27

En la sala de reconocimiento de la clínica subterránea que habían montado en el complejo de la Hermandad, John se encontraba frente a Xhex y se sentía absolutamente impotente. Mientras ella seguía acostada en la mesa de acero inoxidable, gritando como una loca, con las manos aferradas a la sábana, la cara contraída, la boca abierta y los ojos llenos de lágrimas de sangre que rodaban por sus mejillas blancas, él no podía hacer nada.

Sabía muy bien cómo se sentía Xhex. Y sabía que no había manera de alcanzarla en el fondo de aquel pozo: él también había estado allí. John sabía perfectamente lo que era tropezar, caerse y agonizar por el horror del abismo… aunque, técnicamente, tu cuerpo no hubiese ido a ninguna parte.

La única diferencia era que ella sí tenía una voz que le diera expresión, alas, a su infinito dolor.

A pesar de que le dolían los oídos y sentía que el corazón se le rompía al ver a Xhex en ese estado, permaneció firme, soportando la fuerza del huracán que emanaba de ella. Acompañarla, oírla y estar con ella era lo único que podía hacer mientras luchaba desesperadamente por no desmoronarse.

Pero, Dios, cómo le dolía el sufrimiento de Xhex. Le dolía pero al mismo tiempo le ayudaba a reunir fuerzas, mientras que el rostro de Lash se dibujaba cada vez con más claridad en su mente, como si fuera un fantasma que tomase forma. Al tiempo que Xhex gritaba y gritaba, John juraba con fuerza creciente que su corazón sólo se alimentaría de su deseo de venganza.

Xhex respiró hondo varias veces. Y luego dos más.

—Creo que ya ha pasado —dijo con voz ronca.

John esperó un momento para estar seguro de que había mejorado. Cuando vio que ella asentía con la cabeza, sacó su libreta y escribió algo rápidamente.

Puso lo escrito frente a Xhex, ella fijó los ojos en la página, pero tardó un momento en entenderlo.

—¿Puedo lavarme la cara antes?

John asintió y se dirigió al lavabo metálico de la sala. Tras abrir el grifo, tomó una toalla limpia de una pila que había al lado y la mojó. Con ella volvió al lado de Xhex. La enferma estiró las manos, él le puso la toalla sobre las palmas y contempló cómo se limpiaba lentamente la cara. No le resultaba fácil verla así, tan frágil. Evocó a la hembra que le había vuelto loco: fuerte, poderosa, siempre alerta.

El pelo le había crecido y estaba comenzando en encresparse en las puntas, lo cual sugería que, si Xhex no se lo cortaba regularmente, tendría una espesa melena rizada.

Dios, John se moría por acariciar aquel maravilloso pelo.

De repente, John bajó los ojos hacia los pies de la mesa de examen y se quedó paralizado. La sábana se había escurrido un poco… y había una mancha negra en las toallas que Xhex tenía envueltas alrededor de las caderas.

Al tomar aire, John percibió el olor de la sangre fresca y le sorprendió no haberse dado cuenta antes. Pero, claro, estaba muy distraído con la crisis de su amada.

Xhex estaba sangrando…

John le dio un golpecito suave en el hombro y moduló con los labios:

—Voy a llamar a la doctora Jane.

Xhex asintió.

—Sí. Terminemos con esto.

Impulsado por un súbito frenesí, John se dirigió hasta la puerta dando grandes zancadas. Afuera, en el pasillo, había una legión de caras preocupadas, con la doctora Jane a la cabeza.

—¿Ya puedo pasar a verla? —Al ver que John daba un paso hacia ella y le hacía señas urgentes con la mano, la doctora Jane entró.

Al pasar junto a John, éste la detuvo y, dando la espalda a Xhex, explicó a su manera:

—Está herida. Está sangrando.

La doctora Jane le puso una mano sobre el hombro. Cada uno ocupó el sitio del otro, de manera que ella quedó dentro de la sala y él fuera.

—Lo sé. ¿Por qué no esperas aquí afuera? Voy a cuidarla muy bien, no te apures. Ehlena, ¿te importaría venir? Voy a necesitar otro par de manos.

La shellan de Rehvenge entró en la sala de examen y John miró por encima de la cabeza de la doctora cómo Ehlena comenzaba a lavarse las manos.

—¿Por qué no te ayuda Vishous? —preguntó con señas.

—Sólo vamos a hacerle una ecografía para asegurarnos de que está bien. No la voy a operar. —La doctora Jane le sonrió con un aire muy profesional, lo cual era inquietante. Luego le cerró la puerta en la cara.

John miró a los demás. Todos los machos estaban en el pasillo. En la sala de reconocimiento, con ella sólo había hembras.

Angustiado, sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas. Tomó una decisión enloquecida.

Una pesada mano aterrizó sobre su hombro y enseguida oyó la voz de V.

—No; tienes que quedarte aquí, John. Suelta.

Se dio cuenta de que tenía la mano sobre el picaporte. Recuperó la sensatez y se dijo que debía soltarlo… pero V tuvo que ordenárselo otras dos veces antes de que su mano obedeciera y soltara el pestillo.

Ya no se oían gritos. No se oía nada.

John esperó mucho rato. Se paseó un poco y esperó un poco más. Vishous encendió un cigarro. Blay lo acompañó con uno de sus Dunhill. Qhuinn se tamborileaba en la pierna con los dedos. Wrath acariciaba la cabeza de George, mientras que el perro observaba a John con sus tiernos ojos color café.

Al cabo de un rato, la doctora Jane asomó la cabeza por la puerta y miró a su pareja.

—Te necesito.

Vishous apagó el cigarro contra la suela de su bota y se metió la colilla en el bolsillo de atrás del pantalón.

—¿Con traje de cirugía?

—Sí.

—Voy a cambiarme.

Vishous salió corriendo hacia los vestuarios y la doctora Jane miró a John.

—Seré muy, muy cuidadosa, no lo dudes…

—¿Cuál es el problema? ¿Por qué está sangrando? —preguntó John por señas.

—Ya te he dicho que está en las mejores manos.

Dicho esto, cerró otra vez la puerta.

Cuando V regresó, aunque se había quitado toda la ropa de cuero y se había puesto la quirúrgica, seguía pareciendo más un guerrero que un profesional sanitario. John deseó con toda su alma que fuera tan competente en el campo médico como lo era en el campo de batalla.

Los ojos de diamante de Vishous relampaguearon y, antes de entrar en la sala de reconocimiento, que obviamente estaba haciendo las veces de quirófano, puso una mano en el hombro de John, a modo de silenciosa promesa de hacer todo cuanto estuviese en su mano.

La puerta se cerró y el enamorado sintió ganas de gritar.

Pero, en lugar de hacerlo, siguió paseándose de un lado al otro del pasillo. Una y otra vez. Arriba y abajo. Pasó el tiempo. Los demás se dirigieron a un aula cercana y a otras dependencias, para hacer menos pesada la espera. Pero John no soportaba la idea de estar lejos de ella.

Cada vez alargaba más su compulsivo paseo, hasta que finalmente llegó a la salida que conducía hacia el estacionamiento. De vuelta, pasó de largo ante la dichosa puerta donde la estaban operando y llegó hasta los vestuarios. Sus largas piernas parecían devorar la distancia y lo que eran unos buenos cincuenta metros, se dirían apenas unos poco centímetros.

Al menos eso era lo que le parecía.

En el que debía de ser su quinto viaje hasta los vestuarios, dio media vuelta de repente y se encontró frente a la puerta de vidrio de la oficina. El escritorio, los archivadores y el ordenador le parecieron objetos absolutamente normales y John encontró una especie de consuelo en la contemplación de aquellos inofensivos objetos inanimados.

Pero esa sensación de calma desapareció cuando comenzó a avanzar de nuevo.

Por el rabillo del ojo, John alcanzó a ver las grietas que habían aparecido en la pared de cemento del fondo, fisuras que necesariamente se habían abierto como consecuencia de un tremendo golpe.

Recordó la noche en que aquello había ocurrido. Esa horrible noche.

En aquella ocasión Tohr y él estaban en la oficina. John se ocupaba de sus tareas escolares y Tohr trataba de mantenerse calmado, mientras llamaba insistentemente a casa. Cada vez que saltaba el buzón de voz, sin que Wellsie contestara, la tensión crecía… hasta que Wrath apareció con toda la Hermandad detrás.

La noticia de que Wellsie había muerto era trágica, espantosa… pero había más, porque luego Tohr se había enterado del «cómo»: no había muerto porque estuviera esperando a su primer hijo, sino porque un restrictor la había asesinado a sangre fría. La habían matado. La habían matado a ella y al bebé que llevaba dentro.

Eso era lo que había ocasionado las grietas.

John se acercó y pasó los dedos por las finas líneas que se habían dibujado en el cemento. La rabia que se apoderó de Tohr fue tan grande que literalmente hizo explosión en su interior, y la descarga emocional había hecho que se desmaterializara hacia algún lugar indeterminado.

John nunca supo adónde había ido Tohr.

De repente sintió que lo observaban, levantó la cabeza y miró alrededor. Tohr estaba al otro lado de la puerta de vidrio, de pie, en medio de la oficina, y lo estaba mirando fijamente.

John y Tohr se miraron entonces a los ojos, de macho a macho, ya no de adulto a joven.

John había envejecido y, como ocurría con tantas otras cosas, ya no había vuelta atrás.

—John. —La voz de la doctora Jane llegó desde el otro extremo del pasillo. John dio media vuelta y corrió a su encuentro.

—¿Cómo está Xhex? ¿Qué ha pasado?

—Está bien. Se está despertando de la anestesia. Voy a tenerla en cama durante las próximas seis horas o algo más. Al parecer, Xhex se alimentó con tu sangre. —John le enseñó la muñeca con los pinchazos y la doctora asintió—. Bien. Te agradecería que te quedaras con ella por si volviera a necesitarte, ¿vale?

No podía proponerle nada mejor.

Entró de puntillas en el improvisado quirófano, pues no quería hacer ningún ruido, pero Xhex no estaba allí.

—La hemos llevado a la habitación contigua —dijo V.

Antes de atravesar la puerta que había al fondo, John observó el estado en que había quedado la sala después de lo que le habían hecho a Xhex. En el suelo había un montón alarmantemente grande de gasas ensangrentadas; y también había sangre en la mesa. La sábana y las toallas en las que Xhex estaba envuelta estaban en un rincón, igualmente empapadas de sangre.

Había tanta sangre…

John silbó para que V levantara la vista.

—¿Podría alguien decirme qué demonios ha pasado aquí?

—Puedes preguntárselo a ella misma. —Después, el hermano sacó una bolsa de plástico para restos orgánicos y comenzó a meter en ella las gasas usadas. De repente se detuvo y agregó, pero sin mirar a John a los ojos—: Se pondrá bien.

En ese momento John fue consciente de la gravedad de lo ocurrido.

La cosa había sido peor. Mucho peor de lo que imaginaba, que ya era mucho.

Por lo general, cuando había víctimas durante una pelea súbita o en el campo de batalla, todo se sabía: fractura de fémur, tantas costillas rotas, una herida de cuchillo, una contusión craneal, tantas amputaciones… Pero de repente la herida era una hembra, a la que examinaron sin que hubiera machos presentes, y nadie dice ni una palabra sobre lo sucedido en la mesa de operaciones. ¿Por qué?

El hecho de que los restrictores fuesen impotentes no significaba que no pudieran hacer cosas con…

La oleada de frío que invadió súbitamente la sala hizo que V levantara otra vez la cabeza.

—Un consejo, John. Yo me guardaría esas hipótesis si quisiera ser el encargado de matar a Lash, ¿vale? No tendría sentido que Rehv o las Sombras, a pesar de lo mucho que los respeto, hicieran lo que te corresponde hacer a ti.

Dios, Vishous realmente era un gran tipo, pensó John.

Asintió con la cabeza y se dirigió hacia el cuarto donde estaba Xhex, mientras pensaba que aquellos machos no eran la única razón por la cual iba a mantener sus pensamientos en privado. Xhex tampoco tenía por qué saber hasta qué extremo estaba dispuesto a llegar.

‡ ‡ ‡

Xhex se sentía como si alguien hubiese aparcado un Volkswagen en su útero.

La presión era tan grande que levantó la cabeza y bajó la mirada hacia su abdomen, para ver si estaba tan hinchado como un garaje.

No. Seguía tan plano como siempre.

Suspiró y dejó caer la cabeza.

En cierto sentido, no podía creer que se encontrara en la situación en que se hallaba en ese momento: recién operada, acostada de espaldas, con los brazos y las piernas todavía inmovilizados… y un desgarro en el útero reparado con cirugía urgente.

Mientras la dominó el pánico, estuvo convencida de que estaba en una situación irreversible, mortal de necesidad. La alteración emocional le impedía darse cuenta de que estaba en un lugar seguro y rodeada de gente en la que podía confiar.

Ahora, sin embargo, después de haber cruzado el círculo de fuego, verse intacta y en vías de curación era como alcanzar el paraíso.

Oyó un golpecito en la puerta y enseguida supo de quién se trataba, gracias al grato aroma que le llegó.

A toda velocidad se retocó el pelo, preguntándose qué aspecto tendría. Pero enseguida decidió que era mejor no saberlo.

—Adelante.

La cabeza de John Matthew apareció por la puerta con una evidente expresión interrogadora. Era su manera de preguntarle qué tal estaba.

—Estoy bien. Mucho mejor. Un poco aturdida por los medicamentos y esas cosas.

Entró y se recostó en la pared, metió las manos en los bolsillos y cruzó una bota sobre la otra. Llevaba una sencilla camiseta Hanes, blanca, pero aparentemente manchada de sangre de restrictor.

Olía como deben oler los machos. A jabón y sudor.

Y tenía el aspecto que deben tener los machos. Alto, ancho, letal.

Dios, ¿de verdad había perdido el control de aquella manera delante de él?

—Tienes el pelo más corto —dijo Xhex, por decir algo.

John sacó una de sus manos y se la pasó por la cabeza rapada. Al bajar la cabeza, los tremendos músculos que subían desde los hombros hasta el cuello se marcaron por debajo de la piel dorada.

De repente, Xhex, grave y todo, se preguntó si algún día volvería a hacer el amor.

Fue un extraño pensamiento, sin duda, considerando lo que había estado padeciendo durante las últimas…

Xhex frunció el ceño.

—¿Cuántas semanas estuve perdida?

John se lo explicó por señas.

—¿Casi cuatro? —Al ver que John asentía, se dedicó a doblar cuidadosamente la sábana que tenía sobre el pecho, meditabunda—. Casi… cuatro.

Bueno, los humanos la habían tenido retenida durante varios meses, antes de que ella pudiese escapar. Un secuestro de poco menos de cuatro semanas debería ser para ella un trauma fácil de superar.

Pero eso no era lo que ella deseaba. Ella no quería «superar» nada. Sólo quería «acabar» con todo.

—¿No quieres sentarte? —Xhex señaló un asiento que había al pie de la cama, una sencilla silla de hospital.

Xhex no quería que John se fuera.

John volvió a levantar las cejas, asintió y se acercó. Al tratar de acomodar su enorme cuerpo en el asiento, bastante incómodo, primero trató de cruzar las piernas a la altura de las rodillas y luego a la altura de los tobillos. Hasta que terminó sentado de medio lado, con las botas debajo de la cama y un brazo sobre el respaldo de la silla.

Entretanto, Xhex jugueteaba nerviosamente con la sábana.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

Por el rabillo del ojo, Xhex vio que John asentía y que luego se movía para sacar de su bolsillo trasero una libreta y un bolígrafo.

Xhex carraspeó, mientras se preguntaba cómo plantear la pregunta.

Al final, se arrepintió y decidió preguntar algo completamente impersonal.

—¿Dónde fue visto Lash por última vez?

John asintió, se inclinó sobre la libreta y se puso a escribir con rapidez. Mientras las palabras iban tomando forma en la página, Xhex tuvo la oportunidad de contemplarlo… y se dio cuenta de que en realidad nunca había querido que él se fuera. Que siempre quiso y seguía queriendo que se quedara a su lado.

Estaba a salvo. Se sentía verdaderamente a salvo cuando estaba con él.

John se enderezó y le mostró la libreta. Luego pareció quedarse paralizado.

Por alguna razón, Xhex no podía leer lo que él había escrito, a pesar de que se estaba esforzando… Veía borroso.

Entonces John bajó el brazo lentamente.

—Espera, todavía no he podido leer lo que has escrito. Podrías… Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué sucede? —Sus ojos se negaban a verlo con claridad. Lloraba.

John se inclinó hacia un lado y Xhex oyó un suave roce. Luego apareció el pañuelo de papel.

—Por Dios santo. —Xhex tomó el pañuelo y se lo llevó a los ojos—. Detesto portarme como una chiquilla. Realmente odio ser hembra.

Mientras maldecía los estrógenos, las faldas, el esmalte de uñas de color rosa y los malditos tacones, John le iba dando pañuelos de papel y recibiendo los que quedaban manchados de rojo gracias a las lágrimas de Xhex.

—Yo nunca lloro, ya lo sabes. —Xhex lo miró con rabia—. Nunca.

John asintió. Y le entregó otro maldito pañuelo de papel.

—Por Dios santo. Primero me pongo a gritar como una loca y ahora viene la mierda del llanto. Aquello era suficiente razón para matar a Lash.

Una bocanada de aire frío atravesó la habitación. Xhex miró a John… y se horrorizó. El rostro de John había pasado de la empatía a la sociopatía en una fracción de segundo. Hasta el punto de que estaba casi segura de que el enamorado no se había dado cuenta de que estaba enseñando los colmillos.

Entonces ella bajó la voz y prácticamente susurró lo que en realidad quería preguntar:

—¿Por qué te quedaste? Quiero decir allí, en la sala de cirugía, hace un rato. —Xhex bajó la mirada hacia las manchas rojas que habían quedado en el pañuelo que acababa de usar—. Te quedaste y… parecía que entendías lo que me estaba sucediendo.

En medio del silencio que siguió, Xhex se dio cuenta de que conocía bien el contexto de la vida de John: con quién vivía, lo que hacía en el campo de batalla, cómo peleaba, dónde pasaba su tiempo libre. Pero no sabía ningún detalle específico. Y su pasado era como un agujero negro.

De repente necesitaba información sobre él. Quería saberlo todo, conocerlo a fondo. ¿Por qué? Se preguntaba.

A la mierda la pregunta. Lo sabía de sobra: en medio del horror que había experimentado en la sala de cirugía, lo único que la había mantenido agarrada a la tierra había sido él y, aunque era extraño, ella se sentía ahora unida a John de un modo absoluto, esencial. Él la había visto en su peor momento, en el de mayor debilidad y locura, y no se había ido. No se había marchado, ni la había juzgado, ni se había dejado quemar por el furor de su estallido.

Era como si, por efecto de la llamarada, los dos se hubiesen fundido en un solo ser.

Aquello era más que una emoción circunstancial. Era un asunto que atañía a lo más profundo del alma.

—¿Qué demonios te ocurrió a ti, John? Me refiero al pasado.

John arrugó la frente y cruzó los brazos sobre el pecho. Era su turno de buscar las palabras correctas. De repente le asaltaron evocaciones sombrías. Xhex tuvo la impresión de que John tenía ganas de huir.

Mierda.

—Mira, no quiero presionarte. Y si quieres que piense que tu vida ha sido un camino de rosas, lo acepto y no volveré a preguntar. Pero cualquiera se habría sentido intimidado, por lo menos, por mis horribles accesos. Demonios, hasta la doctora Jane entró con cara de susto cuando me descontrolé. Pero tú no. Tú te quedaste allí, como un… como un… valiente. —Xhex miró aquella cara dura y contraída—. Te miré a los ojos, John, y vi en ellos algo más que compasión. Percibí una comprensión muy profunda.

Después de una larga pausa, John volvió la página de la libreta y garabateó algo rápidamente. Cuando le mostró a Xhex lo que había escrito, a ella le dieron ganas de maldecir, aunque entendía bien el deseo de saber de John.

«Primero dime qué te hicieron en la sala de cirugía. Primero dime cuál era el problema».

Ah, sí, claro. Una información por otra, el clásico intercambio justo.

‡ ‡ ‡

A Lash sólo le llevó algo menos de una hora trasladarse con la prostituta y el Mercedes desde la granja hasta la casa estilo rancho en la que se había refugiado. Estaba en situación de emergencia, tratando simplemente de sobrevivir, así que se había movido a toda velocidad y con mucha decisión.

Se detuvo en una choza en medio del bosque, donde recogió algunos pertrechos esenciales.

Cuando entró en el garaje, esperó a que la puerta se cerrara por completo antes de bajarse del coche y sacar a la puta del asiento trasero. Dejó en la cocina a la mujer, que no dejaba de retorcerse, y fabricó una buena cantidad de aquello con lo que había encerrado a Xhex.

Pero la barrera mágica no servía para encerrar a esa chica.

El Omega sabía dónde estaban sus restrictores en este lado de la realidad. Los podía sentir gracias a que eran ecos de su propia existencia. Y, debido a eso, los asesinos podían conectarse con sus compañeros.

Así que la única oportunidad que Lash tenía de mantenerse oculto era encerrarse a sí mismo. El señor D no sabía que Xhex estaba en aquella habitación del segundo piso: era evidente su, digamos confusión, cada vez que le ordenaban que llevara comida allí.

Desde luego, la gran pregunta era si aquel campo de fuerza podría mantener de verdad al Omega a raya. Y por cuánto tiempo.

Lash empujó a la ramera al baño con el mismo cuidado y consideración que habría mostrado por una mochila llena de ropa sucia. Al aterrizar en la bañera, la mujer gimió ruidosamente, a pesar de la cinta que le tapaba la boca.

Lash regresó al coche.

Deshacer el equipaje le llevó cerca de veinte minutos. Lo dejó todo en el sótano, sobre el suelo de cemento. Siete escopetas de cañones recortados, una bolsa de supermercado llena de dinero en efectivo, tres libras de explosivo plástico C4, dos detonadores a distancia, una granada de mano, cuatro pistolas automáticas… Munición. Munición. Munición.

Subió las escaleras y apagó la luz del sótano. Luego fue hasta la puerta trasera de la casa, la abrió y sacó la mano. El aire fresco de la noche penetraba a través del escudo, pero su mano percibió la nueva limitación a la que estaba sometido. La barrera era bastante fuerte… pero tenía que serlo más aún.

Lash cerró la puerta, echó la llave y subió corriendo al baño.

Parecía muy profesional cuando sacó el cuchillo, cortó la cuerda con la que había amarrado las muñecas de la mujer y…

Ella comenzó a agitar los brazos hasta que él le dio un golpe en la cabeza y la dejó inconsciente. Corte. Corte. Corte. Lash le hizo tres cortes profundos en las muñecas y el cuello y luego se sentó a observar cómo se desangraba lentamente.

—Vamos, perra… desángrate, desángrate.

Miró el reloj y pensó que a lo mejor debió mantenerla consciente, porque así el ritmo cardiaco sería más alto, lo cual aseguraría una mejor presión sanguínea y acortaría aquella insoportable espera.

Mientras observaba el proceso, Lash pensó que no tenía idea de cuánta sangre tenía que perder la mujer, pero el charco rojo que se había formado debajo crecía cada vez más y la blusa rosa ya se había vuelto casi negra.

Lash movía el pie con creciente impaciencia a medida que pasaban los minutos… Al fin notó que la piel de la mujer ya no estaba pálida, sino gris, y que la sangre ya no subía de nivel en la bañera. Así que dio por terminado el asunto, le cortó la blusa, con lo cual dejó al descubierto un horroroso par de implantes, y la apuñaló en el pecho, atravesándole el esternón con la hoja del cuchillo.

Luego hizo el siguiente corte, pero esta vez en su propia piel.

Entonces puso la muñeca encima del agujero que había hecho en el pecho de la desgraciada y observó cómo comenzaban a caer gotas negras sobre aquel corazón inmóvil. Nuevamente no estaba seguro de cuánta sangre debía pasarle, pero prefirió pecar por exceso. Luego se concentró para llevar energía hasta la palma de su mano y, gracias a la fuerza de su voluntad, las moléculas del aire comenzaron a girar como si fueran un tornado hasta convertirse en una suerte de poder cinético que él podía controlar.

Lash bajó la vista hacia el cuerpo desangrado de la prostituta. Tenía el maquillaje corrido sobre las mejillas y el pelo parecía más bien una peluca.

Necesitaba desesperadamente que aquello funcionara, pues por el esfuerzo de mantener la barrera y la pequeña bola de fuego aéreo que sostenía en la mano, ya notaba cómo su energía se iba consumiendo.

Tenía que salir bien necesariamente.

Lash arrojó la bola de fuego dentro de la cavidad torácica de la mujer y sus extremidades se sacudieron contra las paredes de la bañera como si fueran la cola de un pescado agonizante. Cuando el rayo de luz se apagó y se dispersó, Lash se quedó esperando… rogando que…

De pronto la mujer dejó escapar un aterrador suspiro. Espeluznante y magnífico a la vez.

Lash se quedó fascinado al ver cómo el corazón de la mujer comenzaba a latir de nuevo y la sangre negra que él le había dado era absorbida por la carne del pecho. El proceso de reanimación le provocó una fuerte excitación hizo que su pene se endureciera. Aquello era poder de verdad, pensó.

Realmente era un dios, igual que su padre.

Lash se puso en cuclillas y observó cómo regresaba el color a la piel de la mujer. Y cuando la vida retornó al macilento cuerpo, vio que las manos de la mujer se aferraban al borde de la bañera y los músculos de sus muslos se endurecían.

El siguiente paso era algo que Lash no entendía muy bien, pero tampoco tenía intención de cuestionarlo. Seguiría al pie de la letra todos los pasos, por si acaso. Cuando la mujer parecía haber vuelto a la vida de forma definitiva, Lash le metió la mano en el pecho y le arrancó el corazón.

Más jadeos. Más suspiros. Lo de siempre.

Lash estaba encantado con lo que había logrado, en especial cuando puso la palma de la mano sobre el pecho de la mujer y ordenó a su cuerpo que se regenerara, y he aquí que los huesos y la carne siguieron sus órdenes y la mujer volvió a quedar como era antes.

Sólo que mejor. Porque ahora era útil para él.

Lash se incorporó y abrió el grifo de la ducha. Cuando el agua comenzó a caer sobre el cuerpo y la cara de la mujer, sus ojos parpadearon y sus manos empezaron a moverse lastimosamente, como tratando de pelear contra la lluvia fría.

Se preguntó cuánto tendría que esperar. ¿Cuánto tiempo tendría que dejar pasar antes de ver si estaba realmente más cerca de conseguir lo que se convertiría en su sustento?

Sintió que una oleada de cansancio subía por su columna vertebral y le nublaba la mente. Se dejó caer sobre el armarito que había debajo del lavabo. Luego cerró la puerta de una patada, apoyó los brazos sobre las rodillas y observó cómo la prostituta comenzaba a sacudirse.

Parecía muy débil.

Demasiado débil.

Debería ser su Xhex quien estuviera allí. Debería haberle hecho la transformación a ella y no a una humana miserable y deteriorada.

Lash se llevó las manos a la cara y dejó caer la cabeza, al tiempo que sentía que la excitación lo abandonaba. Las cosas no deberían ser así. Eso no era lo que él había planeado.

Ahora estaba huyendo. Perseguido. Escondido como una rata.

¿Qué demonios iba a hacer sin su padre?