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Bueno, creo que hemos terminado.

John sintió un último latigazo sobre el hombro y luego la pistola se quedó en silencio. Se incorporó, abandonando al fin la posición en la que había pasado las últimas dos horas, estiró los brazos por encima de la cabeza y trató de acomodarse el torso, que se le había quedado entumecido.

—Deme un segundo y le limpio.

El humano roció unas toallas de papel con jabón antibacteriano. John volvió a apoyar el peso de su cuerpo sobre la columna y dejó que el cosquilleo que aún sentía reverberara por toda su piel.

En el pleno estado de placidez que eso produjo, cruzó por su memoria un viejo recuerdo, que no se le había presentado desde hacía muchos años. Era de los días en que vivía en el orfanato de Nuestra Señora, cuando todavía no sabía lo que era en realidad.

Uno de los benefactores de la iglesia era un millonario que poseía una casa enorme sobre el lago Saranac. Cada verano, los huérfanos eran invitados a visitar la casa por un día. Jugaban al fútbol en el jardín, montaban en un hermoso barquito de madera y comían ricos bocadillos y grandes cantidades de sandía.

John siempre acababa con insolación. Daba igual la cantidad de porquerías que le echaran encima. Su piel siempre se quemaba, de modo que finalmente decidieron relegarlo, dejándolo a la sombra del porche. Obligado a ver los toros desde la barrera, John observaba cómo jugaban los otros niños y niñas. Oía sus risas desde el jardín. Mientras a él le llevaban los bocadillos para que comiera solo, hacía el papel de espectador en lugar de formar parte de la fiesta.

Pensó que era curioso que ahora sintiera su piel como la sentía en aquellos tiempos, cuando se quemaba: tensa e irritable, en especial cuando el artista le puso un trapo húmedo encima y comenzó a trazar círculos sobre la tinta fresca.

Joder. John recordaba muy bien lo mucho que temía a la tortura anual en el lago. Deseaba tanto estar con los demás… aunque, en realidad, el sufrimiento tenía menos que ver con lo que estaban haciendo que con la necesidad de encajar dentro del grupo. Por Dios santo, aunque hubieran estado comiendo vidrio, de todas formas él habría querido incorporarse al grupo.

Esas seis horas en el porche, sin otra cosa para distraerse que una historieta de tebeo o, tal vez, la observación del nido caído de un pajarillo, que inspeccionaba y volvía a inspeccionar, parecían meses enteros. Demasiado tiempo para pensar y sufrir. John siempre había deseado que lo adoptaran, y en momentos de soledad como aquéllos ese deseo lo consumía. Incluso más que estar con los otros pequeños, él deseaba una familia, una madre y un padre de verdad, no sólo unos guardianes a los que les pagaban por educarlo.

Quería pertenecer a alguien. Quería que alguien le dijera: Eres mío.

Desde luego, ahora que conocía su verdadera naturaleza… ahora que vivía como un vampiro entre vampiros, entendía mucho mejor lo que significaba «pertenecer» a alguien. Claro, los humanos tenían su concepto de la unidad familiar, del matrimonio y toda esa mierda, pero sus verdaderos congéneres se parecían más a un grupo de animales. Los lazos de sangre y los apareamientos se vivían de forma mucho más visceral. Eran fundamentales.

Mientras pensaba en su triste infancia, John sentía un terrible dolor en el pecho, pero no porque deseara dar marcha atrás en el tiempo y decirle a aquel chiquillo que sus padres iban a ir a buscarle. No, le dolía porque era consciente de que lo que tanto deseaba casi lo había destruido. Su adopción finalmente se había hecho realidad, pero eso de «pertenecer» a alguien no había durado mucho. Wellsie y Tohr habían pasado fugazmente por su vida, le habían dicho lo que era y le habían mostrado brevemente lo que significaba tener un hogar… pero luego habían desaparecido.

Así que John podía decir categóricamente que era mucho peor haber tenido unos padres y haberlos perdido, que no haberlos tenido en absoluto.

Sí, desde luego, Tohr estaba de regreso en la mansión de la Hermandad, pero sólo sobre el papel. Para John seguía estando lejos: aunque ahora decía las cosas correctas, ya habían tenido lugar demasiados desapegos y era demasiado tarde para iniciar un aterrizaje.

John ya había dado por terminado todo ese asunto de Tohr.

—Aquí tiene un espejo. Mírese.

John asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y se dirigió a un espejo de cuerpo entero que había en un rincón. Mientras Blay regresaba de su largo descanso para fumar y Qhuinn salía de detrás de la cortina, John dio media vuelta y le echó un vistazo a lo que llevaba en la espalda.

Santo Dios. Era exactamente lo que deseaba. Y la caligrafía era perfecta.

John asintió mirándose al espejo con deleite y detenimiento. Joder, era una verdadera lástima que nadie, aparte de sus amigos, fuera a ver su tatuaje. Era sencillamente espectacular.

Y lo mejor era que, sucediera lo que sucediera luego, encontrara a Xhex viva o muerta, ella siempre estaría con él.

Las cuatro semanas transcurridas desde el secuestro habían sido las más largas de su vida. Y había tenido que afrontar días bastante largos en su corta vida.

No saber dónde estaba Xhex, ignorar lo que le había ocurrido, haberla perdido… John se sentía como si tuviera una herida mortal, aunque tenía la piel intacta y sus brazos y sus piernas estaban sanos y su pecho no había sido penetrado por bala o daga alguna.

Para su corazón, sólo para su corazón, ella era su compañera. Tenía que rescatarla, aunque con ello le proporcionase una vida en la que él no estaría incluido. Él sólo quería que su amada estuviera viva y a salvo.

John miró al artista, se llevó la mano al corazón e hizo una pronunciada reverencia. Al ponerse derecho, le tendió la mano al hombre de los tatuajes.

—De nada, hermano. Significa mucho para mí que le guste. Déjeme ponerle un poco de crema y una venda.

Mientras se estrechaban las manos, John dijo algo por señas y Blay tradujo:

—No es necesario. Él cicatriza muy rápido.

—Pero va a necesitar tiempo para… —El artista se inclinó y frunció el ceño al ver de nuevo el tatuaje. No era posible…

Antes de que el tipo comenzara a hacer preguntas, John retrocedió y arrancó su camisa de las manos de Blay. El hecho era que la tinta que había llevado provenía de la reserva de V, lo cual significaba que tenía entre sus componentes un poco de sal. Ese nombre y esos fabulosos arabescos los llevaba para siempre.

Su piel ya había sanado.

Era una de las ventajas de ser un vampiro casi puro.

—El tatuaje es genial —dijo Qhuinn—. Puro sexo.

Como si se hubiesen puesto de acuerdo, la mujer a la que Qhuinn acababa de follarse llegó desde el otro cuarto. La expresión de dolor de Blay fue imposible de ocultar. En especial cuando ella deslizó un papel en el bolsillo trasero de Qhuinn. Sin duda su número de teléfono. Pero en realidad ella no debía abrigar esperanzas. Después de que Qhuinn follaba con alguien, eso era todo, como si sus compañeros sexuales fueran una especie de comida que no se podía volver a probar y de la que nunca quedaban sobras. Con todo, a la chica parecían brillarle los ojos.

—Llámame —murmuró la satisfecha hembra con una confianza que sin duda se iría desvaneciendo con el paso de los días.

Qhuinn le dedicó una sonrisa.

—Cuídate.

Al oír esa palabra, Blay se relajó y sus grandes hombros parecieron aflojarse. En el idioma de Qhuinn, eso era sinónimo de nunca te voy a volver a llamar, ver o follar.

John sacó su cartera, que estaba llena de billetes, y en la que no había ninguna identificación, y sacó cuatrocientos dólares, que era el doble del precio del tatuaje. Cuando el artista comenzó a negar con la cabeza y a decir que eso era demasiado, John le hizo una seña a Qhuinn.

Los dos levantaron su mano derecha delante de los humanos y entraron en sus mentes para borrar los recuerdos de las últimas dos horas. Ni el artista ni la recepcionista tendrían un recuerdo concreto de lo que había ocurrido. A lo sumo, algo así como sueños vagos. Quizá sufrirían un ligero dolor de cabeza.

Los dos humanos quedaron en trance, y John, Blay y Qhuinn salieron por la puerta del salón y se internaron entre las sombras. Esperaron a que el artista recuperara el sentido y fuera hasta la puerta para cerrarla… y, luego, a trabajar.

—¿Vamos al Sal’s? —preguntó Qhuinn con una voz más ronca de lo normal debido a la satisfacción poscoital.

Blay encendió otro Dunhill y John asintió con la cabeza y dijo por señas:

—Nos están esperando.

Uno tras otro, sus amigos desaparecieron en medio de la noche. Pero antes de desmaterializarse, John se detuvo por un momento, pues en su interior comenzaron a sonar las alarmas.

Miró a izquierda y derecha y sus ojos de águila penetraron la oscuridad. La calle del Comercio tenía muchas luces de neón y había coches circulando porque apenas eran las dos de la mañana, pero John no estaba interesado en las partes iluminadas.

Lo que le interesaba eran los callejones oscuros.

Alguien los estaba observando.

John metió la mano dentro de su chaqueta de cuero y cerró la palma alrededor de la empuñadura de la daga. No tenía problemas para matar a los enemigos, en especial ahora que sabía muy bien quién tenía a su hembra… y esperaba que algo que oliera a carne descompuesta se acercase a él.

Pero no tuvo tanta suerte. En lugar de eso, su móvil sonó. Sin duda debían de ser Qhuinn o Blay, que se estaban preguntando dónde estaba.

John esperó un minuto más y luego decidió que la información que esperaba obtener de Trez e iAm era mucho más importante que acabar con cualquier asesino que estuviera escondido entre las sombras.

Con la sed de venganza fluyendo por sus venas, John se desmaterializó y volvió a tomar forma en el estacionamiento del restaurante Sal’s. No había coches alrededor y las luces que normalmente iluminaban el edificio de ladrillo estaban apagadas.

Las puertas dobles del garaje se abrieron enseguida y Qhuinn asomó la cabeza.

—¿Por qué has tardado tanto?

Paranoia, pensó John.

—Estaba revisando mis armas —dijo por señas mientras entraba.

—Podrías haberme dicho que esperara. O hacerlo aquí.

—Sí, mamá.

El interior del local estaba decorado al estilo de la Mafia, con papel de pared rojo y alfombras afelpadas que se extendían por todas partes. Todo lo que había en el club, desde las sillas hasta las mesas con mantel, los platos y los cubiertos, era reproducción exacta de lo que había allí en los sesenta y el ambiente era el de un casino: sofisticado, rico y elegante.

Cuando entraron, Sinatra estaba cantando Fly Me to the Moon.

Probablemente los altavoces del techo se negaban a reproducir cualquier otra cosa.

Los tres machos pasaron junto al mostrador de la entrada y siguieron hacia el bar, donde flotaba un penetrante aroma a tabaco, a pesar de las restricciones contra los cigarrillos que existían en Nueva York. Blay se metió detrás de la barra de teca para buscar una Coca-Cola y John dio una vuelta, con las manos en las caderas y los ojos clavados en el suelo de mármol, siguiendo el camino formado por los sofás de cuero que había distribuidos por el salón.

Qhuinn tomó asiento en uno de ellos.

—Nos dijeron que esperáramos y nos preparáramos una bebida. Vendrán en un minuto…

En ese momento, desde la habitación del fondo, a la que sólo entraban los empleados, llegó el eco de unos golpes secos y un gruñido cortó la melodía de Sinatra. Al tiempo que soltaba una maldición, John siguió el ejemplo de Qhuinn y se sentó frente a él. Si las Sombras estaban dándole su merecido a algún desgraciado, lo más probable es que tardaran más de un minuto.

Qhuinn estiró las piernas debajo de la mesa negra y reacomodó la espalda. Todavía estaba radiante, tenía las mejillas rojas por el ejercicio sexual y los labios hinchados por los besos. Por un momento, John sintió la tentación de preguntarle por qué insistía en follar con otra gente frente a Blay, pero decidió olvidarse de la pregunta mientras contemplaba la lágrima roja que tenía tatuada en la mejilla.

¿Qué otra cosa podía hacer el pobre para echar un polvo? Literalmente estaba pegado a John y lo único que hacían era salir a pelear… Además, Blay era miembro de su equipo.

Blay regresó con su refresco, se sentó junto a John y guardó silencio.

Curiosamente, nadie dijo nada.

Diez minutos después, la puerta marcada con el letrero «Sólo personal autorizado» se abrió y apareció Trez.

—Siento que hayáis tenido que esperar. —Agarró una toalla de detrás de la barra y se limpió la sangre de los nudillos—. iAm está dejando una basura en el callejón y ya viene.

John preguntó por señas:

—¿Sabemos algo?

Después de que Qhuinn tradujera, Trez levantó las cejas y sus ojos adoptaron una expresión calculadora.

—¿Sobre qué?

—Sobre Xhex —dijo Qhuinn.

Trez volvió a doblar la toalla que había quedado manchada de rojo, y dijo:

—Lo último que supe era que Rehv estaba viviendo en el complejo con vosotros.

—Así es.

La Sombra puso las manos sobre la teca y se inclinó hacia delante, mientras los músculos de sus hombros se perfilaban por debajo de la ropa.

—Entonces, ¿por qué me preguntáis a mí por la búsqueda y el rescate de Xhex?

—Vosotros la conocéis muy bien —dijo John por señas.

Después de la traducción, los ojos oscuros de Trez brillaron con una luz verde.

—Es cierto. Ella es como mi hermana, aunque no lleve mi sangre.

—Entonces, ¿cuál es el problema? —dijo John por señas.

Al ver que Qhuinn vacilaba, como si quisiera asegurarse de que John realmente necesitara preguntarle eso a una Sombra, John le hizo señas para que hablara.

Qhuinn sacudió la cabeza.

—Dice que lo entiende. Sólo quiere asegurarse de que se están cubriendo todos los ángulos.

—Así es, pero no creo que haya dicho eso. —Trez sonrió con frialdad—. Y mi problema es el siguiente. El hecho de que estéis aquí y hayáis venido a preguntar qué ha pasado sugiere que ni vosotros ni vuestro rey confiáis en que Rehv os diga cuál es la situación, o que no creéis que él esté arriesgándolo todo para encontrarla. Y ya sabéis… que esa mierda no me gusta.

iAm entró por la puerta y se limitó a hacer un ademán con la cabeza mientras se situaba junto a su hermano, lo cual era el mayor gesto de bienvenida que se podía esperar de él. No desperdiciaba palabras. Ni golpes, a juzgar por la cantidad de sangre que tenía en la camiseta. Además, tampoco pidió que le dijeran de qué se había hablado hasta el momento. Parecía completamente listo para actuar, lo cual significaba que había visto algo a través de la cámara de seguridad que había al fondo, o que estaba sintiendo la tensión que brotaba del poderoso cuerpo de su hermano.

—No hemos venido aquí a pelear ni a ofender a nadie —dijo John—. Sólo queremos encontrarla.

Hubo una pausa después de que Qhuinn tradujera. Y luego Trez hizo la pregunta del millón.

—¿Sabe vuestro rey que estáis aquí?

John negó con la cabeza y Trez entornó los ojos todavía más.

—¿Y qué es exactamente lo que esperáis obtener de nosotros?

—Cualquier cosa que sepáis o creáis saber acerca del paradero de Xhex. Y cualquier información sobre el tráfico de drogas aquí en Caldwell. —John esperó a que Qhuinn lo alcanzara con la traducción y luego continuó—: Suponiendo que Rehv tenga razón y Lash haya sido el que acabó con esos narcotraficantes en la ciudad, entonces es obvio que él y la Sociedad Restrictiva quieren llenar el vacío que crearon. —Otra pausa para esperar a Qhuinn—. Así que ¿adónde va la gente a comprar, aparte de los clubes en la calle del Comercio? ¿Hay una tienda en algún lugar? ¿Y quiénes son los grandes proveedores con los que trabajaba Rehv? Si Lash está tratando de traficar con droga, tiene que conseguir la mercancía en alguna parte. —Una última pausa para Qhuinn—. Hemos estado en los callejones, pero hasta ahora eso no nos ha llevado a ninguna parte. Sólo hemos encontrado a humanos negociando con humanos.

Trez aflojó las manos, pero se podía masticar la tensión reinante mientras su cabeza le daba vueltas a algo.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Claro —dijo John.

Trez miró a su alrededor y luego volvió a mirar a John a los ojos.

—En privado.