33
Xhex se despertó envuelta en el olor de John Matthew.
Y en aroma a café recién hecho.
Al abrir los párpados, sus ojos lo hallaron de inmediato entre la penumbra de la sala de recuperación. Estaba otra vez en el mismo asiento, un poco cruzado, sirviéndose café de un termo de color verde oscuro. Tenía puestos los pantalones de cuero y aquella incomparable camiseta, pero no las botas. Estaba descalzo.
Cuando se volvió hacia ella se llevó una sorpresa. Aunque cuando vio que se había despertado ya se estaba llevando a los labios la taza de café, enseguida se la ofreció a Xhex.
Un gesto que lo retrataba perfectamente.
—No, por favor —dijo Xhex—. Es tu café.
John se detuvo un momento como si estuviera pensando si debería contradecirla o no. Pero luego se llevó la taza a la boca y dio un sorbo.
Como se sentía un poco mejor, la hembra retiró las mantas y sacó las piernas de la cama, dispuesta a levantarse. Al ponerse de pie, la toalla se le cayó y oyó que John emitía un suave gemido.
—Ay, lo siento —murmuró, al tiempo que se inclinaba para recoger la toalla.
Xhex no lo culpaba por horrorizarse ante la visión de la cicatriz que todavía estaba en proceso de curación en la parte baja de su abdomen. No era algo que apeteciera ver antes de desayunar.
Después de envolverse de nuevo en la toalla, Xhex pasó al baño y se lavó la cara. Su cuerpo parecía estar reaccionando bien, su colección de magulladuras estaba desapareciendo y las piernas parecían más fuertes, cada vez más capaces de sostener su peso. Gracias al descanso y a que se había alimentado, los dolores ya no eran insoportables, sino más bien molestias cada vez más llevaderas.
Cuando salió del baño, habló.
—¿Crees que alguien me podrá prestar algo de ropa?
John asintió, pero enseguida hizo un gesto imperativo señalando la cesta de provisiones. Era evidente que quería que antes se alimentara. Ella estaba de acuerdo.
—Gracias —dijo Xhex, ajustándose la toalla sobre los senos—. ¿Qué tienes ahí?
Cuando la hembra se sentó, John le mostró lo que había. Primero se decidió por el sándwich de pavo, porque su cuerpo le estaba pidiendo proteínas. Desde su asiento, John, satisfecho, la veía comer mientras se tomaba su café. En cuanto Xhex terminó el pavo, John le ofreció un pastel.
La maravillosa dulzura del pastel la hizo desear un poco de café. Y allí estuvo John de inmediato con una taza en la mano, como si le hubiera leído el pensamiento.
Xhex se comió un segundo pastel y también un bollo. Y se bebió un vaso de zumo de naranja. Y otras dos tazas de café.
El silencio de John parecía tener un curioso efecto sobre ella. Normalmente Xhex solía ser muy callada y siempre prefería guardar sus pensamientos para sí misma. Pero, gracias a la presencia muda del macho enamorado, se sentía curiosamente impulsada a hablar.
—Estoy llena —dijo, recostándose plácidamente en las almohadas. Al ver que él levantaba las cejas con aire casi suplicante y le ofrecía el último pastel, Xhex negó con la cabeza—. Dios, no. No me cabe nada más.
Fue entonces cuando John comenzó a comer.
—¿Me estabas esperando? —preguntó Xhex, un poco enfadada. Al ver que él bajaba la mirada y encogía los hombros, soltó una maldición—. No tenías que hacerlo.
John volvió a encogerse de hombros.
—Tienes muy buenos modales —murmuró la hembra.
John se puso rojo como un tomate, y al verlo ella tuvo que ordenar a su corazón que se calmara un poco, porque amenazaba con desbocarse.
Se preguntó por qué. Sin mucha convicción se dijo a sí misma que tal vez tenía palpitaciones debido a que se acababa de meter dos mil calorías en su vacía barriga.
Pero, claro, no era por eso. Cuando John comenzó a lamerse el azúcar de los dedos, Xhex alcanzó a verle la lengua y experimentó un estremecimiento interno…
Pero de repente el recuerdo de Lash acabó con el incipiente temblor entre las piernas. Las imágenes que cruzaron por su mente la devolvieron a aquella maldita habitación. Vio a Lash encima de ella, obligándola violentamente a abrir las piernas…
—¡Mierda!… —Xhex se levantó de la cama apresuradamente y corrió al baño.
Casi no llegó a tiempo. Lo vomitó todo. Los pasteles, el café, el sándwich de pavo. Evacuación completa.
Mientras vomitaba, Xhex sentía otra vez las horribles garras de Lash sobre su piel… y su cuerpo dentro de ella, bombeando, penetrándola bruscamente…
Seguramente por eso devolvió también el zumo de naranja.
Dios, ¿cómo pudo soportar la violenta y asquerosa compañía de aquel desgraciado una y otra vez? Primero el combate, los puñetazos, los mordiscos, y luego el sexo brutal. Una y otra vez. Y los intentos de quitárselo de encima. De sacarlo de su cuerpo.
Mierda…
Una segunda oleada de arcadas interrumpió sus pensamientos y, aunque odiaba vomitar, fue un alivio porque le permitió no pensar en Lash. Era como si su cuerpo estuviese tratando de eliminar físicamente el trauma, de echar fuera todo resto de la pesadilla para poder comenzar de nuevo.
Cuando pasó lo peor, Xhex trató de relajarse. Respiró profundamente varias veces, y las arcadas amagaron con volver.
Pero ya no tenía nada más que vomitar. A menos que también arrojara los pulmones.
Mierda, Xhex odiaba las arcadas secas, sin nada que echar, casi tanto como el vómito propiamente dicho. Su retorno a la «vida normal» iba a ser una mierda.
Xhex levantó al fin la cabeza y tiró de la cadena.
Una toalla húmeda le rozó la mano y se sobresaltó, pero enseguida se dio cuenta de que era John, siempre dispuesto a mitigar su sufrimiento.
Le ofrecía lo que realmente necesitaba en ese momento: una toalla limpia y húmeda.
Después de hundir la cara en la toalla, Xhex se estremeció con alivio.
—Lo siento mucho. La comida estaba realmente muy buena, pero aún no estoy bien del todo.
‡ ‡ ‡
Había que llamar a la doctora Jane.
Mientras Xhex permanecía sentada en el suelo, desnuda, frente al inodoro, John la observaba de reojo y mandaba un mensaje telefónico.
En cuanto pulsó la tecla enviar, arrojó el móvil sobre la encimera y sacó otra toalla limpia del montón que había junto al lavabo.
Quería cubrir a Xhex para que no estuviera desnuda. Además, le impresionaba mucho ver cómo su ahora frágil columna parecía estar a punto de quebrarse bajo la piel. Después de envolverla en la toalla, dejó las manos un momento sobre los hombros de la hembra.
Deseaba más que nada en el mundo apretarla contra su pecho, pero no sabía si ella querría ahora ese tipo de cuidados.
Xhex se recostó de pronto contra él, al tiempo que se cerraba la toalla en la parte del pecho.
—Déjame adivinarlo. Le has enviado un mensaje a la buena doctora.
Con Xhex contra su pecho, John decidió apretar su abrazo, cubrirla casi del todo, para que no tuviera el inodoro ante la cara, pero sí lo suficientemente cerca, por si volvía a necesitarlo.
—No hacía falta llamarla, no estoy enferma —dijo Xhex con voz ronca—. Quiero decir que esto no es consecuencia de la operación ni nada de eso. Sencillamente, comí con demasiada ansiedad, y demasiada cantidad.
Tal vez fuera así, pensó John. Pero de todas maneras no estaba de más que la doctora Jane le echase un vistazo. Además, necesitarían permiso para salir esa noche, suponiendo que todavía fuera posible hacerlo.
—Hola Xhex, hola John.
John respondió con un silbido a la voz de la doctora. Un segundo después la compañera de Vishous asomó la cabeza por la puerta del baño.
—¿Estáis de fiesta? ¿Y por qué no me habéis invitado? —dijo la doctora al entrar.
—Bueno, creo que sí te invitamos, y por eso estás aquí —murmuró Xhex, bromeando—. Estoy bien.
Jane se arrodilló y aunque sonreía con tranquilidad, sus ojos inspeccionaban el rostro de Xhex con profesional atención.
—¿Qué te ha pasado?
—Tuve náuseas después de comer. Vomité.
—¿Te importa que te tome la temperatura?
—Preferiría no tener nada en la boca por ahora, si no te importa.
Jane sacó de su maletín un instrumento blanco.
—Puedo ponértelo en el oído.
John se sorprendió cuando la mano de Xhex encontró la suya y le dio un fuerte apretón, como si necesitara apoyo. Para que ella supiera que él estaba ahí para lo que fuera, él le devolvió el apretón y, en cuanto lo hizo, la hembra se relajó de nuevo.
—Adelante, doctora.
Xhex ladeó la cabeza de tal modo que terminó apoyándola sobre los hombros de John. Así que él no tuvo otra alternativa que poner la mejilla sobre los suaves rizos de la cabeza femenina.
Para el gusto de John, la doctora trabajaba demasiado rápido, pues un segundo después ya estaba sacando el termómetro, lo que significaba que Xhex levantaría la cabeza de nuevo y se rompería la magia de aquel tierno contacto.
—No hay fiebre. ¿Me dejas que mire la cicatriz?
Xhex se abrió la toalla y dejó al descubierto la línea que cruzaba el abdomen de un lado a otro.
—Tiene buen aspecto. ¿Qué comiste?
—Demasiado.
—Entiendo. ¿Algún dolor?
Xhex negó con la cabeza.
—Me siento mejor. De verdad. Lo que necesito es algo de ropa, la que sea, cualquier cosa, y unos zapatos… y probar otra vez en la Primera Comida.
—Tengo ropa quirúrgica, y desde luego en la casa nos ocuparemos de alimentarte otra vez.
—Perfecto. Gracias. —Xhex comenzó a ponerse de pie y John la ayudó a levantarse, mientras, siempre caballeroso, le mantenía la toalla en su lugar—. Porque vamos a salir. Pero, tranquila, no para pelear.
John asintió con la cabeza y dijo por señas:
—Sólo vamos a estirar las piernas. Lo juro.
La doctora Jane entornó los ojos.
—Sólo puedo ofrecer una opinión médica sobre esos planes. Y en ese sentido creo que tú —miró a Xhex— deberías comer algo y quedarte aquí el resto de la noche. Pero eres una adulta y puedes tomar tus propias decisiones. Sin embargo, debéis tener esto en cuenta. Si salís sin Qhuinn, sin duda tendréis graves problemas con Wrath.
—Está bien —dijo John por señas. No es que le encantara ir de aquí para allá con una niñera, pero tampoco quería que Xhex corriera riesgos.
El enamorado no se hacía ilusiones sobre la hembra que amaba. Ella podía decidir marcharse en cualquier momento en busca de venganza, y cuando las cosas llegaran a ese punto, a John le vendría bien contar con refuerzos.