31
Gregg Winn se despertó abrazado a Holly. Sus tetas de silicona eran como un par de almohadillas gemelas que le presionaban el costado.
Echó un vistazo al reloj y vio que eran las siete de la mañana. Perfecto. Buena hora para hacer las maletas y largarse a Atlanta.
—Holly —le dio un empujoncito con la mano—. Despierta.
La joven emitió una especie de ronroneo y se estiró. Cuando su cuerpo se arqueó contra el de Gregg, la habitual erección matutina de éste se convirtió en un deseo poco menos que irresistible. Pero recordó por qué había terminado la chica en su cama la noche anterior y eso apaciguó rápidamente sus ímpetus eróticos.
Era un caballero en verdad.
—Holly. Vamos. Es hora de levantarse. —Gregg le retiró el pelo de la cara y se lo acarició—. Si nos apresuramos, estaremos en Atlanta al final de la tarde.
Lo cual no estaría nada mal, teniendo en cuenta el mucho tiempo que habían perdido con la dichosa historia de Rathboone.
—Está bien. Ya voy, ya voy.
No obstante, Gregg fue el único en ponerse en pie. Holly simplemente rodó hasta el lugar que él había dejado libre en la cama y se volvió a dormir.
El productor se dio una ducha y guardó sus cosas en las maletas haciendo el mayor ruido posible. Pero no sirvió de nada: ella estaba como muerta. No parecía dormida, sino en coma.
Gregg estaba a punto de salir a buscar a Stan, que era todavía peor, cuando oyó golpes en la puerta.
¿Era posible que el cámara más vago del mundo ya estuviera despierto?
Gregg empezó a hablarle incluso antes de abrir la puerta y ver si era él.
—Escucha, vamos a llevar el equipaje a la furgoneta, porque…
Pero era aquel maldito mayordomo. Y parecía que alguien hubiese arrojado una botella de vino rojo sobre su nuevo sofá blanco. Menuda cara fúnebre llevaba.
Gregg levantó la mano.
—Ya nos vamos. Estamos acabando de recoger, no se preocupe.
—El dueño ha decidido permitirles grabar aquí su programa especial.
Gregg parpadeó en silencio, con cara de idiota.
—¿Cómo dice?
El tono del mayordomo parecía todavía más irritado. Si es que eso era posible.
—El dueño me llamó esta mañana. Dijo que estaban autorizados para hacer su programa desde aquí.
Demasiado tarde, pensó Gregg, y soltó una maldición.
—Joder. Lo lamento, pero mi equipo y yo estamos…
—Encantados —remató Holly, al parecer repentinamente despierta.
Gregg volvió la cabeza y vio a su presentadora atándose la bata y levantándose de la cama.
—Es una excelente noticia —dijo la joven sonriendo al mayordomo, que parecía oscilar entre la desaprobación y el asombro de verla tan simpática y tan al natural, por así decirlo.
—Perfecto —soltó el mayordomo con tono patibulario—. Por favor, avísenme si necesitan algo.
Hizo una inclinación de cabeza y desapareció por el pasillo.
Gregg cerró la puerta.
—Creí que querías largarte de aquí.
—Bueno, ya es otro día, y he pasado la noche muy segura aquí contigo, ¿no? —Holly se le acercó y le acarició el pecho—. Así que me quedaré.
El tono de satisfacción de la voz de la muchacha lo hizo sospechar algo raro.
—¿Me has engañado? ¿Te inventaste todo eso del sexo con… con quien fuese el tío ese?
Ella negó con la cabeza rotundamente.
—No, no te he engañado, pero ahora creo, de verdad, que todo fue un sueño.
—¿Pero no decías que habías tenido relaciones sexuales auténticas, y que había pruebas… en fin, pruebas físicas de ello?
Holly entornó los ojos, como si estuviera tratando de ver a través de un vidrio empañado.
—Sí, pero, pensándolo mejor al cabo de estas horas, todo parece demasiado confuso para haber sido real. Anoche estaba muy perturbada, pero hoy… todo parece una estupidez.
—Pero parecías muy segura cuando llegaste aquí.
La chica negó ahora con la cabeza, muy lentamente.
—Empiezo a estar convencida de que no fue más que un sueño realmente increíble, sí, pero que no sucedió en realidad.
Gregg la miró a los ojos. Parecía muy segura de lo que decía.
De repente, Holly se llevó la mano a la sien.
—¿Tienes una aspirina?
—¿Te duele la cabeza?
—Sí, empieza a dolerme.
Fue hasta una maleta y sacó la bolsa de las medicinas.
—Escucha, haremos un rodaje de prueba y ya veremos qué pasa. Pero si decidimos quedarnos, no habrá vuelta atrás, no podrás salir otra vez con la pamplina de ayer. Si decidimos hacer el programa, lo haremos. No podremos huir a Atlanta si de repente nos sentimos molestos por cualquier cosa.
Lo cierto era que el tiempo empezaba a acuciarles.
—Entiendo. —La presentadora se sentó en la cama—. Te juro que lo entiendo y que no te crearé problemas.
Gregg le dio las aspirinas y luego fue hasta el cuarto de baño a por un vaso de agua.
—Escucha, ¿por qué no vuelves a la cama? Aún es temprano y estoy seguro de que Stan todavía debe de estar en coma profundo.
—¿Qué vas a hacer tú? —La joven bostezó y le devolvió el frasco de aspirinas y el vaso vacío.
Él señaló con la cabeza hacia el ordenador portátil.
—Bajaré al salón del primer piso y me pondré a revisar las tomas que hicimos anoche con las cámaras que escondimos. Las imágenes ya deben de estar descargadas en el sistema.
—¿Y por qué no te quedas aquí? —preguntó Holly, moviendo juguetonamente los dedos de los pies por debajo de las sábanas.
—¿Estás segura de que quieres que me quede?
La muy hermosa y muy operada muchacha sonrió con todo el encanto del mundo.
—Sí. Así dormiré mejor. Además, tú hueles bien cuando te duchas.
Tras la sugerente mirada que le dedicaba desde la cama, se habría necesitado un ejército para sacarlo de aquella habitación.
—Está bien. Vuelve a dormirte, Lolli.
Holly sonrió al escuchar el apelativo cariñoso que él mismo le puso cuando durmieron juntos por primera vez.
—Lo haré. Y gracias por quedarte conmigo.
Ella cerró los ojos y el productor se dirigió al sillón que había junto a la ventana. Se acomodó, suspiró y conectó el ordenador.
Las imágenes grabadas por las pequeñas cámaras que habían escondido en el corredor, en el salón y en el exterior, en el gran roble que estaba junto al porche, ya se habían cargado en el sistema, en efecto.
Teniendo en cuenta lo que había ocurrido, Gregg pensó en lo útil que hubiera sido instalar una cámara en la habitación de Holly. La lástima fue que, como los fantasmas no existen, no se les había pasado por la cabeza filmarlos. Las grabaciones ilegales no se hacían para espiar a los espectros, sólo tenían el propósito de captar la atmósfera del lugar, para contribuir más tarde al engaño, cuando llegara la hora de «invocar a los espíritus de la casa».
Cuando comenzó a revisar las imágenes, se dio cuenta de que ya llevaba mucho tiempo haciendo el mismo tipo de trabajos. Dos años, por lo menos. Y todavía no había visto ni oído nada que no se pudiera explicar.
Lo cual le daba igual, pues no estaba tratando de probar la existencia de los espíritus. Su trabajo era vender entretenimiento y ganar dinero.
Lo único que había aprendido en los últimos veinticuatro meses era que no le costaba trabajo mentir. En realidad, su magnífica capacidad de adaptación a la falsedad, lo cómodo que se sentía entre los engaños, era la razón de que fuera un buen productor de televisión. Para él lo importante era el objetivo final. Los detalles, ya fueran las localizaciones, el talento de los presentadores, los agentes, los dueños de las casas o lo que apareciera en la cinta, no eran más que piezas que podía colocar aquí o allá a su antojo. Para hacer un trabajo era capaz de mentir acerca de contratos, fechas, tiempos, imágenes y sonidos. Había aprendido a mentir con todos los recursos a su alcance.
Había manipulado, orquestado y…
De repente, saliendo de sus meditaciones, Gregg frunció el ceño y se inclinó sobre la pantalla.
Movió el ratón y se puso a ver de nuevo la grabación que acababa de revisar.
Lo que vio fue una silueta negra que se movía por el pasillo al que daban las habitaciones. Una silueta que desaparecía dentro de la habitación de Holly. La hora que aparecía sobreimpresa en la esquina inferior derecha era: 12.11 a.m.
O sea, algo así como cuarenta y cinco minutos antes de que ella fuera a buscarlo.
Gregg volvió a ver la grabación y observó que esa sombra inmensa se paseaba por el centro del pasillo en penumbra, perturbando la iluminación que entraba desde la ventana del fondo.
En su cabeza resonó la voz de Holly: «Porque acabo de tener relaciones con él».
Presa de un acceso de angustia y rabia, pulsó para que el vídeo siguiera avanzando a mayor velocidad, hasta que vio que alguien salía del cuarto de Holly, y bloqueaba la luz, cerca de treinta minutos después.
La figura marchó en la dirección opuesta, como si supiera dónde estaba la cámara y no quisiera que le viesen la cara.
Cuando Gregg estaba pensando que lo mejor sería llamar a la policía, la maldita cosa desapareció en el aire.
A la mierda.