14
Lash soltó por fin la vena del señor D y lo empujó, echándolo hacia un lado, como si fuera el plato sucio que queda al terminar la comida. Recostado contra la encimera del baño, se regocijó al sentir que su apetito había quedado saciado y su cuerpo ya parecía más fuerte. No obstante, ahora se sentía muy pesado. No era problema, sino un malestar pasajero, que padecía siempre que se alimentaba.
Había estado alimentándose de la sangre de Xhex regularmente, pero sólo por divertirse, y estaba claro que eso no era lo que él necesitaba para llenarse la barriga.
Lo cual quería decir que… ¿Sería posible que sólo pudiese mantenerse con una dieta de sangre negra de restrictores?
No, de ninguna manera. Eso no iba con él. Nunca le había gustado. ¡Cómo iba a vivir sólo de sangre de asquerosos machos restrictores!
Levantó el brazo y miró su reloj. Eran las diez y diez. Se miró. Parecía un harapiento, y además se sentía como tal. Tampoco le gustó el aspecto de D.
—Arréglate —le dijo—. Necesito que me hagas un recado.
Le dio instrucciones con ansiedad.
—¿Entendido? —dijo Lash, cuando terminó.
—Sí, señor. —El tejano miró a su alrededor, como si estuviera buscando una toalla.
—Abajo hay toallas —le dijo Lash con tono brusco—. Y tienes que traerme ropa limpia para cambiarme. Ah, y antes de irte, sube un poco de comida a la habitación.
El señor D se limitó a asentir con la cabeza y salió. Iba rápido, aunque las piernas le temblaban.
—¿Le diste un móvil al nuevo recluta? ¿Y una identificación? —le gritó Lash.
—Están en el buzón. Y te he puesto un mensaje con el número.
Aquel desgraciado era realmente un magnífico asistente personal.
Lash se metió en la sucia y oxidada ducha. Abrió los grifos y se quedó sorprendido bajo el chorro de agua. Estaba convencido de que o no saldría nada, o sólo un chorrito de agua sucia. Pero al parecer estaba de suerte, pues brotaba un chorro limpio y abundante.
Era muy bueno poder ducharse, era como recargar el cuerpo.
Después de terminar, Lash se secó con su propia camisa y se dirigió a la habitación. Se echó en la cama, cerró los ojos y se puso la mano sobre el estómago, encima de las heridas. Como si tuviera que protegerlas de algo. Era una tontería, pero sentía la necesidad de hacerlo.
Como los ruidos procedentes del primer piso parecían indicar que las cosas avanzaban allí, Lash se sintió aliviado… y un poco sorprendido. Los ruidos ya no parecían gemidos y gritos de dolor y miedo; por el contrario, parecían adentrarse más bien en el territorio de lo pornográfico, pues los gruñidos que ahora se escuchaban sonaban a orgasmos.
«¿Eres marica?», le había preguntado el chico.
Tal vez había sido la expresión de un deseo, más que una pregunta verdadera.
En fin. Lash no quería pasar mucho tiempo con su padre, así que, con suerte, el nuevo recluta le serviría de juguete por un tiempo.
Lash cerró los ojos y trató de desconectar. Los planes para la Sociedad, los recuerdos de Xhex, la frustración que le producía todo el asunto de la alimentación… todo le daba vueltas en la cabeza, pero su cuerpo estaba demasiado cansado para mantener la conciencia.
Se sumió en un sueño profundo, y entonces tuvo la extraña visión. Lo invadió con una extraña nitidez, penetrando en su mente desde algún lugar misterioso y quitando de en medio todas las demás preocupaciones.
Se vio a sí mismo caminado por el jardín de la finca en la que había crecido, en dirección hacia la mansión. Dentro de ésta, las luces estaban encendidas y se veía gente que se movía de un lado para otro… Igual que la noche en que había asesinado a los dos vampiros que lo criaron. Pero Lash no conocía a esas personas. Esta gente era distinta. Eran los humanos que habían comprado la casa.
A la derecha estaba la zona donde él había enterrado los cadáveres de sus padres.
Se vio a sí mismo, de pie, junto al lugar donde había cavado un hoyo y había arrojado los cuerpos. El terreno todavía era un poco irregular, a pesar de que un jardinero había hecho allí nuevas plantaciones.
Después de arrodillarse, Lash estiró la mano… pero de pronto se dio cuenta de que su brazo no era su brazo.
Su cuerpo se había transformado en algo similar al de su padre: una sombra negra y vibrante.
Por alguna causa, esta revelación lo llenó de terror.
Lash trató de levantarse, pero sólo pudo forcejear dentro de su piel inmóvil.
Había caído demasiado bajo como para poder liberarse de aquella fuerza.
‡ ‡ ‡
La galería de arte de Ricardo Benloise estaba ubicada en el centro, cerca del complejo del hospital Saint Francis. El estilizado edificio de seis pisos llamaba la atención entre los rascacielos de los años veinte que lo rodeaban. Una reciente remodelación le había cambiado completamente la cara, transformando su fachada en una superficie de acero pulido y grandes ventanales.
Parecía una joven, pequeña y prometedora estrella en medio de un grupo de viudas grandullonas y decrépitas.
Cuando John y sus amigos aparecieron en la acera de enfrente, la zona estaba llena de gente. La galería también. A través de las grandes cristaleras se podía ver a cientos de hombres y mujeres vestidos de negro, todos con una copa de champán en la mano, que se paseaban observando atentamente lo que colgaba de las paredes. Cuadros que, al menos desde el exterior, parecían trabajos hechos a medias por niños de cinco años y neuróticos obsesionados con las uñas.
A John no lo impresionaba en absoluto el arte de vanguardia. Algunas veces discutía sobre el asunto, y hasta opinaba con mucha pasión, pero en realidad le traía sin cuidado.
Trez les había dicho que se dirigieran a la parte trasera del edificio, así que atravesaron la calle y se adentraron por el callejón que llevaba hasta la parte posterior de la galería. Mientras que la fachada principal era atractiva y acogedora, la de atrás era un fiel reflejo de la parte sucia del negocio. No tenía ninguna ventana. Todo estaba pintado de color negro mate. Sólo había una zona de descargas, con dos puertas que estaban tan cerradas como las de una caja fuerte.
Según la información que les había suministrado Trez, aquellos adefesios que llamaban obras de arte, y que se exponían en aquel momento allí mismo para gozo de seudoartistas, no eran los únicos productos que entraban y salían de aquel lugar. Seguramente por eso había tantas cámaras de seguridad en aquella sórdida parte trasera.
Por fortuna, también había muchas sombras, ideales para esconderse, así que, en lugar de exponerse a los objetivos de las cámaras, se desmaterializaron y reaparecieron junto a un montón de contenedores de madera que estaban colocados en un rincón.
La ciudad todavía estaba llena de vida a esa hora. Los cláxones, las sirenas de la policía y los rugidos de los autobuses llenaban el aire con una estruendosa sinfonía urbana…
De repente, un coche dobló por el fondo del callejón y apagó las luces al acercarse a la galería.
—Justo a tiempo —susurró Qhuinn—. Ahí tenemos otra vez a ese Lexus.
John respiró hondo y trató de calmarse para no perder el control.
El coche se detuvo frente a la zona de descarga y la puerta se abrió. Cuando la luz interior se encendió, se hizo visible el mismo restrictor bajito que habían visto en el parque, el que olía a Old Spice; no había ningún otro conocido. Ni rastro de Lash.
El primer impulso de John fue el de saltar sobre el asesino… pero había que contenerse. Según Trez, se suponía que Lash asistiría a la reunión. Y si interrumpían una reunión concertada, era posible que Lash se diera cuenta de que algo sucedía.
Considerando la gran cantidad de recursos y poderes de los restrictores, el elemento sorpresa era crucial en aquella misión.
John se preguntó por un momento si debería enviar un mensaje a los hermanos. Avisarles de lo que ocurría. Buscar refuerzos. Dudaba. Finalmente, se decidió y sacó el móvil. Mientras el asesino entraba a la galería, John le envió un breve mensaje de texto a Rhage:
189 St. Francis. Lash está en camino. 3 de nosotros en el callejón trasero.
Al guardarse el teléfono en el bolsillo, sintió las miradas de Blay y Qhuinn detrás de sus hombros. Uno de ellos le dio un apretón, en señal de aprobación.
Lo cierto era que Qhuinn tenía razón. Si la meta era capturar a Lash, tendrían mayores posibilidades si contaban con ayuda. John tenía que actuar con inteligencia en aquel asunto, porque era evidente que cometer más estupideces no lo llevaría a donde quería.
Un momento después, Rhage se materializó a la entrada del callejón. Vishous venía con él. Hollywood era el adecuado cuando se trataba de Lash, porque el hermano era el dueño de la única arma que se podía enfrentar cara a cara con aquel maldito: su dragón siempre lo acompañaba a todos lados.
Los dos hermanos se acurrucaron junto a John y antes de que pudieran hacer ninguna pregunta, John comenzó a hablarles por señas:
—Yo seré quien mate a Lash. ¿Entendido? Tengo que ser yo.
Vishous asintió de inmediato y respondió también con señas:
—Conozco tu historia con ese desgraciado. Pero si la situación llega a un punto donde se trate de elegir entre tu vida o la de ese maldito, vamos a tener que olvidarnos de tu honor, e intervendremos. ¿Está claro?
John respiró hondo. No le quedaba más remedio que reconocer que V había hablado con toda sensatez.
—Me aseguraré de que las cosas no lleguen a ese extremo.
—De acuerdo.
Permanecieron quietos, en guardia. El restrictor que había llegado en el Lexus volvió a salir, se subió al coche… y arrancó. Era como si la reunión hubiese sido cancelada.
—Arriba —dijo Rhage, y desapareció.
Mientras maldecía para sus adentros, John siguió el ejemplo del hermano y tomó forma en la azotea de la galería de Benloise. Desde allí observaron cómo el coche se detenía en la calle St. Francis. Por fortuna, el asesino era un buen ciudadano y puso el intermitente, señalando que iba a girar hacia la izquierda. John dispersó sus moléculas y reapareció dos edificios más allá, en el punto al que se dirigía el Lexus. A medida que el coche avanzaba, John iba desmaterializándose y reapareciendo de edificio en edificio. El asesino giró a la derecha y se internó en la parte más antigua de Caldwell.
Allí no había azoteas ni tejados planos. Sólo se podía aterrizar en incómodos y muy puntiagudos techos victorianos.
Por suerte, las suelas de las botas de combate de John tenían buen agarre.
Como si fuera una gárgola, John se fue agarrando a torrecillas, buhardillas y ventanas, mientras perseguía a su presa desde el aire… hasta que el Lexus dobló por un callejón y se metió detrás de una fila de antiguas mansiones de fachada de piedra.
John conocía un poco el barrio, no demasiado, gracias a aquella visita al apartamento que Xhex tenía en un sótano, el cual estaba relativamente cerca.
Pero no era un territorio habitual de la Sociedad Restrictiva. Por lo general, sus refugios estaban en zonas mucho menos acomodadas.
Había una sola explicación. Debía de ser la zona donde vivía Lash.
Un tío como él, al que siempre le habían gustado las joyas, la ropa cara y todo ese tipo de mierdas, necesitaría que le hicieran un trasplante de personalidad para poder adaptarse a barrios más bajos. Se había criado en un ambiente opulento y, sin duda, debía de considerar que vivir en un barrio de lujo era una necesidad esencial.
El corazón de John comenzó a latir con fuerza.
El Lexus se detuvo frente a un garaje. La puerta se abrió y entró. Un momento después, el asesino atravesó un jardín y se dirigió hacia la parte trasera de una de las mansiones más bonitas.
Rhage apareció al lado de John y le dijo por señas:
—Tú y yo entraremos por la parte de atrás. Vishous y los chicos se van a desmaterializar para cruzar la puerta principal. V ya está en el porche y dice que no hay acero.
John asintió. Los dos se desmaterializaron hasta una terraza, al tiempo que el restrictor abría la puerta de lo que parecía una lujosa cocina. Esperaron un momento, quietos como estatuas, mientras el asesino desactivaba el sistema de seguridad.
El hecho de que el desgraciado hubiese desactivado la alarma no significaba necesariamente que Lash no estuviera adentro. Los restrictores necesitaban de tiempo en tiempo unas cuantas horas para recargarse, y sólo un imbécil se quedaría completamente desprotegido mientras lo hacía.
A John sólo le quedaba confiar en que lo que estaba buscando estuviera en aquella casa.