36

La terminal de autobuses de Caldwell estaba en el centro, al lado del complejo industrial que se extendía por la zona sur de la ciudad. La vieja construcción de techo plano estaba rodeada por una reja, como si los autobuses pudieran huir en cualquier momento, y la entrada tenía un espacio abierto en el centro.

Cuando John tomó forma en la parte trasera de un autobús que estaba estacionado junto al andén, esperó a Xhex y a Qhuinn. La siguiente en llegar fue Xhex y, joder, lo cierto era que ya tenía mucho mejor aspecto: al parecer, la segunda incursión alimenticia fue un éxito y ya había recuperado el color de las mejillas. Todavía llevaba puestos los pantalones de cirugía que la doctora Jane le había dado, pero arriba llevaba uno de los buzos de capucha negra de John y una de sus chaquetas de entretiempo.

A John le gustaba la pinta que tenía con aquella extraña indumentaria. Le encantaba pensar que llevaba puesta su ropa. Le encantaba que le quedara tan grande.

Le encantaba que Xhex, vestida así, pareciera una niña.

No es que ya no le gustaran los pantalones de cuero y las camisetas sin mangas que solía ponerse, y aquella cara de «te-arranco-las-pelotas-si-no-te-comportas-como-es-debido» que ponía a todas horas. Eso también lo excitaba mucho. Sólo que, por alguna misteriosa razón, la apariencia que tenía Xhex en ese momento le parecía más íntima, más tierna.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Xhex y miró a su alrededor. No parecía decepcionada ni molesta, gracias a Dios. Debía de ser pura curiosidad.

Qhuinn tomó forma a unos diez metros de ellos y enseguida cruzó los brazos sobre el pecho, como si tuviera que hacer un esfuerzo para no pegar a nadie. Evidentemente, estaba de pésimo humor. Absolutamente iracundo. No había pronunciado ni dos palabras en el vestíbulo mientras John le contaba los lugares a los que irían.

John no estaba seguro de la causa de ese estado de ánimo, hasta que Blay pasó junto al grupo, elegantísimo con un traje gris a rayas. Blay sólo se había detenido un segundo para despedirse de John y Xhex. Ni siquiera había mirado de reojo a Qhuinn antes de atravesar el vestíbulo y perderse en la noche.

También iba muy perfumado.

Era evidente que debía de tener una cita. Pero ¿con quién?

En ese momento rugió un autobús que salía del estacionamiento y el humo amenazó con provocarle un estornudo a John.

—Vamos —le dijo a Xhex con una seña y se cambió la mochila de un hombro a otro.

Los dos atravesaron el pavimento húmedo, en dirección a las luces fluorescentes de la terminal. Aunque hacía frío, John llevaba la chaqueta de cuero abierta, para tener libre acceso a sus dagas o su pistola. Y Xhex también iba armada.

Podía haber restrictores en cualquier parte. Además, a veces los humanos también podían ser unos idiotas.

John le abrió la puerta y sintió alivio al ver que, aparte del hombre que vendía los billetes, que estaba en una caseta blindada, sólo había un viejo durmiendo en uno de los bancos de plástico. Más allá, una mujer con una maleta. Y nadie más.

Xhex habló en voz baja:

—Este lugar te debe de causar mucha tristeza.

Seguramente tenía razón. Pero no por lo que él había vivido allí, sino por lo que debió de sentir su madre, sola y dolorida, mientras daba a luz.

El joven enamorado silbó con fuerza. Levantó la mano cuando los tres humanos lo miraron. Luego entró en la conciencia de cada uno de ellos, los puso en un ligero trance y se dirigió a la puerta metálica que tenía un cartel que decía: «Mujeres».

Empujó la puerta, entró en el baño y escuchó con atención. No se oía nada. El sitio estaba vacío.

Xhex pasó junto a él y sus ojos inspeccionaron las paredes de cemento, los lavabos metálicos y los tres cubículos. Olía a cloro y a piedra húmeda. Los espejos no eran de cristal, sino de metal pulido. Todo estaba atornillado al suelo o a la pared, desde los dispensadores del jabón hasta el cartel de «Prohibido fumar» y la papelera.

Xhex se detuvo frente al cubículo para discapacitados. Al abrir la puerta con el codo, retrocedió. Parecía confundida.

—Aquí… —Señaló el suelo, hacia el rincón—. Aquí fue donde… aterrizaste.

Cuando se volvió para mirar a John, él se encogió de hombros. No sabía exactamente en qué cubículo había sido, pero era lógico suponer que, si vas a tener un bebé, quieras estar en el cubículo más espacioso.

Xhex se quedó mirándolo de forma penetrante, como si estuviera viendo a través de él. John se volvió rápidamente para comprobar que no había nadie detrás de ellos. No. Sólo estaban él y ella, en el baño de mujeres.

—¿Qué pasa? —preguntó John cuando ella dejó que se cerrara la puerta.

—¿Quién te encontró?

El macho hizo como que barría el suelo.

—Algún empleado de la limpieza —dedujo la hembra.

John asintió con la cabeza y enseguida sintió vergüenza por haber nacido allí, de tan mala manera. Se avergonzaba de su historia.

—No pienses eso que estás pensando —dijo Xhex, acercándose—. Créeme, yo no soy quién para juzgarte. Mis circunstancias no son mucho mejores. Demonios, sin duda son peores.

Al ser medio symphath, medio vampiresa, John se podía imaginar que sus orígenes eran extraños. Por lo general, las razas no solían mezclarse voluntariamente ni en circunstancias felices.

—¿Y adónde fuiste después?

John abrió la puerta para salir del baño y miró a su alrededor. Qhuinn estaba en una esquina, observando las puertas de la terminal con ansia, como si estuviera deseando la aparición de alguien que oliera a talco para bebés. Cuando levantó la mirada, John le hizo una seña con la cabeza; luego sacó del trance a los humanos, les borró el recuerdo de esos últimos minutos. Hecho esto, los tres se desmaterializaron al tiempo.

Cuando volvieron a tomar forma, estaban en el patio trasero del orfanato de Nuestra Señora, al lado del tobogán y el recinto de arena. Un frío viento de marzo corría por los terrenos de aquel refugio que había construido la Iglesia para los niños sin padres. Las cadenas de los columpios chirriaban cuando las sacudía la brisa. Arriba, en el segundo piso, las ventanas del dormitorio estaban a oscuras. También las de la cafetería y la capilla.

—¿Te recogieron unos humanos? —Xhex suspiró, mientras Qhuinn iba a sentarse en uno de los columpios—. ¿Fuiste criado por humanos? ¡Dios!

John caminó hacia el edificio, pensando que aquella excursión tal vez no había sido tan buena idea. Xhex parecía aterrada.

—Tú y yo tenemos más cosas en común de las que pensaba.

John se detuvo en seco y ella pareció leer su pensamiento, captar sus emociones.

—Yo también fui criada por gente que no se parecía a mí. Aunque, considerando la otra mitad de mi naturaleza, eso tal vez fue una bendición.

Xhex se acercó y miró fijamente a John.

—Fuiste más valiente de lo que crees. —Señaló el orfanato con la cabeza—. Cuando estabas aquí, fuiste más valiente de lo que crees.

John no estaba de acuerdo, pero tampoco iba a destruir la fe que su amada tenía en él. Al cabo de un momento, tendió la mano hacia Xhex y se dirigieron juntos a la puerta trasera. Entraron.

Todavía usaban el mismo limpiador. Era el viejo olor a limón.

Y la distribución del lugar tampoco había cambiado. Lo cual significaba que la oficina del director debía de estar todavía al fondo del pasillo, en la parte frontal del edificio.

Marchando por delante de Xhex, John se dirigió a aquella vieja puerta de madera, se quitó la mochila de la espalda y la dejó colgada en el picaporte.

—¿Qué llevas ahí, por cierto?

John levantó la mano y se explicó por señas que ella interpretó correctamente.

—Dinero. El que encontraste cuando atacasteis la mansión del asesino.

John asintió.

—Buen lugar para dejarlo.

John dio media vuelta y se quedó mirando el pasillo sobre el que se encontraba el dormitorio. Mientras le cruzaban por la mente miles de recuerdos, sus pies se pusieron en movimiento incluso antes de que pensara que le gustaría ver el lugar donde alguna vez había reclinado la cabeza. Era tan extraño estar de nuevo allí, recordar la soledad y el miedo, la sensación de ser completamente distinto, en especial cuando se encontraba con otros chicos de su misma edad.

Estar cerca de chicos que deberían ser iguales a él era lo que más había ansiado en toda su vida.

‡ ‡ ‡

Xhex seguía a John por el pasillo, a cierta distancia.

El macho caminaba en silencio, sin hacer ruido, y ella siguió su ejemplo. Casi parecían dos fantasmas en aquel corredor oscuro.

Mientras avanzaban, Xhex notó que aunque la construcción era antigua, todo estaba como nuevo, impecable: el suelo de linóleo, las paredes color beis, y hasta las ventanas protegidas con alambre de púas. No había ni una brizna de polvo, ni telarañas, ni grietas en el recubrimiento de yeso.

Y eso la llenó de esperanza en que las monjas y los administradores cuidaran a los chicos con la misma atención que cuidaban las dependencias.

Llegaron a una puerta doble. Xhex notó que los sueños de los chicos que dormían al otro lado, las oleadas de emoción que surgían de ellos, llegaban a sus sensibles receptores symphath.

John asomó la cabeza. Mientras observaba a aquellos que se encontraban ahora donde él había estado, Xhex, tras él, fruncía el ceño.

Percibía que el patrón emocional de John tenía una sombra. Era como una estructura paralela, separada, que ella había creído captar en alguna otra ocasión, pero que ahora le parecía evidente.

Xhex nunca había notado algo parecido en nadie. No lo podía explicar… y tampoco creía que John fuera consciente de lo que sucedía. Sin embargo, ese viaje a su pasado estaba haciendo más visible la grieta, la escisión de su subconsciente.

Y también otras cosas.

John había pasado por lo mismo que ella, había crecido perdido y solo, al cuidado de gente para la que atenderlo era un trabajo y no una consecuencia del amor.

Por una parte, pensó que debería decirle a John que no siguiera con la visita nostálgica, pues podía sentir lo mucho que le estaba costando, y todo lo que le faltaba aún por sufrir. Pero, al mismo tiempo, Xhex se sentía cautivada por lo que le estaba mostrando.

Y no sólo porque su naturaleza symphath se alimentara de las emociones de los demás.

No, Xhex quería saber más sobre aquel macho en particular. Lo quería intensamente.

John estudiaba a los chiquillos dormidos y se sentía transportado a su pasado. Ella, mientras tanto, se concentró en la observación de aquel perfil de rasgos duros, ahora resaltado por la luz de seguridad que había sobre la puerta.

Puso su mano sobre el hombro de John, que se sobresaltó.

Xhex quería decir algo inteligente y amable, buscaba palabras que tocaran la misma fibra que él le había tocado a ella con aquel viaje al ayer. Pero las revelaciones de John iban mucho más allá de lo que se podía expresar con palabras. En un mundo lleno de codicia y crueldad, él le estaba rompiendo el corazón con lo que le estaba dando, con aquel regalo, aquella hondísima narración sin palabras.

John se había sentido muy solo allí, y los ecos del antiguo dolor lo estaban matando. Y sin embargo iba a seguir adelante porque le había prometido a Xhex que lo haría.

Los hermosos ojos azules de John se clavaron en los de su amada y, cuando ladeó la cabeza en señal de interrogación, ella se dio cuenta de que las palabras no servían para nada en momentos como ése.

Así que se acercó a John y le pasó un brazo por la parte baja de la espalda. Y con la otra mano le agarró la nuca y lo atrajo hacia ella.

John vaciló, pero enseguida se dejó llevar, al tiempo que ponía sus brazos alrededor de la cintura de Xhex y hundía la cara en su cuello.

Xhex lo abrazó para transmitirle su energía y ofrecerle su protección. Mientras permanecían así, uno contra el otro, Xhex miró por encima de los hombros de John, hacia el dormitorio, hacia las cabecitas que reposaban en aquellas almohadas.

En medio del silencio sintió que el pasado y el presente se mezclaban; pero eso era un espejismo. No había manera de consolar al chiquillo que John era en aquella época.

Xhex estaba ahora frente al adulto en que se había convertido.

Lo tenía entre sus brazos, y por un momento se imaginó que nunca, jamás, lo dejaría ir.