18
Al Otro Lado, Payne daba vueltas alrededor de la fuente de su madre. Sus pies formaban círculos en el estanque que recogía el agua del surtidor. Mientras chapoteaba, mantenía su túnica recogida y escuchaba el canto de los pajarillos de colores que vivían en el árbol blanco de la esquina. Las pequeñas aves trinaban y saltaban de rama en rama, picoteándose unas a otras, limpiando constante, se diría que eternamente, su plumaje.
Payne no entendía cómo aquellas criaturas podían pensar que aquella actividad tan limitada justificaba una existencia.
En el santuario no existía el tiempo, no había concepto de tal cosa y, sin embargo, Payne soñaba con tener un reloj de bolsillo o uno de pared para saber cuánto se retrasaba el Rey Ciego.
Todas las tardes tenían una sesión de combate. Bueno, durante lo que debía de ser la tarde para él. Porque, ella, atrapada allí en el Otro Lado, vivía en una perenne mañana.
Payne se preguntó cuánto tiempo haría ya que su madre la había sacado de aquel profundo estado de congelación, permitiéndole disfrutar de un poco de libertad. No había manera de saberlo. Wrath había comenzado a acudir de forma regular hacía más o menos… ¡Otra vez con el tiempo a vueltas! En fin, el caso es que llevaban quince ocasiones, lo que significaba que ella había sido reanimada tal vez… bueno… ¿Podían haber transcurrido unos seis meses?
Pero lo importante de verdad era saber cuánto tiempo había permanecido retenida en aquel estado. Y por importante que fuese, tampoco tenía tanta curiosidad como para preguntárselo a su madre. Ellas no se hablaban. Hasta que aquella hembra «divina» que la había traído al mundo no estuviera dispuesta a dejarla salir de allí, Payne no tenía nada que decirle.
En verdad, aquel silencio obligado no parecía estar sirviendo de gran cosa. No valía para nada, en absoluto. Y Payne tampoco esperaba otra cosa. Cuando tienes una madre de pesadilla que es la creadora de la raza, es decir que no rinde cuentas a nadie, ni siquiera al rey…
Entonces… No había manera de escapar.
Cuando comenzó a pasearse por el estanque a mayor velocidad y su túnica comenzó a empaparse, Payne se alejó de la fuente y se puso a corretear, con los puños por delante y lanzando golpes al aire.
Lo de portarse como una Elegida bondadosa y obediente sencillamente no formaba parte de su naturaleza, y ésa era la raíz de todos los problemas surgidos entre ella y su madre.
Dios, qué lástima, qué desilusión.
Venga, supéralo ya, querida madre.
Aquella forma de comportarse y aquellas convicciones eran para otra gente. Además, si la Virgen Escribana esperaba tener otro fantasma enfundado en una túnica, flotando como una brisa silenciosa por una habitación con aire acondicionado, que hubiera elegido a otro padre para sus hijos.
La impronta vital del Sanguinario estaba claramente grabada en la personalidad de Payne. Los rasgos de carácter de su padre habían pasado a una nueva generación.
De pronto, Payne dio media vuelta, detuvo el puño de Wrath con el antebrazo y de inmediato le lanzó una patada al hígado, que no alcanzó su objetivo por muy poco. El rey contraatacó rápidamente, con un codazo que, de darle, le habría causado, sin duda, una severa contusión.
Payne se agachó rápidamente para esquivar el golpe y lanzó otra patada que buscaba tirar al rey de espaldas; pero aunque era ciego, éste tenía una increíble intuición para saber con precisión dónde estaba ella y qué movimientos hacía, y se salvó del ataque.
También adivinó que ella trataría de atacar por el flanco, y por eso giró sobre los talones, para sorprenderla con una patada por la espalda antes de que pudiese acometerle por el costado.
Payne, al ver que su maniobra fracasaba, cambió de plan, se tiró al suelo y, moviendo las dos piernas al tiempo, lo agarró de los tobillos y le hizo perder el equilibrio. Entonces se movió rápidamente hacia la derecha para evitar que aquel inmenso cuerpo le cayera encima. Luego dio un ágil salto, se le echó sobre la espalda y le envolvió el cuello con el brazo, en una llave perfectamente ejecutada. Para tener más fuerza, se agarró la muñeca con la otra mano y apretó cuanto pudo.
Pero el rey no iba a resignarse a semejante derrota. Giró sobre sí mismo y se dio la vuelta.
Su increíble fuerza le permitió ponerse de pie a pesar de la llave de que era víctima, y luego saltó en el aire, cargando con ella, hasta que aterrizaron en el mármol, Payne debajo y él encima.
Menudo colchón para el rey… Payne casi sentía cómo se doblaban sus huesos.
Sin embargo, el rey era por encima de todo un macho de honor y, por consideración a la inferioridad de la musculatura de la muchacha, nunca la mantenía atrapada en el suelo durante mucho tiempo. Lo cual irritaba mucho a Payne y era otra razón para que el rey lo hiciese. Ella habría preferido un combate sin reglas, pero los sexos presentaban diferencias insalvables. Los machos, sencillamente, era más grandes y, por tanto, más fuertes.
Por mucho que le molestara, Payne no podía hacer nada al respecto.
Y cada vez que lograba propinar al rey un buen golpe gracias a que ella era más rápida, se sentía extraordinariamente bien. Casi era feliz cuando lo conseguía.
El rey se levantó con agilidad y se dio la vuelta. Su largo pelo negro trazó un elegante círculo en el aire antes de caer sobre su judogi blanco. Con las gafas oscuras que siempre ocultaban sus ojos y aquel tremendo despliegue de músculos, estaba aterrador, magnífico. Era, sin duda, un acabado producto del mejor de los linajes de la raza vampira, sin contaminación alguna de sangre humana o de cualquier otro tipo.
Y eso tenía sus inconvenientes. Según había oído, la ceguera del rey era el resultado de su extremada pureza de sangre.
Payne se fue a levantar y sintió un doloroso espasmo en la espalda, pero hizo caso omiso y se enfrentó de nuevo a su oponente. Esta vez, fue ella la que decidió atacar sin reserva alguna, lanzando golpes a diestro y siniestro. Una vez más se evidenció que la habilidad de Wrath, el ciego, para esquivar y contener golpes que no veía venir era absolutamente asombrosa.
Tal vez por eso nunca se quejaba de su ceguera.
Eso Payne se lo imaginaba. Jamás lo habían comentado, claro, porque tampoco es que ellos hablaran mucho. Y a ella le parecía perfecto hablar tan poco.
Payne se preguntaba a menudo cómo sería la vida de Wrath en el mundo exterior.
¡Cuánto envidiaba la libertad de la que disfrutaba el ciego!
Payne y Wrath continuaron luchando, persiguiéndose alrededor de la fuente, luego por la galería de las columnas y la puerta que llevaba al interior del santuario. Y luego otra vez alrededor de la fuente.
Como ocurría al final de cada sesión, los dos quedaron sangrando y llenos de magulladuras. Pero no había razón para preocuparse. En cuanto bajaban las manos y cesaba el intercambio de golpes, las heridas comenzaban a sanar.
El último golpe de la sesión correspondió a Payne. Fue un asombroso gancho que dio en mitad de la mandíbula del rey y le desplazó la cabeza hacia atrás, haciendo que la melena se le agitara en el aire.
Siempre acordaban en silencio cuál era el momento de terminar, aunque ninguno de los dos decía nada.
Se recuperaban mientras caminaban hombro con hombro hasta la fuente, estirando los músculos y colocándose todas las partes de los descoyuntados cuerpos en su lugar. Se lavaban la cara y las manos con el agua limpia y cristalina de la fuente y se secaban con suaves toallas que Payne tenía preparadas para la ocasión.
A pesar de que intercambiaban golpes y no palabras, Payne había llegado a pensar en el rey como en un amigo. Y a confiar en él.
Era la primera vez que tenía un amigo en la vida.
Y eran sólo amigos, pues a pesar de lo mucho que Payne admiraba los considerables atributos físicos del rey, en ellos no encontraba una pizca de atracción. En buena medida, gracias a eso se mantenía la extraña amistad. Ella no se habría sentido cómoda si las cosas fuesen de otra manera.
No, Payne no estaba interesada en hacer vida sexual, ni con Wrath ni con nadie más. Los vampiros machos tenían tendencia de muy dominantes, en especial los que provenían de los mejores linajes. No podían evitarlo, se trataba, una vez más, de un comportamiento determinado por la sangre. Y ella ya estaba harta de que otros tuvieran tanto poder decisorio sobre su vida. Lo último que necesitaba era, encima, liarse con un macho controlador.
—¿Estás bien? —le preguntó Wrath cuando se sentaron en el borde de la fuente.
—Sí, muy bien. ¿Y tú? —A Payne ya no le molestaba, como al principio, que él le preguntara si estaba bien. Las primeras dos veces se había sentido ofendida, porque, ¿acaso pensaba que no iba a ser capaz de soportar los dolores causados por el combate? Pero luego se dio cuenta de que la pregunta no tenía nada que ver con su sexo; Wrath le preguntaría lo mismo a cualquier rival con el que se midiera físicamente.
—Me siento estupendamente, genial —dijo Wrath y su sonrisa dejó ver unos colmillos tremendos—. Ese gancho ha sido estupendo, por cierto.
Payne sonrió con tanta franqueza, con la boca tan abierta, que le dolieron las mejillas. Era otra de las razones por las que le gustaba estar con él. Como Wrath no podía ver, no había razón para ocultar sus emociones.
Nada la hacía más feliz que oírle decir que lo había impresionado con sus cualidades de luchadora.
—Bueno, majestad, sus giros inesperados siempre me acaban derrotando. Son mortales.
Ahora era Wrath el que enseñaba con alegría todos los dientes y Payne se sintió conmovida por un momento, al pensar que sus elogios significaban algo para el rey.
—La fuerza y el tamaño tienen sus ventajas —murmuró Wrath, con un poco de falsa modestia.
De repente, el rey pareció mirarla de verdad. Las gafas de sol hicieron que Payne pensara, una vez más, que le daban una apariencia cruel, aunque el rey había demostrado, una y otra vez, que no tenía ninguna crueldad.
Wrath carraspeó.
—Gracias por estos ratos. Las cosas no andan bien en casa.
—¿Por qué?
Ahora Wrath giró la cabeza, como si quisiera mirar el horizonte. Posiblemente era un mecanismo de defensa para ocultar las emociones a los demás.
—Hemos perdido a una hembra. La capturó el enemigo. —El rey sacudió la cabeza—. Y uno de los nuestros está sufriendo mucho por eso.
—¿Eran pareja?
—No… pero él se comporta como si lo fueran. —El ciego se encogió de hombros—. No me percaté a tiempo del fuerte lazo que había entre ellos. Nadie lo notó, en realidad. Pero ahora es evidente y anoche lo confirmamos de una manera muy desagradable.
El deseo de saber más sobre lo que sucedía allá abajo, sobre cómo eran aquellas vidas terrenales que estaban expuestas a tantas cosas y que debían de ser tan vibrantes, la impulsó a mostrarse más curiosa que de costumbre.
—¿Qué sucedió?
El rey se echó el pelo hacia atrás y suspiró.
—Anoche mató brutalmente a un restrictor. Fue tremendo. No hubo ocasión ni de interrogarle. Simplemente lo masacró.
—Pero ése es su deber, ¿no?
—No fue en el campo de batalla. Fue en la casa donde los asesinos habían tenido retenida a la hembra. Podíamos haberlo interrogado, pero John sencillamente lo hizo trizas. Y el caso es que es un buen chico. Pero el comportamiento de un macho enamorado puede ser letal. A veces eso es útil, pero en otras ocasiones, todo lo contrario. ¿Entiendes a qué me refiero?
Se quedó pensativa, pensando en el mundo exterior, en lo que debía de ser combatir la maldad. Trataba de rebuscar en sus recuerdos de la efímera época terrenal.
En ese momento, apareció la Virgen Escribana. Sus vestiduras negras flotaban un poco por encima del suelo de mármol.
El rey se puso de pie e hizo una reverencia, pero su gesto, lleno de dignidad, no tenía nada de servil. Otra razón para que le agradara tanto a Payne.
—Querida Virgen Escribana.
—Wrath, hijo de Wrath.
Y eso fue… todo. Como nadie hacía preguntas a la madre de la raza, y la Virgen Escribana permaneció en silencio, pasó un buen rato durante el cual lo único que se oyó fue el movimiento del aire.
El cielo nos libre de la tentación de hacerle una pregunta a esa hembra.
Además, era evidente la razón de aquella interrupción: la madre de Payne no quería que hubiese ningún contacto entre su hija y el mundo exterior.
—Es hora de retirarme —le dijo Payne al rey. Prefería irse por propia iniciativa, porque no sabía lo que podría salir de su boca si su madre se atrevía a decirle que se marchara.
El rey extendió su puño.
—Adiós. ¿Volvemos a luchar mañana?
—Con mucho gusto. —Payne hizo chocar los nudillos contra el puño del rey, tal como él le había enseñado que era la costumbre, y se dirigió a la puerta que llevaba al interior del santuario.
Al otro lado de los paneles blancos, el verde césped la encandiló, fue un regalo para sus ojos. Tuvo que parpadear al pasar frente al Templo del Gran Padre, camino de las habitaciones de las Elegidas. Flores amarillas, blancas, rosa y rojas crecían en ramilletes por todas partes. Los tulipanes se mezclaban en maravillosa confusión con los junquillos y los lirios.
Aquello era la primavera, según recordaba por su breve estancia en la tierra.
Allí siempre era primavera, una primavera que nunca llegaba a alcanzar la magnificencia y el calor de la víspera del verano. O, al menos, de lo que ella había leído acerca del comienzo del verano.
El edificio rodeado de columnas en el cual residían las Elegidas estaba dividido en cubículos que ofrecían un mínimo de intimidad a sus ocupantes. La mayor parte de ellos estaban vacíos ahora, y no sólo porque las Elegidas fuesen una especie en vías de extinción. Desde que el Gran Padre las había «liberado», la colección privada de etéreas e inútiles doncellas de la Virgen Escribana se estaba reduciendo. Lógica consecuencia de la libertad para hacer viajes al mundo exterior.
Curiosamente, ninguna de ellas había decidido renunciar a su categoría de Elegida. A diferencia de lo que sucedía antes, si querían ir un tiempo al complejo privado del Gran Padre en el mundo exterior, podían regresar sin problema al santuario.
Payne se encaminó directamente a los baños y sintió alivio al ver que se encontraba sola. Sabía que sus «hermanas» no entendían lo que ella hacía con el rey y además, así disfrutaba de un tranquilo reposo después de aquel brutal ejercicio, sin la presencia de miradas curiosas.
El baño común era un amplio salón cubierto de mármol, con una inmensa piscina y una cascada al fondo. Como sucedía con todo lo relacionado con el santuario, las leyes de la razón no regían allí: la corriente de agua tibia que caía del borde de la piedra blanca siempre estaba limpia y fresca, aunque no se veía la fuente de la cual brotaba ni ningún tipo de mecanismo depurador.
Se quitó su túnica hecha a medida, que había arreglado para que hiciera juego con el judogi de Wrath, como él llamaba a ese vestido, y se sumergió en la piscina con la ropa interior todavía puesta. La temperatura siempre era perfecta. Como otras veces, añoró un baño demasiado caliente o demasiado frío. Tanta perfección acababa siendo aburrida, agobiante.
En el centro del gran estanque de mármol, el agua era lo suficientemente profunda como para nadar y el cuerpo de Payne agradeció la posibilidad de estirarse y moverse sin tener que hacer pie.
En realidad, aquel final placentero era la mejor parte del ejercicio físico que practicaba con Wrath. Dejando aparte las ocasiones en que lograba asestarle un buen golpe al rey.
Cuando llegó a la cascada, Payne se metió debajo y se soltó el pelo. Lo tenía más largo que Wrath y había aprendido, no sólo a hacerse una trenza, sino a recogérselo en la base de la nunca. De no hacerlo, proporcionaría a Wrath una peligrosa agarradera para dominarla.
Debajo de aquella lluvia cristalina y templada, la esperaban delicadas pastillas de un jabón de olor dulce. Payne se enjabonó todo el cuerpo. Una de las veces que se dio la vuelta en busca de más jabón, notó que no estaba sola.
Por lo menos, la figura vestida de negro que había entrado cojeando no era su madre.
—Saludos —gritó Payne.
N’adie hizo una reverencia, pero no contestó, como solía ser su costumbre, y Payne sintió de pronto mucha pena por haber dejado tan descuidadamente su túnica en el suelo.
—Yo la recogeré —dijo con voz fuerte, que resonó contra las paredes.
Pero N’adie sacudió la cabeza y la levantó.
¡La criada era tan cariñosa, abnegada y callada, siempre cumpliendo con sus obligaciones sin quejarse, pese a que no estaba en las mejores condiciones físicas!
Aunque nunca hablaba, era imposible no imaginarse su triste historia.
Otra razón más para despreciar a Aquella que había dado origen a la raza, pensó Payne.
Las Elegidas, al igual que la Hermandad de la Daga Negra, habían sido criadas y educadas dentro de ciertos parámetros, con un objetivo preciso. Mientras los machos debían tener la sangre espesa y un cuerpo fuerte, y ser agresivos y valientes en la batalla, las hembras debían ser inteligentes y resistentes, capaces de contener las tendencias más primitivas de los machos y, en definitiva, de civilizar a la raza. El yin y el yang. Dos partes de un todo, que siempre estarían unidas gracias al requisito de que un sexo tuviera que alimentarse de la sangre del otro.
Pero no todo era bueno en el esquema divino. La verdad era que la endogamia había ocasionado ciertos problemas y, aunque en el caso de Wrath las leyes ordenaban que, como hijo del rey, él fuera el heredero del trono, con o sin discapacidad, las Elegidas no tenían tanta suerte. Los defectos físicos estaban vetados por las leyes de crianza. Siempre había sido así. De modo que alguien como N’adie, que tenía una discapacidad, quedaba condenada a servir a sus hermanas escondida bajo un manto… como una vergonzosa anomalía oculta, de la que nadie hablaba, y que, sin embargo, inspiraba un cierto «amor».
O quizá fuera más adecuado decir «compasión».
Payne sabía muy bien cómo se debía de sentir aquella hembra. No por su defecto físico, sino por el hecho de vivir condenada a incumplir eternamente unas expectativas que era imposible satisfacer. En ese sentido, eran iguales.
Y hablando de expectativas…
Layla, otra de las Elegidas, entró en el baño y se quitó la túnica, que entregó a N’adie con aquella amable sonrisa que la caracterizaba.
Sin embargo, aquella expresión de amabilidad desapareció cuando bajó los ojos y entró en el agua. En efecto, la hembra parecía sumida en pensamientos que no eran precisamente agradables.
—Saludos, hermana —dijo Payne.
Layla volvió la cabeza rápidamente y levantó las cejas.
—Ah… no me había dado cuenta de que estabas aquí. Saludos, hermana.
Tras hacer una pronunciada reverencia, la Elegida se sentó en uno de los escalones de mármol que quedaban bajo el agua. Aunque Payne no era muy habladora, algo en el aura silenciosa que rodeaba a la otra hembra la hizo acercarse.
Se enjuagó el jabón, nadó hasta el otro lado y se sentó junto a Layla, que ahora estaba lamiéndose los pinchazos que tenía en la muñeca.
—¿A quién alimentaste? —preguntó Payne.
—A John Matthew.
El nombre le sonaba. Tal vez era el macho al que había hecho referencia el rey.
—¿Y todo salió bien?
—En efecto. Así fue.
Payne se recostó, apoyando la cabeza en el borde de la piscina, y se quedó contemplando la belleza de la Elegida. Tras unos instantes, murmuró:
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto.
—¿Cuál es la causa de tu tristeza? Siempre que regresas… pareces apesadumbrada. —En realidad, Payne conocía la respuesta. Que una hembra se viera obligada a tener relaciones sexuales y alimentar a un macho sólo porque era una tradición era una violación, un atropello inconcebible.
Layla miró las marcas de los pinchazos en sus venas con una especie de concentración desapasionada, como si estuviera contemplando las heridas de otra persona. Y luego sacudió la cabeza.
—No me voy a quejar por la gloria que me ha sido concedida.
—¿Gloria? En verdad parece que te hubiesen concedido algo completamente distinto. —Más bien una maldición.
—No, no. Ser útil es una gloriosa bendición…
—Por favor, no te escondas tras esas palabras rutinarias cuando tu rostro delata los verdaderos sentimientos de tu corazón. Y, como siempre te digo, si albergas alguna crítica contra la Virgen Escribana, me encantará oírla. —Al ver que los claros ojos verdes de Layla se abrían con expresión de asombro, Payne se encogió de hombros—. No es ningún secreto lo que siento. Nunca lo he ocultado.
—No… en verdad no lo has hecho. Sólo que parece tan…
—¿Inapropiado? ¿Tan vulgar? —Payne se frotó las manos con aire displicente—. Qué lástima.
Layla suspiró profundamente.
—He recibido un entrenamiento muy completo, como bien sabes. Entrenamiento de ehros.
—Y eso es lo que no te gusta…
—En absoluto. Eso es lo que no conozco, pero quisiera conocer.
Payne frunció el ceño.
—¿Acaso no te han usado?
—Eso es, John Matthew me rechazó la noche de su transición, después de que lo acompañara durante el cambio. Y cuando voy a alimentar a los hermanos, nunca me tocan.
—¿Qué dices? —No se lo podía creer—. Tú quieres tener sexo. Con uno de ellos.
Layla pareció ponerse a la defensiva.
—Estoy segura de que, entre todas mis hermanas, tú entiendes mejor que nadie lo que es no ser más que una especie de promesa.
¡Qué equivocada había estado Payne sobre aquella amiga!
—Con el debido respeto, no puedo imaginarme por qué querrías… hacer eso… con uno de esos machos.
—¿Por qué no habría de quererlo? Los hermanos y esos tres machos jóvenes son hermosos, asombrosas criaturas llenas de energía. Y como el Gran Padre nos dejó intactas… —Layla negó con la cabeza—. Después de haber recibido las enseñanzas y haber oído las descripciones y haber leído acerca del acto… quiero experimentarlo de verdad. Aunque sea una sola vez.
—En verdad, yo no puedo sentir la menor inclinación por eso. Nunca la he sentido y no creo que la sienta. Prefiero pelear.
—Pues te envidio.
—¿Ah, sí?
Los ojos de Layla parecían más viejos ahora.
—Es mucho mejor no tener ningún interés que sentirse insatisfecha. La insatisfacción crea un vacío que pesa demasiado.
Cuando N’adie apareció con una bandeja llena de frutas troceadas y zumo, Payne se dirigió a ella.
—N’adie, ¿no quieres venir a sentarte con nosotras?
Layla le sonrió a la criada.
—Sí. Por favor, ven.
Pero negó con la cabeza, hizo un gesto de gratitud, y se limitó a dejar junto a ellas el refrigerio que con tanta consideración había preparado para luego cruzar cojeando el arco que marcaba la salida de los baños.
Payne frunció el ceño, disgustada. Ella y la Elegida Layla se quedaron en silencio. Mientras reflexionaba sobre la conversación que acababa de tener, le costaba trabajo entender cómo ellas dos podían tener concepciones tan opuestas… y tener razón las dos.
Por el bien de Layla, Payne deseó estar equivocada, pues sería una gran desilusión ansiar algo que era mucho menos maravilloso que las expectativas que despertaba.