28

Mientras esperaba a que Xhex respondiera a su pregunta, John se concentró en las palabras que había escrito, remarcándolas con el bolígrafo una y otra vez.

Probablemente no debería andarse con aquellas exigencias, considerando el estado en que ella se encontraba, pero necesitaba recibir algo a cambio. Si iba a mostrar su colección de desgracias, no podía ser el único que se quedara desnudo.

También necesitaba saber de verdad qué era lo que le sucedía a Xhex. Y ella era la única que podía decírselo.

Mientras el silencio se extendía, en lo único en lo que John podía pensar era en que Xhex le estaba dando con la puerta en las narices. Otra vez. No era algo tan novedoso, así que no debería afectarle tanto. Dios sabía que había sido rechazado muchas veces.

Pero la verdad era que nunca había sentido…

—Yo te vi. Ayer.

La voz de Xhex hizo que John levantara la cabeza.

—¿Qué? —preguntó el macho, modulando la palabra con los labios.

—Él me tenía en aquella habitación. Yo te vi. Entraste y caminaste hasta la cama. Y te llevaste una almohada. Yo estuve… todo el tiempo junto a ti.

John levantó la mano y se la llevó a la mejilla. Ella esbozó una sonrisa.

—Sí, te toqué la cara.

Por Dios…

—¿Cómo es posible? —preguntó John.

—No estoy muy segura de cómo lo hace. Pero así fue como me atrapó. Todos estábamos en la caverna en la que tenían a Rehv, en la colonia. Los symphaths acababan de entrar y Lash me atrapó… sucedió tan jodidamente rápido que no pude reaccionar. De repente sentí que me tumbaban y me arrastraban, pero no podía oponer resistencia y nadie podía oír mis gritos. Era como un campo de fuerza. Si estás dentro y tratas de romperlo, el impacto es doloroso y rápido… pero es más que un asunto psicológico. Es una barrera física. —Xhex levantó una mano e hizo ademán de empujar el aire—. Una red. Sin embargo, lo extraño es que puede haber otra gente en el mismo espacio. Como cuando tú entraste en esa habitación.

John sintió de repente que por alguna razón le dolían las manos. Al bajar la mirada, vio que apretaba con inconsciente furia los puños y se estaba clavando la libreta y el bolígrafo. Se dominó lo suficiente para escribir y comunicar sus sentimientos a la hembra.

«Ojalá hubiera sabido que estabas allí. Habría hecho algo. Dios sabe que lo habría hecho».

Xhex leyó lo que John había escrito, le miró y le puso una mano sobre el brazo.

—Lo sé. No es culpa tuya. No podías saber que estaba allí, prisionera.

Pero eso no era consuelo para John, macho enamorado. No podía soportar la idea de haber estado junto a ella sin saberlo.

Volvió a escribir, con evidente nerviosismo.

«¿Lash volvió luego? ¿Apareció por allí después de que nos fuéramos nosotros?».

Al ver que Xhex negaba con la cabeza, sintió tanto alivio que fue como si su corazón volviera a latir.

—Pasó por delante de la casa en su coche, pero pasó de largo.

«¿Cómo escapaste?».

John buscaba una página en blanco, de las que le iban quedando pocas.

—¿Sabes una cosa? Vas a tener que enseñarme el lenguaje por señas.

John parpadeó.

—Y no te preocupes, yo aprendo rápido. —Xhex respiró hondo antes de responder a la pregunta que le había hecho—. Desde que me secuestró, la barrera siempre había sido lo suficientemente fuerte como para mantenerme atrapada. Pero después de vuestra incursión… —frunció el ceño—. ¿Fuiste tú el que acabó con aquel asesino, abajo, en la cocina?

John sintió que sus colmillos se alargaban.

«Maldición, sí».

Xhex le regaló una sonrisa llena de gratitud, pero también cargada de amenazas para sus enemigos.

—Buen trabajo. Lo oí todo. Como te decía, cuando todo quedó en silencio, tuve ya muy claro que tenía que escapar o…

O morir, pensó John. Gracias a lo que él había hecho en esa cocina, ella no podía permanecer más tiempo en aquella casa.

—Así que estaba…

John levantó la mano para indicarle que esperara un momento. Luego escribió algo rápidamente. Le mostró a Xhex la libreta, ella frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Ah, claro que sé que no lo habrías hecho si hubieses sabido que yo estaba allí. Pero no lo sabías. No me extraña que no pudieras contenerte. Créeme, soy la última persona con la que tienes que disculparte por matar a uno de esos desgraciados.

Pese a todo, John todavía sentía escalofríos al pensar que la había puesto en peligro, aunque fuera sin querer.

Xhex volvió a respirar hondo.

—En todo caso, cuando os marchasteis, se hizo evidente que la barrera se estaba debilitando. Hice unas pruebas a puñetazos y me di cuenta de que tenía una oportunidad de escapar. —La hembra se miró los nudillos—. Al final, reuní todas mis fuerzas, tomé impulso y me lancé contra la puerta. La primera vez no lo logré. Hacía falta más fuerza.

Xhex se reacomodó en la cama e hizo una mueca de dolor.

—Creo que fue entonces cuando sufrí el desgarro interno. Me hice mucho daño al romper la barrera definitivamente, fue como atravesar un muro de cemento a medio fraguar. Además, luego me estrellé contra la pared.

John sintió la tentación de decirse que los hematomas que había visto en la piel de Xhex también eran consecuencia de su violento modo de escapar, pero finalmente no cayó en ella. Conocía bien a Lash. Había visto la crueldad reflejada en su cara suficientes veces como para estar absolutamente seguro de que Xhex fue sometida a torturas mientras permaneció en manos del enemigo.

—Por eso tuvieron que operarme.

Xhex hizo esa afirmación con voz clara y neutra. El problema fue que evitó mirar a John a los ojos.

Así que el enamorado pasó la página y escribió algo en mayúsculas y luego agregó unos signos de interrogación. Cuando le dio vuelta a la libreta, Xhex apenas miró lo que decía:

«¿DE VERDAD?».

Xhex desvió la mirada y, evasiva, clavó sus ojos grises en un rincón del cuarto.

—También pudo ser consecuencia de un combate con él. Pero no tenía ninguna hemorragia interna antes de escaparme, así que… ésa es la historia.

John resopló. Pensó en los arañazos y las manchas de sangre que había visto en las paredes de aquella habitación. Volvió a escribir, sintiendo un profundo dolor moral.

Cuando Xhex vio lo que él había escrito, pareció crisparse. Su cara se convirtió en una especie de máscara. John pensó que parecía casi una desconocida y luego bajó la mirada hacia lo que acababa de escribir en el papel:

«¿Fue muy horrible?».

Suspiró y se dijo que no debía haber preguntado eso. Él había visto el estado en que ella se encontraba. Había oído sus gritos en la sala de cirugía y había estado con ella durante aquel terrible ataque de pánico. ¿Qué más necesitaba saber?

Estaba comenzando a escribir una disculpa, cuando ella habló con un hilillo de voz:

—Fue… normal. Quiero decir que…

John clavó los ojos en el rostro de Xhex y deseó con todas sus fuerzas que siguiera hablando.

La hembra tragó saliva.

—No me gusta engañarme. Eso no sirve para nada. Tenía muy claro que, si no me escapaba, no iba a durar mucho más. —Sacudió lentamente la cabeza sobre la almohada blanca—. Me estaba debilitando mucho debido a la falta de sangre y a los continuos combates que me obligaba a librar. Lo cierto es que no me importaba morir, en realidad. Y sigue sin importarme. La muerte no es más que un proceso, posiblemente muy doloroso, pero cuando termina la cosa mejora, porque ya no existes y ya no queda nada, ni dolor ni mierda alguna.

Que su amada pareciera tan indiferente ante la misma vida hizo que John se angustiara. Se removió en el asiento, tratando de contener el impulso de ponerse a pasear de un lado a otro.

—¿Quieres saber si fue horrible? —murmuró Xhex—. Soy guerrera por naturaleza. Hasta cierto punto, esa experiencia no fue nueva ni inesperada. Nada que no pudiera afrontar. Soy muy dura. Perdí la cabeza en la clínica porque odio todo lo que tenga que ver con médicos, pero no debido a lo que pasó con Lash.

Es así debido a su pasado, pensó John.

—Te diré una cosa. —Xhex volvió a clavar la mirada en los ojos de John y él tuvo que parpadear debido a la intensidad de aquella expresión—. ¿Sabes qué sería lo verdaderamente terrible? ¿Sabes lo que de verdad haría que las últimas tres semanas fueran absolutamente insoportables? No poder matarlo. Eso sí sería horrible.

El macho enamorado que John llevaba dentro se sublevó en sus entrañas y aulló con todas sus fuerzas. Fue tal la conmoción que sufrió que se preguntó si no se daría cuenta de que no estaba dispuesto a permitir que ella fuera la que acabara con aquel maldito monstruo. Los machos protegían a sus hembras. Era una regla universal que debía cumplir.

Además, la posibilidad de que Xhex volviera a acercarse a ese desgraciado lo hacía enloquecer. Lash ya se la había llevado una vez. ¿Por qué no iba a atraparla de nuevo con una de sus trampas?

Y sin duda sería muy difícil recuperarla por segunda vez.

—Eso es todo —dijo Xhex—. Ya he cumplido con mi parte. Ahora es tu turno.

Tenía razón.

Ahora fue John el que clavó la mirada en un rincón. Por Dios. ¿Por dónde empezar?

Pasó una página de la libreta, bajó el bolígrafo y…

No se le ocurrió nada que escribir. El problema era que tenía demasiadas cosas que decir, muchísimo que contarle, y eso resultaba horriblemente deprimente.

Unos golpecitos en la puerta hicieron que los dos volvieran la cabeza hacia ella.

—Maldición —dijo Xhex en voz baja—. ¡Un minuto, por favor!

La presencia de alguien esperando en la puerta aumentaba las reticencias de John. Eso, sumado a su incapacidad para hablar y su tendencia innata a ocultar sus sentimientos, hizo que le zumbara la cabeza de pura angustia.

—Sea quien sea, por mí puede esperar ahí afuera toda la noche —dijo Xhex y alisó la sábana que le cubría el estómago—. Quiero saber lo que tienes que contarme.

De pronto John se sintió liberado. Ya no estaba bloqueado. Rápidamente escribió:

«Sería más fácil mostrarte una cosa».

Xhex alzó las cejas, sorprendida, y luego asintió con la cabeza.

—Está bien. ¿Cuándo?

«Mañana por la noche. Si para entonces ya puedes salir».

—Es una hermosa cita. —Xhex levantó la mano… y la posó delicadamente sobre el brazo de John—. Quiero que sepas que…

En ese momento volvieron a llamar a la puerta y los dos soltaron una maldición al unísono.

—¡Un minuto! —gritó Xhex antes de volverse a concentrar en John—. Quiero que sepas que… puedes confiar en mí.

John la miró a los ojos y enseguida se sintió transportado a otro plano de la existencia. Tal vez sí que existía el paraíso, y si no, puesto que existía Xhex, ¿a quién le importaba el cielo? Lo único que John sabía era que Xhex y él estaban juntos en ese momento y que el resto del mundo había perdido interés.

¿Sería posible enamorarse dos veces de la misma persona?, se preguntó.

—¿Qué demonios estás haciendo ahí adentro?

La voz de Rehv desde el otro lado de la puerta rompió la magia del momento, pero no la borró.

Nada podría borrarla de su memoria, de su alma, pensó John, al tiempo que Xhex retiraba la mano y él se ponía de pie.

—Entra, imbécil —gritó Xhex.

En cuanto entró en el cuarto, John percibió el cambio que se produjo en el ambiente. Xhex y Rehv se miraron a los ojos sin decir nada. El mudo enamorado se dio cuenta de que se estaban comunicando por telepatía, con los recursos de su naturaleza symphath.

Para ser discreto, John se dirigió a la puerta y, justo cuando estaba a punto de salir, Xhex le interpeló.

—¿Volverás?

Al principio John pensó que Xhex estaba hablando con Rehv, pero luego el macho lo agarró del brazo y lo detuvo:

—Oye, hermano. Te pregunta que si vas a volver.

John miró hacia la cama. Había olvidado su libreta y su bolígrafo sobre la mesita, así que simplemente asintió con la cabeza.

—¿Pronto? —preguntó Xhex—. Porque no estoy cansada y tengo muchas ganas de aprender el lenguaje por señas.

John volvió a asentir, chocó su puño con el de Rehvenge y salió.

Al pasar junto a la camilla de la sala de reconocimiento, agradeció que V ya hubiese terminado de limpiar y no estuviera por allí. Porque la verdad era que no habría podido ocultar la sonrisa que iluminaba su cara, y tampoco tenía ganas de dar explicaciones.

‡ ‡ ‡

Blay caminaba en silencio junto a Qhuinn por el pasillo subterráneo que unía el centro de entrenamiento con el vestíbulo de la mansión.

El sonido de sus pasos destacaba en medio del silencio. Ni él ni Qhuinn decían nada. Tampoco se tocaban.

Sobre todo, no se tocaban.

Tiempo atrás, antes de que Blay le confesara a Qhuinn su gran secreto, antes de que sus relaciones se volvieran tan complicadas, Blay sencillamente le habría preguntado a Qhuinn en qué estaba pensando, porque era evidente que estaba preocupado por algo. Ahora, sin embargo, lo que antes habría sido una pregunta sin importancia, hubiera parecido una intromisión inaceptable.

Al salir al vestíbulo a través de la puerta secreta que había debajo de las escaleras, Blay se dio cuenta de que tenía pavor a lo que quedaba de noche.

Por fortuna no quedaba mucho, pero dos horas podían parecer toda una vida en ciertas circunstancias.

—Layla debe de estar esperándonos —dijo Qhuinn cuando llegaron al pie de las escaleras.

Fantástico. Era justamente la diversión que Blay necesitaba.

No. Tras ver otras veces la manera en que aquella Elegida miraba a Qhuinn, Blay sencillamente no se sentía capaz de ser testigo otra vez de aquel deslumbramiento. En especial esa noche, pues lo ocurrido con Xhex lo había dejado muy tenso. En cierto sentido, más tenso de la cuenta.

—¿Vienes? —preguntó Qhuinn, arrugando el ceño con aire impaciente.

Blay dirigió la mirada hacia el aro que Qhuinn tenía en el labio inferior.

—Pero, Blay ¿Estás bien? Mira, creo que necesitas alimentarte, amigo. Hemos pasado por muchas dificultades últimamente.

¡Amigo!… Por Dios, ¡cómo odiaba esa palabra!

Pero, a la mierda con ese rollo. Era preciso controlarse.

—Sí, claro.

Qhuinn lo miró con extrañeza.

—¿En mi habitación o en la tuya?

Blay soltó una risa irónica y comenzó a subir.

—¿Crees que eso tiene alguna importancia?

—No.

—Pues eso.

Al llegar al segundo piso, los dos amigos pasaron frente al estudio de Wrath, que estaba cerrado, y se encaminaron al pasillo de las estatuas.

Primero llegaron ante la habitación de Qhuinn, pero Blay pasó de largo, dispuesto a jugar, por una vez, en terreno propio.

Por supuesto, Blay entró primero, y detrás su amigo, que cerró suavemente.

Blay se dirigió al baño, al lavabo, abrió el grifo y se inclinó para lavarse la cara. Se estaba secando cuando sintió un difuso olor a canela que le indicó que Layla acababa de llegar.

Entonces apoyó las palmas de las manos contra el mármol del lavabo y bajó la cabeza, intentando relajarse. Afuera, en su habitación, sonaban las voces de Layla y Qhuinn, más alta la del segundo, cambiando impresiones.

Blay terminó de secarse, dejó la toalla en su sitio, dio media vuelta y se dispuso a hacer lo que tenía que hacer. Qhuinn estaba sobre la cama, con la espalda recostada en la cabecera, las botas cruzadas y las manos entrelazadas sobre el pecho. Sonreía con encanto a la Elegida. Layla parecía ruborizada. Estaba de pie, cerca de Qhuinn, con los ojos clavados en la alfombra. Se retorcía nerviosamente sus pequeñas y delicadas manos.

Cuando Blay salió del baño, los dos le miraron. La expresión de Layla no cambió, pero la de Qhuinn, por el contrario, sí pareció volverse más hermética.

—¿Quién va primero? —preguntó Blay, acercándose a ellos.

—Tú —murmuró Qhuinn—. Empieza tú.

Blay no iba a meterse en la cama con el otro, claro está, así que se dirigió al sillón y se sentó. Layla se le acercó con delicadeza y se arrodilló frente a él.

—Señor —dijo, al tiempo que le ofrecía la muñeca.

En ese momento se encendió la tele y Qhuinn comenzó a cambiar de canal repetidamente. Finalmente optó por ver un combate de boxeo.

—¿Me has oído, señor? —dijo Layla.

—Dicúlpame. —Blay se inclinó, tomó entre sus inmensas manos aquel delicado antebrazo y lo sostuvo con firmeza, pero procurando no apretar demasiado—. Agradezco mucho lo que me ofreces.

Blay la mordió con toda la suavidad de la que era capaz, pese a lo cual vio, con pena, que ella se sobresaltaba un poco. Habría retirado sus colmillos enseguida para disculparse, pero era mejor no hacerlo, pues eso significaba que de inmediato debería morderla de nuevo.

Mientras bebía la sangre de la Elegida, Blay miró hacia la cama. Qhuinn estaba absorto en el combate de la televisión y tenía el puño derecho levantado.

—¡Joder! —murmuró Qhuinn—. Eso sí que es pelear.

Blay se concentró en lo que estaba haciendo y terminó rápidamente. Al soltar la muñeca de la Elegida, miró el hermoso rostro de Layla.

—Has sido muy amable, como siempre.

Layla sonrió con satisfacción.

—Señor… siempre es un placer servirte.

La ayudó a levantarse. Una vez más, se quedó admirado por la elegancia innata de la muchacha. Además, era una maravilla como alimentadora: la fortaleza que le proporcionaba era sencillamente milagrosa. Blay ya podía sentir cómo su cuerpo se llenaba de energía y hasta se suavizaban sus preocupaciones.

Todo ello gracias a lo que Layla le había dado.

Qhuinn enseñaba ahora los colmillos, pero no por la presencia de Layla, sino por el excitante frenesí del combate que estaba viendo.

La expresión de satisfacción de Layla se transformó en un gesto de resignación que Blay conocía muy bien.

Blay frunció el ceño.

—Qhuinn, ¿te vas a alimentar?

El interpelado pidió un momento de paciencia con un gesto de la mano.

Los ojos de distintos colores de Qhuinn permanecieron pegados a la pantalla hasta que el árbitro dio por terminado el combate; luego miró Layla. Con un gesto sensual, el gigante se movió hacia un lado de la cama, para hacer sitio a la delicada hembra.

—Ven aquí, Elegida.

Esas tres palabras, unidas a la mirada insinuante, fueron como un puñetazo para Blay. Y no era que Qhuinn se estuviese portando de esa manera por la presencia de Layla; es que era así.

Qhuinn respiraba aire, respiraba sexo.

Layla también pareció acusar la actitud del vampiro, porque se arregló nerviosamente la túnica, primero el cinturón que la mantenía cerrada y luego las solapas.

Por alguna razón, Blay pensó por primera vez que la muchacha debía de estar completamente desnuda debajo de la túnica.

Qhuinn tendió una mano hacia ella y la palma de Layla se depositó, temblorosa, sobre ella.

—¿Tienes frío? —le preguntó Qhuinn, incorporándose. Por debajo de la apretada camiseta, los abdominales aparecieron en todo su esplendor.

Layla negó con la cabeza. Blay se metió otra vez en el baño, cerró la puerta y abrió el grifo de la ducha. Se desnudó, se metió debajo del agua y trató de olvidar lo que estaba ocurriendo en su cama.

Tarea en la que tuvo éxito a medias, porque sólo logró eliminar a la Elegida de la escena de sus pensamientos.

Blay comenzó a fantasear. Se imaginó en la cama con su amigo, besándose. Soñó despierto con que sus colmillos acariciaban aquella piel aterciopelada…

Era normal que los machos tuvieran una erección después de alimentarse. En especial si además tenían pensamientos eróticos. Y el jabón también contribuía a la excitación.

Por no hablar de las fantasías sobre lo que ocurría tras los besos.

Blay apoyó una mano contra la pared del mármol y se llevó la otra al miembro viril.

Lo que hizo fue algo similar a una comida rápida: buena, porque hay hambre, pero ni remotamente parecido a lo que es un banquete de verdad.

La segunda vez que se masturbó tampoco mejoró la situación, de modo que se negó a conceder a su cuerpo una tercera oportunidad. Porque, pensándolo fríamente, todo aquel asunto era repulsivo. Qhuinn y Layla juntos al otro lado de la puerta, mientras él se masturbaba debajo del agua caliente. ¡Por favor!

Salió de la ducha, se secó, se puso una bata y se dio cuenta de que no había llevado ropa limpia para vestirse. Al agarrar el pomo de la puerta para salir, rogó que las cosas siguieran tal como él las había dejado.

Y así era, gracias a Dios. Qhuinn tenía la boca sobre la otra muñeca de Layla y estaba tomando lo que necesitaba, mientras ella permanecía arrodillada junto a él.

No estaba ocurriendo nada abiertamente sexual.

La sensación de alivio que sintió hizo que Blay se diera cuenta de lo tenso que vivía últimamente. Siempre tenía los nervios a flor de piel, por todo lo que tenía que ver con Qhuinn.

Aquello no era sano ni bueno para nadie.

Y, además, considerando las cosas objetivamente, ¿de verdad estaba mal que Qhuinn sintiera lo que sentía? Uno no puede elegir quién le atrae y quién no le atrae.

Blay se dirigió al armario, sacó una camisa y unos pantalones de combate negros. Justo cuando regresaba al baño, Qhuinn retiraba la boca de la vena de Layla.

El macho, al parecer lleno, dejó escapar un gruñido de satisfacción y sacó la lengua para lamer los pinchazos que habían dejado sus colmillos. Al ver un destello plateado, Blay alzó las cejas. Ahora tenía un piercing en la lengua. Blay se preguntó quién se lo habría puesto.

Probablemente Vishous. Esos dos pasaban ahora mucho tiempo juntos. Así fue como Qhuinn obtuvo la tinta para el tatuaje de John.

El caso es que mientras la lengua de Qhuinn lamía la piel de la Elegida, el metal brillaba.

—Gracias, Layla. Eres muy buena con nosotros.

El vampiro recién alimentado sonrió y de inmediato bajó las piernas de la cama, como si fuera a levantarse. Layla, por su parte, no se movió. En lugar de seguir el ejemplo de Qhuinn y prepararse para irse, agachó la cabeza y clavó los ojos en su regazo…

O mejor dicho, en sus muñecas, que se alcanzaban a ver debajo de las mangas de la túnica. Blay frunció el ceño al ver que parecía tambalearse.

—¡Layla! —dijo, acercándose—. ¿Te sientes bien?

Qhuinn se le acercó por el otro lado de la cama.

—¿Qué sucede, Layla?

Ahora fueron los machos quienes se arrodillaron frente a ella.

Blay habló primero.

—¿Hemos bebido demasiada sangre?

Qhuinn se apresuró a ofrecerle su propia muñeca.

—Toma de mí.

Mierda, Layla había alimentado a John la noche anterior. Tal vez había sido demasiado.

Los ojos de maravilloso color verde claro de la Elegida se clavaron en el rostro de Qhuinn. No parecían desorientados, sólo tristes, terriblemente melancólicos.

Qhuinn retrocedió.

—¿Qué he hecho?

—Nada —dijo ella con voz profunda—. Si me disculpáis, regresaré al santuario.

Layla hizo ademán de levantarse, pero Qhuinn la agarró de la mano y se lo impidió.

—Layla, ¿qué ocurre?

Dios, aquella voz era tan gentil, tan suave. Lo mismo que su mano, que ahora estaba bajo su barbilla y le levantaba la cara.

—No puedo hablar de eso.

—Sí, sí puedes. —Qhuinn hizo una seña con la cabeza hacia Blay—. Él y yo guardaremos tu secreto.

La Elegida respiró hondo y al dejar escapar el aire pareció darse por vencida, como si se le hubiese acabado la gasolina, como si ya no le quedara energía ni voluntad.

—¿De verdad guardaréis el secreto?

—Sí. ¿Verdad, Blay?

—Claro, desde luego. —Blay se puso una mano sobre el corazón—. Lo juro. Haremos cualquier cosa para ayudarte. Lo que sea.

Layla miró a los ojos de Qhuinn.

—¿Acaso te resulto desagradable a la vista, señor? —Al ver que Qhuinn fruncía el ceño y no respondía, Layla se tocó las mejillas y la frente—. ¿Acaso me alejo tanto del ideal de belleza como para no…?

—Dios, no. ¿De qué estás hablando? Eres preciosa.

—Entonces… ¿por qué razón nunca me llamáis?

—No entiendo, nosotros te llamamos constantemente. Yo te llamo, y Blay y John y Rhage y V. Siempre te pedimos a ti porque tú…

—Pero sólo me usáis para la alimentación, para beber mi sangre.

Blay se puso de pie y comenzó a retroceder hasta que sus piernas golpearon el sillón y se sentó. Cuando su trasero tocó la tela acolchada, la expresión de la cara de Qhuinn estuvo a punto de hacerle reír a carcajadas. ¡Estaba asombrado!

A Qhuinn nunca le pillaban por sorpresa, porque había estado expuesto a muchos peligros y vivido muchas experiencias a lo largo de su relativamente corta vida, gracias al destino y a su propia decisión, y también porque así era su personalidad. Qhuinn sabía navegar en todos los mares, manejarse en toda clase de situaciones… Excepto en ésta, evidentemente. Pues parecía que alguien acabara de golpearlo en la cabeza con un bate de béisbol.

—Yo… —Qhuinn carraspeó—. Yo… yo…

Otra pasmosa novedad: estaba tartamudeando.

Layla llenó el silencio.

—Sirvo a los machos y a los hermanos de esta casa con orgullo. Doy sin recibir nada a cambio, porque para eso me entrenaron, y me complace hacerlo. Pero os digo esto porque vosotros me habéis preguntado y… creo que debo hacerlo. Cada vez que regreso al santuario o a la casa del Gran Padre, me siento terriblemente vacía. Hasta el punto de que estoy pensando que debería renunciar. En verdad… —Layla sacudió la cabeza—. No puedo seguir haciendo esto, aunque es todo lo que conozco. Sólo que… mi corazón no puede seguir.

Qhuinn dejó caer las manos y se las restregó sobre las piernas, muy confuso.

—Pero, no sé cómo preguntártelo… ¿Quisieras seguir adelante con… el asunto… si pudieras?

—Por supuesto —respondió Layla con voz fuerte y clara—. Me enorgullece poder ser de utilidad.

Ahora Qhuinn se estaba pasando la mano por el pelo.

—¿Y qué es lo que necesitas exactamente para considerar que eres útil?

Era como asistir, sin poder hacer nada, a un choque entre dos trenes. Blay debería haberse marchado, pero no se podía mover, sencillamente tenía que ver la colisión porque era un espectáculo hipnotizador.

Naturalmente, el rubor que cubría las mejillas de Layla la volvía incluso más hermosa de lo que era habitualmente.

Tras unos instantes de silencio, la muchacha abrió esos preciosos labios. Y los cerró. Y los volvió a abrir. Pero no salió ningún sonido de aquella boca maravillosa.

—Está bien —susurró Qhuinn—. No tienes que contestarme. Ya sé qué es lo que quieres.

Blay notó que un sudor frío le bajaba por el pecho y apretó la ropa que tenía en la mano.

—Habla, pues —preguntó Qhuinn bruscamente—. ¿A quién quieres?

Hubo otra larga pausa y luego ella respondió.

—A ti.

Blay se puso de pie.

—Os dejaré solos.

Blay iba completamente ciego mientras avanzaba hacia la puerta. Había agarrado la ropa instintivamente, sin pensarlo. Al cerrar oyó la voz de Qhuinn.

—Iremos muy lentamente. Si vamos a hacer esto, será muy despacio.

Una vez en el pasillo, Blay se apresuró a alejarse de su habitación y sólo se dio cuenta de que todavía estaba en bata cuando llegó a las puertas dobles que llevaban al ala de la mansión que ocupaba el servicio. Así que se deslizó por las escaleras que llevaban al teatro del tercer piso y se vistió frente a la máquina de hacer palomitas de maíz.

La rabia lo dominaba. Era como un cáncer voraz que estuviese devorando sus entrañas. Y lo peor era que se trataba de una rabia estéril, inútil.

Blay se quedó mirando las estanterías repletas de películas, pero los títulos que se podían leer en el lomo no eran más que dibujos incomprensibles para sus ojos.

Lo que terminó buscando no fue una película, sino un trozo de papel, que finalmente encontró en un bolsillo de su chaqueta.