22
Xhex sintió un suave roce en el hombro y en las caderas cuando John la envolvió en la sábana.
Aspiró profundamente y lo único que percibió fue el olor agradable, limpio y saludable de un macho… y ese aroma despertó una intensa sensación de hambre en sus entrañas. Salió de su sopor con un sordo rugido, incluso un poco antes de que el macho le colocara sus venas junto a la boca.
Su instinto de symphath salió a la superficie.
Xhex pudo captar las emociones de John.
Estaba tranquilo y concentrado en su propósito, absolutamente firme, tanto en los sentimientos como en las intenciones. John estaba decidido a salvarla, aunque fuera lo último que hiciese en la vida.
—John… —susurró Xhex.
El problema era que John, su John, era el único que sabía lo cerca que ella estaba de la muerte.
Su rabia, el odio a Lash, le había servido de sustento mientras estaba encerrada y sometida a tantos abusos. Xhex llegó a creer que eso también le serviría para seguir adelante una vez que estuviera libre. Pero en cuanto hizo aquella llamada a Rehv, sintió que toda su energía la abandonaba y que sólo le quedaban fuerzas para mantener los latidos de su corazón.
Y ni siquiera el corazón estaba funcionando muy bien que digamos.
John acercó todavía más la muñeca… de tal modo que le rozó los labios.
Xhex sintió que sus colmillos se alargaban perezosamente, al tiempo que su corazón daba un vuelco, prueba evidente de que no estaba funcionando bien.
Entre ambos había ahora un tenso silencio. Xhex se encontraba frente a un dilema: alimentarse con la sangre de John y seguir adelante, o rechazarlo y morir en su presencia pocas horas después. Porque estaba segura de que John no iba a ir a ninguna parte.
Xhex se quitó la mano de la cara y levantó los ojos hacia John. Estaba tan guapo como siempre. Aquel rostro era la viva imagen del macho con el que soñaban todas las hembras.
Quiso acariciar la cara del joven guerrero.
John pareció sorprendido al principio, pero enseguida se inclinó para que la palma de la mano de Xhex alcanzara su tibia mejilla. Pero el esfuerzo necesario para mantener el brazo en alto resultó excesivo. John notó que su amada temblaba, puso su propia mano sobre la de Xhex y la ayudó a acariciarle.
Sus profundos ojos azules eran como el cielo al anochecer.
Xhex tenía que tomar una decisión. Alimentarse de la sangre de John o…
Sintió que le faltaban fuerzas incluso para rematar ese pensamiento, y creyó que la vida se le escapaba. Suponía que seguía viva porque aún podía pensar, pero no se sentía nada bien, era como si ya no fuese ella misma. Su habitual actitud combativa había desaparecido por completo. El principal rasgo de su carácter, lo que la definía en el mundo, se había evaporado.
Era lógico. Ya no tenía interés en seguir viviendo y no podía fingir lo contrario, ni por él, ni por ella misma.
Dos secuestros eran demasiado. Había tocado fondo.
Y sin embargo…
¿Qué podía hacer?
Xhex se humedeció los labios. Era lo que era porque así lo había querido el destino. Nadie elige a sus padres. Los años que había pasado respirando, comiendo, peleando y haciendo el amor tampoco habían cambiado su naturaleza, inmutable. Sin embargo, ahora tenía la oportunidad de marcharse por propia voluntad, de elegir su destino… y además, de hacerlo después de haber puesto sus cosas en orden.
Sí, ésa era la respuesta. Las terribles tres o cuatro últimas semanas habían servido para algo: le habían descubierto lo que tenía que hacer antes de morir. Y aunque se trataba de un solo deber, era más que suficiente. Algo así como la justificación de una vida entera.
La determinación que de pronto se apoderó de ella vino a resucitarla. Sintió, o creyó sentir, que mejoraba su cuerpo y que se disipaba aquella extraña sensación de letargo que había nublado su pensamiento. Ahora estaba despejada y alerta. Con un movimiento brusco, retiró la mano de la mejilla de John, lo que asustó a éste, aunque se calmó en cuando vio que Xhex se llevaba su muñeca a la boca y sacaba los colmillos.
El joven vampiro sintió un cálido alivio, una felicidad que nunca había experimentado.
Pero la dicha sólo le duró hasta que se dio cuenta de que Xhex no parecía tener fuerza suficiente para perforarle la piel. Los colmillos de la amada apenas podían arañarle.
John reaccionó de inmediato. Con un movimiento rápido, se mordió, pinchó su propia vena y luego acercó la muñeca hasta los labios de Xhex.
La primera impresión fue… transformadora. La sangre de John era tan pura que quemaba la boca y la garganta de Xhex. Luego le incendió el estómago y las llamas se propagaron por todo el cuerpo, descongelándola, llenándola de vida. Salvándola.
Xhex comenzó a beber la sangre de John con la voracidad propia de quien con ello vuelve a la vida. Cada trago era como un salvavidas al que se podía agarrar, una cuerda con la que salir del abismo de la muerte, la brújula que necesitaba para encontrar el camino de regreso a casa.
Y John se la ofreció incondicionalmente, sin abrigar ninguna esperanza y sin que ese gesto implicara ningún cambio en sus emociones.
Lo cual le causaba a Xhex, que lo notaba a pesar de su frenesí, un gran dolor. Sabía muy bien que le había roto el corazón y que no le había dejado ninguna ilusión a la que pudiera agarrarse.
El hecho de que John, a pesar de todo, no la había abandonado hizo que sintiera una inmensa admiración por él.
Pasó el tiempo y cuando finalmente se sintió satisfecha, soltó la muñeca de John y la lamió para cerrar la herida.
El temblor comenzó poco después. Empezó en las manos y los pies y rápidamente se centró en el pecho. Incontrolables espasmos hacían que le castañetearan los dientes. El cerebro, el cuerpo entero sufría sacudidas. Perdía la visión, la noción de la realidad.
Xhex, pese a todo, alcanzó a ver que John sacaba su móvil de la chaqueta.
Trató de agarrarlo de la camisa y balbuceó:
—No… no… no.
Pero él hizo caso omiso de su súplica y envió un mensaje de texto.
—Jo… joder… no… —gruñó Xhex.
El macho cerró el teléfono, ella siguió protestando.
—Si tratas… de… de llevarme a que me vea Ha… Havers… ahora será fa… fatal.
El miedo que tenía a las clínicas y los procedimientos médicos la llevaría a perder el escaso dominio de sí misma que le quedaba. Cuando la dominaba el pánico era temible, y gracias a John ahora tenía fuerzas para dar salida a su terror.
Y eso no iba a ser divertido para nadie.
Pero John sacó una libreta y garabateó algo. Luego se la mostró. Cuando el enamorado se marchó un momento después, Xhex se limitó a cerrar los ojos al oír cómo se cerraba la puerta.
Pasada la primera euforia tras la alimentación, volvía a estar agotada. Ya no corría peligro de muerte, pero estaba lejos de la recuperación total.
La hembra respiró por la boca y se preguntó si tendría suficiente energía para levantarse, vestirse y salir de allí antes de que la brillante idea de John se consumara. Pero una rápida evaluación de su estado le mostró que eso no iba a suceder. Si no podía ni levantar la cabeza de la almohada por más de un segundo, era una bobada pensar en ponerse de pie.
John no tardó mucho en regresar con la doctora Jane, la médica privada de la Hermandad de la Daga Negra. La fantasmagórica doctora llevaba un maletín negro. Mostraba un talante optimista, un aire de eficiencia médica que Xhex apreciaba mucho, pero sólo cuando se trataba de que curase a otros.
La doctora se acercó y puso su maletín en el suelo. Su bata blanca y toda la parafernalia médica eran tangibles, pero las manos y la cara eran traslúcidas. Todo cambió cuando se sentó en el borde de la cama. Entonces su cuerpo tomó forma y la mano que puso sobre el brazo de Xhex era cálida y sólida. Muy real.
Sin embargo, hasta el suave contacto con la doctora hizo que Xhex se estremeciera. Realmente no le gustaba que nadie la tocara.
La buena doctora retiró la mano enseguida, y Xhex tuvo la sensación de que se había dado cuenta de su fobia al contacto.
—Antes de que me digas que me vaya, quisiera decirte unas cuantas cosas que debes saber. En primer lugar, no le voy a contar a nadie dónde estás y no divulgaré nada de lo que me digas o de lo que encuentre en el examen que te voy a hacer. Tengo que informar a Wrath de que te he visto, pero los datos clínicos son confidenciales, sólo de tu incumbencia.
Eso sonaba bien. En teoría. Pero Xhex no quería que aquella hembra se le acercara con nada de lo que llevaba en su maletín negro.
La doctora Jane siguió hablando.
—En segundo lugar, no sé nada sobre symphaths. Así que si esa parte de tu naturaleza implica alguna diferencia anatómica significativa… quizá no pueda saber cómo tratarla. ¿Aun así me autorizas a que te reconozca?
Xhex carraspeó y trató de contener el temblor de los hombros.
—No… no quie… no quiero que… me examine… nadie.
—John me dijo algo así. Pero tienes que reflexionar. No olvides que has sufrido un trauma…
—No… no fue… tan… tan gra… grave… —Xhex percibió en ese momento la reacción emocional de John ante lo que acababa de decir, pero aún no tenía la energía necesaria para pensar y sacar conclusiones claras—. Es… estoy… bien.
—Entonces, mejor. Tómatelo como un reconocimiento de rutina, por si acaso.
—¿Parez… parezco una… una hembra ruti… rutinaria?
Los ojos verdes de la doctora Jane se entrecerraron.
—Pareces una hembra hermosa y fuerte que ha sido golpeada, que durante demasiado tiempo no se ha alimentado adecuadamente. Y que no ha dormido. A menos que quieras decirme que ese cardenal que se ve en tu hombro es maquillaje y esas bolsas debajo de los ojos son producto de mi imaginación.
Xhex no estaba dispuesta a ceder. Estaba acostumbrada a tratar con gente que no aceptaba el no por respuesta. ¡Llevaba años trabajando con Rehv!
Pero, a juzgar por el tono firme y neutro de la doctora, era evidente que ella también estaba habituada a salirse con la suya.
—Jo… joder, dejadme… en…
—Cuanto antes empecemos, antes terminaremos.
Xhex miró de reojo a John y pensó que si realmente la tenían que examinar, su presencia no ayudaba mucho. El joven guerrero no necesitaba saber más de lo que ya debía haberse imaginado al ver el estado en que ella se encontraba.
La doctora giró la cabeza.
—John, ¿tendrías la bondad de esperar en el pasillo?
El interpelado bajó la cabeza y salió de la habitación, mientras Xhex observaba cómo su inmensa espalda desaparecía tras la puerta. Cuando se oyó el clic de la cerradura, la buena doctora abrió su maldito maletín y lo primero que sacó fue el estetoscopio y el tensiómetro.
—Sólo voy a escuchar tu corazón. —Se colocó el estetoscopio en las orejas.
La simple visión de los instrumentos médicos fue como si echaran combustible en la hoguera de los temblores de Xhex, que reanudó sus convulsiones.
La doctora se detuvo.
—Calma. No te voy a hacer daño. No voy a hacer nada que no quieras que haga.
Xhex cerró los ojos y se echó de espaldas. Cuando consiguió calmarse un poco sintió que le dolían todos los músculos del cuerpo.
—Acabemos con esto de una vez.
Notó que Jane retiraba la sábana y una corriente de aire frío rozó su piel. Después sintió un contacto de metal frío sobre el esternón. Un aluvión de recuerdos amenazó con destruir el dique que mantenía retenidas sus emociones, así que abrió los ojos y los clavó en el techo, mientras trataba de impedir que su cuerpo terminara levitando encima del colchón.
—Rapi… rápido, doc… doctora. —Sabía que no podría contener el pánico por mucho tiempo.
—Por favor, respira hondo —dijo la doctora Jane.
Xhex obedeció. Tomó aire con una mueca de dolor. Era evidente que tenía una o más costillas rotas, probablemente por el golpe que se había dado contra la pared de aquel pasillo al salir de la habitación.
—¿Podrías sentarte? —preguntó la doctora Jane.
Xhex soltó una maldición cuando trató, sin éxito, de levantar el torso de la cama. La doctora tuvo que ayudarla. Cuando le puso la mano en la espalda, Xhex se quejó, pero trató de disimular automáticamente.
—Ha sido un quejido involuntario. No me duele tanto.
—No te creo. —La doctora siguió trabajando con aquel objeto de metal tan frío al tacto—. Respira lo más hondo que puedas sin sentir dolor.
Xhex lo hizo, con mucho sufrimiento, y se sintió aliviada cuando la mano de la doctora la empujó de nuevo contra las almohadas y luego la volvió a tapar con la sábana.
—¿Puedo mirarte los brazos y las piernas para ver si estás herida? —Xhex se encogió de hombros. La doctora Jane dejó el estetoscopio a un lado y se colocó a los pies de la cama. Al poco, Xhex sintió otra corriente de aire mientras la doctora le retiraba la sábana de las piernas. Llegada a ese punto, Jane pareció vacilar.
—Tienes unas marcas muy profundas en los tobillos —murmuró, casi como si estuviera hablando consigo misma.
Bueno, eso era porque Lash la había atado con cables metálicos algunas veces.
—Muchas magulladuras…
Xhex detuvo el examen al sentir que la doctora subía la sábana hasta la altura de sus caderas.
—Basta con saber que tengo más magulladuras hacia arriba, ¿vale?
La doctora Jane volvió a poner la sábana en su lugar.
—¿Puedo palparte el abdomen?
—Si quieres.
Xhex se puso rígida al pensar que la iba a destapar otra vez, pero la doctora Jane sólo alisó la sábana y luego comenzó a hacerle presión en el abdomen. Por desgracia, no había manera de ocultar las muecas de dolor, en especial cuando el examen se fue aproximando a la parte baja, al vientre.
La doctora se incorporó y miró a Xhex a los ojos.
—¿Me dejarías hacerte un examen interno?
—¿Cómo interno? —Cuando Xhex entendió lo que significaba, negó con la cabeza rotundamente—. No, ni hablar.
—¿Has sufrido abusos sexuales?
—No.
La doctora Jane movió la cabeza con aire preocupado.
—¿Hay algo que deba saber que no me hayas dicho? ¿Te duele especialmente alguna parte del cuerpo?
—Estoy bien.
—Estás sangrando. No creo que te hayas dado cuenta. Pero estás sangrando.
Xhex frunció el ceño y bajó la mirada hacia sus temblorosos brazos.
—Hay sangre reciente en la parte interior de tus muslos. Por eso te he preguntado si te puedo hacer un examen interno.
Xhex tuvo un acceso de pavor.
—Te lo preguntaré una vez más. ¿Has sufrido intromisiones sexuales no consentidas? —No había ninguna emoción detrás de esas palabras, que en su boca eran términos clínicos. Y la doctora no se había equivocado con el tono. A Xhex no le habría gustado percibir en ella indicios de compasión o de alarma.
Al ver que Xhex no respondía, la doctora Jane interpretó el silencio correctamente.
—¿Hay alguna posibilidad de que estés encinta?
Santo Dios.
Los ciclos de fertilidad de las symphath eran extraños e impredecibles y ella había estado tan absorta en el drama de su cautiverio, que ni siquiera había estado atenta a esos fenómenos naturales.
En ese momento odiaba ser una hembra.
—No lo sé.
La doctora Jane asintió con la cabeza.
—Ya te he dicho que no conozco bien vuestra naturaleza. ¿Cómo puedes saber si estás encinta?
Xhex sacudió la cabeza.
—No hay manera de que me haya quedado embarazada. Mi cuerpo ha soportado demasiadas cosas.
—Déjame hacer el examen interno, ¿de acuerdo? Sólo para estar seguras de que no hay ningún motivo de preocupación. Y luego me gustaría llevarte al complejo de la Hermandad para hacerte una ecografía. Parecías muy dolorida cuando te examiné el abdomen. Le he pedido a V que venga con un coche. Debe de estar al llegar.
Xhex casi no oía lo que le decía. Ahora estaba demasiado absorta, recordando las últimas semanas. Había estado con John la víspera del secuestro. Aquella última vez. Tal vez…
Si estaba encinta, se negaba a creer que tuviera algo que ver con Lash. Eso sería demasiado cruel. Insoportablemente cruel.
Además, tal vez el sangrado tuviera otra explicación.
Un aborto, por ejemplo. Sí, podía ser eso, se dijo una y otra vez.
—De acuerdo —dijo Xhex—. Pero que sea un examen rápido. No tolero bien esas mierdas. No respondo de mis actos si tardas más de un par de minutos.
—Me daré prisa.
Mientras cerraba los ojos y se preparaba, una rápida sucesión de imágenes cruzó por su cabeza: su cuerpo sobre una mesa de acero inoxidable en un cuarto con paredes embaldosadas; ella, atada por los tobillos y las muñecas; médicos humanos con ojos desorbitados que se le acercaban; una cámara de vídeo sobre su cara, y luego sobre todo su cuerpo, y un escalpelo que resplandecía gracias a la luz procedente del techo.
De pronto oyó algo parecido a secos tirones de algún tejido elástico. Tac, tac.
Xhex abrió los ojos sobresaltada, pues no estaba segura de que lo que había oído fuera realidad o producto de una alucinación. Pero era cierto. La doctora Jane se acababa de poner sus guantes de látex.
—Lo haré con suavidad —dijo.
Pero lo de la suavidad era relativo, claro.
Xhex apretó el borde de la sábana y sintió cómo los músculos de sus muslos se encogían. Se puso tensa de pies a cabeza. Le faltaba el aire, pero, al menos, la extrema tensión había eliminado los temblores.
—Rápido, por favor, doctora.
—Xhex… quiero que me mires a los ojos.
Xhex la miró.
—¿Cómo?
—Mírame. Aquí. —La doctora apuntó hacia sus ojos—. Mírame. Mírame a la cara y piensa que a mí también me han hecho esto, ¿de acuerdo? Sé muy bien lo que estoy haciendo y no sólo porque me lo hayan enseñado.
Xhex se esforzó en dominarse, en obedecerla y… realmente le ayudó. Contemplar aquellos ojos verdes realmente le ayudaba.
—Podrás sentirlo.
—¿Qué dices?
Xhex carraspeó.
—Si estoy… encinta, podrás sentirlo.
—¿Cómo?
—Cuando… bueno, notarás algo duro. Adentro. No… —Xhex trató de respirar, mientras recordaba lo que le había oído decir a la familia de su padre—. Las paredes no resultarán suaves al tacto.
La doctora Jane ni siquiera parpadeó.
—Entendido. ¿Estás lista?
No lo estaba, pero mintió.
—Sí.
Xhex estaba bañada en sudor frío cuando por fin terminó el examen. La costilla rota la estaba matando por culpa de la respiración agitada
—¿Qué hay? —preguntó con voz ronca.