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La fiesta de la granja seguía y seguía, y cada vez llegaba más gente que dejaba el coche en el jardín y luego se apelotonaba en las habitaciones del primer piso. Muchos de los que estaban allí, aunque no todos, eran tipos que Lash había visto en Xtreme Park. Corría el alcohol. Cerveza. Tequila. Botellas. Barriles.

Sólo Dios sabía cuántas sustancias ilegales habría en los bolsillos de aquella infecta piara.

Mierda. Lash comenzó a pensar que tal vez estaba equivocado y que el Omega no tramaba nada, que simplemente había sucumbido a sus perversiones…

Le azotó una ráfaga helada, como de viento del norte. Se quedó completamente quieto y puso su mente en blanco, esforzándose a la vez por mantenerse camuflado.

Sombras… Proyectó una sombra sobre él y a través de él y a su alrededor.

La llegada del Omega fue precedida por un eclipse de luna. Los idiotas que había dentro de la granja no tenían ni idea de lo que sucedía, pero la pequeña sabandija sí. El chico se asomó a la puerta principal y su silueta quedó iluminada por la luz que salía de la casa.

El padre de Lash tomó forma sobre el césped quemado y sus vestiduras blancas giraron alrededor de su cuerpo. Su llegada había hecho bajar sensiblemente la temperatura del aire. En cuanto tomó forma, la sabandija se le acercó y se abrazaron.

Lash sintió la tentación de aproximarse y decirle a su padre que no era más que un marica caprichoso, y advertirle a esa rata que sus días estaban contados…

Pero en ese momento la cara encapuchada del Omega se volvió en dirección a Lash.

Éste se quedó absolutamente inmóvil y proyectó en su mente la imagen de una pizarra blanca, para hacerse invisible por dentro y por fuera. Sombra… sombra… sombra…

Ese instante se hizo eterno, porque, sin duda, si el Omega percibía la presencia de Lash todo habría terminado.

Al cabo de unos instantes, sin embargo, el Omega se volvió a centrar en su chico dorado. Un borracho se asomó a la puerta tambaleándose y cayó de bruces sobre el césped. Después de aterrizar aparatosamente, el tipo vomitó en los cimientos de la casa, lo cual provocó la risa de todos los que lo vieron. El barullo de la fiesta pareció incrementarse, y el Omega se dirigió a la casa.

La juerga siguió normalmente, sin duda porque esos pobres desgraciados estaban demasiado borrachos para darse cuenta de que, debajo de aquella túnica blanca, acababa de entrar el mismo demonio.

Pero no seguirían sumidos en la ignorancia por mucho tiempo.

Segundos después hubo una gigantesca explosión de luz que arrasó toda la casa y se proyectó por las ventanas hasta la línea de árboles. Cuando la llamarada se convirtió en un suave resplandor, ya no quedaba ningún superviviente de pie: todos esos idiotas habían caído al suelo al mismo tiempo. Fue un apoteósico fin de fiesta.

Joder, menuda mierda. Si aquello iba por el camino que se imaginaba…

Lash se acercó a la casa con cuidado de no dejar huellas. Mientras avanzaba, oyó un extraño ruido.

Llegó a una de las ventanas del salón y miró.

La sabandija arrastraba los cuerpos, alineándolos uno junto al otro, de manera que las cabezas apuntaban al norte y entre uno y otro no había más de treinta centímetros. Por Dios… había tantos cuerpos que la fila se extendía por todo el pasillo y entraba en el comedor.

El Omega permanecía al fondo, en actitud contemplativa, como si le gustara el espectáculo de ver a su encantador favorito moviendo cuerpos de un lado a otro.

Precioso.

La sabandija necesitó casi media hora para poner a todo el mundo en fila. A los que estaban en el segundo piso los bajó arrastrándolos por las escaleras, de modo que las cabezas dejaban un rastro de sangre al golpearse con los escalones.

Normal. Era más fácil arrastrar a los muertos por los pies.

Cuando todos quedaron alineados, la sabandija comenzó a trabajar con el cuchillo. De repente la granja se convirtió en una fábrica de restrictores, una planta de inducciones en serie. Comenzando desde el comedor, la sabandija fue cortando cuellos, muñecas, tobillos y pechos, y el Omega iba detrás dejando caer gotas de sangre negra dentro de las cavidades torácicas y aplicándoles luego la siniestra energía, antes de proceder a los tratamientos cardiacos, por así llamarlos.

Nada de frascos de cerámica ni rituales minuciosos para este grupo. Cuando sacaban los corazones, los dejaban a un lado sin más, a la espera de meterlos luego de nuevo.

Una masacre.

Cuando terminaron, había una laguna de sangre en el centro del salón, donde las tablas del suelo habían cedido, y otra al pie de las escaleras. Lash no alcanzaba a ver el comedor, pero estaba seguro de que allí debía de haber otro charco similar.

Poco después comenzaron los gemidos de los iniciados. La nueva fase de la fiesta era cada vez más ruidosa y más asquerosa. A medida que las transiciones fueron avanzando aquellos idiotas empezaran a vomitar lo que les quedaba de humanidad.

En aquella orgía agónica y confusa, el Omega iba de un lado a otro, danzando sobre la sangre coagulada sin que sus vestiduras blancas se mancharan.

En la esquina, la sabandija encendió un porro y se relajó, como si se estuviera tomando un descanso con la satisfacción del trabajo bien hecho.

Lash se alejó de la ventana y retrocedió hasta los árboles, manteniendo siempre los ojos fijos en la casa.

Maldición, él debería haber hecho algo como aquello. Pero carecía de los contactos en el mundo humano necesarios para lograrlo. A diferencia de la sabandija, que acababa de apuntarse un tanto.

Joder. A partir de ahora las cosas iban a cambiar para los vampiros. Otra vez se tendrían que enfrentar a una legión de enemigos.

Volvió al Mercedes, encendió el motor y se alejó de la granja por el camino largo, para mantenerse lo más lejos posible de la casa. Mientras el aire frío le golpeaba la cara gracias a la ventanilla rota, condujo con ánimo lúgubre. A la mierda con las hembras y todo lo demás. De ahora en adelante, su único objetivo en la vida sería acabar con la sabandija. Privar al Omega de su capricho. Destruir a la Sociedad Restrictiva.

Bueno, era una manera de hablar. Las hembras eran cosa aparte.

Lash se sentía absolutamente exhausto. Necesitaba alimentarse; a pesar de lo que estaba sucediendo con su apariencia exterior, sus entrañas todavía necesitaban sangre y tenía que resolver ese problema antes de iniciar la guerra con su papi.

Si no lo hacía, acabaría muerto.

Se encaminó al centro de la ciudad, sacó su móvil y se asombró al pensar en lo que estaba a punto de hacer. Pero, claro, la existencia de un enemigo común propiciaba extrañas alianzas.

‡ ‡ ‡

En el complejo de la Hermandad, Blay se desvistió en el baño y entró en la ducha. Mientras le daba vueltas al jabón entre las manos para producir un poco de espuma, pensó en lo que acababa de ocurrir.

Pensó en aquel macho.

En aquel beso.

Se enjabonó el pecho, echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua caliente le corriera por todo el cuerpo. Procuró aflojar la tensión de todos sus músculos, demasiado tirantes. Se estiró y gozó bajo el agua caliente. Se tomó su tiempo con el champú, y un poco más aún con el jabón.

Siguió pensando en el beso.

Dios. El recuerdo de aquellos labios parecía un imán que arrastrara su mente hacia el encuentro del callejón una y otra vez. La atracción era demasiado grande para oponer resistencia, y la imagen, además, resultaba demasiado atractiva como para que quisiera evitarla.

Mientras se pasaba las manos por el torso, Blay se preguntó cuándo volvería a ver a Saxton.

Cuándo volverían a estar a solas.

Blay estaba bajando la mano, cuando oyó una voz.

—Señor, ¿está ahí?

Blay salió de la ducha apresuradamente. Tapándose el miembro en erección con las dos manos, asomó la cabeza por la puerta de vidrio.

—¿Layla?

La Elegida le sonrió con timidez y lo miró de arriba abajo.

—¿Me habéis llamado? ¿En qué puedo ser útil a los señores?

—Yo no te he llamado.

Debió de confundirse. A menos que…

—Qhuinn hizo una invocación llamándome. Supuse que debía acudir a su habitación, señor.

Blay cerró los ojos. Su erección se desvaneció mientras se cubría de insultos a sí mismo. Luego cerró el grifo, agarró una toalla y se la puso alrededor de las caderas.

—No, Elegida —dijo en voz baja—. No es aquí. Debes ir al cuarto de Qhuinn.

—¡Ay! Perdóname, señor —dijo Layla, al tiempo que comenzaba a retirarse con las mejillas encendidas de rubor.

—Está bien… ¡Cuidado! —Blay se abalanzó para sujetarla antes de que se cayese tras haber tropezado por culpa de la confusión que la dominaba—. ¿Estás bien?

—Sí, gracias, debería mirar para dónde voy. —Layla lo miró a los ojos y le puso las manos sobre los brazos—. Gracias.

Viendo aquel rostro absolutamente perfecto, entendió por qué Qhuinn estaba interesado en ella. Era etérea, claro, pero también irresistible, en especial cuando bajaba los párpados, y cuando sus ojos verdes relampagueaban.

Inocente pero erótica. Eso era. Una cautivadora combinación de pureza y sexualidad, una mezcla que resultaba irresistible para los machos normales, y no digamos para Qhuinn, que era capaz de follar con cualquier cosa que se moviese.

Blay se preguntó si la Elegida sabría eso. O si le importaría.

Frunció el ceño y la soltó.

—Layla…

—Dime, señor.

Se quedó callado. ¿Qué le iba a decir? Era obvio que Qhuinn no la había llamado para alimentarse, porque ya lo habían hecho la noche anterior…

Por Dios, tal vez había una explicación sencilla. Como ya habían follado una vez, querían repetir.

—¿Señor?

—Nada, era una bobada. Será mejor que te vayas. Estoy seguro de que Qhuinn te está esperando.

—Así es. —En ese momento, la fragancia de Layla se intensificó y el aroma a canela llegó hasta la nariz de Blay—. Y estoy muy agradecida por eso.

Cuando Layla dio media vuelta y se marchó, Blay se quedó mirando cómo mecía las caderas. Sintió ganas de gritar. No quería pensar en Qhuinn haciendo el amor en el cuarto de al lado.

Hasta ese momento, la mansión era el único lugar que no se había contaminado con encuentros sexuales esporádicos.

No quería pensarlo, pero era lo único en lo que podía pensar. Layla dirigiéndose a la habitación de Qhuinn y dejando caer de los hombros aquella túnica blanca, para dejar al descubierto esos senos, ese abdomen y esos muslos que Qhuinn devoraría con los ojos. En un abrir y cerrar de ojos, Layla estaría sobre su cama y debajo de él.

Y Qhuinn se preocuparía por complacerla. Porque, al menos en lo que tenía que ver con el sexo, era generoso. No regateaba su tiempo ni su evidente talento. Qhuinn la follaría con todo lo que tenía, con las manos, con la boca…

Bueno, ya estaba bien. Para qué entrar en detalles.

Mientras se secaba, Blay pensó que Layla quizá fuese la compañera perfecta para Qhuinn. Con su entrenamiento, no sólo lo complacería sexualmente, sino que además no se le ocurriría esperar de él fidelidad, ni lo presionaría para que sintiera lo que no sentía. Probablemente Layla se uniría a la diversión de su amigo con otras parejas, porque, a juzgar por la forma en que caminaba, se sentía muy cómoda y muy feliz con su cuerpo.

Definitivamente, era perfecta para Qhuinn. Mucho mejor que Blay, eso seguro.

Además, Qhuinn le había dejado muy claro que acabaría emparejado con una hembra… una hembra con valores tradicionales, preferiblemente de la aristocracia. Suponiendo que alguna aceptara a un macho con un ojo de cada color.

Pensándolo bien, Layla encajaba perfectamente en las pretensiones de su amigo, pues no había nada más encumbrado y tradicional que una Elegida. Y era evidente que ella lo deseaba y que le importaba un pimiento el color de sus ojos.

Se sentía como si le hubiesen echado una maldición. Se dirigió al armario y se puso unos pantalones cortos y una camiseta para hacer ejercicio. No pensaba quedarse allí como un idiota, intentando leer, mientras en la habitación de al lado sucedía lo que tenía que suceder…

Tampoco quería pensar en ello, ni imaginarse nada.

Así que salió al corredor de las estatuas y apresuró el paso, mientras envidiaba la tranquilidad y la serenidad de aquellas figuras de mármol. En momentos como aquél, convertirse en una estatua parecía una buena idea. Las piedras no pueden ser felices, pero tampoco soportan dolores agudos, como el que le torturaba en ese momento.

Llegó al vestíbulo, dio un rodeo y se metió por la puerta secreta. Al llegar al túnel que llevaba al centro de entrenamiento, empezó a trotar a modo de calentamiento. Cuando salió por el armario de la oficina no disminuyó el ritmo. El gimnasio era el único lugar en el que podía estar en esos momentos. Una hora en los aparatos más duros y se le quitarían las ganas de arrancarse la piel con una cuchara oxidada.

Al salir al pasillo que llevaba al gimnasio, se detuvo en seco cuando vio una figura solitaria recostada en la pared de cemento.

—¡Xhex! ¿Qué estás haciendo aquí?

La hembra levantó la vista. Sus ojos grises oscuros parecían pozos sin fondo.

—Hola.

Blay frunció el ceño mientras se acercaba.

—¿Dónde está John?

—Ahí dentro. —Señaló con la cabeza hacia el gimnasio.

Eso explicaba el estruendo que Blay alcanzaba a oír. Era evidente que alguien estaba exprimiendo al máximo una de las máquinas de musculación.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué tienes esa cara y qué hace John machacándose en el gimnasio?

Xhex suspiró y apoyó la nuca en la pared.

—Lo único que se me ocurrió fue traerlo aquí.

—¿Por qué?

La hembra cerró los ojos.

—Digamos que quiere salir a matar a Lash.

—Bueno, eso es comprensible.

—Sí…

Blay tuvo la sensación de que no le había contado ni la mitad de la historia, pero estaba muy claro que eso era todo lo que Xhex iba a decirle.

De repente, aquellos ojos del color de la tormenta relampaguearon, y le sorprendió con un comentario devastador.

—Así que tú eres la razón de que Qhuinn estuviera de tan mal humor hoy.

Blay retrocedió. Luego negó con la cabeza.

—No tiene nada que ver conmigo. Qhuinn está de mal humor siempre. Vive enfadado.

—La gente que va en la dirección equivocada por lo general vive de mal humor. No es posible conseguir la cuadratura del círculo.

Blay tragó saliva. Pensó que, definitivamente, cuando uno se siente miserable, lo último que necesita es estar cerca de un symphath, aunque se trate de un ejemplar que no quiera hacerte daño.

No hay que acercarse a un symphath, por ejemplo, cuando uno sabe que el macho que desea está follándose a una Elegida que tiene una cara angelical y un cuerpo diseñado para la lujuria.

Sólo Dios sabía qué era lo que Xhex estaba percibiendo simplemente con mirarlo.

—Bueno… voy a hacer un poco de ejercicio —dijo Blay, como si se pudiera ir a aquel lugar vestido de aquella manera para hacer otra cosa.

—Perfecto. Tal vez puedas hablar con él.

—Lo haré. —Blay vaciló un momento, al ver que Xhex parecía tan hundida como lo estaba él—. Escucha, no te ofendas, pero tienes mal aspecto, pareces agotada. Tal vez deberías subir a una de las habitaciones de invitados y dormir un poco.

Ella negó con la cabeza.

—No pienso dejarlo solo. Me he salido aquí fuera porque lo estaba volviendo loco. Mi presencia no es buena para su salud mental en este momento. Pero espero que eso deje de ser así cuando haya destrozado todas las cintas sin fin y todas las malditas pesas.

—¿Las destroza?

—Estoy bastante segura de que el crujido y el olor a humo que noté hace un rato fueron el acta de defunción de una de esas máquinas.

—Joder.

—Sí, joder.

Blay se preparó mentalmente y entró en el gimnasio…

—Por Dios. ¡John!

El grito de Blay casi ni se oyó. Pero, claro, el zumbido de la cinta y el golpeteo de los pies de John habrían ahogado hasta un tiroteo.

El cuerpo inmenso del macho enamorado corría a toda velocidad sobre la máquina. Tenía la camiseta y el torso entero empapados en sudor. Por los puños le escurrían gotas que formaban un par de riachuelos gemelos a uno y otro lado del suelo. Los calcetines blancos presentaban sendas manchas rojas que indicaban que ya se había hecho profundas rozaduras en varias partes. El negro pantalón de deportes le golpeaba las piernas como si fuese una toalla mojada.

—¡John! —gritó Blay, al ver la cinta andadora que estaba al lado y de la cual todavía salía humo—. ¡John, joder!

Como los gritos no lograban llamar la atención de su amigo, Blay se situó frente a su campo visual y agitó las manos. Pero enseguida se arrepintió, pues los ojos que se clavaron en él ardían con tanto odio que no tuvo más remedio que retroceder.

Cuando John volvió a clavar la mirada en el vacío, Blay se dio cuenta de que su amigo pretendía seguir así hasta que sus piernas se convirtiesen en simples muñones.

—¡John, ya basta, por favor! —vociferó Blay—. ¡Te vas a desmayar!

Nada. Lo único que se oía eran los chirridos de la máquina y el estruendo de esos pies corriendo sobre la cinta.

—¡John! Por favor, déjalo. ¡Te estás matando!

A la mierda.

Se dirigió a la parte posterior de la máquina y la desenchufó de la pared. La máquina se detuvo abruptamente, John tropezó y se fue hacia delante, pero en el último momento pudo agarrarse a la consola.

Con la respiración agitada y la boca abierta, se dobló, en busca de aire.

Blay acercó una butaca y se sentó, de manera que pudiera mirarlo a la cara.

—John, ¿qué demonios sucede?

El interpelado soltó la consola y se dejó caer de culo, pues las piernas ya no daban más de sí. Tomó aire con ansia varias veces, se pasó la mano por el pelo empapado.

—Háblame, John. Lo que digas quedará entre nosotros. Te lo juro por la vida de mi madre.

Pasó un buen rato antes de que John levantara la cabeza y, cuando lo hizo, sus ojos resplandecían.

Pero no por el ejercicio.

—Cuéntamelo y te juro que no saldrá de aquí —insistió Blay—. ¿Qué sucedió?

Por fin empezó a mover las manos. Aunque el joven mudo estaba muy alterado, Blay pudo leer las señas perfectamente.

—Él le hizo daño, Blay. Él… le hizo daño.

—Sí, bueno, ya lo sé. Oí que estaba muy mal cuando…

John cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza.

En medio del tenso silencio que siguió, Blay sintió que se le erizaba la piel de la nuca. ¡Mierda!

Había sido más grave de lo que pensaron inicialmente, ¿verdad?

—¿Fue muy grave? —musitó Blay.

—Muy grave —respondió John.

—Desgraciado. Desgraciado de mierda. Maldito hijo de puta de mierda.

Blay no era muy dado a decir groserías, pero algunas veces eso es lo único que te sale de la boca, y del alma. Xhex no era su hembra, pero, de acuerdo con sus principios, no se hace daño a las hembras. Por ninguna razón; y nunca, jamás, de esa manera.

Dios, la expresión de dolor de Xhex no sólo reflejaba preocupación por John. También tenía que ver con sus recuerdos. Con horribles recuerdos…

—John, lo siento muchísimo. De verdad.

Unas lágrimas rodaron por el rostro de John, que se tuvo que secar los ojos un par de veces antes de levantar la vista. En su rostro, la angustia se mezclaba con una furia sobrecogedora. Daba miedo verlo.

Con su historia, todo aquello tenía que resultarle doblemente insoportable. Estaba sometido a un sufrimiento infernal.

—Tengo que matarlo —dijo John por señas—. No podré seguir viviendo si no lo mato.

Blay asintió: le parecía un deseo más que justificado. Era un macho enamorado, del que habían abusado de pequeño, y cuya hembra había sido violada por un restrictor, antiguo vampiro. Un monstruo traidor a su especie.

La sentencia de muerte de Lash había quedado firmada.

Blay cerró el puño y ofreció a su amigo sus nudillos.

—Cualquier cosa que necesites, cualquier cosa que quieras, me la pides. Estoy contigo. Y no diré nada a nadie.

John esperó un momento y luego chocó su puño contra el de Blay.

—Sabía que podía contar contigo —dijo.

—Siempre —prometió Blay—. Siempre.