17
Los ruidos de la sangrienta refriega que había tenido lugar abajo llegaron hasta los oídos de Xhex y, a juzgar por el hedor que entraba ahora por la rendija de la puerta, apenas podía imaginarse lo que le habían hecho a aquel restrictor que le llevaba la comida.
Se diría que una parte del primer piso había sido redecorada con arabescos pintados con sangre de restrictor.
Le sorprendió que los hermanos hubiesen decidido desmembrar a aquel maldito asesino en la casa… Por lo que sabía, Butch O’Neal solía pulverizar a los asesinos para impedir que regresaran al Omega. Pero hacer algo así, en la casa. Le sorprendería que quedara algún pedazo de restrictor mayor que una uña.
O alguien había enloquecido o se trataba de un mensaje para Lash.
Tras el caótico fragor del combate, hubo un extraño momento de silencio, y luego se oyeron muchas pisadas. Cuando no quedó nada que matar, se marcharon.
El fuego del pánico volvió a encenderse en su pecho y tuvo que hacer un esfuerzo supremo para dominarse. ¡Maldición! No se iba a desmoronar. Lo único que le quedaba en aquella horrible situación era ella misma, sus propias fuerzas, su propio valor. Ella era el arma secreta. Su mente y su cuerpo eran las únicas cosas que Lash no podía quitarle.
Si las perdía, estaría perdida para siempre. No podría llevarse a Lash con ella cuando se fuera de este mundo. Porque ya no tenía esperanzas de sobrevivir, sino sólo de arrastrarle en la muerte.
Pensando esas cosas, Xhex sacaba la energía suficiente para seguir viva y combatiendo. Esa fría determinación la ayudaba a controlar sus emociones, tan intensas que podrían haber llevado a la locura a cualquier otra que fuese sólo un poco menos fuerte. Así que, con otro titánico esfuerzo espiritual, apartó de su pensamiento todo lo que había sentido al estar cerca de John Matthew.
Tenía que olvidarse de todo aquello. Lo importante era lo importante.
Ya plenamente centrada en su lucha, cien por cien en guardia, Xhex se dio cuenta de que no había oído ningún estallido ni había percibido ningún resplandor. Eso quería decir que no habían apuñalado al asesino. Y el olor era tan fuerte que estaba segura de que habían dejado el cuerpo, o lo que quedara de él, en la casa.
Lash se volvería loco de furia. Lo había visto relacionarse con el tejano y, aunque él lo había negado, estaba segura de que su carcelero tenía un vínculo especial con aquel maldito subordinado. Así que lo que tenía que hacer era explotar esa debilidad. Presionarlo todo lo posible hasta que perdiera los estribos. Tal vez se desmoronara totalmente…
En medio del silencio y de aquel hedor dulzón, Xhex comenzó a pasearse de aquí para allá. Y terminó junto a la ventana. Sin pensar en el campo de fuerza invisible que la rodeaba, levantó las dos manos para abrir la ventana. En el último instante, demasiado tarde, cayó en la cuenta de que seguía prisionera.
Instintivamente, dio un salto hacia atrás, pues esperaba sufrir la habitual descarga dolorosa.
Pero en lugar de eso, sólo sintió un cosquilleo.
Algo había cambiado en las condiciones de su prisión.
Intentó pensar, recuperar la serenidad. Volvió a acercarse a la barrera e hizo presión, esta vez adrede, con las palmas de las manos. Lo que necesitaba para hacer una evaluación precisa de lo que ocurría era mantenerse fría, lo más objetiva posible. Así lo hizo; pero resultó que el cambio era tan obvio que lo hubiese notado aunque estuviese medio enloquecida.
Había debilidad en la resistencia de la barrera. Una inconfundible debilidad. Una debilidad nueva.
La pregunta era por qué. Y también si la debilidad iría a más. Y se preguntaba si era un problema pasajero… ¿Debía empujar con todas sus fuerzas para ver si se rompía la ahora débil barrera? ¿No habría algún peligro, no sería una trampa?
Inspeccionó la ventana. Aparentemente, todo estaba igual, nada había cambiado en su prisión; pero cuando apoyó la mano contra la barrera cercana al cristal, con cierta prudencia, sólo para ver si no estaba alucinando, comprobó que estaba en lo cierto. Era mucho más débil.
¿Acaso Lash estaba muerto? ¿Había sido herido?
En ese momento, un enorme Mercedes negro pasó lentamente frente a la casa y Xhex percibió que el maldito hijo de puta iba dentro. Y ya fuera porque Lash había estado alimentándose de su sangre o porque la barrera se estaba debilitando, Xhex pudo sentir claramente las emociones de su verdugo con su lado symphath: se sentía, solo, aislado. Estaba nervioso. Y débil.
Vaya, vaya, vaya…
Desde luego, eso explicaba la disminución en la resistencia que había percibido en el campo de fuerza. ¿Explicaba, además, por qué Lash no había subido de inmediato a su habitación? Si ella fuera Lash y no se notara con fuerzas, esperaría hasta el amanecer antes de entrar.
O iría a buscar refuerzos.
Y para eso servían los teléfonos móviles, ¿no?
Tras un interminable rato rondando por la casa, el Mercedes salió del vecindario y no volvió a aparecer. Xhex dio dos pasos hacia atrás para alejarse de la ventana. Después de tensar las piernas, adoptó una posición de combate, cerró los puños y arqueó ligeramente el cuerpo a la altura de las caderas. Respiró hondo, se concentró al máximo y lanzó contra la barrera invisible el puñetazo más violento de su vida.
La debilitada cárcel inmaterial le devolvió el golpe, pero la habitación entera se estremeció. El campo de fuerza pareció estremecerse, como si estuviera intentando reequilibrarse después de sufrir un seísmo. Antes de que pudiera recuperarse por completo, Xhex le lanzó otro golpe, aún más fuerte.
Pareció como si un lejano cristal situado en el límite de la barrera se rompiera por el impacto.
Xhex se quedó aturdida en un primer momento. Enseguida pudo sentir la brisa azotándole la cara. Se miró los nudillos ensangrentados. Había roto algo, en efecto, y no tan inmaterial como creía.
Mientras pensaba lo que debía hacer a continuación, miró hacia la puerta que John y los hermanos habían dejado abierta.
Lo último que quería era escapar cruzando el interior de la casa, pues no conocía su distribución y no tenía idea de lo que se podía encontrar por el camino. Pero algo en su interior le decía que probablemente estaba demasiado débil para desmaterializarse, así que si trataba de escapar por la ventana, no estaba segura de poder desaparecer a tiempo.
Podía romperse la cabeza.
La puerta abierta era, pese a todo, la más sensata vía de escape. Para romper aquella zona de la barrera ya no podía usar los puños, demasiado magullados. Utilizaría su cuerpo como ariete.
La prisionera dio media vuelta, apoyó la espalda contra la pared, respiró hondo y se lanzó a través de la habitación y embistió con toda su alma.
El choque le provocó un dolor ardiente, que parecía quemarle todas las células de su cuerpo. Aquella horrible y agónica sensación la dejó ciega. La mágica celda había resistido el impacto y la tenía envuelta, atrapada en su campo de fuerza. Se sentía como muerta…
Pero eso sólo duró un momento, porque enseguida se produjo algo así como un brusco desgarro en la barrera. Xhex, sobreponiéndose a su dolor y su agotamiento, decidió jugarse el todo por el todo para intentar llegar al otro lado, lejos de la maldita habitación.
Y por fin irrumpió al otro lado del campo de fuerza. Se estrelló contra la pared del corredor con tanta violencia que pensó que no sólo había abierto un agujero en la prisión inmaterial, sino también en los ladrillos.
Con la cabeza dándole vueltas y los ojos debatiéndose entre la oscuridad y el resplandor de miles de chispas, Xhex se esforzó por recuperar la lucidez. Había logrado salir de allí, pero aún no era libre.
Miró hacia atrás y vio cómo el aire se estremecía. Se recomponía el campo de fuerza después de haber sido perforado por ella. Si hubiera seguido en el otro lado, ahora ya no podría escapar. Se preguntó si Lash percibiría en la distancia que su hechizo se había roto.
Pero no era momento para andarse con especulaciones. Su voz interior era imperativa.
«¡Vete ahora mismo. Sal de aquí… corre!».
Xhex se levantó del suelo y comenzó a caminar por el pasillo. Sintió que las piernas le temblaban. Llegó a las escaleras y bajó dando tumbos. En el vestíbulo, el olor a sangre de restrictor le produjo arcadas. Se alejó de allí lo más rápido que pudo, aunque no tanto por el hedor como por el afán de escapar. Todo el movimiento que había notado en la casa tenía lugar en la parte cercana a la puerta trasera, de modo que convenía buscar otra solución.
La más sencilla estaba ante sus narices. La puerta principal se levantaba ante ella, gigantesca, adornada con tallas y un vitral con barrotes de hierro. Era impresionante, pero de apertura sencilla, pues sólo contaba con una cerradura corriente.
Eso sería fácil.
Xhex se acercó a la puerta, puso la mano sobre la cerradura y concentró toda la energía que le quedaba en mover los pasadores. Uno… dos… tres… y cuatro.
Abrió la puerta. Cuando ya tenía un pie afuera, oyó que alguien entraba en la cocina.
¡Mierda! Lash estaba de regreso. Había vuelto a por ella.
Echó a correr olvidando su agotamiento, impulsada por el pánico. No obstante, teniendo en cuenta el terrible estado en que se encontraba, sabía que no iba a llegar muy lejos. Mientras quemaba sus últimas energías desmaterializándose, cosa que consiguió pese a sus dudas, decidió que lo mejor que podía hacer era ir a su apartamento del sótano. Al menos allí estaría a salvo mientras se recuperaba.
Xhex tomó forma frente a la puerta secreta que llevaba a su estudio. Abrió la cerradura de cobre con la mente. Al cruzar la puerta, las luces del corredor blanco se encendieron, pues funcionaban con un sensor de movimiento. Tuvo que levantar el brazo para protegerse los ojos, mientras bajaba a tientas las escaleras. Cerró la puerta mentalmente y siguió su camino, tambaleándose.
Se dio cuenta de que estaba coja.
¿Sería una lesión importante? ¿Se la había hecho al chocar contra la barrera inmaterial o al estrellarse contra la pared de verdad?
Qué diablos importaba.
Fue hasta su habitación y se encerró allí. Encendió las luces y clavó la mirada en la cama. Sábanas blancas y limpias. Los almohadones cuidadosamente colocados. La colcha sin una arruga.
Por desgracia, no pudo llegar hasta el colchón, pues cuando sintió que se le doblaban las rodillas, no pudo resistir más y se dejó caer. Se desplomó en el suelo como muerta.
Estaba inconsciente.
‡ ‡ ‡
Blaylock volvió a entrar en la mansión con Rhage y Vishous sólo veinte minutos después de haberse marchado con John. En cuanto lo dejaron a salvo en el complejo, regresaron para terminar de registrar la propiedad: esta vez estaban buscando cosas pequeñas, como tarjetas de identificación, ordenadores, dinero en efectivo, drogas, cualquier cosa que les proporcionara información.
Tras ver la carnicería que había protagonizado John Matthew, Blay apenas dio importancia a la sangre que cubría la cocina y enseguida comenzó a abrir armarios y cajones. Vishous se dirigió al segundo piso, mientras Rhage se ocupaba de la parte frontal de la casa.
De pronto se oyó gritar a Rhage.
—La puerta principal está abierta de par en par.
Así que alguien había estado allí después de que ellos se marcharan con John. ¿Un restrictor? No era muy probable, pues ellos nunca habrían dejado la puerta abierta. ¿Tal vez un ladrón humano? Los hermanos no habían cerrado con llave la puerta trasera después de salir, así que tal vez alguien se había arriesgado a entrar.
Si había sido un humano, debía de haberse llevado la impresión de su vida. Eso explicaría que hubiese salido a toda prisa por la otra puerta, para no cruzar otra vez el espantoso escenario.
Blay sacó su arma, temeroso de que hubiese alguien en la casa, y con la mano que tenía libre, siguió registrándolo todo rápidamente. Encontró dos teléfonos móviles en un cajón, los dos sin cargador. V se encargaría de ellos. También había algunas tarjetas al lado del teléfono, pero todas eran de contratistas humanos que probablemente habían trabajado en la remodelación de la casa.
Registró los cajones que había debajo de la encimera.
Se incorporó. Justo frente a él había un frutero lleno de manzanas.
Al mirar en dirección a la estufa, vio algunos tomates. Y una hogaza de pan francés envuelta en papel.
Se dirigió a la nevera y la abrió. Leche. Un bocadillo de comida orgánica, de Whole Foods. Un pavo listo para ser cocinado. Beicon ahumado.
No parecía comida para prisioneros.
Blay levantó la cabeza hacia el techo, donde se oían las pisadas de V, que iba de una habitación a otra. Luego sus ojos revisaron la cocina en conjunto, desde el abrigo de cachemira dejado sobre una butaca hasta las cacerolas de cobre que estaban colocadas en las estanterías, pasando por la cafetera llena de café.
Todo estaba nuevo y parecía recién salido de una foto de catálogo. Todas aquellas cosas eran, además, de marcas conocidas y buenas.
Aquello encajaba a la perfección con la personalidad de Lash, el señorito. Pero se suponía que los restrictores no podían comer. Así que, a menos que estuviesen tratando a Xhex como a una reina, lo cual era muy poco probable, alguien que no era restrictor comía regularmente en aquella casa.
La despensa estaba a la salida de la cocina y Blay pasó por encima de un charco de sangre de restrictor para echar un vistazo a sus estanterías: había suficiente comida enlatada como para mantener a toda una familia durante un año.
Ya salía de allí cuando sus ojos captaron algo en el suelo: había unas cuantas rayaduras en la superficie inmaculada de la madera… y tenían forma de media luna.
Se agachó y apartó algunos objetos que le estorbaban en su inspección. La madera parecía lisa y perfecta, sin más rayaduras. Dio unos cuantos golpecitos con los nudillos y descubrió que sonaba a hueco. Así que sacó su cuchillo y usó la empuñadura para dar más golpes y determinar las dimensiones precisas del hueco. Luego le dio la vuelta al arma e introdujo la punta del cuchillo por una de las hendiduras.
Levantó una tabla, sacó una linterna y alumbró el interior.
Se veía una bolsa de basura, del mismo color que la sangre de los restrictores.
La sacó, la abrió y soltó una exclamación.
—¡Puta mierda!
Rhage apareció enseguida detrás de él.
—¿Qué has encontrado?
Blay metió la mano en la bolsa y sacó un puñado de billetes arrugados.
—Dinero en efectivo. Mucho dinero.
—Sácalo. V ha encontrado en el segundo piso un portátil y una ventana rota, que no estaba así antes. He cerrado la puerta principal por si a los humanos les da por husmear. —Rhage miró el reloj—. Tenemos que marcharnos de aquí antes de que salga el sol.
—Entendido.
Blay agarró la bolsa y dejó el escondite abierto, pues pensó que cuanto más evidente fuera la infiltración, mejor. De todas maneras, a quien entrara le sería imposible pasar por alto los trocitos de restrictor que habían quedado desperdigados por todas partes.
Cómo le gustaría ver la cara que iba a poner el maldito Lash cuando regresara y se encontrara aquel espectáculo.
Los tres se dirigieron al jardín de atrás. Rhage y Blay se desmaterializaron, mientras Vishous hacía un puente para poner en marcha el Lexus que estaba en el garaje, para confiscarlo también.
Todo eso sucedió sin que nadie propusiera quedarse para ver quién aparecía. Era imposible. El amanecer no perdonaba.
De regreso en la mansión de la Hermandad, Blay entró al vestíbulo con Hollywood. Había mucha gente esperándolos. Butch se hizo cargo del botín para procesarlo después en la Guarida. En cuanto pudo escaparse, Blay subió a la habitación de John.
Llamó a la puerta y por toda respuesta sonó un gruñido. Abrió y entró. Vio a Qhuinn sentado en un sillón junto a la cama. La lámpara que estaba sobre la mesita de al lado proyectaba una luz amarilla en medio de la oscuridad, que iluminaba a Qhuinn y también el bulto que yacía en la cama, cubierto con el edredón.
John estaba inconsciente.
Qhuinn, por otro lado, parecía absorto en la botella que tenía junto al brazo. Sostenía en la mano una copa llena del fino tequila que se había convertido últimamente en su bebida predilecta.
Por Dios, con Qhuinn tomando tequila y John entregado al Jack, Blay estaba empezando a pensar que debería cambiar de hábitos. La cerveza empezaba a parecerle una vulgar bebida de adolescentes.
—¿Cómo está? —preguntó Blay en voz baja.
Qhuinn dio un sorbo a su vaso.
—Bastante mal. He llamado a Layla. Necesita alimentarse.
Blay se acercó a la cama. Los ojos de John no parecían cerrados, sino más bien clausurados. Tenía las cejas tan apretadas y la frente tan arrugada que se diría que estaba tratando de resolver un intrincado problema de física en mitad del sueño. Tenía la cara extraordinariamente pálida, lo cual hacía que el pelo pareciese todavía más negro, y respiraba con dificultad. Estaba desnudo. Alguien le había quitado del cuerpo la mayor parte de la sangre del restrictor que había masacrado.
—¿Tequila? —preguntó Qhuinn.
Blay asintió y estiró la mano sin mirar, mientras seguía observando a John. Aunque esperaba que Qhuinn le pasara la botella, su amigo le pasó el vaso. Blay se lo bebió de un trago.
Bueno, ya sabía por qué a Qhuinn le gustaba tanto aquel licor.
Después de devolver el vaso, Blay cruzó los brazos sobre el pecho y escuchó cómo Qhuinn volvía a llenarlo. Por alguna razón, el delicioso sonido de la cara bebida cayendo sobre el vaso de cristal lo relajó.
—No puedo creer que haya llorado —murmuró Blay—. Me refiero a que… Bueno, sí puedo creerlo, pero estoy sorprendido…
—Obviamente, ella había estado en esa habitación. —La botella de tequila regresó a la mesa con un golpe seco—. Pero no pudimos encontrarla.
—¿John ha dicho algo?
—No. Ni siquiera cuando lo metí en la ducha y me lavé con él.
Aquélla era una imagen de la que Blay realmente podía y debía prescindir. Menos mal que a John no le gustaban los machos.
Se oyó un golpecito en la puerta y enseguida invadió la habitación un aroma a canela y especias. Blay fue hasta la puerta y dejó entrar a Layla, al tiempo que le hacía una inclinación de cabeza.
—¿En qué puedo serviros? —La Elegida frunció el ceño al mirar hacia la cama—. Vaya, ¿está herido?
Mientras ella se acercaba a John Matthew, Blay pensó que sobre todo estaba herido por dentro.
—Gracias por venir —dijo Qhuinn, levantándose de la silla. Luego se inclinó sobre John y le dio un golpecito en el hombro—. Oye, hermano, despiértate por un segundo.
John se enderezó desconcertado, ansioso, como si estuviera luchando contra las olas del mar. Se sacudió y parpadeó nerviosamente.
—Es hora de comer como es debido. —Sin volverse a mirarla, Qhuinn tendió la mano a Layla para que se acercara—. Es preciso que te centres un momento y luego te dejaremos en paz.
La Elegida vaciló un momento… y luego avanzó. Agarró lentamente la mano que le tendían, deslizando su piel sobre la de Qhuinn y caminando con una especie de tierna timidez que hizo que Blay sintiera pena por ella.
A juzgar por el rubor que cubrió repentinamente sus mejillas, Blay tuvo el presentimiento de que, al igual que le sucedía a todo el mundo, la Elegida se sentía atraída por Qhuinn.
—John… hermano. Vamos, necesito que prestes atención. —Qhuinn dio un tirón a Layla, de manera que la Elegida acabó sentada en la cama. En cuanto vio el estado en que se encontraba el herido, la muchacha se apresuró a ayudarlo.
—Señor… —La voz de la Elegida resonó con una suavidad y una ternura inimaginables. Se levantó la manga de la túnica—. Señor, despierte y tome de mí lo que pueda ofrecerle. En verdad, está usted muy necesitado de alimentación.
John empezó a negar con la cabeza, pero Qhuinn reaccionó enseguida:
—¿Quieres encontrar a Lash? Pues no podrás hacerlo si sigues en este estado. No puedes ni levantar la maldita cabeza… Perdona la brusquedad de mis palabras, Elegida. Muchacho, necesitas recuperar fuerzas. Vamos, no seas estúpido, John.
Los ojos de dos colores de Qhuinn se habían clavado en Layla cuando se excusó por su brusquedad. Y seguramente ella respondió con una sonrisa, pensó Blay, porque, por un momento, Qhuinn ladeó la cabeza como si estuviera disfrutando de la contemplación de su belleza.
O tal vez eran imaginaciones suyas.
Tenía que ser eso.
Sí, seguro que era eso.
Layla dejó escapar una exclamación cuando los colmillos de John se clavaron en su piel y comenzó a tomar lo que ella le ofrecía. Satisfecho, Qhuinn regresó a su asiento y llenó de nuevo el vaso. Después de tomarse la mitad, se lo pasó a Blay.
Beber otro trago le pareció a Blay lo mejor que podía hacer en aquel momento. Se colocó tras el sillón y apoyó un brazo en el respaldo, mientras daba un sorbo largo y lento, y luego otro, antes de devolver el vaso.
Se quedaron así, compartiendo el tequila, mientras John se alimentaba de Layla… Al cabo de un rato, de duración imprecisa, Blay se dio cuenta de que había puesto los labios en el mismo lugar donde los colocaba Qhuinn para beber.
Tal vez fuera por el alcohol, o quizá por el hecho de que, desde donde Blay estaba, cada vez que respiraba sentía el aroma oscuro de Qhuinn, pero el caso era que su excitación empezaba a hacérsele intolerable.
Blay se dio cuenta de que tenía que marcharse.
Quería acompañar a John, apoyarle, pero con cada minuto que pasaba, se acercaba más y más a Qhuinn. Hasta el punto de que la mano que colgaba del respaldo del sillón ya estaba casi acariciando aquella melena negra.
—Tengo que irme —dijo Blay con voz ronca y devolvió el vaso por última vez, antes de dirigirse a la puerta.
—¿Estás bien? —le preguntó Qhuinn.
—Sí. Que duermas bien, y cuídate, Layla.
—¿No necesitas alimentarte? —preguntó Qhuinn.
—Mañana.
Salió, deseando no encontrarse con nadie en el pasillo.
Blay no había notado aún hasta qué punto, pero sabía que estaba excitado… y eso, por muy bien educado que fuera un macho, no se podía esconder tras unos pantalones de cuero ajustados.