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Lash se despertó en la misma posición en que se había quedado dormido: sentado en el suelo en el baño de aquella casa tipo rancho, con los brazos cruzados sobre las rodillas y la cabeza agachada.
Al abrir los ojos se dio cuenta de que estaba excitado.
Había soñado con Xhex, y las imágenes habían sido tan claras, las sensaciones tan vívidas, que se sorprendió al ver que no había eyaculado durmiendo. Estaban de nuevo en aquella habitación juntos, peleando, mordiéndose y luego él la violaba, después de obligarla a tumbarse, a recibirle pese al evidente asco que le daban aquellas penetraciones forzosas.
¡Estaba tan enamorado de la maldita vampira!
Oyó un ruido. Era como si alguien estuviera haciendo gárgaras. Alzó la cabeza. La chica de plástico estaba recuperando la conciencia y comenzaba a retorcerse las manos y a abrir y cerrar los párpados como si fueran un par de persianas dañadas.
Cuando sus ojos se fijaron en aquel pelo aplastado y aquella blusa llena de sangre, Lash sintió un pinchazo en las sienes, como si tuviera una desagradable resaca. La maldita perra le daba asco, allí tirada, en medio de su propia porquería.
Evidentemente, había vomitado. Lash se dijo que era bueno haber estado dormido mientras lo hacía, ahorrándose ese repulsivo espectáculo.
Lash se retiró el pelo de los ojos y sintió que sus colmillos se alargaban. Pensó que, pese a todo, era hora de usar a aquella hembra.
Joder, le resultaba tan atractiva como un trozo de carne descompuesta.
Agua. Eso era lo que requería aquella pesadilla. Agua y…
Cuando Lash se inclinó para abrir el grifo, la mujer lo miró.
El grito que salió de su boca ensangrentada resonó contra las paredes embaldosadas. Lash temió quedarse sordo.
Malditos colmillos, la mujer debió de asustarse al verlos. Pensó morderla para que se quedase callada. Pero le resultaba imposible morderla antes de que la asquerosa perra se diera un baño.
De pronto se dio cuenta de que la mujer no estaba mirándole la boca. Aquellos ojos desorbitados estaban clavados en su frente.
Al sentir que el pelo se le venía encima una vez más, se lo echó para atrás y sintió que se quedaba con algo en la mano.
Lash bajó la mano muy despacio.
No, no había tocado su cabello rubio.
Era un trozo de piel.
Lash se volvió hacia el espejo y gritó, o mejor dicho, se oyó gritar. Su imagen en el espejo se había vuelto incomprensible y la piel que se le acababa de caer había dejado al descubierto una capa negra y rezumante que recubría su cráneo blanco. Lash tocó con el dedo el borde del trozo de piel que aún permanecía en su sitio y notó que estaba suelto; cada centímetro de su cara no era más que una especie de sábana medio despegada que recubría el hueso.
—¡No! —gritó, tratando de volver a poner la piel en su sitio.
Las manos. Dios, no era posible: le ocurría lo mismo en las manos. De ellas pendían colgajos de piel. Se arrancó las mangas de la camisa y de inmediato deseó haberlo hecho con más delicadeza, pues su dermis quedó pegada a la fina seda de la camisa.
¿Qué le estaba ocurriendo?
Lash vio en el espejo cómo la puta pasaba corriendo a toda velocidad detrás de él, huyendo como loca.
Así que reunió todas las fuerzas que le quedaban y salió a perseguirla, pero sintió que su cuerpo ya no se movía con la potencia y la elegancia a las que estaba acostumbrado. Corriendo tras su presa, notaba la fricción de la ropa contra el cuerpo; y se aterrorizó al pensar en lo que podría estarle ocurriendo.
Agarró a la prostituta justo cuando ésta había alcanzado la puerta trasera y comenzaba a abrir la cerradura. La empujó, la agarró del pelo, le echó la cabeza hacia atrás y la mordió con todas sus fuerzas, chupando de inmediato aquella sangre negra.
Cuando terminó y sintió que se había tomado hasta la última gota, soltó a la mujer, que cayó sobre la alfombra.
Luego regresó al baño tambaleándose como un borracho y encendió las luces que rodeaban el espejo.
A medida que se quitaba la ropa, Lash iba descubriendo el horror que ya se podía apreciar en su cara: sus huesos y sus músculos estaban al descubierto, y brillaban con una capa negra y aceitosa bajo la luz de las bombillas.
Se había convertido en un cadáver. Un cadáver que se mantenía erguido, caminaba y respiraba, cuyos ojos se movían en las órbitas sin la protección de párpados ni pestañas, y en cuya boca no había nada más que colmillos y dientes.
El último trozo de piel que le quedaba era el que estaba unido a su precioso cabello rubio, pero también se deslizaba por la parte posterior de la cabeza, como una peluca que se hubiese quedado sin pegamento.
Lash se arrancó el último trozo y, con sus manos esqueléticas, acarició aquello que tanto orgullo le proporcionara. Desde luego, el paso de la mano dejó un rastro negro entre aquellos rizos, ensuciándolos…
Lash dejó caer su cuero cabelludo y se miró fijamente en el espejo.
A través del enrejado de las costillas alcanzaba a ver su propio corazón palpitando. En medio del pánico se preguntó qué más podía pasarle y cómo quedaría cuando la espantosa transformación llegara a su fin.
—¡Dios! —Su voz ya no parecía la de siempre, sino un eco extraño que distorsionaba las palabras de una forma aterradoramente conocida.
‡ ‡ ‡
Blay se encontraba frente a la puerta abierta del armario y observaba con ojo crítico toda su ropa. Era absurdo, pero sentía deseos de llamar a su madre para pedirle consejo.
Eso era lo que siempre hacía cuando tenía que ponerse elegante.
Pero ahora era un encuentro que Blay quería posponer todo lo posible. Su madre daría por hecho que se trataba de una cita con una hembra y se entusiasmaría, y él se vería obligado a mentirle o a salir del armario.
Sus padres nunca se habían metido en sus asuntos… Pero él era su único hijo y el hecho de que no estuviera interesado en las hembras no sólo significaba que no tendrían nietos, sino que además serían repudiados por la aristocracia. Como era de esperar, la glymera aceptaba la homosexualidad, pero siempre y cuando estuvieras unido a una hembra, y nunca jamás hablaras del asunto o hicieras algo que confirmara abiertamente tus tendencias sexuales.
Apariencias. Lo importante era guardar las apariencias. ¿Y qué pasaba si salías del armario?
Caías en desgracia.
Y tu familia también.
En el fondo, Blay no podía creer que estuviera a punto de salir con un macho. Para ir a un restaurante y luego a tomar unas copas…
Su compañero de cita seguramente estaría muy elegante. Como siempre.
Así que Blay sacó un traje de Zegna gris, con finas rayas de color rosa pálido. Una camisa de algodón de Burberry, cuyo tono coincidía con las rayas del traje, con puños y cuello blancos. Y zapatos… zapatos… zapatos…
Pum, pum, pum, llamaban a la puerta.
—Oye, Blay.
Mierda. Ya había puesto el traje sobre la cama y estaba recién bañado, en bata y con gel en el pelo.
¡El gel!, eso sí que lo iba a delatar.
Fue hasta la puerta y la abrió apenas un centímetro. Qhuinn estaba en el pasillo, listo para pelear, con el arnés del pecho en la mano, pantalones de cuero y las botas nuevas perfectamente atadas.
Curiosamente, esta vez la imagen del guerrero no le hizo mucho efecto. Blay tenía demasiado presente la imagen de Qhuinn acostado en su cama y con los ojos fijos en la boca de Layla.
Mala idea, eso de haber elegido su cuarto para el asunto de la alimentación, pensó Blay. Porque ahora no dejaba de preguntarse hasta dónde habrían llegado las cosas entre esos dos en otra cama.
Conociendo a Qhuinn, claro, las cosas habrían llegado hasta el final. No hacía falta ser adivino para saberlo.
—John me ha enviado un mensaje —dijo Qhuinn—. Xhex y él van a ir a Caldie, y por primera vez el muy desgraciado…
Se quedó callado de pronto. Se había abierto un poco más la puerta. Los ojos de Qhuinn miraron a Blay de arriba abajo. Luego se echó hacia un lado para mirar por detrás de Blay.
—¿Qué sucede?
Blay se cerró la bata.
—Nada.
—Llevas otra colonia y… ¿qué te has hecho en el pelo?
—Nada. ¿Qué decías sobre John?
Hubo una pausa.
—John, claro. Bueno, pues el caso es que van a salir y nosotros vamos a acompañarlos. Claro que tenemos que vigilarlos de forma discreta, pues querrán un poco de intimidad. Pero podemos…
—Es mi noche libre.
Qhuinn frunció el ceño.
—¿Y qué?
—Pues que no trabajo.
—Pero eso nunca te ha importado. Cuando hay trabajo, no hay noche libre.
—Pues ahora sí me importa.
Qhuinn se volvió a echar a un lado y miró por detrás de la cabeza de Blay.
—¿Te vas a poner ese traje sólo para impresionar a los de la casa?
—No.
Hubo un largo silencio, roto por una brusca pregunta.
—¿De quién se trata?
Blay soltó la puerta y dio un paso atrás. Si iban a entrar en ese tema, no tenía sentido hacerlo en el pasillo, para que todo el mundo les oyera.
—¿Tiene alguna importancia de quién se trate? —replicó con rabia.
La puerta se cerró de un golpe.
—Sí, claro que importa.
Con la intención de mandar a Qhuinn a la mierda, Blay se abrió el cinturón de la bata y se la quitó, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. Y luego se puso los pantalones… sin nada debajo.
—Con alguien que conozco.
—¿Hembra o macho?
—Ya te he dicho que eso no importa.
Otra larga pausa, durante la cual Blay se puso la camisa y se la abotonó.
—Es mi primo —gruñó Qhuinn—. Vas a salir con mi primo Saxton.
—Tal vez. —Blay se dirigió a la cómoda y abrió su joyero. Allí había gemelos de todas las clases, y todos resplandecían. Escogió unos que tenían rubíes.
—¿Es una venganza por lo de anoche con Layla?
Blay se quedó frío, mientras se ponía uno de los gemelos.
—¡Por Dios!
—He acertado, ¿no? Eso es lo que…
Blay dio media vuelta.
—¿Alguna vez se te ha ocurrido que tal vez no tenga nada que ver contigo, que simplemente un tío me invitó a salir y yo quiero ir? ¿No se te ha pasado por la cabeza que eso es normal? ¿O acaso eres tan egocéntrico que lo miras todo y a todos sólo con referencia a ti?
Qhuinn pareció retroceder.
—Saxton es un puto.
—Bueno, supongo que tú sabes bien en qué consiste ser un puto.
—Lo es. Es un puto, un puto muy sofisticado, muy elegante, pero un puto como la copa de un pino.
—Tal vez lo único que quiero es un poco de sexo. —Blay alzó las cejas—. Llevo algún tiempo sin tener relaciones sexuales, y esas hembras que me follé en los bares sólo para seguirte el ritmo no me proporcionaron gratas experiencias, si quieres que te diga la verdad. Creo que es hora de tener una relación sexual de verdad y como debe ser.
El maldito Qhuinn tuvo el descaro de ponerse pálido. Verdaderamente pálido. Incluso dio un paso hacia atrás y tuvo que apoyarse en la puerta.
—¿Adónde vais? —preguntó con voz ronca.
—Me ha invitado a comer en Sal’s y luego iremos a un local de copas. —Blay se puso el otro gemelo y se dirigió a la cómoda a por sus calcetines de seda—. Y después… quién sabe.
Un olor a especies negras atravesó la habitación y lo dejó callado. A pesar de que mil veces había imaginado todas las posibles formas en que se podría desarrollar esa conversación… nunca pensó que lograría despertar el aroma a macho enamorado en Qhuinn.
Blay se dio la vuelta.
Después de un largo y tenso momento, caminó hacia su mejor amigo, atraído por la irresistible fragancia. A medida que Blay se acercaba, los ojos ardientes de Qhuinn lo devoraban y el vínculo que había entre ellos, y que había permanecido enterrado por ambas partes, salió a la luz de pronto, como un gran estallido, en la habitación.
Cuando quedaron frente a frente, Blay se detuvo. Los pechos se rozaron.
—Sólo tienes que decirme que no vaya —susurró Blay con voz ronca— y no iré.
Las manos de Qhuinn se cerraron sobre el cuello de Blay y la presión lo hizo echar la cabeza hacia atrás y respirar con ansiedad. Los fuertes pulgares se clavaban a uno y otro lado de su mandíbula.
Fue un momento eléctrico.
Lleno de potencial.
Iban a terminar en la cama, pensó Blay, al tiempo que cerraba sus manos sobre las gruesas muñecas de Qhuinn.
—Dime que no vaya, Qhuinn. Dímelo y pasaré la noche contigo. Saldremos con Xhex y John, y cuando terminemos, regresaremos aquí. Dime que no vaya.
Los ojos de distintos colores, azul y verde, que Blay se había pasado la vida contemplando se clavaron en la boca de Blay. Los pectorales de Qhuinn subían y bajaban como si acabara de correr la maratón.
—Mejor aún —dijo Blay arrastrando las palabras—, ¿por qué no me besas, sin más?
Blay sintió que lo empujaban contra la cómoda. El mueble se estrelló estruendosamente contra la pared. Un cepillo de pelo cayó al suelo, temblaron los frascos de colonia. Qhuinn puso sus labios sobre los de Blay, al tiempo que le enterraba más y más los dedos en la garganta.
Pero a Blay no le importó aquella violencia. Lo que deseaba recibir de Qhuinn era precisamente ese trato duro y desesperado. Y Qhuinn parecía totalmente consciente de ello, mientras le metía la lengua y comenzaba a reclamar sus derechos, a tomar posesión de su territorio.
Con manos temblorosas, Blay se sacó la camisa de los pantalones y se bajó la bragueta. Había esperado aquello tanto tiempo.
Pero todo terminó tan rápido como empezó.
Qhuinn se dio media vuelta al mismo tiempo que los pantalones de Blay tocaban el suelo. Prácticamente corrió hacia la puerta. Con una mano sobre el picaporte, dio un violento cabezazo contra los paneles de madera. Y luego otro.
Finalmente habló con voz ahogada:
—Vete y pásalo bien. Pero ten cuidado, por favor, y trata de no enamorarte de él, porque te romperá el corazón.
Qhuinn desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y la puerta se cerró sin hacer ningún ruido.
Blay se quedó donde estaba, con los pantalones alrededor de los tobillos y una erección que, a pesar de ir cediendo, le resultaba terriblemente vergonzosa por muy solo que estuviera. El mundo le daba vueltas y el pecho se le comprimía como un puño. Parpadeó rápidamente, para contener las lágrimas que asomaron a sus ojos.
Como si fuera un anciano, se inclinó lentamente hacia delante, se subió los pantalones y se los abrochó con manos temblorosas. Sin meterse la camisa, fue hasta la cama y se sentó.
Cuando su teléfono comenzó a sonar en la mesita de noche, dio media vuelta y miró la pantalla. En parte esperaba que fuese Qhuinn, pero también era la última persona con la que quería hablar.
De todas maneras dejó que saltara el contestador.
Pensó en el tiempo que había pasado en el baño, preocupándose por afeitarse bien, cortándose las uñas y arreglándose el pelo con el maldito gel. Luego pensó en el largo rato que había pasado frente al armario. Todo eso le parecía ahora una estúpida pérdida de tiempo.
Se sentía sucio. Completamente mancillado.
Ya no tenía intención de salir con Saxton ni con nadie esa noche. No podía hacerlo con ese estado de ánimo. No había razón para someter a un tío inocente a tanta frustración, a tanta rabia.
Dios…
Maldición.
Se sintió incapaz hasta de hablar, se estiró hasta la mesita y agarró el móvil. Al abrirlo vio que era Saxton el que había llamado.
¿Querría cancelar la cita? Eso sí que sería un alivio. Ser rechazado dos veces la misma noche no era precisamente una gran noticia, pero al menos le evitaría tener que inventar una excusa.
Al entrar en el buzón de voz, Blay apoyó la frente sobre la palma de la mano y se quedó mirando sus pies descalzos.
—Buenas noches, Blaylock. Me imagino que en este momento estás frente a tu armario, tratando de decidir qué ponerte. —La voz suave y profunda de Saxton fue como un bálsamo que lo llenó de consuelo—. Bueno, ciertamente yo estoy eligiendo mi propia ropa… Y creo que voy a optar por un traje con chaleco a cuadros. Así que creo que un traje a rayas sería el acompañamiento perfecto por tu parte. —Hubo una pausa y luego se escuchó una carcajada—. No es que te esté diciendo qué debes ponerte, claro. Pero llámame si estás preocupado, por favor. Me refiero a la ropa, naturalmente. —Otra pausa y luego terminaba diciendo con tono serio—: Tengo muchas ganas de verte. Adiós.
Blay se quitó el teléfono de la oreja y pensó en borrar el mensaje. Pero al final decidió guardarlo. Fue como un impulso, como si el instinto le ordenase conservarlo.
Suspiró, y se esforzó en ponerse de pie. Aunque las manos le temblaban, se metió la camisa dentro de los pantalones y se dirigió a la cómoda.
Colocó en su sitio los frascos de colonia que habían caído y recogió el cepillo del suelo. Luego abrió el cajón de los calcetines y sacó los que necesitaba.
Terminó de vestirse.