16
John tuvo que hacer un esfuerzo supremo para obligarse a salir de aquella habitación. Sólo un último resto de raciocinio le recordó la necesidad de interrogar al restrictor. De no ser por ello, no habría sido capaz de moverse ni un centímetro.
El caso es que podría jurar que había sentido la presencia de Xhex… pero sabía que no podía ser nada más que una fantasía, resultado de su ansiedad. Ella no estaba en esa habitación. Había estado allí, eso sí. La única oportunidad de averiguar lo que le había ocurrido le estaba esperando abajo, en la cocina.
Mientras se dirigía al primer piso, John se restregó los ojos y la cara. Notó que su mano, como si tuviera vida independiente, quería quedarse cerca de las mejillas. La piel de esa zona vibraba… como había vibrado en las pocas ocasiones en que Xhex lo había tocado.
Pensó en toda la sangre que había en aquella habitación y se estremeció. Xhex debía de haberse enfrentado a Lash, y aunque le enorgullecía pensar que ella le había infligido al asqueroso monstruo un buen número de heridas, no podía soportar la imagen de lo que seguramente habría ocurrido allí.
John dobló a la izquierda y entró en el comedor dando grandes zancadas, tratando de concentrarse en lo que tenía que hacer. Era difícil, porque se sentía como si lo hubiesen despellejado y arrojado al mar. Empujó la puerta giratoria que daba paso a la cocina y…
En cuanto sus ojos se clavaron en aquel restrictor, un terremoto sacudió sus entrañas y el universo entero pareció saltar en pedazos.
Abrió la boca todo lo que pudo y dejó escapar un grito mudo.
Se abalanzó sobre la hedionda criatura. La rabia alargó los colmillos dentro de su boca. Había perdido el control. Era como si su cuerpo lo gobernase un piloto automático. Se desmaterializó para reaparecer justo frente al asesino. Al quitar a Blay de encima del restrictor, el vampiro enamorado y desesperado que era John atacó con una ferocidad sobre la que había oído hablar… pero que nunca había visto.
Una ferocidad que ciertamente nunca había experimentado.
Con la visión borrosa y los músculos llenos de la energía que producía el odio ciego, atacaba sin pensar ni detenerse en nada, las manos convertidas en garras, los colmillos afilados como dagas. No era un vampiro, sino un terrorífico animal.
No tenía noción del tiempo… y ni siquiera sabía qué había hecho. La única sensación que logró penetrar vagamente hasta su conciencia fue el hedor dulzón que lo rodeaba.
Un rato después… mucho después… toda una vida después… John se detuvo para tomar aliento, y empezó a hacerse cargo de la situación. Estaba a cuatro patas, con la cabeza colgando, como quien dice, de la columna vertebral, y los pulmones ardiendo por el violentísimo ejercicio. Tenía las palmas de las manos plantadas sobre un suelo de baldosas que ahora estaba negro de sangre de restrictor, y algo le chorreaba por el pelo y la boca.
Escupió un par de veces para tratar de deshacerse de aquel sabor desagradable, pero, fuera lo que fuera, aquella mierda no sólo estaba en su boca y sus dientes; le bajaba por la garganta hasta las entrañas.
Y también le ardían los ojos, y veía borroso.
¿Acaso estaba llorando otra vez? No podía ser eso. Ya no se sentía triste… sólo vacío.
—Por Dios… —dijo alguien en voz baja.
Sintió una súbita y abrumadora fatiga. Se dejó caer hacia un lado. Apoyó la cabeza en un charco frío y pastoso y cerró los ojos. Ya no le quedaban fuerzas. Lo único que podía hacer, y no sin esfuerzo, era respirar.
Un rato después, oyó que Qhuinn le hablaba. Por pura cortesía, más que porque tuviera idea de lo que sucedía, John asintió con la cabeza al notar que su amigo hacía una pausa, como si esperase respuesta.
Se sobresaltó momentáneamente cuando sintió que lo agarraban de los hombros y las piernas, y logró abrir los párpados al sentir que lo levantaban.
Qué extraño. Las encimeras y los armarios de la cocina eran blancos cuando los había visto por primera vez. Ahora… estaban pintados de algo negro y brillante.
En medio de una suerte de delirio, John se preguntó por qué habrían hecho semejante cosa, con tan mal gusto.
El negro no era un color muy acogedor, ni apropiado para una cocina.
Cerró los ojos. Notó que lo llevaban a cuestas y luego sintió una sacudida, y que su cuerpo caía como un bulto arrojado a cualquier parte de mala manera. El motor de un coche que se encendía. Puertas que se cerraban.
Poco a poco volvía su ser. Estaban en movimiento. Sin duda debían de estar regresando al complejo de la Hermandad.
Volvió a dominarle el agotamiento.
Antes de desmayarse del todo, levantó la mano y se la llevó a la mejilla. Lo cual lo hizo recordar que había olvidado la almohada en la maldita casa.
Gracias a ese pensamiento recuperó la conciencia de inmediato y se incorporó como un resorte, como si fuera Lázaro regresando de entre los muertos.
Pero Blay estaba allí, con lo que él estaba buscando.
—Aquí está. Sabía que querrías llevarla contigo.
John agarró aquella almohada que todavía olía a Xhex y se abrazó a ella. Y eso fue lo último que recordó del tormentoso y alucinado viaje de regreso a casa.
‡ ‡ ‡
Cuando Lash se despertó, estaba exactamente en la misma posición en que se hallaba cuando se quedó dormido: acostado sobre la espalda, con los brazos cruzados sobre el pecho… como si fuera un cadáver en un ataúd. Cuando era vampiro, solía moverse mucho mientras dormía y por lo general se despertada de lado, con la cabeza debajo de una almohada.
Se sentó, y lo primero que hizo fue mirar las lesiones que tenía en el pecho y el estómago. Estaban igual. No parecían peor, ni mejor. Y su energía tampoco había mejorado de forma significativa. Seguía sintiéndose débil.
A pesar de que había dormido por lo menos tres horas. ¿Qué demonios pasaba?
Gracias a Dios, había tenido el buen sentido de posponer la cita con Benloise. Uno no se reunía con un hombre como ése cuando tenía el aspecto, y no sólo el aspecto, de quien lleva dos semanas de juerga ininterrumpida.
Bajó esforzadamente las piernas de la cama, tomó fuerzas y se obligó a levantar el trasero del colchón para ponerse en pie. Se tambaleó. Volvió a tomar aire y notó que no se oía ningún ruido abajo. O sí. En realidad se escuchaba algo. Alguien estaba vomitando. Lo cual significaba que el Omega había terminado su trabajo con el nuevo recluta y el chico estaba comenzando un periodo de seis a diez horas de náuseas y vómitos continuados.
Lash levantó del suelo la camisa manchada y el traje y se preguntó dónde diablos estaría su ropa de repuesto. El señor D no necesitaba tres horas para ir a ver a Benloise, aplazar el encuentro y dirigirse a la mansión para dar de comer a Xhex y sacar otro traje del armario.
Empezó a bajar las escaleras. Móvil en mano, marcó el número del maldito tejano. Saltó el contestador y gritó: «¿Dónde demonios está mi ropa, idiota?».
Colgó y siguió hacia el comedor. El nuevo recluta ya no estaba sobre la mesa; tenía medio cuerpo debajo de ésta y la cabeza metida en un cubo, mientras se estremecía como si tuviera en las entrañas una rata que no lograba encontrar la salida.
—Te voy a dejar aquí —dijo Lash en voz alta.
Al oírle, el recluta hizo una pausa en sus arcadas y levantó la vista. Tenía los ojos rojos y de su boca abierta salía algo parecido a agua sucia.
—¿Qué… qué me está sucediendo? —preguntó con un hilo de voz y aire demente.
Lash se llevó la mano a la herida del pecho. Ahora le costaba trabajo respirar, mientras pensaba otra vez en que a los reclutas nunca les contaban la historia completa. Nunca sabían lo que les esperaba, ni lo que valía realmente aquello a lo que habían renunciado ni lo que recibían a cambio.
Hasta ese momento, nunca había pensado en él mismo como en un recluta. Él era el hijo, no otra pieza del engranaje del Omega. Pero ¿qué sabía él en realidad?
Retiró la mano de la herida.
—Tranquilo, no te preocupes —dijo de manera brusca—. Todo… va a ir bien. Dentro de un rato te quedarás dormido y, cuando despiertes… serás otra vez tú mismo, pero te notarás mejor, mucho mejor que antes.
—Ese ser que…
—Es mi padre. Pero olvídate de él. Tú vas a trabajar para mí, como ya te dije. Eso no ha cambiado. —Lash se dirigió a la puerta, impulsado por un insuperable deseo de salir corriendo—. Enviaré a alguien a buscarte.
—Por favor, no me dejes —dijo el chico con ojos llorosos, alargando penosamente una mano manchada de sangre—. Por favor…
Lash sintió que sus costillas se comprimían, oprimiéndole los pulmones hasta el punto de impedir su correcto funcionamiento. Se estaba quedando sin aire.
—Vendrán a recogerte.
Por fin atravesó la puerta, huyendo de aquella casa y de aquel caos. Se apresuró a subirse al Mercedes, se sentó frente al volante y cerró la puerta y todas las ventanillas. Arrancó a toda velocidad para alejarse de la granja. Necesitó recorrer varios kilómetros antes de poder respirar normalmente y sólo volvió a sentirse bien cuando vio los rascacielos del centro.
Mientras se dirigía a la mansión, llamó un par de veces más al señor D. Pero siempre le salía el buzón de voz.
Entró en el callejón y marchó hacia el garaje. Se sentía tan frustrado que estaba a punto de lanzar el teléfono por la ventanilla…
Sin embargo, de pronto levantó el pie del acelerador y frenó bruscamente.
La puerta del garaje de la mansión estaba abierta de par en par y el Lexus del señor D estaba aparcado dentro. Todo aquello iba contra las normas, contra el estricto protocolo de seguridad que regía en la Sociedad.
Eso y el hecho de que el señor D no contestara a sus llamadas le puso en guardia. Alarmado, pensó inmediatamente en Xhex. Si esos malditos hermanos se la habían llevado, los ataría en el jardín y dejaría que el sol los chamuscara lentamente.
Lash cerró los ojos y se concentró en su percepción, en su intuición, que no solía engañarle… Luego recurrió a la telepatía. Tras unos instantes, percibió señales del señor D, pero muy deficientes, muy débiles. Casi imperceptibles.
Era evidente que el maldito idiota había sufrido alguna desgracia. Pero aún no lo habían matado.
Llegó otro coche detrás de él y le pitó, y Lash se dio cuenta de que estaba parado en la mitad de la calle, lo cual también atentaba contra todas las reglas de la Sociedad.
Normalmente su primer impulso habría sido meter el Mercedes en el garaje y entrar corriendo a la mansión, listo para luchar… pero no era el mismo de siempre. Aún estaba torpe, embotado, medio grogui. Si los hermanos estaban todavía dentro, no podría hacerles frente. No era buen momento para pelear.
Hasta los restrictores podían acabar muertos un día. Y hasta el hijo del maligno podía ser enviado de vuelta a su creador.
Pero ¿qué pasaría con su hembra?
Sentía un extraño terror frío. Como impulsado por esa sensación, Lash siguió por el callejón hasta la bocacalle. Dos veces dobló a la derecha. Pasó de nuevo frente a su casa, y rogó que ella estuviera todavía…
Tomó aire, levantó la vista hacia las ventanas del segundo piso y vio a Xhex en la habitación. Experimentó tal alivio que más que suspirar rugió. Fuera lo que fuese lo ocurrido en la casa, entrara en ella quien entrase, Xhex todavía estaba donde él la había dejado. Sólo él podía verla al otro lado de ese cristal, con los ojos levantados hacia el cielo y la mano en el cuello. Parecía absorta y angustiada.
«Qué hermosa imagen», pensó. El pelo le había crecido mucho en el cautiverio y comenzaba a ensortijarse. El reflejo de la luna sobre su rostro de pómulos salientes y labios perfectos era absolutamente romántico.
Aún estaba allí, aún le pertenecía.
Tuvo que hacer un esfuerzo para seguir andando. Pensó que, de momento, estaba segura donde estaba: su prisión invisible era impenetrable para vampiros, humanos o restrictores. Lo mismo para un hermano que para cualquier idiota con un arma y mucha arrogancia.
Pero ¿qué podía hacer? ¿Entrar en la casa y correr el riesgo de enzarzarse en un combate con los hermanos? ¿Y si resultaba herido? En ese caso seguramente la perdería, porque aquel embrujo en el que Xhex estaba atrapada se mantenía gracias a la energía que él le suministraba. Y ya le estaba costando bastante reunir la energía suficiente para mantener activo el hechizo. Por una vez en él, que tanto despreciaba las debilidades, se impuso el realismo.
Y eso que la idea de seguir su camino y no entrar en la casa era una auténtica tortura.
Pero era la decisión correcta. Si quería conservar a Xhex, tenía que dejarla allí hasta que amaneciera. No correría el riesgo de combatir y quedarse sin energías.
Tardó un tiempo en darse cuenta de que estaba dando vueltas en el coche sin rumbo. La idea de marcharse a dormir a uno de esos decrépitos locales que tenía la Sociedad Restrictiva le deprimía hondamente.
Siguió vagando.
Joder, ¿es que nunca iba a amanecer?
Pese a lo mucho que había pensado y lo bien que razonaba, en el fondo se preguntaba si no sería un cobarde que buscaba excusas para huir. Pero tenía que hacer frente a la verdad. Estaba tan decaído, tan falto de fuerzas, que le costaba trabajo mantener los ojos abiertos. Casi no podía manejar con garantías el volante. Cuando comenzó a subir el puente que llevaba hacia el oeste, se preguntaba por qué se sentía tan cansado. Las heridas podían ser resultado de los combates con Xhex, pero la fatiga no era normal. Aquello era…
La respuesta se le ocurrió al mirar hacia el este. Tenía que habérsele ocurrido antes, porque en realidad era una explicación obvia. Y sin embargo lo golpeó con tanta fuerza que soltó el acelerador.
Este y oeste. Izquierda y derecha. Noche y día.
Desde luego, alimentarse con la asquerosa sangre del señor D sólo lo ayudaba parcialmente.
Él necesitaba una hembra. Una restrictora hembra.
¿Por qué no se le había ocurrido antes? Los vampiros macho sólo se fortalecían de verdad al beber la sangre del sexo opuesto. Y aunque el legado de su padre predominaba en él, estaba claro que todavía le quedaba suficiente parte de vampiro como para necesitar una alimentación vampírica.
Sólo después de morder las venas del señor D se había sentido parcialmente satisfecho. Pero sólo parcialmente.
Era una importante conclusión, y abría un nuevo futuro para Xhex.