39

Esa es la antigua casa de Bella —dijo Xhex después de tomar forma en una pradera junto a John Matthew.

El macho enamorado asintió, por lo que ella miró con más interés aquel paisaje bucólico. La granja blanca de Bella, con su porche y sus chimeneas rojas, parecía una postal bajo la luz de la luna. Era una lástima que semejante lugar estuviese abandonado, custodiado sólo por las luces de seguridad exteriores.

Que la casita anexa tuviera un Ford F-150 estacionado en la entrada de gravilla y que a través de las ventanas se vieran luces encendidas, eran hechos que subrayaban la sensación de abandono.

—¿Bella fue la primera que te encontró?

John negó con la mano y señaló otra casita que estaba más adelante. Luego comenzó a decir algo por señas, pero al final se detuvo, consciente de que no le entendía. Su frustración por la barrera de la comunicación era evidente.

—¿Me hablas de alguien de esa casa? ¿Tú los conocías y ellos te pusieron en contacto con Bella?

John asintió. Del bolsillo de la chaqueta sacó lo que parecía un brazalete hecho a mano. Xhex lo tomó y vio que en la parte interior había grabados unos símbolos en Lengua Antigua.

—«Tehrror». —Cuando John se puso la mano en el pecho, Xhex le interpretó—: ¿Ése es tu nombre? Pero ¿cómo lo supiste?

John se tocó la cabeza y luego se encogió de hombros.

—Simplemente se te ocurrió. —Xhex observó con mayor atención la casita. Había una piscina en la parte trasera. Sintió que los recuerdos de John eran más vívidos en esa parte, pues cada vez que sus ojos pasaban por la terraza, su patrón emocional se encendía, como si fuera una luz de alarma.

Había llegado por primera vez allí para proteger a alguien. Bella no había sido la razón.

Mary, pensó Xhex. La shellan de Rhage, Mary. Pero ¿cómo se habían conocido John y ella?

Ahora estaba ante una especie de pared vacía. John no la estaba dejando entrar en esa parte de sus recuerdos.

—Bella entró en contacto con la Hermandad y Tohrment vino a por ti.

Al ver que John volvía a asentir, Xhex le devolvió el brazalete y, mientras el macho jugaba con él, ella se maravilló por la relatividad del tiempo. Sólo había pasado una hora desde que salieron de la mansión, pero era como si llevaran un año juntos.

Le había dado más de lo que ella esperaba… y ahora sabía con precisión por qué la había ayudado tanto cuando ella perdió el control en el improvisado quirófano.

John también había pasado por un infierno. El destino lo había vapuleado sin misericordia durante los primeros años de su vida.

La cuestión era, para empezar, por qué se había quedado perdido en el mundo de los humanos. ¿Dónde estaban sus padres? El rey había sido su whard cuando era un pretrans, eso era lo que decían sus papeles de identificación cuando ella lo vio por primera vez en ZeroSum. Xhex se imaginó que su madre habría muerto. La visita a la estación de autobuses lo confirmaba… pero había lagunas en aquella historia. Xhex tenía la impresión de que algunos de aquellos agujeros eran deliberados, mientras que otros sencillamente no sabía cómo llenarlos.

Xhex frunció el ceño al percibir que el padre de John todavía estaba muy presente en su vida, a pesar de que, al parecer, el joven no lo había conocido.

—¿Me vas a llevar a un último sitio? —preguntó Xhex en voz muy baja.

El macho echó un último vistazo al lugar y luego desapareció. Xhex lo siguió sin problemas, gracias a la mucha sangre de John que circulaba ahora por su organismo.

Cuando tomaron forma de nuevo frente a una imponente casa moderna, John se sintió tan abrumado por la tristeza que su estructura emocional comenzó a ceder de forma alarmante. Sin embargo, enseguida echó mano de su fuerza de voluntad y logró detener la desintegración antes de que ya no tuviera remedio.

Porque una vez que se derrumba el edificio emocional, ya no hay nada que hacer, quedas para siempre a merced de tus demonios internos.

Xhex, consciente de la tormenta espiritual de John, pensó en Murhder. Todavía podía recordar con exactitud cómo era el aspecto de la estructura emocional de Murhder el día que se enteró de su verdadera naturaleza. Las vigas de supuesto acero que debían sostener su salud mental quedaron reducidas a ruinas.

Xhex fue la única que no se sorprendió cuando él perdió la razón y desapareció.

John le hizo una seña con la cabeza, se dirigió a la puerta principal, introdujo una llave en la cerradura y abrió. Al sentir la ráfaga de aire que los recibió, Xhex percibió un fuerte olor a polvo y humedad, lo cual indicaba que era otra construcción abandonada. Pero no había nada ruinoso allí dentro, a diferencia del edificio de apartamentos en el que habían estado antes.

El macho enamorado encendió la luz del vestíbulo. Xhex casi se quedó sin aire. En la pared, a mano izquierda, había un pergamino en Lengua Antigua que proclamaba que aquélla era la casa del hermano Tohrment y su shellan Wellesandra.

Aquello explicaba por qué le dolía tanto a John ir allí. El hellren de Wellesandra no era el único que había salvado a aquel pretrans de llevar una vida miserable en las cloacas humanas.

Wellesandra también había sido importante para John. Muy importante.

Éste avanzó por el pasillo y encendió más luces, mientras en sus emociones se mezclaban un afecto agridulce y un dolor desgarrado. Cuando llegaron hasta la espectacular cocina de la casa, Xhex se acercó a la mesa que había en uno de los lados.

John se había sentado allí, percibió la hembra al poner las manos en el respaldo de uno de los asientos. La primera noche que pasó en esa casa, él se había sentado allí.

—Comida mexicana… —murmuró Xhex—. Tenías mucho miedo de ofenderlos. Pero luego… Wellesandra…

Como un sabueso tras un rastro fresco, Xhex fue siguiendo lo que percibía de los recuerdos de John.

—Wellesandra te sirvió arroz con jengibre. Y… pudín. Fue la primera vez que notaste la barriga llena sin que te doliera el estómago… estabas muy agradecido, pero no sabías cómo comportarte.

Miró a John, vio que se había puesto pálido y que sus ojos parecían demasiado brillantes y enseguida supo que se había transportado de nuevo al cuerpo de aquel jovencito escuálido que estaba sentado a la mesa, encogido sobre sí mismo… y se sentía abrumado ante el primer acto de amabilidad que alguien tenía con él en muchísimo tiempo.

Unos pasos en el corredor hicieron que Xhex levantara la cabeza. En ese momento se dio cuenta de que Qhuinn todavía estaba con ellos, y su pésimo humor era como una sombra tangible que proyectaba sobre todas las cosas mientras se paseaba por aquí y por allí.

Pero Qhuinn ya no tendría que acompañarlos más por ese día. Habían llegado al final del camino, al último capítulo en la historia de John.

Ella se había puesto al día en la historia de aquel maravilloso y desgraciado macho. Por desgracia, ahora lo apropiado sería regresar a la mansión… donde seguramente John la haría comer algo y trataría de alimentarla con sangre de nuevo.

Pero Xhex no quería regresar aún a la mansión. Había decidido tomarse esa noche libre. Eran sus últimas horas antes de emprender el camino de la venganza y perder con ello la tierna conexión que mantenía con John, ese profundo entendimiento que tenían ahora el uno del otro.

Porque ella no estaba dispuesta a engañarse: la triste realidad que los unía ahora como un poderoso lazo era, sin embargo, muy frágil. Xhex estaba segura de que se rompería cuando el presente regresara y se impusiera al pasado.

—Qhuinn, ¿querrías dejarnos solos, por favor?

Los ojos disparejos de Qhuinn se clavaron en John. Enseguida intercambiaron una serie de señas manuales.

—Me cago en… —espetó Qhuinn, antes de dar media vuelta y salir por la puerta frontal, echando pestes.

Cuando el eco del portazo se desvaneció, Xhex miró a John.

—¿Cuál era tu habitación?

Señaló un pasillo y se encaminó a él. Ella lo siguió y comenzaron a pasar a través de muchas habitaciones en las que se mezclaba lo moderno con el arte antiguo. La combinación hacía que la casa pareciera un museo habitado. La hembra exploró un poco, asomando la cabeza por las puertas abiertas de salones y habitaciones.

El cuarto de John estaba al otro lado de la casa. En cuanto entró, Xhex se hizo cargo del choque, digamos cultural, que debió de sufrir John al llegar allí. Había pasado de la miseria al esplendor, y todo por un simple cambio de domicilio: a diferencia del decrépito apartamento que habían visitado antes, éste era un refugio azul marino, con muebles estilizados, un baño de mármol y una alfombra tan gruesa y tupida como la piel de un oso polar.

Además, tenía unas puertas correderas de vidrio que daban a una terraza privada.

John fue hasta el armario y lo abrió. Por encima de su pesado brazo, Xhex vio una hilera de ropa diminuta que colgaba de perchas de madera.

Mientras John observaba todas aquellas camisas, chaquetas y pantalones, tenía los hombros tensos y apretaba con furia uno de los puños. Se sentía apesadumbrado por algo que había hecho o la forma en que había actuado; pero estaba claro que no tenía nada que ver con ella…

Era por Tohr. Tenía que ver con Tohr.

John se arrepentía del rumbo que habían tomado las cosas entre ellos últimamente.

—Habla con él —le dijo Xhex con voz suave—. Dile lo que sucede. Los dos os sentiréis mejor.

John asintió. La hembra percibió que su determinación se fortalecía.

Dios, Xhex nunca supo cómo había sucedido… pero el caso es que otra vez se había sorprendido a sí misma acercándose y abrazándolo por detrás, pasándole los brazos alrededor de la cintura. Xhex, además, se alegró íntimamente al sentir que las manos de John cubrían las suyas.

Aquel joven se comunicaba de muchas maneras diferentes. Y a veces una caricia expresaba mucho mejor lo que querías decir que las palabras mismas.

En medio del silencio, Xhex lo llevó hasta la cama y los dos se sentaron.

Ella lo miraba fijamente. Él le preguntó con un gesto interrogador qué sucedía.

—¿Estás seguro de que quieres que te lo diga? —Al ver que él asentía, Xhex lo miró a los ojos—. Sé que me has ocultado algo. Puedo sentirlo. Hay un vacío entre el orfanato y ese edificio de apartamentos.

Ni uno solo de los músculos faciales de John se movió. Ni siquiera un pequeño temblor. Tampoco hubo el más mínimo parpadeo. Pero aquella enorme capacidad de ocultar sus reacciones era irrelevante en este caso. Xhex sabía sobre él lo que sabía, y no podía ocultarlo.

—Está bien, no voy a preguntarte nada, no te voy a presionar.

Xhex recordaría mucho tiempo después de que se marchara el rubor que cubrió en ese momento las mejillas de John. La idea de que tarde o temprano se separarían fue lo que impulsó sus dedos hasta los labios del joven. Él se sobresaltó y ella lo calmó de inmediato.

—Quiero darte algo de mí —dijo Xhex con una voz profunda—. No se trata de devolverte lo que tú me has brindado. No es un frío intercambio de favores, no creas eso. Simplemente, quiero hacerlo.

Desde luego, habría sido genial poder llevarlo a los lugares donde ella había vivido y pasearlo por su vida, pero que John profundizara en el conocimiento de su pasado sólo iba a hacer que su misión suicida fuera más difícil. Más dura para él. Independientemente de lo que sintiera por John, ella iba a marcharse a la caza de su secuestrador.

Xhex no se engañaba sobre las posibilidades de sobrevivir a ese empeño.

Lash tenía recursos, muchos y muy temibles recursos.

Trucos malignos con los que hacía cosas perversas.

Evocó imágenes del maldito zombi, recuerdos horribles que la hicieron temblar, imágenes espantosas que sin embargo le sirvieron para empujarla hacia algo para lo que tal vez aún no estaba lista. Pero no se podía ir a la tumba con el infame estigma de que el último con quien había follado era Lash.

Menos aún, cuando tenía frente a ella al único macho que había amado en su vida.

—Quiero estar contigo —le dijo Xhex con voz alterada.

Los ojos sorprendidos de John estudiaron la cara de Xhex para asegurarse de que no había entendido mal. Enseguida, un relámpago ardiente fulminó todas sus emociones, destrozándolas y dejando en pie solamente el arrollador deseo sexual de un macho de sangre pura.

John hizo cuanto pudo por controlar su instinto y aferrarse a algún tipo de comportamiento racional. Pero todo eso sólo sirvió para que fuera ella la que diera por terminada la batalla entre razón y sensibilidad, al poner su boca contra la de John.

Dios, los labios del macho enamorado eran muy suaves.

A pesar de la explosión que Xhex percibía en la sangre de John, él mantuvo el control. Incluso cuando ella deslizó la lengua dentro de su boca. Y ese dominio de sí mismo facilitó las cosas a Xhex, mientras su mente, angustiada, oscilaba entre lo que estaba haciendo en ese momento… y lo que le habían hecho hacía apenas unos días.

La hembra deslizó las manos hasta el pecho de John y le acarició los poderosos músculos que recubrían el corazón. Lo empujó suavemente, tumbándolo en el colchón, disfrutó de su aroma, un olor que decía a gritos que deseaba aparearse con ella. La fragancia erótica de John, olor a especias, era completamente distinta del nauseabundo olor del restrictor en celo.

Gracias a ello, la hembra pudo distinguir muy bien entre el momento presente y lo ocurrido pocos días atrás.

El beso comenzó como una exploración, pero no se quedó en eso. John la envolvió entre sus brazos y la apretó contra él. Sus cuerpos entraron en contacto absoluto. Se acariciaban, jadeaban.

Lo hacían con gozosa lentitud.

Xhex se dejaba llevar, gozaba, hasta que la mano de John alcanzó sus senos.

Eso la descentró, la sacó de aquella habitación para transportarla lejos, muy lejos: de regreso al infierno.

Consciente de lo que le ocurría, luchó para volver en sí. Trataba de mantenerse en el presente, con John. Pero cuando de John rozó uno de sus pezones, sufrió otra conmoción. Xhex tuvo que hacer un esfuerzo para no temblar. A Lash le gustaba aprisionarla, inmovilizarla y posponer lo más posible lo inevitable. Disfrutaba arañándola, mancillándola con sus garras, porque si bien gozaba con los orgasmos, le gustaba todavía más aquel repulsivo preludio, que lo enloquecía.

El miembro erecto de John rozó la cadera femenina. Y algo pareció romperse en el interior de la hembra.

Xhex sintió que su dominio de sí misma llegaba al límite y se quebraba: fue como si el control del cuerpo se le escapara. Inevitablemente, desapareció la comunión con el vampiro enamorado. La magia del encuentro se había terminado.

Xhex se levantó de la cama de un salto. Notó el sobresalto y el horror posterior de John, pero estaba demasiado ocupada huyendo de su propio miedo para poder pararse a dar explicaciones. Luego comenzó a pasearse de un lado para otro, tratando desesperadamente de aferrarse a la realidad. Respiraba entrecortadamente, pero no a causa de la pasión, sino del pánico.

Menudo desastre.

Maldito Lash… una razón más para matarlo. Se lo debía a John. Tenía que destrozarlo para reparar el daño infligido a su John.

—Lo siento —gruñó Xhex—. No debí empezar… Lo siento de veras.

Un poco más calmada, se detuvo frente a la cómoda y se miró en el espejo que colgaba de la pared. John se había levantado y ahora estaba frente a las puertas correderas, con los brazos cruzados sobre el pecho y gesto grave, reconcentrado. Contemplaba la noche.

—John, no es por ti. Te lo juro.

El macho negó con la cabeza, sin mirarla.

Xhex se pasó las manos por la cara, con desesperación. El silencio y la tensión que inevitablemente había surgido entre ellos hicieron que aumentasen sus deseos de salir corriendo. No se sentía capaz de enfrentarse a aquella situación. La superaba. No podía pensar en lo que el restrictor le había hecho a ella, en lo que ella le acababa de hacer a John.

Xhex clavó los ojos en la puerta. Sus piernas se prepararon para partir. No era nuevo para ella. Llevaba toda la vida escapando de todo, sin dar explicaciones ni dejar rastro. Era una ventaja para su trabajo como asesina, pero para la vida normal…

—John…

El macho enamorado volvió la cabeza. Tenía una mirada ardiente, atormentada.

Xhex quería explicarle su comportamiento, decirle que se marchaba para no hacerle más daño. Pero enseguida pensó que debería inventar otra historia de mierda, cualquier excusa, y luego desmaterializarse y desaparecer de aquella habitación… y de la vida de John.

Pero sólo logró pronunciar su nombre. No le salían más palabras.

En ese momento John se giró para mirarla de frente. Le hizo señas de significado evidente.

—Lo siento. Vete, vete.

Pero Xhex no pudo moverse. Abrió la boca. No podía creer que estuviese a punto de decir lo que iba a decir. La revelación contradecía cuanto creía saber sobre sí misma.

Por Dios santo, ¿de verdad iba a hacerlo?

—John… yo… yo fui…

Xhex desvió la mirada hacia el espejo, donde vio su propia imagen. Las mejillas hundidas y el color macilento no sólo tenían su origen en la falta de sueño y la mala alimentación.

Con un súbito ataque de rabia, ella dijo:

—Lash no era impotente, ¿comprendes? No… era… impotente…

La temperatura de la habitación cayó abruptamente. Se congeló tan rápido y tanto, que su respiración comenzó a producir nubes de vapor.

Y lo que vio en el espejo la hizo dar media vuelta y retroceder: los ojos azules de John brillaban con una luz diabólica. El labio superior se contrajo para dejar al descubierto unos colmillos tan afilados y tan largos que parecían dagas.

Todos los objetos de la habitación comenzaron a vibrar: las lámparas de las mesitas de noche, la ropa en las perchas, el espejo de la pared. El temblor general fue creciendo hasta convertirse en un seísmo, un bramido. La hembra tuvo que apoyarse en el escritorio para no caerse.

El aire, sobrecargado, eléctrico, estaba a punto de explotar.

Estaban en peligro.

Y John era el centro de aquella inquietante concentración de energía.

En ese momento apretaba los puños con tanta fuerza que le temblaba todo el cuerpo.

El enfurecido macho abrió la boca, levantó la cabeza y dejó escapar un espeluznante grito de guerra.

El grito estalló con tanta violencia que ella tuvo que taparse instintivamente las orejas. Su onda expansiva le golpeó la cara.

Por un momento Xhex pensó que John había recuperado la voz, pero enseguida se dio cuenta de que lo que producía ese ruido no eran cuerdas vocales.

Las puertas de cristal habían estallado. Trozos de vidrio salieron de la casa para rebotar en el suelo de piedra, donde quedaron esparcidos, reflejando la luz como gotas de lluvia…

O como lágrimas.