12

Mientras yacía boca abajo y los pasos de su enemigo se acercaban, John respiró por la nariz, que se le llenó de tierra. En términos generales, hacerse el muerto no era una idea muy inteligente, pero estaba seguro de que aquel hijo de puta tan rápido con el gatillo no sería muy cuidadoso al acercarse,

¿Cómo era que había iniciado un tiroteo en medio de un parque público? ¿Acaso ese idiota nunca había oído hablar del Departamento de Policía de Caldwell? ¿O del Caldwell Courier Journal?

Las botas se detuvieron cerca. El desagradable olor dulzón de los restrictores le produjo náuseas, que hubo de contener como pudo.

John sintió que algo romo le apretaba el brazo izquierdo, como si el asesino estuviera verificando con la bota si estaba muerto. Y luego, de repente, como si estuviera viendo la escena y quisiera entretener al maldito zombi, Qhuinn dejó escapar un patético gemido desde el otro extremo del cobertizo, donde se había vuelto a materializar, haciéndose el herido.

Sonó como si le hubieran perforado el hígado y estuviera derramándose sobre el colon.

Dejó de sentir la presión. Las botas se movieron, como si el tipo fuese a investigar de dónde había salido el gemido. John abrió un ojo. El asesino estaba en una pose de película, sosteniendo el arma con las dos manos y apuntando hacia el frente, mientras movía el cañón de un lado al otro, con más afectación que eficacia. Sin embargo, aunque estaba ridículo en aquella actitud tan teatral, las balas eran balas y sólo se necesitaría un ligero cambio de dirección para que John recibiera un tiro.

Lo bueno era que no le importaba. Mientras el desgraciado se movía sigilosamente hacia el lugar de donde provenían los gemidos de Qhuinn, una imagen del rostro de Xhex cruzó por la mente del muchacho, impulsándolo a saltar y ponerse de pie con un solo movimiento. Aterrizó encima de la espalda del asesino, al que agarró con el brazo que tenía libre y con las dos piernas, mientras le ponía el arma en la cabeza.

El restrictor se quedó paralizado durante una fracción de segundo y John silbó para indicar a Qhuinn y a Blay que podían salir.

—Es hora de tirar el arma, idiota —dijo Qhuinn, reapareciendo. Luego, sin darle tiempo al desgraciado para que obedeciera, agarró el brazo del asesino con sus dos manos y lo rompió como si fuera una rama.

El crujido de los huesos resonó con más fuerza que el silbido de John de hacía un instante. El resultado fue una horrible fractura y una Glock que ya no estaba en poder del enemigo.

Mientras el restrictor se doblaba de dolor, se empezaron a oír las sirenas. Parecían estar lejos, pero se acercaban rápidamente.

John arrastró al restrictor hacia la puerta del cobertizo y, después de que Blay despejara el camino, dio un empujón a su presa, para que desapareciera de la vista.

Con aire urgente, le dijo a Qhuinn moviendo los labios:

—Ve a por la Hummer.

—Si esos policías vienen por nosotros, tenemos que evaporarnos —replicó Qhuinn, también moviendo los labios.

—Yo no me voy a ir. Trae la Hummer.

Qhuinn se sacó las llaves del bolsillo y se las arrojó a Blay.

—Ve tú. Y vuelve a cerrar la cadena, ¿entendido?

Blay no desperdició ni un segundo y salió como un rayo. Luego se oyó un ligero sonido metálico mientras volvía a poner la cadena en su lugar y cerraba el candado.

El asesino estaba comenzando a sacudirse con más fuerza, pero eso era bueno; después de todo, lo que ellos necesitaban era que estuviese consciente.

John dio la vuelta al maldito asesino, hasta dejarlo sobre el estómago y tiró de su cabeza hacia atrás hasta que la columna vertebral crujió como una rama seca.

Qhuinn sabía exactamente lo que tenía que hacer. Se arrodilló y plantó la cara justo frente a la del asesino.

—Sabemos que tenéis una hembra prisionera. ¿Dónde está?

El ruido de las sirenas se volvía más fuerte. Lo único que logró emitir el asesino fue una serie de gruñidos, así que John bajó un poco la presión y permitió que entrara un poco de aire en sus pulmones.

Qhuinn le dio una terrible bofetada al desgraciado.

—Te he hecho una pregunta, maricón. ¿Dónde está la hembra?

John aflojó un poco más, pero no tanto como para que el maldito pudiera escaparse. Al sentirse más suelto, el asesino comenzó a estremecerse de miedo, demostrando que, a pesar de que parecía muy aterrador con su pistola, a la hora de la verdad no era más que un idiota.

La segunda bofetada de Qhuinn fue más fuerte.

—Respóndeme.

—No… no hay ningún prisionero.

Cuando Qhuinn volvió a levantar la mano, el asesino retrocedió. Parecía claro que, aunque los malditos restrictores estuviesen muertos, sus centros receptores del dolor seguían funcionando normalmente.

—Te pregunto por una hembra que raptó el jefe de restrictores. ¿Dónde está?

John se inclinó para entregarle su arma a Qhuinn y, luego, se llevó la mano libre a la parte baja de la espalda y sacó su cuchillo de cacería. Lo hizo sin decir nada y lo puso justo delante de los ojos del asesino. El desgraciado comenzó a sacudirse como un animal, pero fue rápidamente contenido por el inmenso cuerpo de John, que lo cubría por completo.

—Vas a hablar —dijo Qhuinn con cinismo—. Créeme.

—No sé nada de ninguna hembra. —Las palabras fueron apenas un murmullo, pues el brazo de John comprimía con fuerza la garganta.

Entonces John dio un nuevo tirón a su cabeza hacia atrás y el asesino gritó.

—¡No sé nada!

Ahora las sirenas parecían muy cerca y se oyó el chirrido de los frenazos de varios automóviles en el aparcamiento.

Era hora de andar con cuidado. Aquel restrictor ya había demostrado que desconocía por completo la única regla de su guerra, así que mientras con cualquier otro asesino uno podía estar seguro de que guardaría silencio, no era el caso con el señor Gatillo Fácil.

John miró a Qhuinn para avisarle, pero éste ya estaba afanándose para arreglar el problema. Había encontrado un montón de trapos llenos de aceite. Cogió uno y lo metió en la boca del restrictor. Después se quedaron quietos.

Desde afuera se oían, amortiguadas, las voces de los policías.

—Cúbreme.

—De acuerdo.

John dejó el cuchillo a un lado para poder agarrar al desgraciado con las dos manos. Se oían muchos pasos, la mayor parte a lo lejos, pero con seguridad pronto estarían más cerca.

Mientras los uniformados se dispersaban por el parque, las radios de los coches patrulla, al parecer aparcados cerca del cobertizo, intercambiaban información sobre la inspección inicial. Un par de minutos después, los policías regresaban a sus vehículos.

—Unidad Cuarenta y dos a base. La zona está tranquila. No hay víctimas. Tampoco hay crim…

Con una patada rápida, el restrictor golpeó una lata con la bota. Y enseguida, por los ruidos que se oyeron, los tres vampiros fueron conscientes de que todos los policías se habían girado y apuntaban sus armas hacia el cobertizo.

‡ ‡ ‡

—¿Qué diablos es esto?

Lash sonrió al ver cómo los ojos del chico se clavaban en el Omega. Aunque estaba cubierto por un manto, había que ser un idiota redomado para no darse cuenta de que allí había algo raro.

Al ver que los pies del chico comenzaban a retroceder para salir de la granja, los restrictores que andaban con el señor D se situaron a cada lado del pequeño desgraciado y lo agarraron de los brazos.

Lash señaló la mesa del comedor con la cabeza.

—Mi padre lo atenderá allí.

—¿Atenderme? ¿Cómo que va a atenderme? —Ahora el chico estaba en total estado de pánico y se movía como un cerdo en el matadero. Lo cual, en realidad, era un preludio adecuado de lo que estaba a punto de pasar.

Los asesinos lo inmovilizaron y lo acostaron sobre la madera llena de agujeros, sujetándole los tobillos y las muñecas mientras el Omega se acercaba en medio de los gritos y las desesperadas e inútiles sacudidas.

Cuando el maligno se levantó la capucha, todo quedó en silencio.

Enseguida, el grito que brotó de la boca del humano cortó el aire y rebotó contra el techo, llenando el aire de la decrépita casa.

Lash retrocedió y dejó que su padre comenzara a trabajar, mientras observaba cómo la ropa del humano quedó hecha jirones con una simple pasada de la palma negra y transparente por encima de su cuerpo. Y luego llegó la hora del cuchillo, cuya hoja reflejó por un instante la luz de la lámpara barata que colgaba del techo lleno de mugre.

El señor D era el que se ocupaba de los detalles, digamos técnicos, colocando los cubos bajo los brazos y las piernas y corriendo de un lado para otro.

Lash recordó que estaba muerto después de que le drenaran las venas y sólo se despertó cuando una corriente que sólo Dios sabía de dónde había salido recorrió todo su cuerpo. Así que fue interesante para él ver cómo funcionaba todo aquello: cómo extraían toda la sangre del cuerpo. Cómo abrían el pecho y el Omega se cortaba su propia muñeca para dejar caer aceite negro dentro de la cavidad corporal del sacrificado. Cómo el maligno creaba una bola de energía que introducía dentro del cuerpo. Y luego, lo que había sido introducido en cada vena y cada arteria se iba reanimando poco a poco. El último paso era la extracción del corazón. Lash observó cómo palpitaba en la mano del Omega antes de que lo guardaran en un frasco de cerámica.

Al evocar su propio despertar del reino de los muertos, Lash recordó que su padre agarró al señor D y lo obligó a alimentarlo. Él era mitad vampiro y necesitaba sangre, pero este humano, en cambio… se despertó abriendo y cerrando la boca como un pescado y perdido en medio de una gran confusión.

Lash se llevó la mano al pecho y sintió los latidos de su corazón…

Entonces notó algo húmedo en la manga.

Mientras el Omega comenzaba su rutina de actos de máxima depravación con el iniciado, Lash subió al baño del segundo piso. Se quitó la chaqueta, la dobló y… se dio cuenta de que no había dónde ponerla. Todo estaba cubierto por dos décadas de polvo, hollín y quién sabe qué otros tipos de suciedad.

Por Dios, ¿por qué no había enviado a alguien para que limpiara aquel antro infecto?

Terminó encontrando una percha. Al levantar el brazo para colgar la chaqueta, vio una mancha negra justo donde se había puesto la venda, y también vio que en la parte interna del codo había una mancha de humedad.

—Maldición.

Se quitó los gemelos de los puños, se desabotonó la camisa y se quedó paralizado al mirarse el pecho.

Se miró al sucio espejo, incrédulo. Tenía otra herida en el pectoral izquierdo, de las mismas dimensiones de la primera, y una tercera junto al ombligo.

Sintió pánico. Se mareó y tuvo que agarrarse al lavabo. Su primer impulso fue correr junto al Omega y pedirle ayuda, pero se contuvo; a juzgar por los gritos y los gruñidos que venían de abajo, todavía había mucho trabajo en el comedor y sólo un idiota se atrevería a interrumpir semejante escena.

El Omega era volátil por naturaleza, pero tenía una capacidad de concentración infernal para ciertas cosas.

Apoyado aún en el lavabo, Lash dejó caer la cabeza al sentir que el estómago le daba un vuelco. Se preguntó cuántas heridas de aquellas tendría… pero no quería saber la respuesta.

Se suponía que su inducción, su renacimiento, lo que fuera, era permanente. Eso era lo que su padre le había dicho. Él era hijo del maligno y provenía de una fuente de maldad eterna.

Pudrirse dentro de su propia piel no formaba parte de lo acordado.

—¿Estás bien? ¿Qué haces ahí adentro?

Lash cerró los ojos, irritado al máximo, pues la voz del tejano resonó como una lluvia de clavos sobre su espalda. Pero no tenía energía para mandarlo a la mierda.

—No pasa nada. ¿Cómo van las cosas allí abajo? —preguntó.

El señor D carraspeó, pero el tono de reprobación todavía era patente en sus palabras.

—Creo que todavía falta un rato, señor.

Genial.

Lash obligó a su columna vertebral a enderezarse y se volvió para mirar a su segundo al mando…

Un instante después sintió que los colmillos se alargaban dentro de su boca y, durante un momento, no pudo entender por qué. Luego se dio cuenta de que sus ojos se habían clavado en la yugular del señor D.

En el fondo de su estómago, Lash sintió un hambre abismal, feroz. Un hambre que había olvidado.

Todo ocurrió demasiado rápido. Fue incapaz de pararse a pensar ni siquiera un segundo. Sin saber cómo ni por qué, se lanzó sobre el señor D. Lo empujó contra la puerta, mientras se inclinaba hacia su garganta.

La sangre negra que entró en contacto con su lengua era el tónico que necesitaba y Lash empezó a succionar con desesperación. Al principio, el tejano trató de forcejear, aunque luego se quedó quieto. Pero el maldito no tenía de qué preocuparse. Allí no había ningún impulso sexual. Sólo era un asunto de simple nutrición.

Y cuanto más tragaba, más necesitaba.

Mantuvo al asesino apretado contra su pecho, y se alimentó como un maldito desgraciado.