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John tomó forma junto a un poste de luz que seguramente no se sentía muy orgulloso de su trabajo. La luz que salía de aquella lámpara bañaba la fachada de un edificio de apartamentos que se habría visto mucho mejor si hubiera estado en total oscuridad: los ladrillos y el cemento no eran rojos y blancos, sino de un tono marrón sucio. Los vidrios rotos de varias ventanas estaban chapuceramente remendados con cinta adhesiva y mantas viejas. Hasta los escalones que llevaban al vestíbulo estaban agujereados, como si alguien los hubiese destrozado a conciencia con un pico.

El lugar estaba exactamente igual que la última noche que él había pasado allí, excepto por una cosa: la amarillenta nota oficial de clausura que tenía clavada en la puerta.

Cuando Xhex salió de las sombras y se reunió con él, John hizo su mejor esfuerzo para reflejar la máxima tranquilidad, o al menos una alteración llevadera… pero sabía que no estaba teniendo mucho éxito. El recorrido por su miserable vida estaba resultando más duro de lo que había pensado. En realidad era como montar en una montaña rusa. Una vez que te subes al carrito, no hay botón para parar la catarata de vértigo que se desencadena.

Quién iba a pensar que la historia de su vida estaba contraindicada para mujeres embarazadas, personas epilépticas y gente sensible en general.

No, no había manera de detenerse. Además, a Xhex tampoco le gustaría que no terminaran. Ella parecía notar todo cuanto él estaba sintiendo y eso incluiría la sensación de fracaso que experimentaría si abandonaba la misión antes de tiempo.

—¿Ya has terminado aquí? —susurró la hembra.

John asintió, siguió hasta la esquina y luego dobló por el callejón. Al llegar frente a la salida de emergencia se preguntó si la cerradura todavía estaría dañada…

La puerta cedió con un ligero empujón. Por supuesto, entraron.

La alfombra del corredor parecía más bien el suelo de tierra de una cabaña campestre. Estaba llena de manchas que habían penetrado en las fibras y se habían quedado allí para siempre. Había botellas de licor vacías, envoltorios de dulces y colillas de cigarrillos por todas partes, y olía a diablos.

Joder, ni una cisterna de ambientador podría con aquel hedor.

Cuando Qhuinn entró por la puerta de emergencia, John dobló a la izquierda, hacia la escalera, y comenzó un ascenso que le dio ganas de gritar. A medida que ascendía, las ratas salían corriendo de sus escondrijos y el mal olor se volvía más espeso, más intenso, como si la mierda que lo originaba fuera fermentando con la altura.

Llegaron al segundo piso. John tomó la delantera por el corredor y se detuvo frente a una mancha en la pared. Por Dios: todavía estaba ahí aquella mancha de vino. Aunque, ¿por qué le sorprendía? ¿Acaso esperaba que un equipo de expertos limpiadores se hubiera presentado allí en su ausencia para dejarlo todo reluciente?

El macho enamorado siguió hasta la puerta siguiente y entró en lo que una vez había sido su lugar de residencia…

Sintió una gran congoja. Todo estaba tal cual lo había dejado.

Nadie había vivido allí desde entonces. Se dijo que era lógico. La gente había empezado a marcharse de allí desde los tiempos en que él era uno de los inquilinos del edificio… Bueno, se marchaban los que podían permitirse un sitio mejor. Los que se quedaron fueron los yonquis. Y los apartamentos desocupados fueron invadidos por gente sin hogar, que se había metido, como las cucarachas, por las ventanas rotas y las puertas sin cerradura del primer piso. El punto final del éxodo lo debió marcar el anuncio de clausura, el papel que declaraba muerto oficialmente el edificio. Para entonces, el cáncer de la miseria lo había consumido todo excepto el ruinoso caparazón del inmueble.

Al ver una revista de culturismo sobre la cama situada al lado de la ventana, la realidad del lugar lo envolvió y lo transportó al pasado, aunque sus botas seguían plantadas en el aquí y el ahora.

Cuando abrió la puerta de la mugrienta y oxidada nevera encontró… ¡latas de yogur de vainilla! Sí, allí seguían porque ni los mendigos más miserables eran capaces de tomarse semejante mierda.

Xhex dio una vuelta y luego se detuvo junto a la ventana desde la que él había mirado tantas veces, tantas noches.

—Querías estar en un lugar distinto al que estabas.

John asintió con la cabeza.

—¿Cuántos años tenías cuando te encontraron? —Al ver que John le mostraba dos dedos dos veces, y luego exhibía dos dedos más, Xhex abrió los ojos—: ¿Veintidós? Y no tenías ni idea de que eras…

John negó con la cabeza y se agachó a recoger la revista. Mientras la hojeaba, se dio cuenta de que finalmente se había convertido en lo que siempre había querido ser: un tío grande y fuerte, un desgraciado, un malo. ¿Quién lo habría pensado? Cuando era un pretrans resultaba tan insignificante, tan a merced de tantas circunstancias…

John dejó la revista a un lado para ahuyentar ese pensamiento rápidamente. Estaba dispuesto a mostrarle a la hembra casi todo, menos eso. Nunca le enseñaría esa parte de su mierda de vida.

No visitarían el primer edificio en el que había vivido solo y ella nunca iba a saber por qué se había cambiado desde allí hasta el lugar en que ahora estaban.

—¿Quién te trajo a nuestro mundo?

Tohrment, dijo con palabras mudas, dibujadas con los labios.

—¿Cuántos años tenías cuando saliste del orfanato?

John le dijo por señas que dieciséis.

—¿Y te viniste aquí directamente desde el orfanato?

John asintió y se dirigió al armario que había sobre el lavabo. Abrió una de las puertas y vio lo único que esperaba haber dejado atrás. Su nombre. Y la fecha.

Se hizo a un lado para que Xhex pudiera ver lo que había escrito. John recordaba el momento en que lo escribió. Todo fue muy rápido. Tohr estaba esperándolo en la acera y él había entrado para sacar su bicicleta. Había garabateado esos datos a modo de testamento para… John no sabía para qué.

—No tenías a nadie —murmuró Xhex, mirando el armario—. Yo era igual. Mi madre murió al darme a luz y fui criada por una familia muy agradable, con la que no tenía nada en común. Me fui muy joven y nunca regresé, porque yo no pertenecía a ese lugar y algo me decía que era mejor para ellos que me marchara. No tenía ni idea de que era medio symphath y de que no había nada en el mundo reservado para mí. Pero tenía que marcharme, eso sí lo sabía. Por fortuna conocí a Rehvenge y él me mostró mi naturaleza.

Xhex miró al suelo, con cierta pesadumbre.

—Joder, qué cosas. Son esas coincidencias que se dan en la vida, como un milagro, ¿no? Si Tohr no te hubiese encontrado, tú…

Habría llegado a la transición y se hubiese muerto debido a que no contaba con la sangre que necesitaba para sobrevivir.

Pero John no quería pensar en eso, ni en que Xhex hubiese tenido una época de soledad como la que él había vivido.

—Vamos —dijo John—. Vamos a la siguiente parada.

‡ ‡ ‡

Entre campos de maíz, Lash avanzaba en su coche por el camino de tierra que llevaba hasta la granja. Llevaba el psíquico encima, así que el Omega y su nuevo amiguito no podían localizarlo. También se había puesto una gorra de béisbol, una gabardina con el cuello subido y un par de guantes.

Se sentía como el hombre invisible.

Bueno, la verdad era que deseaba ser invisible. Porque odiaba su nueva imagen. Tras esperar un par de horas a ver qué más se le iba a caer en aquel proceso de descenso al mundo de los muertos vivientes, vio que al parecer había dejado de pudrirse, lo cual no fue para él de gran consuelo, desde luego. Pero fue un pequeño alivio.

Sólo la carne, una parte de su anatomía, se había descompuesto: los músculos todavía colgaban de los huesos.

Cuando se encontraba a medio kilómetro de su destino, aparcó el Mercedes en un bosque de pinos y se bajó. Como estaba usando todos sus recursos para mantener la protección del escudo, no le quedaba energía para desmaterializarse.

Así que le esperaba una caminata hasta la maldita casa. Quinientos metros eran muchos en las condiciones de debilidad de Lash, que tenía que hacer grandes esfuerzos sólo para moverse.

Pero cuando llegó a la casa de madera, notó que le llegaba una oleada de energía. Había tres coches bastante miserables frente a la entrada, y los reconoció. Los tres eran propiedad de la Sociedad Restrictiva.

Por tanto, la casa estaba llena de gente. Había cerca de veinte tíos en el interior, estaban en una gran fiesta. A través de las ventanas Lash alcanzaba a ver los barriles de cerveza y las botellas de licor. Por todas partes había sinvergüenzas que encendían porros y se inyectaban quién sabe qué porquerías.

¿Dónde estaba aquella pequeña sabandija?

Ah… llegaba justo a tiempo. Un cuarto coche aparcó ante la casa. No era como los otros tres. La pintura de coche de carreras probablemente era tan cara como el potente motor que guardaba en el capó. Las luces de neón le daban aspecto de nave espacial. El chico se bajó del asiento del conductor y he aquí que él también estaba muy arreglado: se había comprado unos vaqueros de marca y una chaqueta de cuero de Affliction. Además, encendía sus cigarrillos con lo que a distancia parecía un mechero de oro.

Esto sí que era un reto.

Si el chico entraba y se limitaba a participar en la fiesta, Lash se habría equivocado acerca de sus capacidades… y resultaría que el Omega sólo había conseguido a alguien con quien follar. Pero si Lash no se había equivocado, la fiesta iba a ponerse interesante.

Lash se cerró las solapas sobre la carne viva en que se había convertido ahora su cuello y trató de hacer caso omiso de lo estúpido que era. Él ya había estado en la situación privilegiada en la que se encontraba ahora ese chico. Se había regodeado en su estatus de tipo muy especial, y cuando eso pasó pensaba que iba a durar para siempre. Pero, si el Omega no dudaba en darle la patada al producto de su propia sangre, estaba claro que este exhumano de mierda no iba a durar mucho.

En ese momento, uno de los borrachos que estaban en el interior de la casa miró por la ventana, más o menos en dirección a Lash. Pensó que se estaba arriesgando mucho al acercarse tanto, pero la verdad era que no le importaba. No tenía nada que perder y en realidad no le hacía ilusión pasar el resto de sus días como un desagradable trozo de carne animado.

Ser feo, débil y pegajoso no era muy atractivo.

El viento helado le hacía temblar. Los dientes de esqueleto viviente le castañeteaban. Pensó en Xhex y se calentó un poco con su recuerdo. Le parecía mentira que sus días con ella hubieran tenido lugar hacía tan poco tiempo. Le parecía que habían pasado siglos desde entonces. Por Dios santo, esa primera lesión que se había visto en la muñeca había sido el principio del fin, pero, claro, no lo sabía en ese momento.

Sólo un arañazo.

Sí, claro, una heridita de nada.

Alzó la mano para arreglarse el pelo, palpó la gorra y recordó que ya no tenía nada que arreglarse. Lo único que le quedaba era un cráneo pelado, al que quizá tendría que sacar brillo.

Si tuviera más energía, habría comenzado a despotricar sobre la injusticia y la crueldad de su miserable destino. Su vida no tenía que haber sido así. No tenía que ver la fiesta desde fuera. Tenía que ser el centro, el más importante, el más especial, el único.

De pronto pensó en John Matthew. Cuando ese desgraciado había entrado al programa de entrenamiento de la Hermandad, era un pretrans, una auténtica insignificancia. Sólo tenía un nombre de la Hermandad y una cicatriz en forma de estrella en el pecho. Había sido el blanco perfecto de sus ataques, se había dedicado a mortificarlo sin tregua.

Joder, en esa época no tenía ni idea de lo que era ser el raro de la clase. Ignoraba hasta qué punto eso te hacía sentirte como un gusano, no tenía ni idea de que, en esas circunstancias, miras a la gente que sí tiene éxito y darías cualquier cosa por estar con ellos.

En fin, mejor no haber sabido lo que era eso. O tal vez lo habría pensado un poco antes de joderle la vida a aquel maldito John Matthew.

Pero en ese momento, mientras permanecía recostado contra la fría corteza de un roble, observando a través de las ventanas de la granja cómo vivía su vida otro chico dorado, Lash sintió que sus planes cambiaban.

Aunque fuera lo último que hiciera, iba a acabar con aquella pequeña sabandija.

Eso era incluso más importante que la captura de Xhex.

Que aquel tipo se hubiese atrevido a amenazarle de muerte no era el motivo principal de su decisión. Lo fundamental era mandarle un mensaje a su padre. Después de todo, Lash no era más que una manzana podrida que no había caído muy lejos del árbol. Y la venganza era dulce.