, que ella pronunció tu nombre cuando llegó al orgasmo.

Gregg se enfureció de tal modo que se arriesgó a dar otro paso hacia el misterioso personaje.

—Deberías ser más prudente —dijo la voz—, si no quieres salir lastimado. Todos dicen que estoy loco.

—Voy a llamar a la policía.

—No tienes ninguna razón para hacerlo. Ella y yo somos adultos responsables, ya sabes.

—¡Pero ella estaba dormida!

Esta vez la bota dibujó un arco y se plantó en el suelo.

—Cuidado con el tono que usas, niñato.

Antes de que Gregg tuviera tiempo de reaccionar ante el insulto, el hombre se inclinó hacia delante en la silla… y Gregg se quedó sin voz.

Lo que entró en el haz de luz era absurdo. En muchos sentidos.

Era el retrato. El retrato que estaba en el salón del primer piso. Sólo que estaba vivito y coleando. La única diferencia era que no tenía el pelo recogido hacia atrás; lo llevaba suelto sobre los hombros, que eran dos veces más anchos que los de Gregg, y se trataba de una melena negra y roja.

Para espanto de Gregg, tenía los ojos del color del amanecer y resplandecían en la oscuridad.

Eran unos ojos que hipnotizaban.

Eran ojos de demente.

—Sugiero que —dijo la voz con su extraño acento— salgas de este ático y regreses a los brazos de tu adorable dama…

—¿Eres descendiente de Rathboone?

El hombre sonrió. Sus dientes delanteros tenían algo muy extraño.

—Él y yo tenemos cosas en común, sí.

—Por Dios… pero eso es…

—Es hora de que te marches y termines tu pequeño proyecto. —El tipo dejó de sonreír, lo cual fue todo un alivio, porque su sonrisa le producía escalofríos—. Y te daré un consejo en lugar de la patada en el trasero que me gustaría darte. Deberías cuidar a tu mujer mejor de lo que lo has venido haciendo últimamente. Ella te quiere de verdad, aunque es evidente que no te lo mereces. Si la hubieras tratado como es debido no estarías despidiendo ese olor ridículo a culpa en este momento. Tienes suerte de tener a tu lado a una persona como ella, así que abre los ojos, imbécil.

Gregg no se sorprendía con mucha frecuencia. Pero esta vez se había quedado completamente sin palabras.

¿Cómo era posible que ese desconocido supiera tantas cosas?

Gregg odiaba que Holly se acostase con otro… pero, pensándolo bien… ¿de verdad había pronunciado su nombre al correrse?

—Adiós. —Rathboone levantó una mano e hizo un gesto de despedida—. Prometo dejar en paz a tu mujer, siempre y cuando tú dejes de ignorarla. Ahora vete, adiós.

Sin que mediara su voluntad, como si fuera un robot gobernado por una fuerza ajena, Gregg levantó el brazo y lo movió, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.

Dios, cómo le dolían las sienes. Dios… maldición… joder… por qué estaba… dónde…

De repente se quedó en blanco, como si su mente se hubiese quedado atascada.

Bajó al segundo piso.

Entró en su habitación.

Después de quitarse la ropa y meterse en la cama en calzoncillos, puso la cabeza en la almohada al lado de la de Holly, la abrazó y trató de recordar…

Se suponía que debía hacer algo. ¿Qué sería?…

El tercer piso. Tenía que subir al tercer piso. Tenía que averiguar qué estaba sucediendo allá arriba…

Un agudo pinchazo atravesó su cabeza, acabando no sólo con el impulso de moverse, sino con el interés por lo que sucediera en el ático.

Al cerrar los ojos, Gregg tuvo la extraña visión de un desconocido con cara familiar… pero luego se quedó otra vez en blanco y el mundo perdió importancia.