19

—¿Una hembra?… —La voz suave y cavernosa del Omega resonó mucho más de lo que se podría esperar por su volumen. Las dos palabras dichas en voz muy baja llegaron hasta todos los confines del salón de piedra pulimentada que constituía su recámara privada.

Lash hizo el mayor esfuerzo posible para parecer indiferente, mientras permanecía recostado en una de las paredes negras.

—Necesito alimentarme de su sangre.

—¿De veras?

—Son las leyes de la biología.

Bajo sus vestiduras blancas, el Omega tenía un aspecto impresionante mientras se paseaba en círculos por el salón. Con la capucha puesta, los brazos cruzados y las manos ocultas entre las amplias mangas, parecía el alfil de un siniestro y gigantesco tablero de ajedrez.

Pero no era un alfil, sino el rey.

La estancia del maligno tenía el tamaño de un salón de baile y estaba decorado muy apropiadamente, con cantidad de candelabros negros y basamentos que sostenían cientos de velas también negras. Sin embargo, estaba lejos de ser un lugar austero. Para empezar, las velas emitían un inquietante resplandor rojo. Y las paredes, el suelo y el techo estaban cubiertos del mármol más extraordinario que Lash, un tipo habituado al lujo, hubiera visto en la vida. Desde cierto ángulo, parecía negro, desde otra perspectiva parecía de un rojo metálico y, teniendo en cuenta que la fuente de luz parpadeaba constantemente, allí siempre estabas envuelto en una mezcla de los dos colores.

No era difícil imaginarse la razón de aquella decoración. El guardarropa del Omega se limitaba a un montón de aquellas túnicas impecablemente blancas que caían como cortinas. En aquel ambiente él era el principal foco de atención, lo único que sobresalía. El resto carecía de importancia.

Y así también dirigía su mundo.

—¿Y esa hembra sería tu compañera, hijo mío? —preguntó el Omega desde el otro extremo del salón.

—No —mintió Lash—. Sólo una fuente de alimentación.

No había que darle al Omega más información de la necesaria: Lash era muy consciente de lo voluble que podía ser su padre. La clave estaba en mantenerse fuera del alcance de su peligroso radar.

—¿Acaso no te he dado suficiente fuerza?

—Mi naturaleza vampira es como es.

El Omega se volvió para mirar a Lash. Después de una pausa, su voz fantasmal susurró:

—En efecto. Creo que eso es cierto.

—La traeré ante ti —dijo Lash, al tiempo que se retiraba de la pared—. La llevaré a la granja. Esta noche. La conviertes y así tendré lo que necesito.

—¿Y yo no puedo proporcionarte eso?

—Me lo vas a proporcionar. Cuando la inicies, tendré la fuente de sangre que necesito para tener poder.

—Entonces, ¿me estás diciendo que estás débil?

Odiaba tener que reconocerlo, pero su debilidad debía de ser más que evidente. El Omega podía percibir muchas más cosas que cualquiera, y seguramente se había dado cuenta desde hacía tiempo.

Al ver que Lash guardaba silencio, el Omega flotó hasta quedar frente a él.

—Nunca he iniciado a una hembra.

—Ella no tiene por qué pasar a formar parte de la Sociedad Restrictiva. Sería sólo para mí.

—Para ti.

—No hay razón para que salga a combatir.

—Y esta hembra ya la has elegido…

—Así es. —Lash soltó una risita al pensar en Xhex y en el daño que era capaz de hacer—. Estoy seguro de que la vas a aprobar.

—Estás seguro.

—Tengo muy buen gusto.

En derredor, las llamas rojas temblaron, como si una brisa las hubiese agitado.

De repente, el Omega se levantó la capucha y dejó al descubierto una cara traslúcida, de rasgos y ángulos similares a la versión en carne y hueso de Lash.

—Regresa al lugar de donde viniste —sentenció el Omega, al tiempo que levantaba una mano oscura que parecía hecha de humo. El maligno acarició la mejilla de Lash y dio media vuelta—. Regresa al lugar de donde viniste.

—Te veré al anochecer —dijo Lash—. En la granja.

—Al anochecer.

—¿Quieres que sea más tarde? ¿Mejor a la una de la madrugada? Nos veremos a esa hora entonces.

—En efecto, me verás.

—Gracias, padre.

Mientras el Omega flotaba por encima del suelo, la capucha volvió a su lugar como por su propia voluntad. Sin intervención de nadie, uno de los paneles que cerraba el salón se deslizó, abriéndose. Un momento después, Lash se quedó solo.

Respiró hondo, se restregó la cara y miró a su alrededor, hacia todas aquellas llamas rojas y las impresionantes paredes. Pensó que aquello era una especie de útero.

Hizo un esfuerzo, se concentró y, gracias a su fuerza de su voluntad, salió del Dhunhd y regresó a la decrépita casa tipo rancho que había usado como plataforma de lanzamiento. Al despertarse otra vez dentro de su cuerpo, sintió asco, porque estaba acostado en un sofá tapizado con una tela barata con un vulgar diseño de hojas. Y la textura de la tela era asquerosa. Y a decir verdad, olía a perro.

A un perro que se hubiese revolcado entre el barro. O mejor, en un estercolero.

Levantó la cabeza y se subió la camisa hasta el cuello, para mirarse el torso. Todavía estaban allí. Las lesiones no habían desaparecido, y estaban creciendo.

Se pasó las manos por la cabeza y luego revisó su móvil, pero no vio ningún mensaje de nadie. Ningún mensaje del señor D ni de ningún otro asesino que diese su informe. Pero la ausencia de comunicaciones tenía sentido. Todo el mundo estaba coordinado y todos los asuntos canalizados a través de su segundo al mando, de modo que, si ese hijo de puta había mordido el polvo, la Sociedad no podía ponerse en contacto con Lash.

Tal vez el maldito tejano había sido un asistente personal demasiado bueno.

Sintió un poco de hambre, fue hasta la cocina y abrió la puerta del refrigerador. Vacío. Nada de nada.

Lash cerró la puerta de la nevera con violenta frustración. Más que nunca, despreciaba el mundo y a todos sus habitantes. Siempre lo había hecho, pero ahora que no tenía unos huevos con tocino que llevarse a la boca, lo despreciaba todavía más.

Además, hallarse en un lugar tan miserable agudizaba aquella sensación. La casa era de nueva adquisición y hasta entonces sólo había estado en ella una vez; demonios, ni siquiera el señor D sabía que era propiedad de la Sociedad. El caso es que Lash la había comprado en una subasta porque iban a necesitar lugares donde fabricar metadona y la maldita casa tenía un sótano enorme. Lo asombroso era que su dueño no hubiese sido capaz de pagar la hipoteca. Salió baratísima. Estaba a punto de derrumbarse, en realidad.

No le faltaba mucho para venirse abajo.

Lash se dirigió al garaje y se sintió aliviado al subirse al Mercedes… aunque detestaba la idea de tener que ir a un McDonald’s a por un McMuffin de huevo y un café. Incluso tendría que esperar su turno, como cualquiera, al lado de camioneros y mamás con niños gritones.

Mientras regresaba a la mansión, el estado de ánimo de Lash se iba volviendo más sombrío y se ennegreció del todo cuando llegó frente al garaje. La puerta seguía abierta, pero el Lexus ya no estaba.

Aparcó el Mercedes donde no se viera, cerró la puerta con el mando a distancia y se bajó. El jardín trasero parecía relativamente en orden, pero en cuanto se acercó a la casa notó el olor a sangre de restrictor…

Se paró en seco en la terraza y alzó la cabeza para mirar al segundo piso. ¡Dios!

Impulsado por la furia y el miedo, comenzó a correr, subió los escalones de entrada de un salto y atravesó la puerta…

Se frenó al ver la carnicería que lo esperaba en la cocina. Por Dios… su cocina.

Parecía que lo hubiesen rociado todo con aceite. Y, claro, no quedaba mucho del señor D. El torso del asesino estaba tirado en mitad del suelo, junto a la estufa, pero los brazos y las piernas aparecía dispersos, aquí y allá… vísceras diversas colgaban de los pestillos de los armarios.

Por algún extraño milagro, la cabeza del tejano todavía estaba unida al tronco. Los ojos se abrieron y la boca comenzó a moverse en cuanto se dio cuenta de que no estaba solo; una súplica gutural salió de sus labios hinchados y llenos de coágulos de sangre negra.

—¡Maldito maricón! —le espetó Lash—. Mírate. ¡Por Dios santo!

Pero de pronto recordó que tenía problemas mayores que el lamentable estado físico de su segundo, así que saltó por encima del desastre, atravesó el comedor y corrió hacia las escaleras.

Al entrar a la habitación que compartía con Xhex, no encontró más que un gran vacío… y en el campo de energía un agujero en el centro.

—¡Maldición!

Dio media vuelta, y a través de la puerta abierta vio el desconchón en la pared del pasillo. Acercó la nariz y sintió el aroma de Xhex en el yeso y el papel roto.

Había logrado romper el campo de fuerza.

Desde luego, seguía en la habitación después de que el señor D fuera atacado. ¿Habrían vuelto los hermanos para ayudarla a escapar?

Una rápida inspección de la casa hizo que el humor de Lash se volviera más venenoso aún. El portátil había desaparecido. Tampoco estaban allí los teléfonos móviles.

Maldición.

En la cocina, se dirigió a la despensa para revisar el…

—¡A la mierda! —Al arrodillarse, Lash vio la tabla del suelo levantada. ¿También se habían llevado su reserva de dinero en efectivo? ¿Cómo demonios la habían encontrado?

Desde luego, el señor D parecía el muñeco de una clase de anatomía. Tal vez había cantado. Lo cual significaba que Lash no podía estar seguro de qué otras casas habían quedado expuestas al ataque de los hermanos.

Presa de un ataque de ira, estrelló su puño contra lo primero que encontró.

Un inmenso frasco de aceitunas, que se hizo pedazos. El jugo lo salpicó todo y las aceitunas rodaron en todas direcciones.

Se acercó al señor D. Al ver que la boca ensangrentada comenzaba a moverse de nuevo, Lash se sintió asqueado por el espectáculo.

Entonces se inclinó sobre la encimera y sacó un cuchillo. Lo agarró del mango y se agachó.

—¿Les dijiste algo?

El señor D negó con la cabeza. Lash lo miró a los ojos. La parte blanca se estaba volviendo gris oscura y las pupilas se habían dilatado tanto que ya no se veía el iris. Sin embargo, aunque parecía al borde de la muerte, si lo dejaban en ese estado, el señor D podría quedarse así para siempre, pudriéndose dentro de su propia piel. Sólo había una manera de «matarlo».

—¿Estás seguro? —murmuró Lash—. ¿Ni siquiera cuando te arrancaron los brazos?

La boca del señor D se movió otra vez y los sonidos brotaban como burbujas de una lata de comida para perros.

Al tiempo que lanzaba una maldición llena de asco, Lash apuñaló el pecho vacío del restrictor, deshaciéndose de ese modo de al menos una parte del desastre. El estallido y el relámpago se sucedieron rápidamente y luego Lash se encerró en la casa. Echó llave a la puerta trasera y se dirigió de nuevo al segundo piso.

Tardó cosa de media hora en preparar el equipaje y, mientras bajaba las seis lujosas maletas Prada por las escaleras, trató de recordar la última vez que había tenido que cargar con su propio equipaje. Hacía mucho, mucho tiempo.

Colocó las maletas en la puerta, conectó la alarma, cerró y guardó sus cosas en el Mercedes.

Se alejó pensando que odiaba la idea de regresar a aquella maldita casa tipo rancho. Pero por el momento no le quedaba más remedio, y tenía otras cosas más urgentes de las cuales preocuparse que la calidad del sitio donde se iba a quedar.

Necesitaba encontrar a Xhex. Si estuviera sola, no había manera de que hubiese ido muy lejos. Estaba demasiado débil. Así que la Hermandad debía de tenerla.

Por Dios… su padre llegaría a la una de la mañana para la inducción, así que tenía que encontrarla rápido. Eso o encontrar a otra que le sirviera.

‡ ‡ ‡

El golpe en la puerta con el que John se despertó resonó con una fuerza descomunal, como el disparo de un arma de fuego.

Al oírlo, se incorporó y se quedó sentado en la cama. Se restregó los ojos, silbó para indicar que estaba abierto y rezó para que sólo fuese Qhuinn con una bandeja con comida.

Pero la puerta no se abrió.

John frunció el ceño y dejó caer las manos.

Entonces se puso de pie, agarró un par de vaqueros y se los subió hasta las caderas, fue hasta la puerta.

Wrath estaba en el umbral, con George a su lado. Y no eran los únicos. Rehvenge, Tohr, todos los hermanos…

Ay… Dios… no.

John comenzó a mover las manos rápidamente mientras sentía que su corazón dejaba de latir:

—¿Dónde habéis encontrado el cuerpo? —preguntó por señas.

—Está viva —respondió Rehvenge, alcanzándole un teléfono móvil—. Acabo de recibir el mensaje. Presiona el cuatro.

John tardó un segundo en asimilar la información. Enseguida arrebató el teléfono a Rehv y presionó la tecla cuatro. Se oyó un pitido y luego…

Dios bendito, era la voz de Xhex. Era su voz.

«Rehv… estoy fuera. Me he escapado». Luego se oía un profundo suspiro. «Estoy bien. Estoy intacta. Estoy afuera». Seguía una pausa larga, tan larga que John creyó que el aparato se había estropeado. Pero volvió a oírse la voz. «Necesito un poco de tiempo. Estoy a salvo… pero tengo que permanecer lejos una temporada. Necesito tiempo. Avisa a todo el mundo… avisa… a todo el mundo. Me pondré en contacto…». Se oía otra pausa y luego su voz sonaba con más fuerza, casi con rabia. «En cuanto pueda… Lash es mío. ¿Me entiendes? Nadie más puede matarlo, sólo yo. Eso es fundamental».

Ahí terminaba el mensaje.

John volvió a pulsar el número cuatro y lo escuchó de nuevo. Luego le devolvió el móvil a Rehv y se encontró con la mirada de sus ojos color amatista. John era muy consciente de que Rehv llevaba muchos años al lado de Xhex. Sabía que no sólo compartía con ella muchas experiencias, sino también la sangre symphath, lo cual, en muchos sentidos, lo cambiaba todo. Y además, sabía que Rehv era mayor y más sabio y todo eso. Menuda mierda.

Pero el macho enamorado que llevaba dentro equilibraba las cosas. En lo referente a ella, nadie, ni siquiera Rehv, era superior a él.

Así que preguntó:

—¿Dónde estará?

Qhuinn tradujo. Rehv reflexionó, asintió con la cabeza y aventuró una posibilidad.

—Xhex tiene una cabaña a unos veinte kilómetros al norte de aquí. Sobre el río Hudson. Pienso que puede estar allí. Desde allá tiene acceso a un teléfono y es un sitio seguro. Iré a hablar con ella. Si quieres acompañarme…

Nadie pareció sorprenderse por la última sugerencia de Rehv, salvo John, que así se dio cuenta de que su secreto ya no era tan secreto. A la vista de su comportamiento en aquella habitación de la casa-prisión de Lash, era lógico que los otros se hubieran dado cuenta de sus sentimientos. Por no hablar de la forma en que había masacrado al restrictor. Todos sabían lo que sentía por Xhex.

Por eso se había presentado allí todo el grupo. Estaban reconociendo su estatus de macho enamorado y presentaban sus respetos. Los derechos y deberes de los machos enamorados eran sagrados.

John miró a Qhuinn.

—Dile que le acompañaré.

Cuando le hicieron la correspondiente traducción, Rehv asintió y se volvió hacia Wrath.

—Me acompañará, pero sólo él. No puede acompañarle Qhuinn. Ya vamos a tener suficientes problemas con ella por aparecer sin anunciarnos. La conozco muy bien.

Wrath frunció el ceño.

—Maldición, Rehv…

—Cuando hay complicaciones, es una bomba de relojería. Ya pasé una vez por esto mismo con Xhex. Si aparecemos con alguno más, huirá y no va a volver a llamar. Además, John… Bueno, da igual, diga lo que diga me va a seguir de todas maneras. ¿No es así, hijo? Si se quedara aquí bajo la vigilancia de Qhuinn, le daría esquinazo y me seguiría sin detenerse ante nada.

John no vaciló en confirmar con un rotundo movimiento de cabeza las palabras de Rehv.

Mientras Qhuinn maldecía como un loco, Wrath sacudía la cabeza.

—¿Para qué demonios te he asignado un ahstrux?

Hubo un momento de tenso silencio, durante el cual el rey estudió a John y a Rehv. Luego volvió a hablar.

—Por Dios, está bien… Por esta vez te dejaré ir sin tu guardia personal, pero no puedes enfrentarte al enemigo. Terminantemente prohibido. Irás a esa cabaña y sólo a esa cabaña. ¿Entendido? Luego regresarás aquí a recoger a Qhuinn antes de ir al campo de batalla. ¿Está claro?

John asintió y dio media vuelta hacia el baño.

—Diez minutos —dijo Rehv—. Dentro de diez minutos nos vamos.

John estuvo listo en menos de la mitad de tiempo. No habían pasado cinco minutos cuando ya estaba abajo, paseándose de un lado a otro del vestíbulo. Llevaba encima todas sus armas, como mandaba el protocolo, e iba forrado de cuero. Y lo que era más importante aún, le poseía una furia infernal. Su sangre bramaba como un huracán.

Mientras estaba esperando a Rehv notó que había muchos ojos clavados en él, desde la sala de billar, desde el comedor. Desde el balcón del segundo piso. Ojos que lo observaban, aunque nadie decía nada.

La Hermandad y los otros habitantes de la casa estaban impresionados por la fuerte conexión que había entre él y Xhex. John suponía que su estupefacción era comprensible. Al fin y al cabo, se había enamorado de una symphath.

No era lo habitual, pero nadie podía elegir de quién se enamoraba, ni obligar a nadie a enamorarse de uno.

Pero todas esas consideraciones eran lo de menos. Lo importante era que ella había sobrevivido. ¡Xhex estaba viva!

Rehvenge bajó la escalera apoyándose en su bastón rojo cada vez que pisaba con el pie derecho. No iba vestido para luchar, sino para protegerse del frío. Su abrigo de visón rozaba las puntas de sus zapatos y llegaba hasta los puños de su elegante traje negro.

Al llegar a la altura de John, se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Después atravesó la puerta hacia la noche fría.

El aire olía a fresca limpieza.

El perfume de la primavera. El de la esperanza y el renacer.

Camino al Bentley, John aspiró aquel bendito aire, llenándose los pulmones, y lo retuvo allí, mientras pensaba que Xhex seguramente estaba haciendo exactamente lo mismo en ese momento.

John sintió que se le humedecían los ojos. El corazón le rebosaba de alegría y gratitud.

No podía creer que fuese a verla… Dios, iba a volver a verla. Volvería a mirar el fondo de aquellos maravillosos ojos que parecían de un extraño metal precioso. Y la abrazaría… No, eso quizás no fuese posible o conveniente.

Joder, le resultaría difícil no rodearla con los brazos y tenerla así hasta el día siguiente… o hasta la semana siguiente.

Rehv se subió al coche y encendió el motor, pero no arrancó. Sólo se quedó mirando por el parabrisas hacia el sendero de piedras.

Habló en voz baja.

—¿Cuánto hace que estás enamorado de ella?

John sacó una pequeña libreta y escribió:

«Desde el momento en que la conocí».

Rehv leyó la respuesta y frunció el ceño.

—¿Y ella siente lo mismo?

John le mantuvo la mirada cuando negó con la cabeza. No tenía sentido negarlo. A un symphath no se le podían ocultar esas cosas.

Rehv movió la cabeza con cierto pesar.

—Sí, así es Xhex. Maldición… Venga, vayamos de una vez.

El coche arrancó con un rugido y se internó en la noche.