30
En la salita de estar de los criados de la mansión de Sampsone, Darius concluyó su entrevista con la doncella de la muchacha desaparecida.
—Gracias —dijo, poniéndose en pie y moviendo la cabeza en señal de despedida—. Agradezco tu sinceridad.
La doggen hizo una reverencia.
—Por favor encuéntrela. Y tráigala a casa, señor.
—Eso haremos. —Darius miró de reojo a Tohrment—. ¿Serías tan amable de hacer pasar al mayordomo?
Tohrment abrió la puerta a la doggen y los dos salieron juntos.
En su ausencia, Darius comenzó a pasearse por la salita de suelo entarimado. Sus botas de cuero describían una y otra vez un círculo alrededor del escritorio que había en el centro. La criada no sabía nada relevante. Para su sorpresa, había sido completamente abierta y no parecía esconder nada. No había, pues, nada nuevo. Seguía el misterio.
Tohrment regresó con el mayordomo y volvió a ocupar la misma posición, a la derecha de la puerta, en silencio. Lo cual era bueno. Por lo general, durante un interrogatorio a un civil, lo mejor era tener un solo interrogador. El chico, sin embargo, prestaba otros servicios. Nada escapaba a sus penetrantes y atentos ojos, así que siempre era posible que captara algo que pasara desapercibido a Darius, más atento a las palabras que a los gestos y otras circunstancias.
—Gracias por avenirse a hablar con nosotros —le dijo Darius al mayordomo.
El doggen hizo una venia.
—Será un placer servir de ayuda, señor.
—Estupendo. —Darius se sentó en el banco de madera que había usado también en el interrogatorio de la criada. Por naturaleza, los doggen tendían a conceder mucha importancia al protocolo y, por tanto, en situaciones como aquélla, preferían que sus superiores estuvieran sentados, mientras que ellos permanecían de pie—. ¿Cómo te llamas?
Hizo la enésima reverencia.
—Soy Fritzgelder Perlmutter.
—¿Y cuánto tiempo llevas con la familia?
—Nací en esta casa hace setenta y siete años. —El mayordomo entrelazó las manos por detrás de la espalda y enderezó los hombros—. Desde mi quinto año de vida he servido a la familia con orgullo.
—Larga historia. Entonces debes de conocer bien a la hija.
—Sí. Es una hembra honorable. Una gloria, una dicha para sus padres y para su linaje.
Darius miró directamente a los ojos del mayordomo.
—¿Y tú no te diste cuenta de nada que llevara a sospechar que la chica pudiera desaparecer?
La ceja izquierda del mayordomo pareció temblar fugazmente y hubo un largo silencio.
Darius bajó el tono de voz. Ahora casi susurraba.
—Si necesitas garantías, tienes mi palabra de hermano de que ni yo ni mi colega le revelaremos a nadie lo que digas. Ni siquiera al mismo rey.
Fritzgelder abrió la boca y tomó aire.
Darius se quedó en silencio. Presionar demasiado al pobre macho sólo serviría para demorar la posible revelación. Al fin y al cabo, el doggen sólo tenía dos posibilidades: hablar o no hablar. Las cartas estaban sobre la mesa.
El mayordomo sacó de un bolsillo interior del uniforme un pañuelo blanco y brillante, perfectamente planchado. Después de secarse el sudor que le perlaba el labio superior, se apresuró a guardarlo.
—Nada saldrá de estas paredes —susurró Darius—. Ni una sílaba.
El mayordomo tuvo que tragar saliva un par de veces antes de conseguir que su voz medio ahogada se hiciese audible.
—En verdad… ella está por encima de cualquier reproche. De eso estoy seguro. No había ningún… acuerdo con ningún macho cuyos detalles desconocieran sus padres.
—Pero… —murmuró Darius.
En ese momento la puerta se abrió de par en par y apareció el mayordomo que los había recibido en primer lugar. No parecía sorprendido por la reunión, pero sí se notaba que la desaprobaba abiertamente. Sin duda, alguno de sus subalternos debía de haberle avisado.
—Dirige usted un equipo maravilloso —le dijo Darius al recién llegado—. Mi colega y yo estamos gratamente impresionados.
El gesto de agradecimiento del mayordomo no logró borrar su expresión de desconfianza.
—Me siento halagado, señor.
—Ya estábamos acabando. ¿Tu amo está por aquí?
El mayordomo jefe respiró hondo. Al parecer, se sentía aliviado.
—Ya se ha retirado y esa es la razón por la cual he venido. Les manda sus saludos. Le gustaría acompañarles más tiempo, pero debe ocuparse de su adorada shellan.
Darius se puso de pie.
—Tu asistente estaba a punto de mostrarnos el jardín. Está lloviendo, de modo que con que nos acompañe él es suficiente. Volveremos aquí dentro de un rato. Gracias por tu gentileza.
—Es un placer, señor.
Fritzgelder hizo una reverencia a su superior y luego señaló con la mano una puerta que había al fondo.
—Por allí.
En el exterior, el aire no daba tregua. Era frío y húmedo. Había cesado la lluvia, pero hacía un frío terrible mientras avanzaban entre la neblina.
Fritzgelder sabía exactamente adónde llevarlos. El mayordomo rodeó la fachada trasera de la casa hasta la parte del jardín sobre la que daba la habitación de la hembra desaparecida.
De momento, las cosas estaban saliendo bien, pensó Darius.
El mayordomo se detuvo justo debajo de la ventana de la hija de Sampsone, pero no miró hacia los muros de piedra de la casa. Miró hacia afuera, a través de las jardineras y los pinos. Sus ojos apuntaban a la propiedad contigua. Y luego deliberadamente se volvió para mirar a Darius y a Tohrment.
—Levanten los ojos hacia la casa, y miren, sin que se note, los árboles —dijo, al tiempo que, para disimular, señalaba hacia la casa como si estuviese mostrándoles algo curioso. Sin duda debían de estar siendo observados desde los ventanales de la mansión—. Miren bien el claro.
En efecto, había un claro entre la maraña de ramas de los árboles, el mismo que permitía avistar la casa vecina desde el segundo piso.
—Esa brecha no existía, ni fue hecha por nuestros jardineros, señor —dijo el doggen en voz baja—. Descubrí su existencia cerca de una semana antes de que… de que ella desapareciera. Estaba arriba, limpiando las habitaciones. La familia se había retirado a sus aposentos subterráneos, pues era pleno día. Oí ruido de madera quebrándose y posé mis ojos en las ventanas, donde vi cómo cortaban las ramas.
Darius entornó los ojos.
—Las cortaron deliberadamente. ¿Eso es lo que quieres decir?
—Por supuesto. Deliberadamente. Pero yo no sospeché nada, pues los que viven allí son humanos. Pero ahora…
—Ahora te estás preguntando si no se trataba simplemente de podar los árboles. Dime, ¿a quién le has contado esto?
—Al mayordomo. Pero él me suplicó que guardara silencio. Es un macho honrado, orgulloso de servir a la familia. Ansía que ella sea encontrada…
—Pero desea evitar cualquier sospecha de que haya podido caer en manos humanas.
Después de todo, para la glymera los humanos eran casi como ratas que caminaban erguidas.
—Gracias por todo esto —dijo Darius—. Has cumplido bien con tu deber.
—Sólo les pido que la encuentren. Por favor. No me importa quién la haya raptado… sólo tráiganla a casa.
Darius miró con atención lo que se podía ver de la casa contigua.
—Eso haremos. Tarde o temprano, sea como sea.
Por el bien de aquellos humanos, Darius pensó que ojalá no se hubiesen atrevido a llevarse a uno de los suyos. Por orden del rey, había que evitar a la otra raza, pero si ellos habían tenido la temeridad de atacar a un vampiro, y además, a una hembra de la nobleza, no habría prohibiciones que valieran. Darius los asesinaría uno a uno en su cama y dejaría que los cuerpos se pudrieran allí.