29

Cuando la puerta de la sala de recuperación se cerró, Xhex pensó que debería decir algo, y en voz alta, a Rehvenge.

—Entonces, bueno, dime… ¿cómo estás?

Él interrumpió su torpe charla caminando directamente hacia ella, mientras se apoyaba en su bastón rojo y sus mocasines resonaban en el suelo. Tenía una expresión feroz y sus ojos de color violeta echaban fuego.

Xhex se sintió intimidada, así que se cubrió un poco más con la sábana y murmuró:

—¿Qué demonios te pasa?

Rehv la agarró entre sus largos brazos y la apretó contra su pecho con mucho cuidado. Luego colocó la mejilla junto a la de Xhex y dijo con voz grave:

—Creí que no volvería a verte.

Al sentir que Rehv se estremecía, Xhex levantó las manos y, después de un momento de vacilación, lo abrazó con la misma intensidad.

—Hueles igual que siempre —dijo ella con voz ronca y apoyó la nariz contra el cuello de su fina camisa de seda—. Dios, hueles igual que siempre.

El aroma de la colonia cara que usaba Rehv la transportó a los días en que los cuatro pasaban tanto tiempo en ZeroSum: Rehv dirigiéndolo todo, iAm llevando la contabilidad, Trez encargándose del funcionamiento y la logística y ella de la seguridad.

Aquel olor fue el gancho que la agarró y la sacó del agujero del secuestro, al establecer de nuevo la conexión con su pasado y hacer caso omiso de las horribles tres últimas semanas.

Pero Xhex, en realidad, no quería que se restableciera ese vínculo. Eso sólo iba a hacer que su partida fuera más difícil. Era mejor pensar sólo en los sucesos inmediatos y las metas más próximas.

Y luego desaparecer.

Rehv se echó hacia atrás.

—No quiero cansarte, así que estaré un momento, nada más. Pero necesitaba… necesitaba verte.

—Claro.

Xhex y Rehv se quedaron un rato abrazados. Como siempre, sintió una comunión especial con él. Su naturaleza compartida de symphaths los unía.

—¿Necesitas algo? —preguntó Rehv—. ¿Algo de comer?

—La doctora Jane dijo que no debía ingerir nada sólido antes de un par de horas.

—Está bien. Oye, tenemos que hablar sobre el futuro…

—Claro, el futuro. —Mientras decía esas palabras, Xhex proyectaba en su cerebro una imagen de ellos dos discutiendo, como siempre había ocurrido y como era de esperar que siguiese sucediendo. Lo hizo para convencer a Rehv de que tenía noción del futuro, por si estuviera leyendo su mente.

Aunque no podía saber si se lo había creído.

—Ahora vivo aquí, por cierto —dijo Rehv.

—¿Dónde estoy exactamente?

—En el centro de entrenamiento de la Hermandad. —Rehv frunció el ceño—. Creí que ya habías estado aquí, que conocías el lugar.

—En esta parte del complejo, no. Por eso no lo había reconocido, aunque me lo imaginaba. Ehlena fue muy amable conmigo, por cierto. Allá adentro. —Xhex señaló con la cabeza la sala donde la operaron—. Y, antes de que lo preguntes, me voy a poner bien. Eso es lo que dijo la doctora Jane.

—Bien. —Rehv le dio un apretón—. Iré a buscar a John.

—Gracias.

Al llegar a la puerta, Rehv se detuvo y miró a Xhex intensamente.

—Escucha —dijo con tono imperativo, aunque omitió el insulto de rigor—. Tú eres importante. Y no sólo para mí, sino para mucha gente. Así que haz lo que tengas que hacer para recuperarte, pero no creas que no sé lo que estás planeando hacer después.

Xhex lo miró con rabia.

—Maldito entrometido.

—Es lo que hay. —Rehv alzó las cejas—. Te conozco demasiado bien. No la cagues, Xhex. Nos tienes a todos nosotros a tu lado. Puedes superar esto sin necesidad de hacer tonterías.

Cuando Rehv salió, Xhex pensó que era admirable la fe que su amigo tenía en su capacidad de resistencia. Una fe que, por desgracia, ella no compartía.

De hecho, la sola idea de pensar en un futuro más allá del funeral de Lash le causaba una insoportable sensación de fatiga por todo el cuerpo. Xhex dejó escapar un gruñido, cerró los ojos y rogó que Rehvenge se mantuviera alejado de sus asuntos…

‡ ‡ ‡

Se despertó sobresaltada. No tenía idea de cuánto tiempo había dormido, ni de dónde estaba John…

Bueno, tras echar un vistazo en derredor, la respuesta a la segunda pregunta era fácil: John estaba en el suelo, frente a su cama, echado de lado y con la cabeza apoyada sobre el brazo a modo de almohada. Parecía tenso a pesar de que estaba dormido, pues tenía el ceño fruncido y la boca apretada.

La hembra sintió una asombrosa sensación de alivio al verlo. No solía enternecerse, porque era una hembra dura. Pero esta vez no combatió aquel sentimiento. No tenía suficiente energía y, además, no había nadie más allí ante quien hubiera que disimular.

—John…

Tan pronto como pronunció su nombre, John se levantó del suelo de linóleo y adoptó una posición de ataque, interponiendo su cuerpo de guerrero entre ella y la puerta que llevaba al pasillo. Era evidente que estaba dispuesto a hacer añicos a quien osara amenazar a su amada.

Lo cual era dulce, conmovedor.

Mucho más que un ramo de flores, que además la habría hecho estornudar.

—John… ven aquí.

El guerrero esperó un momento, mientras ladeaba la cabeza para ver si se escuchaba algún ruido extraño afuera. Luego dejó caer los puños y se acercó. En cuanto sus ojos se posaron en Xhex, la mirada brutal se desvaneció, los colmillos se replegaron y apareció en él una expresión de infinita ternura.

Buscó su libreta, escribió algo y se lo mostró.

—No, gracias. Todavía no tengo hambre. Lo que me encantaría sería…

Xhex miró el baño que había en la esquina.

«Una ducha», escribió John.

—Exacto. Me encantaría una ducha de agua bien caliente.

John comenzó a disponerlo todo enseguida: fue hasta el baño para abrir el grifo, preparó unas toallas, una pastilla de jabón y un cepillo de dientes que dejó en la encimera.

Xhex trató de sentarse… y se dio cuenta de que tenía una roca de muchas toneladas sobre el pecho. Se sentía como si estuviera intentando levantar una montaña con los hombros. Necesitó hacer un gran sacrificio para sacar las piernas por el lado más cercano de la cama. Hizo un supremo esfuerzo, porque estaba segura de que si no lograba ponerse en pie por sí misma, John llamaría a la doctora y se quedaría sin la anhelada ducha.

John llegó a su lado justo cuando los pies descalzos tocaron el suelo, y le ofreció el brazo a manera de bastón para mantener el equilibrio. Las sábanas cayeron al suelo, y los dos se sobresaltaron un poco, porque quedó desnuda; pero no era momento para andar con ataques de pudor.

—¿Qué hago con el apósito? —murmuró Xhex, al bajar la vista hacia el vendaje blanco que le cubría la pelvis.

John miró de reojo la libreta, como si estuviera tratando de discernir si podría alcanzarla sin soltar a Xhex. Pero antes de que tomara una decisión ella volvió a hablar.

—No quiero que venga la doctora Jane. Yo misma me lo puedo quitar.

Xhex levantó una esquina de la venda y, al sentir que se tambaleaba sobre sus pies, pensó que posiblemente debería quitársela acostada y bajo supervisión médica. Pero… a la mierda.

—¡Ay… —gritó al dejar al descubierto una hilera de puntadas negras—. Joder… la compañera de V realmente es muy buena con la aguja y el hilo, ¿verdad?

John agarró el trozo de gasa ensangrentada y lo depositó en la papelera que había en una esquina. Después se quedó esperando, como si supiera que Xhex estaba pensando en volver a la cama.

Al pensar que la habían abierto de aquella manera sintió un leve mareo.

—Vamos —dijo Xhex con voz ronca.

John la dejó que llevara la iniciativa, que marcara el ritmo. Un ritmo, por lo demás, de tortuga.

—¿Podrías apagar las luces del baño? —dijo Xhex mientras avanzaban tan despacio que sus pies se movían apenas unos cuantos centímetros con cada paso—. No quiero verme en ese espejo.

En cuanto tuvo el interruptor a su alcance, John estiró el brazo y apagó la luz.

—Gracias.

El contacto del aire húmedo y el ruido del agua hicieron que Xhex se sintiera más relajada. El problema era que la tensión la había ayudado a mantenerse en pie, más o menos entera, y ahora con el relax podía derrumbarse.

—John… —¿Realmente aquel sonido tan débil era su voz?—. John, ¿te meterías en la ducha conmigo? Por favor.

Si hasta ese momento se habían movido con lentitud desesperante por culpa de ella, esta vez fue John quien batió el récord de demora. Gracias al rayo de luz que entraba desde el cuarto, Xhex vio que John asentía con la cabeza después de unos minutos interminables.

—Mientras te desvistes ahí afuera —dijo Xhex—, puedes cerrar la puerta, porque voy a usar el inodoro.

Tras decir esas palabras, Xhex se agarró a un toallero y se sostuvo sola. Hubo otra pausa y después el macho siguió las indicaciones de su amada.

Después de hacer lo que tenía que hacer, Xhex se puso de pie y abrió la puerta.

Lo primero que vio fue la libreta justo frente a sus ojos:

«Me habría dejado puestos los boxers, pero no uso nada debajo de los pantalones de cuero».

—Está bien. No soy timorata, tranquilo.

Pero cuando los dos entraron en la ducha quedó claro que eso no era del todo cierto. Aunque se podría pensar que, después de todo lo que Xhex había hecho y sufrido, estar a oscuras junto al cuerpo desnudo de un macho en el que confiaba y con el que ya había tenido relaciones no significaría gran cosa, la verdad es que sí significó mucho.

En especial cuando el cuerpo de John rozó la espalda de Xhex al cerrar la puerta de vidrio de la ducha.

Concéntrate en el agua, se dijo Xhex, excitada, al tiempo que se preguntaba si se estaría volviendo loca.

Cuando levantó la cabeza, Xhex perdió su precario equilibrio y la inmensa mano de John se deslizó por debajo de su brazo para sujetarla.

—Gracias —dijo con voz ronca.

A pesar de lo incómoda que resultaba la situación, el agua caliente le producía una sensación maravillosa al penetrar en el cuero cabelludo. Por un instante, el placer de la ducha fue más importante que el cuerpo desnudo de John Matthew.

—Joder, olvidé el jabón.

John se inclinó hacia delante y sus caderas se clavaron en las de Xhex. Y aunque ella se puso rígida y se preparó para un encuentro erótico… vio que John no estaba excitado.

Lo cual, pensándolo bien, era un alivio.

Después de todo lo que Lash le había hecho…

Al sentir el jabón entre sus manos, Xhex sencillamente se olvidó de todo lo que había sucedido en aquella habitación. Enjabonarse, enjuagarse, secarse. Regresar a la cama. Eso era en lo único que debía pensar.

El fuerte y distintivo olor del jabón del macho llegó hasta su nariz y Xhex no tuvo más remedio que parpadear, admirada.

Era exactamente lo que ella habría elegido.

‡ ‡ ‡

Era asombroso, pensó John mientras se mantenía de pie detrás de Xhex.

Si miras tus genitales y les dices que si no se comportan como es debido los vas a cortar para luego enterrarlos en el jardín, te hacen caso. Increíble.

Nunca olvidaría una lección tan interesante.

La ducha era bastante espaciosa para una persona, pero resultaba estrecha para dos. Él tenía que mantener el trasero contra la fría pared de baldosines para asegurarse de que los disciplinados genitales se mantuvieran completamente alejados de Xhex.

Después de todo, la charla previa que había tenido con ellos había hecho maravillas, pero tampoco debía arriesgarse. No eran de fiar.

Además, le impresionaba mucho que Xhex estuviera tan débil que tenía mantenerla erguida, incluso después de haberse alimentado. Pero, claro, uno no se recupera de cuatro semanas en el infierno sólo con una siesta de dos horas, que era todo lo que Xhex había dormido, según indicaba su reloj.

Al agarrar el champú, Xhex arqueó la espalda y su pelo húmedo rozó el pecho de John, al dar media vuelta para quitarse la espuma. El enamorado la iba sosteniendo de una u otra forma según las necesidades de cada momento: primero del brazo derecho, luego del izquierdo y luego otra vez del derecho.

El problema fue cuando se inclinó hacia delante para lavarse las piernas.

—Mierda… —Xhex se tambaleó de manera tan repentina, que las manos de John resbalaron, ella perdió el equilibrio y se fue contra el pecho de John.

Éste sintió que de repente Xhex se le escapaba de las manos. Luego su cuerpo se estrelló contra la pared, mientras trataba de encontrar la manera de sujetarla que requiriese menos contacto.

—Necesitaría ducharme sentada —dijo Xhex—. Al parecer soy incapaz de mantenerme en pie.

Hubo una pausa. John le quitó el jabón de las manos. Moviéndose lentamente, le cambió el sitio y la recostó contra la esquina que él había estado ocupando hasta entonces.

Mientras se arrodillaba, John le dio vueltas al jabón entre las manos para producir bastante espuma. El agua le caía por la espalda y la cabeza y se derramaba por todo el cuerpo. El suelo de baldosas era resbaladizo, había que estar muy atento. O no.

Estaba a punto de tocarla. Y eso era lo único que importaba.

John le agarró un tobillo y le dio un golpecito suave. Al cabo de un momento, Xhex pasó su peso a la otra pierna y dejó que él le levantara el pie. John dejó la barra de jabón junto a la puerta y comenzó a enjabonarle la planta del pie y luego el talón, frotando, limpiando…

En realidad, adorándola sin esperar nada a cambio.

El macho trabajaba lentamente, en especial cuando comenzó a subir por la pierna. Se paraba con mucha frecuencia para asegurarse de no hacer excesiva presión sobre los moretones. Las pantorrillas de Xhex parecían de roca y los huesos que subían a la rodilla eran tan fuertes como los de un macho, pero seguía siendo delicada a su manera. Al menos en comparación con él. Al menos para él.

Cuando llegó más arriba, a los muslos, se centró en la parte exterior. Lo último que quería era que ella pensara que quería tener relaciones con ella. Al alcanzar las caderas, se paró y volvió a buscar el jabón.

Terminó con la primera pierna. Le dio un golpecito en el otro tobillo y sintió alivio al ver que ella le daba la oportunidad de repetir el proceso.

Masajes lentos, lento progreso… y sólo por la parte exterior.

Cuando acabó, se puso de pie y la volvió a situar debajo del agua. Mientras la sostenía otra vez del brazo, le entregó el jabón para que ella se lavara todo lo demás.

—John —dijo Xhex.

Como estaban a oscuras, él silbó para indicar que la escuchaba.

—Eres un hombre de honor, un caballero, ¿lo sabías? De los pies a la cabeza.

Xhex levantó las manos y le agarró la cara.

Sucedió tan rápido que John no podía creerlo. Más tarde recrearía esa escena en su mente una y otra vez, alargando infinitamente el momento, reviviéndolo y alimentándose de ese recuerdo.

Pero cuando ocurrió duró sólo un instante. Fue un simple impulso de la hembra. Un casto regalo en señal de gratitud por otro casto regalo.

Xhex se puso de puntillas como pudo y puso su boca sobre la de John.

Menuda suavidad. Los labios de Xhex eran increíblemente suaves. Y delicados. Y tibios.

El contacto le pareció muy fugaz. Pero John hubiera querido que se prolongara durante horas y horas, y de haber sido así tampoco habría sido suficiente.

—Ven a acostarte conmigo —dijo Xhex, al tiempo que abría la puerta de la ducha y salía—. No me gusta verte en el suelo. Te mereces algo mucho mejor.

Sin saber muy bien lo que hacía, John cerró el grifo y la siguió. Se secaron. Ella se envolvió el torso en una toalla y él se la puso en las caderas.

John se acostó primero y una vez en la cama abrió los brazos por impulso natural, casi inconscientemente. Si lo hubiese pensado antes, seguramente no lo habría hecho. El caso es que hizo bien en no pensarlo, porque la hembra llegó hasta él igual que el agua de la ducha, con un calor que penetró por su piel y le llegó a lo más hondo.

Xhex siempre llegaba a lo más profundo. Siempre había sido así.

Él tenía la sensación de que le había robado el alma desde la primera vez que la vio.

Cuando John apagó la luz y ella se acomodó junto a él, pareció que la hembra estuviese buscando refugio en su corazón, como si quisiera establecerse allí para siempre.

Y así, el calor interior de Xhex fue calmando el alma turbulenta de John, que pudo respirar profundamente por primera vez en meses.

Lleno al fin de paz, el enamorado cerró los ojos, aunque no tenía la intención de dormirse. Quería gozar despierto de aquel momento.

Pero se durmió, muy bien, profundamente.