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En realidad, Blaylock, hijo de Rocke, conocía a John Matthew desde hacía poco más de un año.
Pero eso no reflejaba realmente la estrecha relación de fraternidad que había entre ellos. La vida de la gente tiene dos cronologías independientes: la del calendario y la percibida. La primera se atiene al ciclo universal de días y noches, que, en el caso de ellos, sumaba un poco más de trescientos sesenta y cinco. Pero era preciso considerar la forma en que había transcurrido ese periodo de tiempo, los intensos sucesos que incluía, las muertes, la destrucción, el entrenamiento, la camaradería, los combates.
Teniendo en cuenta todo eso, a Blaylock le parecía que llevaban juntos cerca de cuatrocientos mil años. Y así seguirían muchos más, pensó mientras miraba a su amigo.
John Matthew estaba observando los dibujos hechos con tinta que adornaban las paredes del salón de tatuajes. Sus ojos recorrían las calaveras, las dagas, las banderas de Estados Unidos y los numerosos símbolos chinos que había aquí y allá. Los tres guerreros eran de gran tamaño, y hacían que el local, de tamaño normal, pareciese diminuto. Allí, parecían de otro planeta. En abierto contraste con su aspecto de la época en que era un pretrans, John tenía ahora la masa muscular de un luchador profesional, pero como su esqueleto era tan grande, el peso se repartía a lo largo de los huesos, lo cual le daba una apariencia más elegante que la de aquellos humanos que parecían inflados artificialmente dentro de sus apretadas mallas. Había adquirido la costumbre de cortarse el pelo al rape y eso hacía que las líneas de su rostro parecieran más duras. Los círculos negros que tenía debajo de los ojos reforzaban su apariencia de matón. Una apariencia terrible.
La vida le había golpeado con dureza, pero en lugar de acobardarse por ello, cada golpe y cada caída lo habían vuelto más duro, más fuerte. Ahora estaba hecho de puro acero. Ya no quedaba nada del frágil muchacho que había sido alguna vez.
Pero tampoco había que extrañarse: eso era crecer. No sólo cambia tu cuerpo, tu cabeza también cambia. Pero es una pena. Mientras observaba a su amigo, la pérdida de la inocencia le parecía casi un crimen.
Y hablando de pérdidas de inocencia, Blay se fijó entonces en la recepcionista que estaba detrás del mostrador. Permanecía apoyada en una vitrina llena de piercings, exhibiendo unos pechos que sobresalían por encima del sostén y la camiseta negra que llevaba puesta. La camiseta tenía una manga negra y blanca y la otra negra y roja. La chica llevaba aros de metal en la nariz, las cejas y las dos orejas. En medio de los dibujos de tatuajes que adornaban las paredes, ella era un vivo ejemplo de lo que uno se podía hacer si quería. Un ejemplo muy sexi y atractivo… con los labios pintados de rojo borgoña y con el pelo del color de la noche.
Todo en ella hacía juego con Qhuinn, hasta el punto de que era como una versión femenina de él.
Y he aquí que los ojos de distintos colores de Qhuinn ya se habían fijado en ella y le estaba dedicando aquella inconfundible sonrisa que venía a decir te tengo.
Blay deslizó una mano dentro de su chaqueta de cuero y palpó hasta encontrar su paquete de Dunhill. Joder, nada lo hacía desear tanto un cigarrillo como pensar en la vida amorosa de Qhuinn.
Y era evidente que esa noche tendría que encender unos cuantos, pues Qhuinn acababa de caminar hasta donde estaba la recepcionista y la estaba devorando con los ojos, como si ella fuera una cerveza fría y él llevara horas trabajando bajo el sol. Qhuinn clavó los ojos en los senos de la muchacha. Se intercambiaron sus nombres, y mientras lo hacían, ella le permitió tener un mejor panorama de sus atributos, inclinándose con coqueto descaro sobre los antebrazos.
Qué suerte que a los vampiros no les afectara el cáncer. Iba a fumar como nunca.
Blay le dio la espalda a la caja registradora y se dirigió a donde estaba John Matthew.
—Es genial —dijo señalando el dibujo de una daga.
—¿Alguna vez te vas a hacer un tatuaje? —preguntó John con el lenguaje de señas.
—No lo sé.
Dios sabía que le gustaba cómo quedaban…
Su mirada volvió a clavarse en Qhuinn, que en ese momento estaba arqueando su inmenso cuerpo sobre la chica humana. Sus enormes hombros, sus caderas apretadas y sus poderosas piernas le prometían un revolcón espectacular.
Qhuinn era el rey del sexo.
No es que Blay lo supiera de primera mano. Pero lo había visto y lo había oído… y se imaginaba cómo debía de ser. Porque cuando se presentó la oportunidad, había sido relegado a una clase exclusiva y especial: la de aquellos que habían sido rechazados.
De hecho, era más una categoría que una clase… porque él era el único ser con el que Qhuinn se negaba a tener sexo.
—Ay… ¿nunca se va a pasar este ardor? —preguntó una voz femenina.
Al oír una profunda voz masculina que contestaba, Blay miró hacia el sillón donde se hacían los tatuajes. La rubia a la que acababan de hacerle un tatuaje se estaba poniendo la blusa sobre el vendaje de celofán y observaba al tío que acababa de tatuarla como si fuera un médico que le estuviera dando valiosa información para su supervivencia.
Las dos chicas se dirigieron luego a la recepcionista. A la que no se había hecho nada porque había cambiado de opinión se le devolvió su dinero. Las dos miraron a Qhuinn de pies a cabeza.
Siempre ocurría lo mismo, dondequiera que estuviese, y eso hacía que Blay adorara a su mejor amigo. Pero ahora le ocurría lo contrario, lo vivía como un rechazo infinito: cada vez que Qhuinn decía sí, hacía que ese único no de su vida sonara más rotundamente.
—Yo estoy listo, señores, ¿y ustedes? —gritó el hombre de los tatuajes desde dentro.
John y Blay se dirigieron al fondo de la tienda y Qhuinn abandonó a la recepcionista sin mediar palabra y los siguió. Una cosa buena de Qhuinn era la seriedad con la que se tomaba su papel de ahstrux nohtrum de John: se suponía que debía estar con John las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, y ésa era una tarea que se tomaba más en serio incluso que la actividad sexual.
Después de sentarse en el sillón que había en el centro de la estancia, John sacó un pedazo de papel y lo desdobló sobre el mostrador del artista.
El hombre frunció el ceño y miró lo que John había dibujado.
—Entonces, ¿quiere que grabe estos cuatro símbolos a lo largo de sus hombros?
John asintió con la cabeza.
—Puedes embellecerlos como quieras, pero tienen que distinguirse con claridad.
Después de que Qhuinn tradujera, el artista asintió con la cabeza.
—Bien. —Luego agarró un bolígrafo negro y comenzó a hacer un marco de elegantes arabescos alrededor del dibujo—. ¿Qué significan estos signos, por cierto?
—Sólo son símbolos sin importancia —respondió Qhuinn.
El artista volvió a asentir y siguió dibujando.
—¿Qué tal les parece esto?
Los tres muchachos se inclinaron para mirar.
—Joder —dijo Qhuinn en voz baja—. Eso es genial.
Y lo era. Era absolutamente perfecto, sin duda un tatuaje que John llevaría en la piel con orgullo, aunque se suponía que nadie vería los caracteres en Lengua Antigua ni aquel espectacular trabajo ornamental. Lo que decían los signos no era algo que él quisiera que se divulgase. Precisamente eso era lo propio de los tatuajes: no tenían que ser públicos y Dios sabía que John tenía suficientes camisetas para cubrirlo.
John asintió y el artista se puso de pie.
—Voy a por el papel de calco. Lo copiaré sobre su piel, lo que no llevará mucho tiempo, y luego comenzaremos a trabajar.
John puso un frasco de cristal lleno de tinta sobre el mostrador y comenzó a quitarse la chaqueta. Blay se sentó en un taburete y extendió los brazos. Teniendo en cuenta la cantidad de armas que John llevaba en los bolsillos, no sería buena idea que colgara la chaqueta, sin más, en cualquier percha.
Tras quitarse la camisa, John se acomodó, inclinado hacia delante, con sus pesados brazos apoyados en una barra acolchada. El artista de los tatuajes pasó la imagen al papel de calco, después puso la hoja sobre la parte superior de la espalda de John, la alisó y finalmente la retiró.
El dibujo formaba un arco perfecto sobre toda la extensión de los músculos que iban de hombro a hombro, cubriendo la mayor parte de la inmensa espalda de John.
Los caracteres de la Lengua Antigua eran realmente preciosos, se dijo Blay.
Al observar esos símbolos, Blay pensó por un breve y ridículo instante en cómo se vería su propio nombre grabado sobre los hombros de Qhuinn, tallado en aquella suave piel, a la manera en que lo hacían en la ceremonia de apareamiento.
Eso nunca iba a suceder. Ellos estaban destinados a ser los mejores amigos, nada más… lo cual, comparado con no serlo, era mucho, desde luego. Pero ¿en comparación con ser amantes? Prefería no pensar en esa triste analogía.
Blay echó un vistazo a Qhuinn. Estaba mirando a John con un ojo y con el otro a la recepcionista, que había cerrado la puerta de la tienda y había vuelto a situarse junto a él.
Bajo la bragueta de sus pantalones de cuero era evidente la magnitud de su excitación.
Blay bajó la vista hacia la montaña de ropa que tenía sobre el regazo. Entonces procedió a doblarla con cuidado, prenda por prenda: la camiseta interior, la camisa y luego la chaqueta de John. Cuando levantó la mirada, Qhuinn estaba deslizando lentamente el índice por el brazo de la mujer.
Iban a terminar metiéndose detrás de la cortina que había a mano izquierda. La puerta de la tienda ya estaba cerrada con llave. La cortina era bastante delgada, pero Qhuinn follaría con la mujer, y sin quitarse sus armas. De modo que John estaría seguro en todo momento… y Qhuinn saciaría sus deseos de echar un polvo.
Lo cual significaba que Blay sólo tendría que soportar los ruidos que hicieran.
Eso era mejor que ver todo el espectáculo. En especial porque era un espectáculo muy hermoso ver a Qhuinn follando. Sencillamente… muy hermoso.
Antes, cuando Blay trataba de portarse como un heterosexual, los dos habían follado simultáneamente con gran cantidad de mujeres humanas, aunque ya no podía recordar ningún rostro, ni ningún cuerpo, ni siquiera un nombre.
Para él, Qhuinn había sido siempre el único. Siempre.
‡ ‡ ‡
La sensación de picor que producía la aguja del tatuaje era un placer.
Al cerrar los ojos y respirar lenta y profundamente, John pensó en la superficie de contacto entre el metal y la piel, en cómo el metal agudo penetraba en la suave piel y la sangre fluía… en cómo sabía exactamente dónde estaba la perforación.
En ese momento, por ejemplo, el artista estaba trabajando directamente en la parte superior de su columna vertebral.
John era experto en eso de cortar en pedazos, sólo que a mayor escala, y más como cortador que como cortado. Por supuesto, había salido del campo de batalla con algún corte en más de una ocasión, pero había dejado un buen reguero de cortes, heridas y agujeros tras él y, al igual que el artista del tatuaje, siempre iba a trabajar con sus propias herramientas: en la chaqueta llevaba toda clase de dagas y navajas e incluso un trozo de cadena. También tenía un par de pistolas, buenas compañeras, por si acaso.
Bueno… todo eso y un par de cilicios con púas.
Aunque nunca usaba los cilicios contra el enemigo.
No, los cilicios no eran armas. Y aunque hacía ya casi cuatro semanas que no se ajustaban a las piernas de nadie, no eran completamente inútiles. En la actualidad funcionaban como una especie de manta de seguridad. Sin ellos, John se sentía desnudo.
La cosa era que esos brutales instrumentos eran el único vínculo que tenía con la hembra a la que amaba. Lo cual, considerando el estado en que habían quedado las cosas entre ellos, tenía gran sentido. Un sentido que le parecía cósmico.
Sin embargo, los cilicios no eran suficientes para él. Lo que Xhex solía usar alrededor de los muslos para dominar su lado symphath no le ofrecía a John la sensación de cercanía que estaba buscando, y eso era lo que lo había llevado a optar por su propia versión de autocastigo metálico. Xhex siempre iba a estar con él. En su piel y también debajo de ella. En sus hombros y también en su mente.
Ojalá este humano estuviera haciendo un buen trabajo con el diseño.
Cuando los hermanos necesitaban tatuajes por cualquier razón, Vishous era quien manejaba la aguja y el tío era todo un profesional. Joder, la lágrima roja en la cara de Qhuinn y la fecha negra que le había hecho en la nuca eran geniales. El problema era que si John acudía a V para un trabajo semejante, enseguida iban a surgir preguntas, y no sólo por parte de V, sino también de todos los demás.
No había muchos secretos en la Hermandad y, al menos de momento, John prefería mantener en privado sus sentimientos por Xhex.
La verdad era que… estaba enamorado de ella. Totalmente, sin fisuras ni dudas, sin posibilidad de arrepentirse. Con ella hasta la muerte. Y aunque fracasó, aunque había ofrecido en vano su corazón, eso no importaba.
Ya había aceptado que la hembra a la que deseaba no lo deseaba a él.
Pero no podía vivir con la idea de que ella fuese torturada o estuviese muriendo lentamente.
Ni con la idea de no poder darle, en el peor de los casos, un funeral apropiado.
John estaba obsesionado con la desaparición de Xhex. Tan obsesionado que estaba al borde de la autodestrucción. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa a quien se la había llevado. Pero eso sólo era asunto suyo, de nadie más.
Lo único bueno de la situación era que la Hermandad también estaba decidida a descubrir qué demonios le había ocurrido a Xhex. Los hermanos nunca abandonaban a nadie en una misión. No podían olvidar que cuando fueron al norte, a rescatar a Rehvenge de aquella colonia de symphaths, Xhex era parte fundamental del equipo. Al desvanecerse la confusión del rescate vieron que había desaparecido y todos dieron por hecho que había sido raptada. Sólo había dos grupos de raptores posibles: los symphaths o los restrictores.
O sea, era como elegir entre la peste y el virus ébola.
Todo el mundo, incluidos John, Qhuinn y Blay, estaba trabajando en el caso y, por consiguiente, encontrarla parecía parte del trabajo de John como soldado.
El zumbido de la aguja se detuvo y el artista le pasó un trapo por la espalda.
—Está quedando muy bien —dijo el tipo, y siguió trabajando—. ¿Quiere hacerlo en dos sesiones o sólo en ésta?
John miró a Blay y dijo algo por señas.
—Dice que quiere terminar esta misma noche, si tiene tiempo —tradujo Blay.
—Sí, claro. ¿Mar? Llama a Rick y dile que voy a llegar tarde.
—Ahora mismo —dijo la recepcionista.
No, John no iba a permitir que los hermanos vieran el tatuaje, por maravilloso que quedara.
Tenía las cosas muy claras. Para empezar, había nacido en una estación de autobuses y había sido abandonado a su suerte. Luego cayó en el sistema de protección social humano. Más tarde fue recogido por Tohr y su pareja, pero ella fue asesinada poco después y él desapareció. Y ahora Z, que había sido asignado para servir como su contacto, estaba comprensiblemente dedicado a su shellan y su hija recién nacida.
Hasta Xhex lo había abandonado antes de la tragedia.
Así que era capaz de saber cuándo molestaba, y de apañárselas solo. Además, era sorprendentemente liberador no tener que preocuparse por la opinión de nadie. Eso lo dejaba libre para alimentar su violenta obsesión de seguir el rastro del que había raptado a Xhex, para arrancarle al maldito canalla todas las extremidades, una a una.
—¿Le importa contarme qué es esto? —preguntó el artista.
John levantó los ojos y pensó que no había razón para mentir al humano. Además, Blay y Qhuinn sabían la verdad.
Blay pareció un poco sorprendido, pero tradujo sus palabras:
—Dice que es el nombre de su chica.
—Ah, claro, me lo imaginaba. ¿Se van a casar?
Después de que John hiciera unas señas, Blay volvió a traducir:
—Es, simplemente, un recuerdo en su honor.
Hubo una pausa y luego el tipo de los tatuajes dejó la pistola sobre el mostrador en el que estaba la tinta. Se levantó la manga de su camiseta negra y puso su antebrazo frente a los ojos de John. En él se veía el dibujo de una mujer despampanante, con el pelo ondeando al aire por encima del hombro y la mirada fija. Aquella mujer parecía mirarte desde la piel.
—Era mi chica. Ya no está con nosotros. —Hizo un silencio, le dio un tirón a la manga y se tapó el tatuaje—. Así que le entiendo muy bien a usted.
Cuando la aguja volvió a comenzar, a John le costó trabajo respirar. La idea de que Xhex probablemente estuviera muerta se lo comía vivo… y lo peor era imaginarse la forma en que probablemente había muerto.
John sabía quién se la había llevado. Sólo había una explicación lógica: cuando ella entró en el laberinto para ayudar a liberar a Rehvenge, apareció Lash, y cuando él desapareció, ella también desapareció. Desde luego, no era una coincidencia.
Nadie había visto nada. Había cerca de cien symphaths en la cueva donde Rehv estaba y ocurrían muchísimas cosas al mismo tiempo… Además, Lash no era un restrictor común y corriente.
Ah, no… aparentemente él era el hijo del Omega. El fruto mismo del mal. Y eso significaba que el desgraciado tenía sus propios recursos.
John había visto en persona algunas de sus espectaculares exhibiciones durante la batalla librada en la colonia: si aquel individuo podía crear bombas de energía con las manos y enfrentarse cara a cara con la bestia de Rhage, entonces, ¿por qué no iba a ser capaz de raptar a alguien frente a las narices de todo el mundo? Lo cierto era que, si Xhex hubiese sido asesinada esa noche, ellos habrían encontrado el cadáver. Y si estaba viva, pero herida, habría tratado de comunicarse telepáticamente con Rehvenge, de symphath a symphath. Y si lo que había ocurrido era que estaba viva, pero necesitaba unas pequeñas vacaciones… sólo se habría marchado después de asegurarse de que todo el mundo estuviera a salvo.
Los hermanos estaban trabajando sobre las mismas suposiciones, con las mismas hipótesis, de modo que todo el mundo buscaba restrictores. Y aunque la mayor parte de los vampiros se habían marchado de Caldwell para refugiarse en sus casas de seguridad después de los ataques, la Sociedad Restrictiva, bajo la batuta de Lash, había comenzado a traficar con drogas para conseguir dinero; y eso ocurría principalmente alrededor de los clubes del centro de la ciudad, en la calle del Comercio. Patrullar por los callejones sórdidos era el juego de moda. Todo el mundo buscaba muertos vivientes que olieran a una mezcla de ambientador y cadáver putrefacto.
Ya habían pasado cuatro semanas y no habían encontrado nada más que indicios de que los restrictores estaban moviendo la mercancía en la calle, para surtir a humanos.
John se estaba volviendo loco. Se desesperaba por no saber nada y soportaba muy mal el temor que eso conllevaba. Y también rabiaba por tener que contener sus impulsos violentos. Le resultaba increíble descubrir lo que puedes hacer cuando no tienes más remedio: tenía que parecer normal, tranquilo y sereno, si quería participar en la búsqueda. Así que, para su propio asombro, ésa era la imagen que proyectaba.
¿Y a qué obedecía el tatuaje? Era su manera de sentar un precedente en medio de aquella endemoniada situación. Su declaración de que, aunque Xhex no lo quisiera, ella era su compañera y él la honraría, viva o muerta. Su idea era más o menos la siguiente: la gente sentía lo que sentía y no era culpa de nadie que la conexión sólo se produjera en un sentido. Simplemente era así.
Dios, John se arrepentía por haber sido tan frío la segunda vez que estuvieron juntos.
Esa última vez.
De repente, John tomó aire y puso freno a sus emociones. Volvió a guardar en la botella el genio de la tristeza, el arrepentimiento y el rechazo. No podía permitirse bajar la guardia. No podía detenerse, tenía que seguir buscándola, seguir poniendo un pie delante del otro. El tiempo pasaba rápido, aunque él quería que fuera más lento para poder tener más posibilidades de encontrarla viva.
Pero al reloj le traían sin cuidado sus opiniones.
Querido Dios, pensó John. Por favor no permitas que fracase en esto.